Capítulo 14
El par hermosos de luceros perdía poco a poco la luz con la que alumbraban el mundo, en ellos solo quedaban los vestigios de la soledad, ahondando en un profundo mar de lamentos en donde no había espacio a la esperanza, está había muerto.
El omega que admiraba la luz fría de la luna, se lamentaba en silencio haber salido lejos de la seguridad de la cerca, solo yacía el dolor de la realidad que se pavoneaba frente a él para que envidiase profundamente la felicidad de terceros. Él no representaba más que el peso de un pasado.
"¿Supiste de la relación de Mylo y Eugene? Ayer los vieron besarse en el bar". ¿Cómo se supone que debía responder a la pregunta inescrupulosa de Finn, solo quería comprar la despensa, no ahondar en la reconciliación de la pareja que estaba en boca de todos los pueblerinos que le miraban con cara de pena cada que pasaba por su lado. No había ni una sola alma que no le viese con pesadumbre, como si fuese un pobre omega abandonado.
A él nadie lo había abandonado, siempre supo el destino de relacionarse de manera romántica con Eugene. Sabía lo que pasaría y aún así le dolía, no podía escapar del desaliento perpetuo bajo el que era expuesto por los demás. El mismo Finn que mucha veces intentó ligar con él, colocó su brazo sobre su hombro para darle una tierna caricia, que antes de servirle de consuelo, solo le hizo aumentar el enojo. Estaba harto.
Apoyó su mejilla sobre sus rodillas, las que yacían cerca de su torso, dejándole mantenerse en una posición perfecta con la que lamentarse. Las lágrimas inevitablemente fluyeron por sus lagrimales, mojando su propia piel, abrazó sus muslos al rodearlos con los brazos y dejó que el viento de la noche le acariciase, acompañando sus silenciosos lamentos. Se sentía tan solo y miserable como los demás pensaban, quizá se había contagiado por culpa de ellos.
Sus propios labios dolieron, resintieron el peso de ser cambiados, sus dientes se enterraron en la tierna carne, como una especie de tortura por ser tan ineptos de no seguir siendo apetecibles para el alfa al que le pertenecían sus latidos. Cualquier ápice de esperanza de ser elegido, se terminó desmoronando, cual castillo de naipes, se desplomó sin que pudiese hacer nada más que aceptar la derrota.
— ¿Por qué él nunca me amó? — se preguntó a sí mismo, como si en el silencio de la noche, que levemente era derrumbado por el canto de las cigarras, pudiese encontrar la respuesta que acallase el dolor que clamaba por robarle el alma. Le dio una y mil vueltas a la respuesta que solo dejó un nudo que nadie podía desenredar, un cúmulo de inseguridades por no sentirse bonito, agraciado o suficiente.
— ¡¡Mamá!! — A lo lejos sonó el llamado de una de sus crías, la que ya no podía controlar, porque las preguntas se hacían mucho más frecuentes al pasar de los días. Su pequeño Thiago estaba resintiendo sus malas elecciones de vida.
... Temía arruinarle la vida a su segundo hijo, ese que era un secreto hasta de su propio padre.
— ¡Estoy afuera, bebé! — devolvió el grito, mientras se limpiaba el llanto con tal de fingir que todo era perfecto, que su corazón no se estaba derrumbando y él solo quería escapar.
¿Realmente debía irse? La respuesta le sirvió fácil cuando lo dijo por primera vez, porque estaba empujado por la sensación que era lo correcto, sin embargo, con el paso de los días su voluntad empezó a mermarse, naciendo en su pecho un sentimiento mucho más egoísta. ¿Valía la pena ser ruin para quedarse con el alfa? Cada vez que la sola idea de decirle a Eugene que estaban esperando un hijo con tal que él lo eligiera, tenía que zarandear su cabeza de lado a lado, apartando aquellos amargos pensamientos que solo llevarían a un futuro amargo.
Si Eugene no lo amaba, no servía de nada que lo eligiese a él. Bien podían vivir eternamente en cas pretendiendo que nada había pasado, que Mylo no existía y él era su omega. Seguir la rutina, pero recibir besos fríos, abrazos sin calor y sexo sin compromiso del corazón. Tenerlo y no tenerlo, eso significaba que Eugene Hemsley se quedase con él porque esperaba un hijo suyo. Una relación sin amor bueno, del pleno, del limpio, jamás podría darle una vida feliz.
