La Orquídea de Año Nuevo (Mpreg)
Brendon jamás pensó que su noche de disfrute terminaría en una gran sorpresa de una posibilidad de una en un millón. Sabía que se había estado sintiendo mal las últimas tres semanas, en las que duraba con muchos periodos de cansancio y náuseas matutinas que lo tenían harto. No tenía ningún pensamiento en concreto que pudiera ser. Bueno, ¿a quién engañaba? Sí lo tenía, y este se relacionaba directamente con que estuviese desarrollando una enfermedad a causa de su sexualidad, a diferencia de esa posibilidad que le acababan de anunciar:
—Felicidades, señor Fiore, está embarazado.
Escuchar ese anuncio del doctor le fue imposible de asimilar en un principio. De hecho, era demasiado evidente con su expresión de incredulidad.
—No, debe de ser una broma —soltó—. Esto debe de ser otro malestar, otra enfermedad... ¡Soy un hombre como para estarlo! ¡Le exijo que me dígame la verdad!
—Es uno especial, señor Fiore —contradijo el médico—. Según los análisis, usted pertenece a ese raro grupo de individuos masculinos denominados Donceles, los cuales le permite poder concebir un bebé.
Aún con esa pequeña explicación, él continuaba sin creerle.
En sus muchos exámenes de rutina, jamás le habían dicho que él podía procrear, y hasta ahora no había pasado ningún incidente con los síntomas que no fuesen parecidos a los de una migraña, resfriado o intoxicación alcohólica...
Para Brendon, todo esto era una mala broma.
—Que buen comediante es, doctor —le apuntó con su dedo intentando ocultar sus nervios—. Ya, en serio, dígame si me contagie de una enfermedad mortal. Seré gay, pero eso no significa que deba tratarme como a un tonto.
—No tengo porque mentirle en ninguno de esos aspectos —afirmó el hombre con bata blanca mientras escribiendo en el expediente de su paciente la nueva condición que tenía—. Vino por respuesta a sus malestares, ya que es normal preocuparse de estos. Sobre todo, cuando pasan las fiestas de Navidad y Año Nuevo, que vienen cargadas de muchas sorpresas, como lo es en su caso.
—¿Mi caso? —preguntó con cierto tono de ironía en su voz—. ¡Jamás fui informado de que soy hermafrodita!
—Hermafrodita no, señor Fiore, esa condición no le permitiría tener hijos —rectificó el especialista—. La que tú tienes, sí. Eres un Doncel, lo raro de ustedes es su capricho para escoger al momento de procrear —comentó teniendo su atención—. No son como las mujeres. Ustedes, en base a, sus deseos deciden si el esperma es adecuado por la atracción que siente hacía esa persona.
—Doctor, no tengo pareja. Tuve sexo ebrio con un desconocido para recibir el año.
La cara del médico cambió drásticamente entretanto se disponía a anotar la nueva información que le fue suministrada.
—Pues a sus veinticinco años, su cuerpo escogió a un donante que sus feromonas lograron atraer —puntualizó—. Quien haya sido, no iba poder resistirse a su bomba atrayente envuelta en ese estado que el alcohol impulsó con más fuerza.
—No... —agarró sus cabellos—. ¡No es mi culpa! ¡Yo no sabía de mi condición!
—Por favor, señor Fiore, no se altere.
—Y usted deje de mentirme —le acusó entrando en pánico—. Dentro de mí no hay nada más que una mala digestión de alcohol para que me diga esas estupideces.
El hombre enfrente de él suspiró, cansado de que su paciente se negara a su nueva realidad. Por lo tanto, con amabilidad, le pidió pasar al ecógrafo para terminar con su sesión médica. Claro que el joven se negó por creer que querían engañarlo como cuando confundían las muestras de orina o sangre; sin embargo, tras dos minutos insistiéndole, el doctor logró pasarlo a la camilla, donde iniciaron el procedimiento en silencio.
Primero le echó aquel gel frío que lo hizo estremecerse como reacción, hasta sentir cómo era esparcido por el aparato que le ayudaría a visualizar mejor la cavidad torácica en esa pantalla en la que se podía ver un amplio mar profundo en colores blanco y negro. Ante eso, Brendon observaba la imagen que se mostraba delante de él sin comprenderla mucho. Después de todo, era borrosa sin notar que hubiese algo adentro que fuese diferente a otras revisiones de rutina.
Eso fue lo que creyó por un par de minutos hasta ver lo que pareciera ser una pequeña mancha en el monitor.
—Ahí está —detuvo el transductor cuando encontró lo que quería—. Todo un guisante de tres semanas y, para ser el primer embarazo, vaya que le avisó con tiempo.
