Capítulo 8
Pesadamente sus párpados se abrieron con lentitud, la luz entraba y salía de sus orbes que intentaban ver más allá de sus propias manos dispersas en la suavidad de la tela bajo la que descansaba. Se sentía completamente aturdido, regulando cada respiración como si las inhalaciones fuesen mortales. Relamió sus labios con la punta de su lengua, se percibió seco y con tantas ganas de beber un manantial para calmar el dolor de su garganta.
Entumecido se removió, hasta quedarse estático al tomar poco a poco mayor consciencia, sus piernas entrelazadas con las del otro, unas manos que posesivamente se ceñían en su cintura, manteniéndolo firmemente presionado con el gigantesco cuerpo a sus espaldas, podía percibir perfectamente la longitud flácida que se rozaba dulcemente contra sus nalgas. Tragó en seco la saliva acumulada en su boca.
Cada respiración del alfa, mecía levemente sus hebras de cabello, pues Eugene estaba lo suficientemente encorvado como para prestarle su anatomía cual una sábana, un escudo protector del que nadie podía sacarlo, tocarlo o verlo. Posesivo cual alfa que era. Se acongojó, la vergüenza que debió sentir en el acto íntimo donde se entregó sin problemas, azotó hasta esos momentos en donde el manto de la noche empezaba a resquebrajarse, pronto amanecería.
El sol volvería a salir para marcar el inicio de una rutina, sin embargo, el nacimiento de un nuevo día no borraba sus culpas. Había tenido sexo con Eugene Hemsley, su vecino, su amigo... definitivamente había cruzado una línea que no debía y ahora no sabía como volver hacia atrás. Ya no podían, por una parte tenía miedo de lo que pasaría.
¿Eran pareja? No, claro que no lo eran, Eugene estaba enamorado de alguien más, seguramente fue un delis provocado por el frío de la soledad que explotó en un derroche de pasión de una noche.
¿Fingiría? Sí Eugene despertaba y pretendía que las horas previas no habían sucedido, iba a destrozarlo. Prefería morir antes de borrar de su cerebro aquella noche, porque tristemente quería repetirlo.
Cuando las ganas de llorar se agolparon con tanta fuerza en su pecho, tuvo que removerse con sumo cuidado para deshacerse de las sogas que le aprisionaban, las manos de Eugene lo tenían maniatado, imposibilitado de salir de debajo de él. Torpemente consiguió efectuar su huida, se mordió uno de sus enrojecidos labios al sentir un presión en sus caderas, se abochornó por su inexperiencia y las dolencias de su cuerpo, a tientas consiguió ponerse su bóxer y una camisa del alfa, escondiendo gran parte de su anatomía. Tomó sus lentes de la mesita de noche y escapó.
Impartió su escape a la cocina para vaciarse dos vasos repletos de agua en el estómago. Lavó su rostro y sollozó en tono bajo, debía prepararse por lo que Eugene decidiera al despertar. Quiso aparentar una calma que no poseía y empezó a desenvolverse en la cocina para preparar el desayuno, no por hambre, si no para darse una sensación de control a sí mismo.
Se imaginó a Eugene llamándolo una "Bolita cobarde", mientras preparaba los panqueques, una comida simple, pero eficaz con tal de mantener su mente relajada. Saludó al sol que salía y tímidamente derrochaba los primeros rayos de su luz maternal.
Pisadas empezaron a resonar del segundo piso, llenándolo de expectativa, haciendo a su corazón pulsar dolorosamente contra su caja torácica hasta robarle la posibilidad de respirar. Apretó sus manos hasta hacerlas puños, sus piernas se derritieron como mantequilla frente al calor y sus labios se perdían entre las dolorosas presiones de sus dientes. Temía que su aroma delatara su intranquilidad, su miedo, sus ganas de ser aceptado.
— Bolita escurridiza — escuchó a sus espaldas la voz cargada de sed, fue ronco y profundo, como si una lija acariciara la garganta del alfa que se acercaba a él — Aquí estás —
Archer le vio de reojo, sus latidos habían desaparecido por completo, no quedaba en él una pizca que mostrara que aún respiraba, el mundo se había paralizado para el omega que encaró al alfa, aunque el poco valor reunido se le escapó en un chillido cuando vio la insólita desnudez del hombre frente a él. Sin telas de por medio, pudo admirar el maravilloso cuerpo dispuesto para sus ojos nerviosos.