Thiago no tardó en llegar para sentarse a su lado a contemplar el firmamento de esa noche sin nubes. Permanecieron sosteniendo una pequeña conversación que se acabó cuando el omega sintió adecuado el regresar al hogar de la familia de Raylee.
Las ideas se quedaron rondando en sueños toda la noche, sucesos irreales que pronto se convirtieron en pesadillas en donde él sufría. Nunca podría soportar vivir en el mismo lugar en donde fue tan feliz, cuando la persona que le regaló esa dicha, le quitaba ese precioso regalo para dársela a alguien más. El solo conocimiento que Eugene y Mylo habían compartido un beso, ya le estaba destrozando a niveles incomprensibles, no podía conciliar el inconmensurable dolor que le haría morir, si tenía que ver aquella escena de frente.
Despertó entre lágrimas, sollozos y sudor empapando su cuerpo. Exaltado se dio por aludido una enfermedad para faltar ese día a sus clases y se encaminó a la estación, perdiéndose fijamente en los horarios del único transporte que lo sacaría lejos de esa miseria. Solo debía entrar a la caseta y comprar dos boletos, una acción simple que le mantuvo paralizado frente al derruido trozo de madera donde yacía pegado un desgastado papel.
"Buenas, me da dos boletos para ir a la capital. Por favor". Lo dijo una y otra vez en su mente, ideó una y mil formas en las que sus cuerdas vocales dejasen de estar paralizadas. Recreó internamente sus respuestas y las de la chica que atendía en la caseta del sistema de transporte. Pero la voz no le salía y el cuerpo no le respondía. Era una estatua porque apenas era posible percibir que aún respiraba.
— ¿Te pasa algo? —
Una voz tras él le hizo desconcentrarse de su pánico, se giró notablemente cohibido rebuscando las frases que le servirían para excusarse tras haber pasado media hora frente a un estúpido y viejo cartel, sin embargo, cualquier ánimo de entablar conversación se apagó al ver quien se había acercado hasta él.
— No — contestó de forma cortante, porque no tenía las intenciones de profundizar una conversación con Mylo.
— ¿Y por eso llevas rato fingiendo leer? — cuestionó al mover la bolsita de papel Kraft donde guardaba dos barras grandes de pan simple, la risa en sus labios era falsa y la alegría de cruzarse a su objetivo completamente solo - como perro abandonado - era real.
Una exhalación brotó de los labios del omega más bajo, sus palabras se quedaron a un suspiro de emerger, cuando Archer entendió que no le debía explicaciones a Mylo. Se mareó y las ganas de vomitar se acrecentaron por solo oler a los jazmines que le rodearon. Su atención se posó rápidamente en el par de labios del contrario, una arcada le hizo moverse con una perfecta excusa, con la cual no poder dirigirle la palabra al omega del alfa que amaba.
Con un pañuelo sobre su boca y un leve ademán de su mano para despedirse, vio la oportunidad de cruzar la vía de escape que le fue cedida... Aunque los dedos que se enteraron con firmeza en su brazo le impidieron avanzar más de tres pasos.
— Entiendo el porque quieres irte — la sensación de pena que le brindó al otro omega le hizo sentir como éste temblaba bajo su toque, ser dulce como si le pesara la situación, estaba dando un perfecto resultado — Siento que todo se haya dado así... pero ya sabes, el destino es imborrable —
Archer hizo el mínimo intento de tirar de su mano queriendo ser libre, las pocas fuerza en su cuerpo estaban empleadas en sus piernas, para evitarle una vergonzosa caída por no poder mantener el peso de su anatomía. Inconscientemente emitió un chillido agudo, ese que los omegas usan al darle aviso a sus alfas de un certero peligro que les hace ponerse nervioso... El problema es que Archer solo tenía un lazo roto, era imposible llamar a nadie para ser salvado. Su propio ser se autosabotea, se avergonzó de lo estúpido que era su omega por creer que Eugene le escucharía y le salvaría.
