10. Aquí me tienes
Me senté en el sofá de la sala mientras ella iba a la cocina. Contemplaba a lo lejos todo lo que hacía. Cuando regresó, se mantuvo de pie frente a mí.
—¿Por qué no te relajas y tomas asiento? Has estado de pie la gran parte de la noche.
—¿Quieres venir a mi habitación?
—Me encantaría.
Espera, eso sonó muy inapropiado.
—Ven — no pude detenerla, pues se adelantó.
¿Para qué quiere que entre a su cuarto? ¿No está consciente del peligro que corre? Mi imaginación estaba volando, no podía detener esos pensamientos tan pervertidos que creaba. Cada día es mucho más difícil controlarme. Ella tampoco ayuda. Cuando trato de no pensar en ese tipo de cosas, sale ella a proponerme algo que me lleva a hacerme ideas en la cabeza.
Entré a su habitación y era muy pequeña, pero estaba todo bien organizado y colorido. Los colores le daban un toque algo infantil, pero eso solo la hace lucir más tierna. En la esquina de la habitación estaba el piano que me había mencionado.
—¿Le gustaría que lo toque? — su pregunta me llevó a mirarla de inmediato.
—¿Otra vez? Conmigo no hay problema.
Llevó su mano a la boca, soltando una risita burlesca.
—¿En qué estás pensando? Hablaba del piano. Esto era lo que te quería mostrar.
Mendiga vergüenza que me toca pasar cada vez con ella. Me estoy comportando como un hombre fácil.
—Eso se pudo malinterpretar. Debiste formularlo de otra manera.
—Lo siento — riendo, se sentó frente al piano y me senté al lado de ella.
—Hace varios meses que no lo toco. Hablo del piano — aclaró.
Ni al piano, ni a mí tampoco. Eso ha quedado bastante claro.
Estábamos muy cerca. Su hombro rozaba con el mío. Con una sonrisa comenzó a tocar el piano y la suave y alegre melodía me cautivó por completo. Es muy hábil con las manos. La manera tan sutil en que presiona las teclas es digno de admirar. Es como si esa melodía te hablase. Ladeó la cabeza hacia mí y me perdí en sus hermosos ojos color avellanas. Aunque sé que no puede verme, estoy muy nervioso.
—Eres muy buena en todo lo que haces. Te lo he preguntado muchas veces, pero ¿hay algo que no puedas hacer?
Humedeció sus labios y observé el brillo en ellos.
—Verte… — su respuesta aceleró mis latidos.
Es como si el corazón se me hubiera subido a la garganta y pudiera oír mis latidos con más claridad y eso lo hace muy vergonzoso. En mis treinta años jamás había experimentado esto con alguien. Tomé sus dos manos entre las mías y sentí su sobresalto.
—Pero aquí me tienes, ¿no es eso suficiente? — planté un suave beso en la planta de sus manos y noté cómo sus mejillas se enrojecieron.
No sé qué estaba haciendo. La realidad es que todo salió tan natural de mí que hasta por unos segundos pensé que ella se enojaría por haberme tomado ese atrevimiento. Se sentía como si el calor y la suavidad de sus manos se hubiera impregnado en mis labios.
—S-sí. Es suficiente — sonrió risueña.
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