Con su mano aplastando unas mechas de su cabello dándole un toque mucho más varonil, tosco y atractivo frente al pobre omega que se sostenía con fuerza el filo de la encimera, porque juraba que si se alejaba, caería de rodillas frente al alfa.
— Bue-buenos días — Archer encontró su propia voz al final de su garganta, tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para mantener el contacto visual sobre sus ojos y no hacia su miembro, falló por segundos al perderse en los recuerdos de ese trozo de carne hundiéndose en su canal. Ser casi un virginal torpe no le estaba ayudando a controlar sus hormonas alborotadas.
Se despertó de su ensoñación, esos impuros pensamientos que le enrojecieron hasta las orejas, cuando la mano rasposa se posó sobre su mejilla, firme le agarró para obligarle a elevar su cabeza. Archer automáticamente abrió los labios levemente pidiendo un beso, que recibió, no fue propiamente un contacto profundo, solo un roce que le hizo ronronear suplicando por más.
— ¿Por qué no estás en la cama? — Exigió respuestas del pequeño que titilaba contra su cuerpo, le aprisionaba solo con su aroma y envolvía la pobre cordura del omega bajo sus deseos primitivos.
— Creí que... te gusta-taría de-desayunar — se excusó entre balbuceos el más bajito que se inclinaba para poder tomar los labios del alfa, se puso de puntillas y ni aún así consiguió estar cerca de probar bocado.
— Sí — la mano que había tomado posesivamente la cintura del omega, se estiró para alcanzar a apagar el quemador en donde se hacía el sexto panqueque — Quiero desayunar, voy a desayunar — sus dedos terminaron enterrándose en los jugosos muslos de Archer, alzándolo del suelo.
Un poco sorprendido y asustado por la brusquedad del contrario, enredó sus piernas en su cadera como en la noche anterior, aferró sus propias manos a los hombros del alfa y tragó en seco bajando la mirada a los labios que al fin podía tocar con los propios, pero se volvieron a perder, Eugene hundió su nariz en el cuello de Archer, robando entre largas respiraciones profundas, el aroma a miel que se envolvía con el suyo.
— Al-alfa... No he terminado de hacer la comida — murmuró sintiendo una gustosa sensación en su vientre cuando la lengua de Eugene empezó a recorrer su cuello con delicadeza, primero el paso húmedo y al final unas mordidas suaves que no buscaban herirlo, solo provocar señas de pertenencia.
— No te preocupes, Bolita dulce — cada palabra hacía que su aliento golpease con la piel sensible del omega que gimió bajito. Su toque firme pasó de las piernas a los glúteos escondidos en una fina tela de bóxer. Acarició las dos agraciadas y rellenas masas de carne — Tengo lo que quiero comer justo entre mis manos —
Archer solo pudo chillar de la vergüenza de esas morbosas palabras que lo hicieron apretarse más contra la dura anatomía de Rubén. Cada golpe en su cuerpo le subió la temperatura, enmudeció porque su mente solo podía pensar en el roce de sus nalgas contra una dureza que crecía contra él, animado por sus instintos, comenzó a balancearse, escuchando un gruñido de satisfacción del alfa contra su oído.
— Sí, así... restriégate contra mí, demuestra lo que deseas — exigió en una orden, dejando que Archer tomase aquella iniciativa y la explotase hasta el final. Percibió cada oleada de miel en su nariz, el omega estaba excitado, no le hacía falta palpar la entrada rosada para saber que estaba empapada de lubricante, elixir que se derramaba por él, permitirle poseer el pequeño y frágil cuerpo que buscaba complacerse.
El omega no dijo palabras, no le salían de la boca, e incluso con los labios sellados, sollozando de deseo por ser penetrado, sus gemidos escapaban con tanta precariedad, que Eugene empezó a sentirse mal por ser el culpable. Un ser tan puro siendo manchado por su deseo carnal, el omega era apetitoso, y ahora que lo había probado, no podían negarle esa necesidad que solo Archer podía llenar.