—¿No es un tumor?
—Se confunden con facilidad como pasa con los parásitos, pero... —volvió a remover el dispositivo por su abdomen para darle una imagen más amplio de este—. Aquí está lo que los Doncel comparten con las mujeres: un útero que, en su caso, se encuentra anidado.
La boca de Brendon se abrió en forma de "o" tras conocer que tenía más de lo que pensaba en su interior, incluso molestarse de que no lo supo hasta que su quisquilloso cuerpo se sintió atraído involuntariamente por un hombre que conoció en la fiesta del bar en el Año Nuevo. Eso le hacía tener interés en saber quién era la persona; no podía tener una imagen clara de cómo podría ser su físico, pero sí podía recordar su extravagante perfume de orquídeas que le incitó a lo imprudente, más ahora con esta impactante.
Tener esa noción en la mente le hizo volver a la realidad al mismo tiempo que miraba nuevamente al monitor a su izquierda.
—¿Cuántas semanas tengo?
—Como dije, antes de que lo negara todo, por no decir que también se lo repetí hace unos instantes, usted tiene tres semanas —el doctor hizo una pausa para sacar un mejor cálculo en su mente—. Incluso podría garantizar que cuatro semanas por lo que comentó acerca de cómo se encuentra en esta situación.
—¿Alguna recomendación para mí con todo esto? Ya sabe, soy hombre y...
—Sí debo decir que debe tener cuidado con lo sobreesforzarse. ¿De qué trabaja?
—Soy Botánico. Por esa razón, también vine pensando en alergias al mundo al que estoy expuesto diariamente.
—Tal vez una reacción a los aromas dulces que incómodo a su nueva nariz sensible —el médico tecleó en el aparato para imprimir la ecografía al mismo tiempo que le daba un pañuelo a su paciente para que se limpiara—. Aunque ocasionalmente es más con la comida, ¿hay algo en su dieta que lo altere?
—Puedo decirle que con las flores solo eran mareos leves. Lo que me provoca las náuseas son mis comidas —tragó saliva de recordarlo mientras se quitaba el gel de su abdomen—. Soy vegetariano, pero no he podido pasar mucho las comidas... —cubrió su boca sintiendo el asco—. Verdes en estos días...
—Quítelas de su menú si tanto le molestan —aconsejó.
—Pero son las que más me gustan.
—Parece que a su futuro bebé no —el hombre experto en medicina se levantó de su silla para ir a su escritorio y volver con Brendon a darle sus papeles—. Usted será hombre, pero su embarazo es como el de cualquier mujer. Así que le aconsejo que, si piensa seguir con él, tome estas vitaminas y suplementos de hierro. También, venga cada mes; sobre todo si siente alguna molestia en sus cambios, venga con frecuencia.
Él le asintió con dudas tomando sus nuevas pertenencias para marcharse del recinto en dirección a la calle e intentar despejarse un poco de este día tan extraño.
Después de la consulta, Brendon llegó a su apartamento sintiéndose devastado, teniendo los exámenes y la ecografía en sus manos. Por no decir que también unas fuertes ganas de vomitar a causa de los nervios que le provocaba la situación. Saber que tenía tres semanas (casi un mes) de embarazo le provocaba tirar muchas cosas por la borda ante lo sorpresiva que le parecía la situación.
Seguía creyendo que todo esto debía de ser una mala broma o un sueño. No lo consideraba una pesadilla porque los bebés jamás le han aterrado, aún más si había estado pensando en eso de una familia los últimos meses; tal vez su condición afloraba ese sentimiento materno, pero volviendo al punto de su rabieta: estaba decepcionado.
Era lo que más percibía en sí mismo por el hecho de que fue una acción tan inconsciente. Ciertamente, eso era lo que creía, pero al darle otra vez vuelta a ese recuerdo, buscándole esa claridad que quería ver, más rememoraba algunos detalles del sujeto: era alto (demasiado), moreno y con perfume a orquídeas tan excitante... Esa última reminiscencia lo emocionó.
Sin embargo, fue interrumpido por su teléfono. Acercó el identificador a su rostro para darse cuenta de que era Sara Malka, su compañera del trabajo, quien lo llamaba. Decidió contestar para tener más distracciones que las que tenía con él mismo.
—¡Brendon! —saludó su compañera al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? ¿Qué te dijeron?
Pensaba que responderle. De no ser por ella, ni se hubiese molestado en saber que tenía esperando a que se le pasara, seguro lo hubiera dejado pasar y se enteraría en el momento que daría a luz.
—Mmm —mordió su labio observando algo de lo que pudiese excusarse—. Nada fuera de lo común... Mucho alcohol... Mi cuerpo no...
