06
-Ni siquiera puedes beber, ¿por qué has pedido una copa de vino?
-Me hace ver elegante tenerla en la mano.
No pude evitar soltar una carcajada que hizo que el resto de ocupantes de la primera clase de nuestro avión me lanzasen una mala mirada. Ricos estirados, así los había llamado Garrett mientras ocupábamos nuestros cómodos asientos en nuestro vuelo hacia Seattle.
La idea original era volver sola a casa pero Garrett había insistido en acompañarme. Era parte de su promesa, que volviera segura a casa. Por supuesto, había comprado dos billetes en primera clase porque parecía que los pequeños lujos y la inmortalidad iban de la mano incluso de los vampiros más errantes.
Aprendí bastante de él durante ese viaje.
-Así que, ¿no tienes una residencia fija? –quise saber cuando enfilamos la carretera hacia Forks en el coche de alquiler. Me había dicho que no sabía cuál sería su próximo destino.
-Voy donde me lleve el viento. –y como para reforzar sus palabras una brisa templada entró por la ventana medio bajada, removiendo su pelo. Sus blanquecinos dedos contrastaban con el cuero desgastado por el uso del volante.
-Suena divertido pero...
-¿Pero? –me animó a seguir porque no sabía cómo dar forma a mi pensamiento.
-Pero al final del día creo que es bonito tener un sitio al que llamar hogar. –dije finalmente.
-¿Y tú tienes ese lugar? –quiso saber mientras sus ojos rojos me miraban de reojo.
Dejé que mi vista vagara por el paisaje tan conocido. Altos árboles nos escoltaban y parecían querer llegar a tocar el encapotado cielo que amenazaba lluvia. Forks era lo más parecido a un hogar, donde había sentido que verdaderamente encajaba aunque fuera sólo momentáneamente, aunque fuera sólo un...espejismo. Una mentira.
-Estoy en ello. –murmuré y apoyé mi cabeza en la ventana cerrando los ojos para escapar del paisaje, escapar del agujero en mi pecho y escapar de su mirada penetrante.
-¿Tuerzo a la derecha o a la izquierda?
Su voz un rato después me hizo volver a abrir los ojos. Estábamos sólo a un par de calles de mi casa.
-Déjame aquí. –me apresuré a decir. –Sería difícil explicar tu presencia a Charlie si hubiera llegado antes del trabajo.
Aceptó pero me ayudó a bajar el equipaje y nos quedamos de pie en la acera, sin saber bien qué decir. Bueno, al menos yo no sabía qué decir. Su expresión iban entre la curiosidad al mirar las casas de nuestro alrededor y algo que no supe distinguir, quizás algo parecido a la melancolía aunque era un sentimiento que no parecía encajar en alguien como él.
-¿Lo llevas todo?
Asentí.
-Sólo traje una bolsa de viaje, es fácil de recordar. –intenté bromear pero su sonrisa no llegó a sus ojos y yo pasé mi peso de un pie a otro.
Un silencio espeso se instaló entre ambos.
-En fin, cuídate humana. –dijo cuando el silencio se hizo insoportable, con sus manos escondidos en los bolsillos de su abrigo.
Se dio la vuelta para dirigirse a su coche.
-Garrett. –lo llamé justo cuando abrió la puerta del conductor. Se giró para mirarme con una ceja alzada. –Gracias, por...todo. Ha sido la mejor semana en muchas semanas de...
¿Tristeza? ¿Ansiedad? ¿Soledad?
-¿Mierda? –completó él y me hizo soltar una risa que se llevó el viento cada vez más frío ante la llegada del anochecer.
-Sí, exacto.
-El placer ha sido mío, Bella. –y pareció sincero cuando lo dijo. Una absoluta sinceridad que hizo que mi corazón se acelerara que el guiño que me dedicó antes de meterse en el automóvil y desaparecer calle abajo.
Con un suspiro cogí el bolso de viaje que había dejado en el suelo y me encaminé hacia casa. El viaje había acabado. Tocaba volver a la realidad.
