La intriga me carcomía por dentro. No podía esperar a ver cómo se iba a desenvolver en su lugar de trabajo. Su primer día decidí que fuera viernes, pues es el día que menos cargado se encuentra, así tendría oportunidad de explorar a su manera la oficina y ponerse cómoda.

Ella se presentó a la oficina y fue como si a mi alrededor todo lo que pudiera ver es brillo. Su perfume inundó cada rincón, era una fragancia muy sutil, pero a la vez, poderosa. Mi sentido del olfato es muy sensible; percibí el aroma a manzana, madera de cedro y limón de Sicilia. Se veía alegre y llena de energía. Ni siquiera ha comenzado a trabajar y ya siento que tomé una buena decisión.

Con sus manos fue tocando y explorando cada rincón de la oficina; desde la puerta de entrada hasta mi despacho y el área de su escritorio. Lucía extremadamente concentrada, por eso guardé silencio mientras lo hacía.

—He traído el contrato firmado, Licenciado.

—¿Por qué no esperó a que se lo leyera? Pensaba hacerlo hoy mismo.

—No tiene de qué preocuparse. Fue muy simple.

—¿Cómo pudo leerlo?

—Con una aplicación que lee en voz alta todo lo que le muestras.

—Está a un nivel muy avanzado. ¿Así es como logró graduarse?

—No. En la universidad tenían un sistema de escritura y lectura llamado Braille. Era mucho más fácil. Aunque, no me quejo. He aprendido a leer lo que esté escrito a mano. 

—Es muy inteligente.

—Gracias — sonrió ladeado.

Le di su espacio durante el día para que se manifestara. Cada vez me sentía más fascinado por su forma de pensar y hacer las cosas. Me asomé varias veces para ver que estuviera bien. Era increíble verla atendiendo a mis clientes. Quien la viera, jamás podría sospechar que ella no puede ver. Algunos de mis clientes me comentaban lo carismática y dulce que encontraron a mi nueva asistente. Según dicen, ni Mari Carmen era así de atenta con ellos. No es difícil darse cuenta lo emocionada que está con el trabajo. Se desenvolvió más rápido que cualquiera de mis otras asistentes.

Me asomé en un instante donde no debí hacerlo, pues estaba inclinada en la fotocopiadora tocando la bandeja de papel y sus atributos se veían mucho más pronunciados en su pantalón. Me sentía como el hombre más pervertido de la historia. Es como si me estuviera aprovechando de ella.

No se supone que la esté vigilando a escondidas de esta manera. Mucho menos que esté ladeando la cabeza para verla mejor. Parezco un acosador. ¿Qué demonios me ocurre? Ella es mi asistente, no tengo razón para esconderme, tampoco para hacer esto.

—¿Necesita algo, Lic. Price?

¿Cómo supo que estaba aquí, si no hice ruido?

—No —quedé recto, despejando la garganta—. Solo quería asegurarme de que todo estuviera en orden, pero, por lo visto, tiene todo bajo control.

—Por supuesto. Muchas gracias por su preocupación. Sé que ha estado muy al pendiente de mí y le agradezco mucho — la sonrisa que me dedicó me hizo asumir inmediatamente que, en efecto, se dio cuenta de lo que hice a sus espaldas y traté de ocultar.

Sentí que casi vomito hasta el pulmón.