Capítulo 1: "El instante en que el mundo se detuvo"
Siempre he sido buena recordando cosas que me han hecho daño. Las palabras de mi padre, por ejemplo, vuelven a mi mente en los momentos más inoportunos.
"Ellie, no puedes vivir de ilusiones. No eres tan buena, y nadie quiere escuchar lo que tienes que decir."
Las decía con esa seguridad cruel que nunca dejaba espacio para la réplica. Las palabras eran frías, definitivas, y tenían el peso de una sentencia. Solía creerle, cuando aún era una niña con una voz demasiado grande para su cuerpo y una inseguridad aún más inmensa.
Y sin embargo, aquí estoy ahora, a minutos de salir al escenario, en un teatro lleno hasta el último asiento, rodeada de personas que creen en mí más de lo que él jamás lo hizo. El contraste debería ser suficiente para calmarme, pero no lo es. En el fondo, esa voz sigue ahí, como un fantasma que no se desvanece.
El camerino está lleno de actividad. Mis asistentes trabajan a mi alrededor, ajustando los últimos detalles del vestido negro que llevo puesto, un diseño sencillo pero elegante que abraza mis curvas mientras mi cabello rubio cada en suaves ondas por mi espalda de forma que me hace sentir como si realmente perteneciera a este mundo. Alguien me pregunta algo sobre el orden de las canciones, pero apenas lo registro. Mis pensamientos están atrapados entre el rugido del público al otro lado del telón y los latidos de mi propio corazón, que parecen tan fuertes como una percusión mal sincronizada.
Me miro en el espejo, intentando encontrarme a mí misma entre el maquillaje cuidadosamente aplicado y los focos que iluminan mi reflejo.
"Ellie, eres suficiente. Lo has logrado. Lo estás logrando."
Me repito esas palabras como un mantra, tratando de llenar con ellas los vacíos que dejaron los años de dudas y rechazo. Pero esta noche no es una noche fácil. La ansiedad está aquí, anclada en mi pecho, pesada y persistente.
Un golpe en la puerta interrumpe mis pensamientos.
—Cinco minutos, Ellie —anuncia uno de los asistentes.
Cinco minutos. Siempre es así: un abismo entre el momento en que me preparan y el instante en que salgo al escenario. Mis manos están heladas como un mármol mientras ajusto el micrófono en mi mano, intentando concentrarme en mi respiración. Uno, dos, tres...
El sonido del público al otro lado del telón me llega como una ola distante. Es un rugido de energía, de emoción, y debería sentirme reconfortada por ello. Después de todo, es lo que siempre quise. Pero hay algo intimidante en ese sonido, en la expectativa colectiva que descansa sobre mis hombros.
Las luces se apagan, y el telón comienza a levantarse. Salgo al escenario con pasos calculados, cada movimiento medido, aunque en mi interior siento que podría tropezar en cualquier momento. El aplauso que me recibe es ensordecedor, una mezcla de gritos y vítores que llena cada rincón del teatro.
El piano comienza a sonar, y dejo que las notas me envuelvan. Es mi refugio, mi hogar. Cuando canto, el mundo exterior desaparece, y solo existimos la música y yo. O al menos, así es como suele ser.
Pero esta noche, algo cambia.
Lo veo.
Está en la tercera fila, al centro. Alto, de figura esbelta pero imponente, con hombros anchos que llenan su espacio con una facilidad natural. Lleva un traje oscuro que se ajusta perfectamente a su cuerpo, como si estuviera hecho a medida. Pero lo que realmente me atrapa son sus ojos.
Son de un azul acero, casi gris, y tienen una intensidad que no había visto antes en nadie. Su mirada atraviesa la penumbra del teatro y se encuentra con la mía como si todo el universo hubiera conspirado para que este momento sucediera. Hay algo en esos ojos que me desarma, algo que mezcla curiosidad, admiración y una calma que me resulta desconcertante.
Mi voz vacila, una nota que se quiebra apenas, pero lo suficiente para que yo lo note. El público no parece darse cuenta, pero yo sí. Siento que mi corazón se acelera, como si intentara igualar la intensidad de su mirada.
Intento concentrarme, regresar a la canción, pero es como si él fuera un imán y yo una brújula perdida. Mi mirada vuelve a buscarlo, atraída por algo que no entiendo del todo. Su rostro tiene una mezcla de dureza y suavidad: la mandíbula marcada, los pómulos altos, pero con un aire de melancolía que suaviza sus rasgos. Sus labios son serios, pero no tensos, como si estuviera completamente concentrado en mí, en lo que canto, en lo que soy.
Por un momento, el tiempo parece detenerse. Todo lo demás desaparece: las luces, la música, incluso el rugido del público. Solo estamos él y yo, dos desconocidos atrapados en un instante que parece mucho más grande que cualquiera de los dos.
Cuando la canción termina, agradezco con una sonrisa nerviosa y tomo un breve respiro antes de pasar a la siguiente. Intento apartar la mirada, enfocarme en el resto del público, pero mi mente sigue regresando a él. No es como los demás. No grita, no aplaude con entusiasmo exagerado. Solo está ahí, mirándome, como si el resto del mundo no existiera.
Mientras continúo cantando, me doy cuenta de algo extraño: estoy cantando para todos, pero cada palabra, cada nota, está dirigida a él. Es una conexión que no entiendo, que me asusta y me atrae al mismo tiempo.
El resto del concierto transcurre en una mezcla de emociones. Por momentos me siento empoderada, segura, y en otros, completamente vulnerable bajo el peso de su mirada. Pero cuando canto la última nota y los aplausos llenan el teatro, una certeza se instala en mi pecho: este no es el final. Es el principio de algo que aún no alcanzo a comprender.
Mientras salgo del escenario y camino hacia los bastidores, miro por última vez hacia donde estaba sentado. Y ahí sigue, inmóvil, con esos ojos que parecen prometer secretos y mundos enteros por descubrir. Mi corazón late con fuerza, y una pequeña voz en mi interior me susurra algo que no puedo ignorar.
"Él también te vio."
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro