Formalizamos nuestra relación y la verdad es que, ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Pasamos mucho tiempo juntos y disfruto cada día de su compañía, de esa conexión tan poderosa e increíble que existe entre los dos.

Algo que me sorprendió, fue que haya desistido sobre la idea de operar sus genitales. Aunque diga que detrás de esa decisión no estoy envuelto, estoy seguro de que de alguna forma he influido. La realidad es que, me gusta todo de ella y desde el comienzo prometí aceptarla tal y como es, por lo que jamás fallaría. Creo que en gran parte, que ella se haya aceptado y abierto a mí de tal forma, es lo que hace cada encuentro sea mucho más intenso que el anterior.

He querido apoyarla en el proceso, incluso mi papá me ayudó en la búsqueda de un especialista que pueda encontrar la raíz del problema y operarla. Las últimas semanas, la he acompañado a la mayoría de sus citas y evaluaciones. Aunque el trabajo es sacrificado, siempre saco el tiempo para ella.

—Necesito recalcar una última vez que esta cirugía no garantiza que la paciente pueda recuperar la vista.

—Entendemos cabalmente la situación, doctor. Aun así, el que no arriesga no gana. Le estoy entregando a mi mujer en sus manos, así que le advierto que cuide de ella y haga todo lo que esté en sus manos para que esa operación sea un éxito. Cuento con que así será.

Ella no había dicho nada, hasta que salimos del hospital y se echó a reír.

—¿Qué ha sido toda esa advertencia de ahí dentro? No puedo ver la reacción del doctor, pero me temo que lo dejaste sudando frío.

—Estaba algo ansioso y hablé de más.

—Sonó más a una orden que a un pedido.

—Sé que han sido unas semanas bastante cargadas por todos los exámenes que te han realizado, pero ajeno a eso, ¿cómo te sientes?

—Me siento bien; feliz y agradecida contigo y tu papá por todo lo que han hecho por mí. Por cierto, el día de la operación está pautada la vista de Carmen. Espero no estés pensando en hacer ningún arreglo — advirtió.

—No, ¿cómo crees?

—Sí, como si no te conociera.

—Te acompañaré el día antes para realizar la admisión y te traeré al día siguiente en la mañana. Tan pronto salga de la vista, vendré a hacerte compañía. No podrás estar en la oficina por unas cuantas semanas, por eso me tomaré unas vacaciones para acompañarte durante ese tiempo.

—Has estado planificando todo eso a mis espaldas. Entiendo que quieras cuidar de mí, pero tú tienes tus responsabilidades.

—Sí, y tengo claras mis responsabilidades y prioridades. Pero estás olvidando un detalle muy importante; tú eres una de ellas y no pienso dejarte sola. Por mí, podrás hacer un berrinche, gritar, tirar patadas, o lo que quieras, pero no pienso dar mi brazo a torcer, Sra. Price.

—¿Y en qué momento me he convertido en la Sra. Price, Licenciado?

—Desde que puse mis ojos y algo más en ti.

—¿De qué precisamente hablamos? — sonrió ladeado, y me contagió—. No puedo negar que me gusta que te refieras a mí de esa manera.

—Te sienta bien. Desde que aún no éramos nada, ya habían especulaciones de que eras mi señora. Qué irónico, ¿no? — atraje su cuerpo hacia mí por su cintura.

—¿Aún guardas la portada de ese periódico?

—Sí. Está en mi escritorio. Fue la primera foto que nos tomaron juntos.

—Me gustaría algún día poder verla.

—Sé que podrás. Confío en que esa cirugía será un éxito.

—Y si no lo fuera, ¿me seguirás queriendo, aunque jamás pueda verte?

—Definitivamente; de la misma forma o más de lo que te quiero ahora.