
La muerte del Universo
Here, five feet deep, lies on his back
A cobbler, starmonger and quack;
Who to the stars in pure good-will
Do to his best look upward still.
THE EPITAPH. Jonathan Swift.
[Aquí yace boca arriba, cinco pies más abajo,
Un zapatero, astrólogo y curandero,
Que las estrellas con la mejor voluntad,
Sigue observando con la mirada alzada.
EL EPITAFIO. Jonathan Swift.]
La llegada al Big Bang nuevamente supuso un impacto profundo. Al alcanzar el salto cuántico a nuestro universo en esta ocasión también perdí el conocimiento, si cabe con mayor intensidad, y esta vez no estaba Samsa para reanimarme.
Al recobrarme, me costó mucho salir de mi aturdimiento. Después, Gerardo me explicó algo tan sorprendente, que no creía estar entendiéndolo correctamente. Y es que él me aseguraba que habían pasado cien billones de años desde el Big Bang. En el universo correcto, eso sí, en el nuestro (al menos esto podía tranquilizarme); pero cien millones de millones de años después del Big Bang...
—Finaliza el viaje temporal inmediatamente, Gerardo.
A sus órdenes, capitana Vargas.
La nave abandonó la burbuja para pasar al espacio-tiempo ordinario. Tardé unos segundos en asimilar tal cantidad de tiempo, pensando que el sistema solar en el que yo había nacido contaba entonces algo más de 13.700 millones de años. Esa cantidad se había repetido miles de veces hasta alcanzar la enormidad de tiempo que marcaba la edad del universo que se mostraba ante mis ojos: 100.000.000 millones de años.
—Gerardo, ¿cómo no me has avisado antes?
Estaba dormida y no quise molestarla...
—Gerardo, por favor, muéstrame la estrella más cercana.
Pero fue imposible.
Capitana Vargas, en este universo del futuro no quedan estrellas, ni galaxias, ni planetas, ni materia, ni vida. Nada permanece aquí, salvo esas aberraciones cósmicas llamadas agujeros negros.
—¿Agujeros negros? —pregunté sorprendida.
La entropía, capitana Vargas. El monstruo implacable, no ha dejado de aumentar durante todo este tiempo; y este universo de alta entropía está poblado únicamente por los objetos con más entropía que se conocen: los agujeros negros.
—Pero esos puntitos de luz en el firmamento que veo, ¿qué son sino estrellas, Gerardo?
No, desgraciadamente. Este universo está tan enormemente frío que los objetos más calientes son los propios agujeros negros. Unos pocos emiten luz, sí, porque expulsan su radiación de Hawking.
Súbitamente, uno de aquellos puntos de luz comenzó a brillar con inusitada intensidad.
Este universo es tan viejo, que también los agujeros negros fallecen y llegará un día en el que todos se evaporarán en explosiones intensísimas producidas por el efecto de la radiación.
Térmicamente hablando, este universo cansado no es ya sino un cadáver.
—Vuelve a activar la máquina, Gerardo. Por favor.
Por supuesto, capitana Vargas. ¿Qué fecha de destino introduzco?
—Confieso que me empieza a doler la cabeza con tanto cambio temporal. Quiero viajar al pasado del universo y al pasado de mi vida, regresar a Bengaluru en Ceres, en el cinturón de asteroides, al hogar, al lugar donde nací y las cosas tuvieron alguna vez sentido, justo en ese momento en el que fui feliz, para permanecer allí por siempre. Tú ya sabes a qué me refiero, Gerardo: deseo volver a ver a Juan Argento, al real, el hombre al que amé, amo y amaré.
No es un cálculo sencillo. Hay un margen de error. Puedo equivocarme en algunos años.
—Gerardo...
Apenas queda antimateria. Sólo podremos activar la burbuja una vez más...
—Apunta bien, entonces.
La Tempus Fugit comenzó a rotar moderadamente y una nueva burbuja irisada nos envolvió. Me sentía tan cansada como este universo agonizante. Entonces lo supe. Comprendí que sería mi último viaje. Quizá yo también me hacía vieja. No volvería a viajar nunca más. ¿Nunca más? ¿En serio?
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