—Claro, y yo como mucho jamón porque no soy judía —mencionó con sarcasmo—. No te pongas tan diva como siempre que no estás en el invernadero, ¿qué te dijeron?
—Es una locura de decir, Sara. No estoy seguro de si me vas a creer.
—Lo que venga contigo no es normal, pero por como hablas... —la joven se quedó en silencio—. Iré después del trabajo para que me cuentes.
—¡No! ¡No vengas!
—Te haría caso, pero me importa poco —dijo para irritarlo—. Llevaré un helado de vainilla para hacerlo más suave. ¡Nos vemos en la noche!
Ella le colgó antes de que pudiese negarse.
Brendon estaba molesto por eso, tanto que dejó su teléfono en el sillón en silencio, sin importarle si recibía algún otro mensaje. Realmente no tenía más ganas de pensar en el mundo exterior. Se acostó de largo en el mueble sin querer cambiarse de ropa; no tenía ánimos de hacer contacto con su cuerpo ahora que sabía su nueva condición.
Si bien solo miraba en dirección a su abdomen plano, estando incrédulo de que tenía a alguien ahí creciendo dentro de él.
—Yo sabía que era raro, pero ¿ser un Doncel?
—recordaba el término que jamás había oído—. ¡Ah! ¡¿Por qué las cosas raras siempre me pasan a mí?! Dios, tengo hambre...
Entre sus berrinches, sintió ese apetito de repente. Mas no quiso levantarse, prefirió quedarse con las ganas, sobre todo, intentar no provocar sus náuseas, ya que solo tenía comida de vegetales verdes preparada, y de solo pensar en eso, la sensación de asco volvía a él.
—Futuro bebé, tenemos que hablar seriamente de la comida —dijo al aire—. Eres demasiado pequeño para tenerle repugnancia a las verduras, específicamente, las espinacas, lechuga, broco...
Se levantó cubriéndose la boca para evitar hacer desastre. Corrió para entrar al baño, subir la tapa del inodoro y depositar la única comida que había podido comer hoy. Teniendo eso en cuenta, le preocupaba qué podría comer. Él no quería que le pasase nada malo a su feto en desarrollo por no comer bien, por lo cual debía replantearse un menú alternativo que no incluyera hortalizas del color común de la naturaleza.
—Ya entendí, nada de eso —suspiró aún en el suelo entretanto separaba su cara en el retrete—. En serio, ¿en qué me metí?
Después de mucho rato en el sanitario, Brendon decidió esperar a su compañera del trabajo. Después de haber podido comer avena con frutos rojos, se sintió revitalizado, además de un poco más enérgico a comparación de la mañana, en la cual luchó para levantarse e ir al médico. Observaba la puerta mientras su cabeza seguía en esos pensamientos, posicionando inconscientemente sus manos apoyadas en su vientre.
Al notar que hizo ese movimiento, se avergonzó. Sabía que no se había cambiado de ropa como era habitual para él al ser un maníaco del orden, pero aún no tenía ganas de verse en un espejo.
Toc, toc, toc
—¡Ya estoy aquí! —anunció su visitante como si no lo hubiera oído—. ¡Vamos, abre antes de que se derrita el helado de vainilla!
El dueño del departamento suspiró para levantarse y abrirle; la sonrisa que Sara tenía para verlo se borró de inmediato cuando lo detalló vestido con la ropa de calle (conociendo que siempre se cambiaba por tener una para cada lugar donde estaba) envuelto en un aire tenso que no podía determinar a qué se debía.
Sin darle rodeos, él le dio paso a su morada.
La mujer entró dejando lo que trajo en la cocina, sacando lo primordial que iban a comer: el helado. Ella, estando en silencio, lo destapó para servirlo en los tazones que sacó de donde siempre y, para mala suerte de Brendon, el aroma a ese sabor lo mareó un poco, mas no lo pudo encubrir cuando tapó su nariz para no sentir la molestia. Lo intentó disimular sin decir nada, como que fuese una alergia repentina, pero su invitada era muy atenta a sus movimientos, y ese no fue la excepción.
—¿Tu nariz otra vez detectó que el helado está dañado? —preguntó oliendo el contenido de los boles.
Él negó.
—No, solo... —pensaba cómo excusarse yendo al sillón—. De seguro compraste uno que se pasó de esencia; tú sabes cómo soy con los aromas. En el invernadero pasa ocasionalmente...
Sara no le creía; ella notaba que algo lo tenía nervioso. Así que dejó los helados en la mesa cerca del sofá para sentarse de brazos cruzados.