La vuelta a la rutina fue fácil. Los días se superponían unos a otros pero algo había cambiado. Algo dentro de mí. Las pesadillas que me acosaban cuando dormía ya no eran tan vívidas, apenas me levantaba sobresaltada. El dolor de la pérdida seguía ahí pero quizás, sólo quizás, era cierto que había empezado a sanar.
Hasta esa noche.
En mi sueño caminaba por el bosque. Era noche cerrada y apenas podía ver dónde ponía mis torpes pies.
Y de repente apareció una figura inclinada sobre algo en el suelo. Lo reconocí incluso de espaldas.
-¿Edward? –pregunté dubitativa porque el miedo me había invadido al ver unos pies a su lado.
Estaba inclinado sobre una persona. No se movió, no contestó. Así que, con todo el coraje que pude reunir, toqué su hombro. Mi mano temblaba.
Se giró pero su rostro no era el de Edward. Era Garrett. Con su pelo castaño y sus ojos de un rojo profundamente intenso. Me sonrió y sus dientes estaban coloreados de sangre.
-No puedes cambiar lo que somos, humana.
Desperté con un grito atrapado en la garganta y el corazón latiéndome en los oídos. Cuando conseguí calmarme pude ver que por la ventana entraba algo de luz. Había amanecido.
Mientras me lavaba la cara con agua fría que ayudó a espantar los últimos recuerdos de la pesadilla, recordé que era domingo y que no tenía nada que hacer.
Quizás era hora de cerrar otro capítulo más, pensé mientras la Bella del espejo, algo blancucha y con ojeras, me devolvía la mirada.
Era hora de ir al prado.
En la cocina me encontré una nota de Charlie. Se había ido de pesca y me recordaba que tuviese cuidado si iba al bosque.
Llevaba toda la semana recordándomelo, había habido varios desaparecidos. Creían que era un animal salvaje. En mi mente brilló el rostro de Garrett, del Garrett de mi pesadilla. Deseché el pensamiento con un movimiento de cabeza, seguramente estaba a kilómetros de Forks a esas alturas.
Desayuné con rapidez y metí todo lo que necesitaba en una pequeña mochila. Agua, un par de barritas y un pequeño kit de primeros auxilios. Cuando tu propio equilibrio era tu peor enemigo aprendías pronto a llevar uno.
Tardé tanto en encontrar el lugar que para cuando pude vislumbrarlo entre la maleza el sol estaba decayendo, mis dos barritas se habían acabado y sólo me quedaba media botella de agua.
Pero allí estaba. Delante de mis ojos.
Había cambiado. No había flores ni verdor. Sólo hierba seca. Dudaba que hubiera algo seco en Forks salvo ese prado.
Quizás había muerto a la vez que mis momentos felices en él. Quizás se alimentaba del amor, y ahora que había desaparecido también lo había hecho su esplendor.
Mis extrañas divagaciones me llevaron hasta el centro mismo. El viento era un poco frío pero el sol aún calentaba mi rostro. Miré a mi alrededor sin saber qué sentir. ¿Pena? ¿Añoranza?
-Vaya, vaya, menudo sorpresa.
Esa voz hizo que todos mis nervios se tensaran como si alguien hubiera tirado de ellos. Me giré, esperando haberla imaginado al igual que mis espejismos de Edward pero no, mis ojos me lo confirmaron.
Laurent estaba allí. Mirándome fijamente con una sonrisa en su oscuro rostro como si se acabara de enterar de que el postre era gratis.
-Laurent. –intenté que no me temblara la voz y fallé.
-He comprobado que los Cullen no están, ¿cómo es que tú sí? –inclinó la cabeza con un gesto de curiosidad. -¿No eras su mascota o algo así?
No me dolieron sus palabras. Estaba demasiado ocupada pensando en cómo salir de allí con vida y dándome cuenta de que no tenía ninguna oportunidad. Estaba sola. Ni el fantasma de Edward me hacía compañía.
-Volverán. –aseguré y mi voz sonó un poco más firme pero Laurent soltó una carcajada que puso mis pelos de punta.
