Preludio ✓
Gabriella ajustaba el último adorno en la habitación de los bebés, aún con sus cortos tres meses de embarazo ella ya tenía preparada la habitación donde estarían sus pequeños al nacer. La cuna doble estaba lista, las paredes pintadas de un suave color pastel y pequeños peluches adornaban cada rincón. Sonrió, acariciando su vientre abultado, sintiendo la suave patada de uno de sus hijos. Todo parecía perfecto.
La llegada de su esposo Matthew interrumpió sus pensamientos.
—Amor, llegaste temprano— dijo Gabriella, sorprendida pero contenta.
Sin embargo, la expresión en el rostro de Matthew era distinta a la habitual. Él murmuró algo ininteligible y se dirigió al despacho, cerrando la puerta con fuerza.
Gabriella se quedó inmóvil por un momento, el corazón latiendo con fuerza. Había algo en su comportamiento que no cuadraba. Decidió seguirlo, susurrando una oración para que sus sospechas fueran infundadas, lo había notado raro en las ultimas semanas y su mente le gritaba que tal vez existía una tercera en su relación. Se acercó sigilosamente a la puerta del despacho y, con el oído pegado a la madera, escuchó la conversación que nunca debería haber oído, pero que afortunadamente lo hizo.
—Sí, querida, todo está listo. En cuanto nazcan, serán tuyos. Gabriella no sospecha nada, solo tenemos que esperar 6 meses más para poder ejecutar el plan y después de divorciarme de ella por fin seremos una familia feliz y completa— decía Matthew con una frialdad que le heló la sangre.
Gabriella retrocedió, sintiendo que el suelo se abría bajo sus pies. Un torrente de emociones la invadió: incredulidad, dolor, ira. ¿Cómo podía haber sido tan ciega? Las palabras de Matthew resonaban en su mente, una y otra vez, mientras trataba de asimilar la traición que acababa de descubrir.
Esa noche, mientras Matthew dormía, Gabriella tomó la decisión más difícil de su vida. Debía huir. No podía permitir que sus hijos cayeran en las manos de una mujer desconocida, fruto de una relación clandestina. Con el corazón destrozado y las manos temblorosas, empezó a empacar lo esencial: ropa, documentos, algo de dinero. Sabía que no sería fácil, pero la protección de sus hijos era lo único que importaba.
El amanecer la encontró lista para partir. Con una última mirada a la casa que había sido su hogar, salió en silencio, cerrando la puerta tras de sí. La fría brisa de la mañana le dio la bienvenida a su nueva realidad. Subió al coche y condujo sin rumbo fijo, guiada solo por el instinto de supervivencia y el amor incondicional por sus hijos.
Horas después, al llegar a una pequeña ciudad lejana, Gabriella sintió una mezcla de alivio y miedo.
Aquí, nadie la conocía.
Aquí, podría empezar de nuevo.
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Y empezamos una nueva historia.
Quiero darle créditos a los creadores de esta hermosa portada.
FenixxEditorial
Y
Amxts_ily
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