—Bien, habla —exigió.
—No sé de qué hay que hablar...
—Quita tu mano de la nariz para que me digas: ¿Que te dijo el doctor?
—Nada fuera de lo común...
—Eres malo mintiendo. ¿Tienes alguna ETS? ¿Es grave?
—¡No! ¡Seré una sucia, pero no para descuidarme! —gritó histérico—. ¡Es una locura lo que me pasó!
—Entonces, dímelo. Solo quiero saber.
—¿Eso quieres? Bueno, gracias a tu consejo insistente, yo fui a saber que tenía, pensando que no era nada del otro mundo. Pero ¿¡sabes que me dijeron!? —hubo silencio—. ¡Soy un Doncel! ¡Eso significa que estoy embarazado!
La expresión de su compañera de trabajo fue muy seria por unos segundos, pero se terminó riendo de la nada pensando en que le jugaba una broma para suavizar el momento y así decirle la verdadera mala noticia.
—Claro, Brendon, y yo uso tichel porque me gusta sobrellevar el calor con esto —la mujer señaló el pañuelo que cubría su cabeza.
—¡No estoy para tu sarcasmo!
—Y yo tampoco para tus malos chistes —dijo volviéndose a cruzar de brazos—. ¿Vas a morir?
—¡Que no, Sara! —se levantó de donde estaba para alzar sus brazos y señalar su cuerpo—. ¡Estoy esperando un bebé! ¡Soy un Doncel!
—Primero: eso no existe. Segundo: eres hombre y tercero...
Brendon estaba irritado de que tuviese esa renuencia, por lo cual decidió buscar los exámenes que señalaban con su nombre lo que le diagnosticaron. Tardó un poco, ya que no recordaba con su cabeza hecha un desastre dónde los había metido, pero cuando los tuvo entre sus manos, se los enseñó a su invitada, señalándole, explicándole y remarcándole todo el asunto.
—¿Tres semanas? —él asintió—. Brendon, sigo creyendo que esto es imposible, incluso con tanta ciencia moderna —volvió a leer los resultados—. Pero las cuentas de todo esto, los síntomas... ¿Seguro que no eres una mujer que quiso ser hombre y ahora todo le está pasando factura?
—¡NO! ¡SOY UN HOMBRE DESDE QUE NACÍ, SARA! —le arrebató con molestia sus papeles, pero en su rabia, sin querer dejó caer uno: la ecografía. Él se agachó para recogerla—. No sabía lo que era hasta hoy. Jamás me sentí diferente de lo usual...
Se quedó en silencio observando al embrión de la imagen que tenía entre sus manos. Repentinamente, él quiso llorar por sentirse asustado de golpe.
—Tendré un bebé —susurró para sí mismo.
—Oye, no te sientas mal, Brendon —su compañera buscó traer su atención—. Tómalo con calma. Como dicen: toda una bendición.
—De lo antinatural —se levantó para ir nuevamente a sentarse en el sillón viendo los tazones en la mesa—. Así como se derritieron los helados, de la misma manera acabará mi vida.
— No lo veas así. Entiendo lo complicado que es por no ser algo común y, pese a eso, respóndeme: ¿Lo quieres tener?
—Siempre he querido una familia —comenzó diciendo, yéndose por las ramas—. Mis mamás me criaron en una muy amorosa como para no evitar desear transmitir ese mismo amor que ellas me dieron.
—Eso no responde a mi pregunta.
— Sí. Lo arruiné, pero eso no significa que no quiera. Lo que quiero decir es que no puedo hacer como hacen todos en estos casos —aclaró su punto—. Así que, yo quiero tenerlo.
—Pero ¿te sientes listo? —seguía interrogándolo—. Te lo repito: eres un hombre. Es casi imposible verlos embarazados, menos con esa condición desconocida que tú llamas "Doncel".
—Nadie jamás está listo para esta responsabilidad, y lo que puede pasar es que me confundirán erróneamente con un hombre transgénero que está pasando su proceso de cambio —se cruzó de brazos de pensar en la ignorancia de la gente—. Me repugna lo que me provocan sus pensamientos y que vivimos en un mundo tan estúpido.
Su acompañante le extendió el bote de helado derretido de la mesa, pero lo rechazó sintiendo un leve mareo por ese olor. Eso le hizo maldecir en voz de no poder disfrutar su sabor favorito; le recordaba a lo mismo que le pasaba con los vegetales verdes. Quería reírse por la ironía de que el bebé estaba siendo bastante directo en que odiaba todo lo que a él le gustaba.
—¿Cómo pasó todo esto? —las preguntas siguieron apareciendo por parte de Sara.
