Capitulo Diez
Gabriella.
El amanecer me encontró sentada al borde de la cama, con los pies descalzos sobre el frío suelo y el cuerpo inclinado hacia adelante, abrazándome las rodillas. La noche anterior había sido un caos de emociones: vergüenza, confusión, miedo. Aunque sabía que no había nada de qué arrepentirme, no podía evitar sentirme apenada por haber cruzado esa línea con Kaleb.
Mis pensamientos eran un torbellino que no cesaba. Acaricié mi vientre, un gesto que se había vuelto casi automático desde que supe que estaba embarazada, y suspiré.
—¿Qué voy a hacer, pequeños? —murmuré, dejando que mis palabras llenaran el silencio del cuarto.
Me levanté lentamente y caminé hacia la cocina. Preparé una taza de té, aunque sabía que sería difícil tragar algo con el nudo que sentía en la garganta. Mientras sostenía la taza caliente entre las manos, miré por la ventana. La ciudad parecía tan viva, tan llena de movimiento y propósito. Todo lo contrario a cómo me sentía en este momento.
Mis pensamientos volvieron al futuro, ese que tanto me aterrorizaba. No tenía idea de cómo iba a mantener a mis hijos, el dinero que había tomado de Matthew era un alivio temporal, pero ¿qué pasaría cuando se acabara? A veces, el arrepentimiento por haber dejado la universidad me golpeaba con fuerza. Si hubiera terminado mi carrera, tendría más opciones ahora.
Pensé en los momentos que compartiría con mis hijos: sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus risas. Pero luego, otro pensamiento más oscuro surgió: ¿Qué les diré cuando pregunten por su papá? No podía imaginarme explicándoles que su padre había querido quitármelos, que había sido el motivo de mi huida.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, pero antes de que se derramaran, sonó el timbre de la puerta. Me levanté lentamente, limpiándome el rostro con las manos antes de abrir.
Ahí estaba Kaleb, parado con una expresión cautelosa, como si no estuviera seguro de si debía estar ahí.
—Bella ¿puedo pasar? —preguntó suavemente.
Asentí dando un paso atrás para dejarlo entrar. Cerré la puerta detrás de él y me giré esperando que dijera algo, pero para mi sorpresa, fue él quien pareció titubear.
—Quería saber cómo estás, cómo están mejor dicho —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Anoche, no me fui porque estuviera molesto o algo así, solo pensé que necesitabas espacio.
Me mordí el labio, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo.
—Estamos bien gracias por preguntar, Kaleb —dije, señalando el sofá para que se sentara—. La verdad, yo también quería hablar contigo.
Nos sentamos, y por un momento, ninguno de los dos habló. Miré mis manos, jugando con el borde de mi camisa, mientras intentaba encontrar las palabras correctas.
—Sobre lo que pasó anoche... —comencé, pero él levantó una mano, deteniéndome suavemente.
—Bella, no tienes que disculparte ni justificarte. Sé que estás pasando por mucho, y yo entiendo que a veces nuestras emociones nos superan.
Sus palabras eran reconfortantes, pero no podía dejar de sentir la necesidad de explicarme.
—No me arrepiento, Kaleb. Quiero que sepas eso. Pero sí me siento apenada. No quiero que pienses que confundí tu bondad o tu apoyo. Solo que en ese momento sentí que necesitaba a alguien, y tú siempre has estado ahí para mí, pero ahora no estoy segura de lo que siento, ni de lo que estoy lista para enfrentar.
Kaleb asintió lentamente, sus ojos fijos en los míos.
—Gaby, lo que más me importa es que estés bien. Y quiero que sepas que no tienes que enfrentar esto sola. Pero también quiero que te tomes el tiempo que necesites para entender lo que sientes, sin presiones. Estoy aquí, y seguiré estando aquí, pase lo que pase.
Sus palabras me conmovieron profundamente. Sentí que un peso se levantaba de mis hombros, aunque una pequeña parte de mí aún temía haber cambiado algo irreparable entre nosotros.
—Gracias, Kaleb. No sé qué haría sin ti —susurré, con la voz cargada de emoción.
Él sonrió, esa sonrisa cálida que siempre lograba tranquilizarme.
—Siempre me tendrás, Bella. Eso no va a cambiar.
Nos quedamos en silencio por un momento, y cuando finalmente sentí que podía hablar sin romperme, dejé salir algunos de los miedos que había estado reprimiendo.
—A veces no sé cómo voy a lograrlo Kaleb. No tengo una vida estable para ofrecerles a mis hijos. Me preocupa el dinero, el trabajo y ni siquiera sé qué les voy a decir cuando pregunten por su papá.
