17. Perfección
—Por Dios, me vuelves loco— susurré en sus labios—. Ojalá pudieras estar en mi lugar ahora mismo, para que puedas experimentar esto que estoy sintiendo ahora— volví a fundirme en sus labios, deleitándome con el dulce nectar de su saliva—. Génesis, desde el primer día que pusiste un pie en mi oficina, no sabes lo maravillado que me dejaste. Tu seguridad, tu simpleza, tu sonrisa, fueron unas de las tantas cosas que me enamoró de ti. Tenía miedo de que pensaras que esto era muy precipitado. No llevamos ni un año de conocidos, pero solo un segundo bastó para convencerme a mí mismo de que tu eres esa mujer que no esperé jamás tener, pero que anhelo conservar para siempre en mi vida.
—Jamás hubiese imaginado que estarías sintiéndote igual. Es difícil interpretarte con lo poco que dices. Me siento como una tonta.
—No digas eso o harás que me moleste. Se supone que la sorpresa sería para ti, pero terminaste sorprendiéndome a mí. Qué bien te lo habías guardado. Ahora siento curiosidad en saber qué te gustó de mí.
—Todo — contestó sin titubear—. Eres como una especie de hombre en peligro de extinción. Físicamente no sé cómo realmente luces, aunque he tratado de hacer algunas imágenes mentales con lo poco que he palpado, pero estoy segura que no he debido acercarme ni un poco. Las clientas te describen como un hombre muy atractivo y ardiente. Debo lidiar con esos comentarios casi todos los días. Aunque no puedo verlas, no es difícil darse cuenta lo maravilladas que quedan cuando salen de tu oficina. Muchas de ellas ni se quieren marchar.
—¿Celos?
—Sí. Creo que así le llaman— sonrió ladeado—. Es incómodo escuchar ese tipo de comentarios de mujeres que sí tienen la oportunidad de apreciar tu belleza. A su vez, me digo a mi misma que, a diferencia de ellas, tengo la oportunidad de compartir contigo casi todos los días. Además de que, siento que entre los dos hay mucha química. No podré verte, pero me siento satisfecha con oírte y sentirte.
—¿Sentirme? ¿Y en qué momento pasó eso que no lo recuerdo? — reí.
—En el baño aquella vez — lo mencionó, entrelazando sus manos en mi corbata—. ¿Ya lo olvidó, licenciado? — esa voz tan sensual me puso los pelos de punta y no solo eso.
—En mi defensa, debo mencionar que ese día no sentiste nada.
—¿Y esto qué es? — su otra mano agarró mi erección por encima del pantalón, y me impresionó su repentina acción—. ¿Algo más que desee añadir en su defensa, licenciado? — lamió paulatinamente sus labios.
—Por supuesto, Srta. Génesis. Hay mucho que alegar. Pero antes que nada, me encantaría hacerle una pregunta y que la responda con toda honestidad, recordando que está bajo juramento.
—Usted dirá.
—¿Le gusta lo que tiene en sus manos?
—Me encanta — tragó saliva, mordiendo instintivamente su labio inferior.
Ese gesto tan erótico me acabó por enloquecer. Ya esto es demasiado, es más de lo que pueda soportar. La levanté, sentándola sobre su escritorio y acomodando mi cuerpo entremedio de sus piernas.
—Ya va a ser hora de abrir la oficina. Hay personas afuera esperando.
—Les abriremos, pero después de que resuelva este conflicto entre nosotros. Debe asumir la responsabilidad luego de haber provocado que la situación se caliente de esta manera tan caótica. Primero me besa, luego me manosea, y ahora pretende dejar las cosas a medias. Pues no, señorita, me rehúso a que juegue con mis sentimientos y mi cabeza más tiempo. Hágase cargo de lo duro que me ha puesto — mi mano se deslizó por su muslo y por encima de la media, adentrándose lentamente por debajo de su traje.
Esperaba encontrarme con un pantalón corto o algo parecido, pero ese no parecía ser el caso. Me aparté para subir su traje y ver su encaje. Su conjunto de lencería era verde y traía ligueros conectados a sus medias negras. Dios mío, sus muslos se veían extremadamente grandes.
—¿Sueles vestirte así todo el tiempo? — relamí mis labios.
—Solo desde que ocurrió lo del otro día en el baño — se puso de pie, bajando el cierre de su traje por el costado.
—¿Así que te habías preparado para mí? Debiste decirlo antes.
—¿Cómo se ve? — dejó caer el traje a sus pies, pero evidentemente eso no fue a lo que le presté atención, fue a su cuerpo.
—Me has dejado sin palabras con tanta hermosura. Te ves preciosa y muy sensual.
Todas mis hormonas volvieron a alborotarse al contemplarla en ese conjunto tan seductor que dejaba poco a la imaginación. Me trae babeando como un loco. La perfección hecha mujer estaba delante de mis ojos, era inevitable no admirarla con devoción y deseo.
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