—Estaba en despecho por un heterocurioso, tú sabes bien quién... —exhaló—. Solo quise recibir el Año Nuevo ebrio con alguien que me diera placer sin preocuparme si era gay, bisexual o hetero. Solamente quería divertirme.
—Si que te afectó ese asunto.
—Y lo hace aún más cuando debes verlo todos los días... —Brendon recogió sus piernas sobre el sillón para apoyarse en ellas—. El alcohol hizo que no pensara más en eso. Me terminé enrollando con alguien, pero no recuerdo a detalle el rostro del sujeto.
—Tanto que recuerdas a todas tus malas citas para no saber con quién lo hiciste esa noche.
—Sara, en serio, solo sé que era muy alto, moreno y con un exquisito perfume de orquídeas —recordar eso último lo estremeció—. Por ese aroma de su cuerpo, yo... —mordió su labio—. Dios, cómo me lamento de no recordar más de él o haberle pedido su número.
—Ahora tienes como recuerdo de él: su futuro hijo.
—Eso me pasa porque me fui temprano para no decepcionarme de la realidad.
—Te golpearía por esa tontería. No obstante, tienes suerte de que no puedo hacerlo porque tienes una carga valiosa dentro de ti —tomó el segundo tazón que sirvió de helado para comérselo—. ¿Cómo harás con el trabajo?
Esa fue una interrogante que no quiso responder por pensar porque de hacerlo tenía que tomar en cuenta ese asunto que todavía sobrellevaba y no quería que ahora no buscarle una solución que pudiera perjudicarlo a él y a su futuro hijo o hija.
—Han sido demasiadas preguntas, Sara.
—Pero...
—Lo resolveré en su momento.
El Doncel estaba con un mes y medio de embarazo, de los cuales, al tenerlos, su trabajo se le hacía pesado por todos esos aromas que emanaban las flores, haciéndolo sensible a ellas. Podría definirse que era algo nauseabundo que debía disimular con mucho cuidado (no quería ser la burla de sus compañeros); si bien solo contaba con Sara por ser la única en quien confiaba y sabía del asunto, no podía ocultarlo para siempre, menos cuando su cuerpo iniciase con los dichosos cambios parecidos a los de una mujer.
A pesar de que aún pensaba que era absurdo ese hecho de ser un hombre embarazado.
—Dios, que cansado me siento —restregó sus ojos estando en su mesa de trabajo—. También me duele mi pecho... —lo tocó levemente empeorando ese hormigueo—Ah... Que molesto es.
—Señor Fiore, no son horas de sus cosas raras —regañó su supervisor entrando a la escena—. Vine por el encargo. ¿Tienes el informe de la Flor de Kadupul?
—No, señor Colombo —quitó sus manos de dónde estaban para buscar sus papeles del reporte—. No me he podido acercar bien a la Epiphyllum oxypetalum. Solo anoté lo que observaba de lejos...
Su jefe le arrebató los panfletos, el hombre estaba impresionado que solo llevaba dos hojas a diferencia de muchas otras veces que tenía hasta cinco cuando se le encargaba varias tareas.
—Últimamente está algo ineficiente, señor Fiore —indicó observándolo de reojo—. Desde que fue al médico el mes pasado anda fatigado, ¿ya le aburrió el mundo botánico?
—Para nada.
—Entonces, ¿qué? ¿Necesita un incentivo como antes?
—No, esos términos quedaron en el pasado —contestó sintiéndose incómodo—. Ahora me dedico es a mi trabajo.
—Rodeado de tanta flora y vegetales no oculta lo que es —el supervisor del invernadero se acercó a su empleado con una sonrisa bastante cínica—Será vegetariano, señor Fiore, pero bien que disfruta de la carne.
Aquel comentario lo irritó bastante. Ahora sí que deseaba que se largara de su vista, no creería que soportaría ese trato, menos con sus nuevas hormonas encima.
—¡Está bien! Le tendré el informe para antes del almuerzo.
—Oh, me temo que eso no será así de sencillo —sacó una carpeta con dos papeles más—. Estás muy atrasado y, como tú eres quien se dedica sin miedo a analizar las plantas raras, tienes que darme los informes detallados de la Orquídea garza blanca y Flor de Chocolate para el final del día junto a la Flor de Kadupul.
Brendon tomó todos los ensayos (incluyendo el que tenía incompleto de la Flor de Kadupul) para leerlos; algunos de las nuevas flores tenían solo sus nombres científicos y características físicas, exceptuando su olor. Ahí tragó saliva, preocupándose de lo que estos aromas pudiesen provocarle; debía tener cuidado.