Archer, Archer y solo Archer, el dulce omega de aspecto frágil, sereno y sumamente tímido que se restregaba contra su miembro erecto.
— No puedes irte sin permiso, Bolita traicionera... Dejarme solo en la cama — susurró al acariciar con sus labios el cuello del omega, justamente en la cicatriz de la antigua marca, esa por la que su alfa le rasgaba en mandatos que debía borrar con la suya.
Archer solo asintió sin dejar de buscar la sensación del roce de sus intimidades, con lágrimas de anhelo pérdidas entre sus labios entreabiertos, con sus dedos emblanquecidos por la presión con la que se aferraba a los hombros de su amante.
— Me gusta que uses mi ropa, hueles a mí, me perteneces a mí — dijo Gene, perdiendo un poco los estribos por el apetito de sentirse dueño del pequeño, ese mismo que gemía suavemente contra su tímpano, seguramente lo hacía de forma inconsciente, no previendo lo mucho que calentaba al alfa con sus sonidos.
Archer no pasó por alto lo parlanchín que estaba siendo Eugene durante ese encuentro de roces, pero no pudo decir nada, no cuando sus caderas se balancearon con mayor efusividad porque se sintió rozar el regusto del placer, iba a tener un orgasmo solo con las sucias palabras del alfa.
— Pero... no puedes usar ropa debajo de mis camisas, no en la mañana, es un gran impedimento — sin esperar una respuesta (que sabía de antemano que no llegaría) tomó entre sus dedos la tela del bóxer, lo jaló con fuerza hasta conseguir el desgarre de la prenda.
Archer solo pudo jadear por el ardor, la sensación de exposición y la plenitud de los roces de los dedos de Eugene que se adentraron entre sus nalgas para exponer tan íntima zona de su cuerpo.
— Estás tan mojadito esperando mi pene — metió el primer falange en la cavidad que le recibió, presionó para simular embestidas y sonrió complacido por la respuesta llegada en lascivos gemidos de parte de su amante — Vamos, dilo y te penetro —
Aunque se mantuvo callado por largos y angustiosos segundos, Archer no tuvo más opción que hablar cuando un segundo falange hizo su intromisión.
— Es-estoy... mo-mojadito esperando tu pene... alfa — sus brazos pasaron a abrazarse a toda la espalda del contrario, suspiró agradecido cuando fue abierto y penetrado por la virilidad del alfa, su omega chillo de alegría de ser aceptado por Eugene.
Y aunque quería su marca, extendiendo su cuello para darle espacio y sumisión al activo, su lado humano se negaba a aceptar un enlace. No estaba listo, incluso después de tantos años acontecidos del brutal rechazo del padre de su hijo, no podía vencer ese trauma.
Las estocadas eran sumamente lentas, casi como la noche anterior, aunque mucho más íntimas. Eugene le tomaba de los glúteos, lo elevaba y lo hacía caer para hundirse entre sus carnes consiguiendo profanar ese estrecho ano que aceptaba toda su hombría. Un balanceo que emulaba el baile más sensual, se llenó del sonido de sus cuerpos encontrándose con dureza con cada embestida certera que deshacía al pobre omega que se aferraba al alfa como único soporte.
Archer iba a hacer enloquecer a Eugene, pues los gemidos tan frágiles que arrojaba en su oído, solo despertaban la parte más morbosa de su ser, queriendo desesperadamente deshonrar la pureza que definía al omega.
Rasguñando su espalda y sollozando entre lágrimas por las sensaciones abrumadoras que tenían su cuerpo tembloroso y expectante de más, Archer suplicaba en susurros por más. Ni él, ni Eugene tenían suficiente.
Gene sabía que estaba jodido, quizá siempre lo supo... Archer se había colado en su vida, tan dentro que no podía solo borrarlo sin eliminar una parte de sí mismo en el proceso — Eres mío, tan mío, Archer —
La afirmación hizo al omega detener las lamidas en el hombro del alfa, se movió lo justo para perderse en esos orbes esmeraldas que latían en deseo — Lo soy — asintió al acercarse a los belfos que le recibieron, sellando el pacto entre los dos amantes.
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