Mis palabras salieron apresuradas, y una lágrima silenciosa rodó por mi mejilla. Kaleb extendió una mano y la colocó sobre la mía, ofreciéndome un consuelo silencioso.
—Es normal tener miedo, Bella. Vas a ser una madre increíble, porque estás dispuesta a luchar por ellos, lo que tienes ahora no define lo que les puedes ofrecer en el futuro. Tienes tiempo para construir esa estabilidad; y sobre su papá cuando llegue ese momento, sabrás qué decir.
Su certeza era reconfortante, pero los miedos seguían ahí, acechándome en cada rincón de mi mente.
—¿Y si no es suficiente? —pregunté en voz baja, más para mí misma que para él.
Kaleb apretó mi mano con firmeza.
—Siempre será suficiente, porque ellos tendrán lo más importante: una madre que los ama con todo su corazón.
Sus palabras resonaron profundamente en mí, y por primera vez en días, sentí una chispa de esperanza. Tal vez no tenía todas las respuestas, pero quizás, solo quizás, podría encontrar un camino para mis hijos y para mí.
Nos quedamos hablando un rato más, y cuando finalmente se levantó para irse, me sentí un poco más tranquila, como si el caos dentro de mí se hubiera calmado un poco.
Cuando cerré la puerta después de que se fue, apoyé mi frente contra la madera y susurré:
—Gracias, Kaleb. Por todo.
Luego de eso me quedé ahí unos minutos, con la frente apoyada contra la madera y los ojos cerrados. Respiré profundamente, dejando que el eco de las palabras de Kaleb siguiera resonando en mi mente: "Siempre será suficiente, porque ellos tendrán lo más importante: una madre que los ama con todo su corazón."
Sus palabras eran un bálsamo, pero también me asustaban, Kaleb confiaba en mí más de lo que yo misma lo hacía. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si, pese a todo mi esfuerzo, no lograba ser esa madre fuerte y capaz que mis hijos necesitaban?
Me aparté de la puerta y caminé hasta el sofá, donde me dejé caer con un suspiro. La ecografía de mis bebés seguía sobre la mesa, la tomé y me quedé mirando las dos pequeñas siluetas, cada una perfectamente formada, pequeñas pero llenas de vida.
—No puedo fallarles —murmuré, acariciando el papel como si pudiera llegar hasta ellos a través de él—. No importa cuánto miedo tenga, voy a encontrar la manera.
Decidí que necesitaba un plan, algo que me ayudara a sentir que estaba avanzando, aunque fuera poco a poco. Tomé mi libreta y me puse a hacer una lista: las cosas que necesitaría para los primeros meses de mis hijos, los gastos que debía priorizar, incluso un pequeño esquema de lo que podía ahorrar cada semana con el trabajo en la cafetería.
Pero conforme escribía, mi mente regresaba una y otra vez a una pregunta: ¿Y después? ¿Qué haré cuando el dinero de Matthew se acabe? No podía depender siempre de Grace o de un empleo temporal. Tal vez, en algún momento, tendría que retomar mis estudios. La idea me parecía imposible ahora, con los bebés en camino, pero no podía dejarla completamente de lado.
Las dudas seguían acechando mientras hacía garabatos en la libreta. A medida que pasaban los minutos, mi mente volvía una y otra vez al rostro de Kaleb, a la manera en que me había mirado esa tarde, tan lleno de certeza.
"No estás sola."
Esas palabras me daban esperanza, pero también me asustaban. No quería depender de Kaleb. No podía permitir que él asumiera una responsabilidad que no le correspondía, pero, al mismo tiempo, su presencia era un ancla en este caos, y no sabía cómo habría llegado tan lejos sin él.
El sol comenzó a bajar, y la luz cálida del atardecer llenó el departamento. Dejé la libreta a un lado y me acerqué a la ventana, mirando cómo las sombras se alargaban sobre la ciudad, una calma inusual se instaló en mí, como si, por un momento, el ruido constante en mi mente se hubiera desvanecido.
—Está bien tener miedo —me dije en voz baja—. Pero no voy a dejar que me paralice.
Esa noche, antes de acostarme, escribí una pequeña nota en la libreta:
"Por ti, por ustedes. Vamos a estar bien."
No sabía exactamente cómo lo lograría, pero en ese momento decidí que no me permitiría hundirme en mis miedos. Mis hijos merecían más que eso, y yo iba a encontrar la manera de darles todo lo que necesitaban, sin importar cuánto me costara.
Mientras me acurrucaba bajo las sábanas, una pequeña chispa de esperanza comenzó a brillar dentro de mí. No era mucho, pero era un inicio. Y, por ahora, eso era suficiente.
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