—Venga conmigo, señor Fiore, debo indicarle dónde están sus nuevas amigas —ordenó su supervisor.
El doncel se levantó con el bolígrafo y papeles en mano, yendo desde atrás del hombre que lo acompañaba. Buscaba de mantener su mirada cabizbaja para no mirarlo y no tener malos recuerdos, pero eso era un caso contrario con respecto a su supervisor, pues estando solo por ese pasillo tenía otras intenciones.
—Estás muy callado —puntualizó el señor Colombo—. Me gustaría que hablásemos más. Después de todo, tenemos una relación íntima entre nosotros.
—Le aclaré educadamente que no volveríamos a ir más allá, señor...
—Llámame Leopold, lo sabes —Leopold paró de caminar para darse la vuelta y dirigirse otra vez a Brendon—. Oh, eres tan lindo cuando te haces el rudo y difícil.
—Y eso no quita que usted sea desagradable con sus mentiras.
Aquel hombre lo agarró de la muñeca, haciéndolo soltar los papeles al piso. Antes de poder hacer algo, observó su entorno en el invernadero buscando asegurarse de que estuviesen solos, para así demostrarle sus verdaderas intenciones.
—Supéralo. Yo quisiera olvidarte, pero me diste el mejor sexo que mi esposa jamás ha podido darme —se aproximó a su rostro—. Desearía poder rememorarlo. Así que, te perdonaré todo lo que pasó para ya sabes...
Brendon se sentía sofocado por esa cercanía y por esa manera tan insistente con la que deseaba tocarlo. Sabía que entre sus gestos quería chantajearlo, incluso besarlo por la manera que tomaba forzadamente su rostro sin dejarlo escapar. Le daba asco, aún más viendo cómo aquel hombre posicionaba mejor su boca, cerrando sus ojos en dirección a la suya. Intentaba forcejear al mismo tiempo que caminaba hacia atrás como si pudiese zafarse, pero el agarre de su supervisor era bastante fuerte y decidido para demostrarle que lo anhelaba.
—¡Señor Colombo su esposa al teléfono! ¡Tampoco olvide la reunión con el consejo!
Su jefe gruñó por la interrupción en el altoparlante con esos anuncios. Brendon se sintió aliviado de no tener que usar la fuerza para caer en problemas públicamente.
—Regresaré —lo tomó de su muñeca para llevarlo al sitio donde tenían que haber ido en primer lugar—. Aquí tienes las flores que te faltaban.
El botánico fue guiado por su jefe por la otra parte del invernadero, donde le señaló a la Habenaria radiata y Cosmos atrosanguineus para luego dejarlo solo. Agradeció al aire que lo salvaran de cualquier estupidez.
Después de eso, dedicó su mirada a la flora que aguardaba por él.
Ambas flores a simple vista les parecían maravillosas; la primera con su color blanco y la forma de sus pétalos que se asemejan enormemente a la imagen de una garza batiendo el vuelo y la segunda con su intenso color rojo amarronado, la cual podría decir que le generaba calidez por recordarle a una festividad que suele disfrutar. En su opinión, ninguna tenía que envidiarle a la otra por destacar con sus características que las hacían únicas; Brendon sonrió por contemplarlas siendo delicadas a la luz que les daba esa zona en específico del invernadero.
Él se acercó para olerlas; la flor de chocolate tenía un cierto aroma a vainilla que lo mareó de golpe por no soportar su esencia favorita. De hecho, sintió que su desayuno subía por su garganta al tener presente esa fragancia en su nariz.
—Bebé, no, en mi trabajo no... —tocó su estómago deseando tragarse su vómito, pero le era imposible—. Mmm... Ah... Ah...
No soportó el malestar, él terminó expulsándolo todo a una distancia prudencial cerca de las plantas sin estropearlas.
—Esto será más difícil de lo que pensé.
El hombre embarazado limpió su desastre con rapidez. Una vez que terminó, se fue a recoger las flores que le fueron asignadas para llevárselas a su despacho para empezar a trabajar.
El Doncel estaba con un mes y medio de embarazo, de los cuales, al tenerlos, su trabajo se le hacía pesado por todos esos aromas que emanaban las flores, haciéndolo sensible a ellas. Podría definirse que era algo nauseabundo que debía disimular con mucho cuidado (no quería ser la burla de sus compañeros); si bien solo contaba con Sara por ser la única en quien confiaba y sabía del asunto, no podía ocultarlo para siempre, menos cuando su cuerpo iniciase con los dichosos cambios parecidos a los de una mujer.
A pesar de que aún pensaba que era absurdo ese hecho de ser un hombre embarazado.