Jamás podría cargar con aquel bochorno. ¿Cuánto más quería su omega lastimarlo?, ¿Por qué no entendía de una vez que Eugene no era para él? Fue una mala decisión que le hundió de nuevo en ese pozo del que le costó salir... pero sí lo hizo una vez, estaba seguro de que podría hacerlo una segunda ocasión.
El mayor problema era que Paúl fue un imbécil al que no le dolió saber que debía olvidarlo para seguir, en cambio Eugene, le entregó la vida entera sabiendo que no recibiría más que penas al final del camino, cuando tuvieran que separarse.
— Deberías dejar de regocijarte tanto. Él no tiene otra opción más que amarte, no se trata de que seas mejor que yo — Archer remarcó la última frase plagándola de una seguridad que no tenía, pero que iba argumentado firmemente por culpa de sus celos — Tú no has hecho nada para merecer a Eugene... solo has tenido suerte —
Mylo escondió el enojo de aquellas palabras tras una hipócrita sonrisa — Claro que tengo la suerte de ser el destinado de un alfa tan bueno como Gene... Algún día tú también encontrarás al tuyo —
Archer quiso abrazarse la panza y echarse a reír escandalosamente, hasta que doliese tanto que pudiese llorar con una excusa manchada en mentiras. ¿Quién iba a tratarlo seriamente ahora? Tendría dos hijos de diferentes alfas, una marca rota y la dignidad de un omega mancillada. Nunca nadie le tomaría en serio, su valor ante la sociedad, era igual al de ser un trozo de basura.
Igual, no se arrepentía de sus elecciones. Thiago era lo más maravilloso que le había pasado y estaba seguro que el último regalo de Eugene, sería tan valioso como su primer hijo. Quizá tendría el doble de problemas con alfas oportunistas que quisieran meterle mano por ser un "omega fácil", pero no había problemas, ya estaba acostumbrado a ser acosado sexualmente.
— Tal vez — murmuró para dar por concluida la conversación que en ningún momento quiso iniciar. Guardó el pañuelo en el bolsillo trasero de su pantalón e inició una marcha, buscando largarse lejos de ese fastidioso omega que tanto odiaba.
Archer ya no estaba tan seguro sobre querer enamorarse. El romance le había dado unas duras lecciones que prefería no tener que tomarlas nunca más.
Se detuvo cuando unas huellas resonaron contra la tierra, un chillido del neumático deslizándose por la suciedad, haciendo al par de omegas concentrarse en el nacimiento del estruendo. La puerta del vehículo fue azotada con tanta fuerza que toda la camioneta vibró como queja de la poca delicadeza del conductor. Un par de pasos desesperados y el omega de miel estuvo entre los brazos del alfa.
— Eugene— el nombre de su amado se le desprendió casi sin aire al pobre Archer, quien no concebía el calor con el que le envolvían, fue como un sueño hermoso del que no le apetecía despertar — ¿Qué... —
Eugene le marcó con su aroma dentro de ese endemoniado silencio que tenía a los dos omegas nerviosos por la presencia irascible del alfa que se negaba a desprenderse de Archer, al que le recorría el cuerpo sin penas, con la propiedad de un dueño. Archer intentó removerse, aunque solo concibió un leve gruñido de reproche por parte del contrario.
— ¿Gene? — lo intentó de nuevo al acariciar la espalda de su amado, para consolarle y esperar que volviese a ser el mismo de siempre que no derrochaba tanta desesperación por fundirse con él.
El aludido salió de entre los cabellos y el cuello del omega tras haberse ocupado de olfatearlo, robándole todo el aroma a miel. Mylo se mantuvo quieto sin atreverse a respirar ruidosamente, porque su instinto así lo impuso, tuvo miedo de hacer un movimiento en falso con el que ser el objetivo de un alfa encolerizado.
Hemsley no contestó con palabras, tomó entre sus manos las mejillas de Lawles, propinándole besos cortos y demandantes con los que empezó a regular un ritmo en sus exhalaciones, fundiéndose una y otra vez en esa dulce boca que le recibía con la misma intensidad.
— Sentí que estabas en peligro — susurró Eugene en medio de la cadena de ininterrumpidos contactos de labios, que terminó con un abrazo igual de posesivo que el primero. El alfa se negaba a despegarse del omega.
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