Dio un par de pasos hacia mí.
-Lo dudo. –y de repente estaba justo delante. Pude apreciar su piel tallada en mármol negro, sus ojos de un rojo brillante similares a los de Garrett pero que no poseían su brillo amable. En ellos sólo había...hambre. –Piénsalo así, Victoria quería ocuparse ella misma de ti. Te haré un favor.
Su mano se alzó y sus gélidos dedos rozaron mi mejilla.
-No te dolerá. Ella lo habría hecho mucho más lento. –aseguró.
Tragué saliva y cerré los ojos. Ya está. Ese era el fin. Iba a morir.
-Te gusta demasiado el sonido de tu propia voz, chaval. –esa voz jocosa y algo molesta me hizo abrir los ojos justo en el instante en el que Laurent desaparecía. En un momento estaba ahí, justo delante, y al siguiente su cuerpo estaba chocando contra un enorme árbol que se dobló por el impacto. Garrett me miraba con ambas cejas alzadas y su sempiterna sonrisita. –No te puedo dejar sola humana.
Quise reír y llorar de alivio pero Laurent se lanzó hacia él. Apenas podía ver los movimientos, demasiados rápidos para mis ojos pero estaba claro quién ganaba.
-No sabes cuándo rendirte, ¿verdad? –preguntó Garrett mandándolo de una patada al otro extremo. Uno de los brazos de Laurent yacía en el prado e intentaba no mirarlo demasiado.
Laurent iba a contestar pero giró la cabeza hacia un ruido proveniente de la espesura. Garrett también aunque yo no escuchaba nada. Hasta que los vi.
Lobos. Lobos enormes que se acercaban a nosotros con deliberada lentitud. Todos miraban a los vampiros salvo uno. Un enorme lobo marrón tenía la mirada fija en mí y el sentido del reconocimiento brilló en mi interior. Yo conocía a ese lobo. Aunque no tenía maldito sentido.
Laurent salió corriendo y varios de ellos se lanzaron hacia él. Otros empezaron a rodear a Garrett.
No estaba segura si los lobos podrían contra él, probablemente no, pero tampoco quería que él matara a esos animales.
-ESTÁ CONMIGO. –grité sin pensar. ¿Cómo demonios me iban a entender?
Pero los lobos se pararon, lanzándome una mirada que oscilaba entre la molestia y la confusión. Eran animales muy expresivos, más que los lobos normales.
Hubo unos segundos de pausa en el que no me atrevía ni a respirar antes de que los lobos corrieran hacia donde habían ido sus compañeros. Con una última mirada del lobo marrón, éste desapareció también.
-Nunca me dijiste que había cambiaformas en este pueblo. –la voz de Garrett sonó fascinada y demasiado cerca pero yo estaba ocupada en no desmayarme. Sentí sus manos en mis hombros y abracé esa frialdad para volver a la realidad. -¿Bella?
-Vámonos de aquí. –mascullé alzando mi mirando hacia él. Su sonrisa había caído un poco y asintió.
Ni siquiera pensé. Cogí su mano porque era lo único sólido que estaba ahí, que estaba a mi lado. No un vampiro que intentaba matarme, no la pelirroja que seguía obsesionada conmigo, no los lobos de tamaño de caballos. Sólo Garrett.
-Creo que me está gustando este pueblo. –dijo finalmente cuando nos metimos en el espacio seguro que representaba mi camioneta. –Ha merecido la pena hacerle caso a mi instinto y quedarme un poco más.
Resoplé porque su concepto de lo que era atractivo en un pueblo parecía muy diferente al mío y arranqué, enfocada en alejarme del maldito prado. Ya lo interrogaría más tarde, acorde a su sonrisa y el brillo curioso en su mirada, no se marcharía a ningún lado.
Y me sorprendió el alivio que me invadió al saberlo.
Nuestro Garrett que salva el día siempre🤭🤭
¿Qué os ha parecido? Ha sido bastante largo, hoy estaba inspirada🙈
Recordar darle amor y comentar si os apetece, me encanta leeros🥰🥰
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