—Dios, que cansado me siento —restregó sus ojos estando en su mesa de trabajo—. También me duele mi pecho... —lo tocó levemente empeorando ese hormigueo—Ah... Que molesto es.
—Señor Fiore, no son horas de sus cosas raras —regañó su supervisor entrando a la escena—. Vine por el encargo. ¿Tienes el informe de la Flor de Kadupul?
—No, señor Colombo —quitó sus manos de dónde estaban para buscar sus papeles del reporte—. No me he podido acercar bien a la Epiphyllum oxypetalum. Solo anoté lo que observaba de lejos...
Su jefe le arrebató los panfletos, el hombre estaba impresionado que solo llevaba dos hojas a diferencia de muchas otras veces que tenía hasta cinco cuando se le encargaba varias tareas.
—Últimamente está algo ineficiente, señor Fiore —indicó observándolo de reojo—. Desde que fue al médico el mes pasado anda fatigado, ¿ya le aburrió el mundo botánico?
—Para nada.
—Entonces, ¿qué? ¿Necesita un incentivo como antes?
—No, esos términos quedaron en el pasado —contestó sintiéndose incómodo—. Ahora me dedico es a mi trabajo.
—Rodeado de tanta flora y vegetales no oculta lo que es —el supervisor del invernadero se acercó a su empleado con una sonrisa bastante cínica—Será vegetariano, señor Fiore, pero bien que disfruta de la carne.
Aquel comentario lo irritó bastante. Ahora sí que deseaba que se largara de su vista, no creería que soportaría ese trato, menos con sus nuevas hormonas encima.
—¡Está bien! Le tendré el informe para antes del almuerzo.
—Oh, me temo que eso no será así de sencillo —sacó una carpeta con dos papeles más—. Estás muy atrasado y, como tú eres quien se dedica sin miedo a analizar las plantas raras, tienes que darme los informes detallados de la Orquídea garza blanca y Flor de Chocolate para el final del día junto a la Flor de Kadupul.
Brendon tomó todos los ensayos (incluyendo el que tenía incompleto de la Flor de Kadupul) para leerlos; algunos de las nuevas flores tenían solo sus nombres científicos y características físicas, exceptuando su olor. Ahí tragó saliva, preocupándose de lo que estos aromas pudiesen provocarle; debía tener cuidado.
—Venga conmigo, señor Fiore, debo indicarle dónde están sus nuevas amigas —ordenó su supervisor.
El doncel se levantó con el bolígrafo y papeles en mano, yendo desde atrás del hombre que lo acompañaba. Buscaba de mantener su mirada cabizbaja para no mirarlo y no tener malos recuerdos, pero eso era un caso contrario con respecto a su supervisor, pues estando solo por ese pasillo tenía otras intenciones.
—Estás muy callado —puntualizó el señor Colombo—. Me gustaría que hablásemos más. Después de todo, tenemos una relación íntima entre nosotros.
—Le aclaré educadamente que no volveríamos a ir más allá, señor...
—Llámame Leopold, lo sabes —Leopold paró de caminar para darse la vuelta y dirigirse otra vez a Brendon—. Oh, eres tan lindo cuando te haces el rudo y difícil.
—Y eso no quita que usted sea desagradable con sus mentiras.
Aquel hombre lo agarró de la muñeca, haciéndolo soltar los papeles al piso. Antes de poder hacer algo, observó su entorno en el invernadero buscando asegurarse de que estuviesen solos, para así demostrarle sus verdaderas intenciones.
—Supéralo. Yo quisiera olvidarte, pero me diste el mejor sexo que mi esposa jamás ha podido darme —se aproximó a su rostro—. Desearía poder rememorarlo. Así que, te perdonaré todo lo que pasó para ya sabes...
Brendon se sentía sofocado por esa cercanía y por esa manera tan insistente con la que deseaba tocarlo. Sabía que entre sus gestos quería chantajearlo, incluso besarlo por la manera que tomaba forzadamente su rostro sin dejarlo escapar. Le daba asco, aún más viendo cómo aquel hombre posicionaba mejor su boca, cerrando sus ojos en dirección a la suya. Intentaba forcejear al mismo tiempo que caminaba hacia atrás como si pudiese zafarse, pero el agarre de su supervisor era bastante fuerte y decidido para demostrarle que lo anhelaba.
—¡Señor Colombo su esposa al teléfono! ¡Tampoco olvide la reunión con el consejo!
Su jefe gruñó por la interrupción en el altoparlante con esos anuncios. Brendon se sintió aliviado de no tener que usar la fuerza para caer en problemas públicamente.
—Regresaré —lo tomó de su muñeca para llevarlo al sitio donde tenían que haber ido en primer lugar—. Aquí tienes las flores que te faltaban.
El botánico fue guiado por su jefe por la otra parte del invernadero, donde le señaló a la Habenaria radiata y Cosmos atrosanguineus para luego dejarlo solo. Agradeció al aire que lo salvaran de cualquier estupidez.
Después de eso, dedicó su mirada a la flora que aguardaba por él.
Ambas flores a simple vista les parecían maravillosas; la primera con su color blanco y la forma de sus pétalos que se asemejan enormemente a la imagen de una garza batiendo el vuelo y la segunda con su intenso color rojo amarronado, la cual podría decir que le generaba calidez por recordarle a una festividad que suele disfrutar. En su opinión, ninguna tenía que envidiarle a la otra por destacar con sus características que las hacían únicas; Brendon sonrió por contemplarlas siendo delicadas a la luz que les daba esa zona en específico del invernadero.
Él se acercó para olerlas; la flor de chocolate tenía un cierto aroma a vainilla que lo mareó de golpe por no soportar su esencia favorita. De hecho, sintió que su desayuno subía por su garganta al tener presente esa fragancia en su nariz.
—Bebé, no, en mi trabajo no... —tocó su estómago deseando tragarse su vómito, pero le era imposible—. Mmm... Ah... Ah...
No soportó el malestar, él terminó expulsándolo todo a una distancia prudencial cerca de las plantas sin estropearlas.
—Esto será más difícil de lo que pensé.
El hombre embarazado limpió su desastre con rapidez. Una vez que terminó, se fue a recoger las flores que le fueron asignadas para llevárselas a su despacho para empezar a trabajar.
...
—¿Que hizo qué?
—Lo que escuchaste —contestó el botánico analizando las tres flores que les fueron dados—. Intenta chantajearme para volver a tener sexo conmigo el infeliz e infiel padre irresponsable que tengo por jefe.
—Pensé que cuando lo descubriste le fuiste claro.
—Lo fui y mucho. El asunto no terminó bien para él con una bofetada y ojo morado cuando lo enfrente —recalcó el hombre—. No sé qué les habrá explicado a su esposa e hijo, pero debió ser algo bastante tonto como para tomarlo como una excusa para no venir a trabajar y dar la cara.
—No puede ser. ¿Esa fue la razón que faltó en noviembre?
Le asintió como respuesta mientras se reía de recordar eso.
—Olfatéala y dime a qué huele —le extendió ambas
—¿Estás seguro de que quieres seguir trabajando en esa condición?
—Debo aguantar. Soy papá... Mamá soltera, si se puede decir así, y no puedo vivir de la nada para sobrellevar todo esto —tocaba los pétalos marchitos de la Flor de Kadupul para examinarla y hacer sus anotaciones—. Dime a qué huelen las otras dos. La de aspecto marrón me hizo vomitar por su... —apretó sus labios de sentir cierto asco por pensar en el aroma—. Ah... Mi sabor favorito de helado...
—Tu olfato no falla. Lo tiene, en pequeñas dosis, también el que no te gusta.
—Chocolate... —anotó—. Ah, diría que sería pan comido hacer estos tres informes, pero es horrible tardar tanto al ser sensible a las esencias fuertes.
—Que adorable como tu bebé se hace presente —Sara sonrió por su propio comentario—. Aunque aún suena raro de decir y, tomando en cuenta lo de que te dan náuseas tu sabor favorito de helado, ¿cómo llevas el asunto de los vegetales?
—Debo admitir que fui masoquista en comer los verdes y vomitarlos —habló poniéndole la otra flor en la nariz a su compañera—. Solo quería saborearlos una última vez, pero desde hace días que no he sabido nada de ellos...
—Te dejas dominar por un feto que ni se ve.
—Baja la voz. No quiero que el imbécil del señor Colombos aparezca y lo oiga.
—Ni que él fuera el padre.
Brendon dejó de escribir tras sentirse molesto por ese comentario, tanto que golpeó la mesa de madera sin importar si se lastimaba. Si bien de las personas no podía sentir náuseas, su jefe le daba una gran repulsión, con pensar que en muchas ocasiones pudo haber sido quien lo embarazó.
—Jamás en tu vida vuelvas a decir una estupidez como esa.
Se levantó sin querer escuchar una palabra más.
Simplemente dejó que el andar de sus pies lo guiara en dirección al baño de hombres para mojarse la cara. Aunque más bien lo hizo para disimular el llanto que había comenzado a deslizarse por sus mejillas, intentando no sentirse un tonto en este proceso. Inconscientemente tocó su vientre aún con su llanto encima por ese pensamiento acerca de quién podría ser el padre de su bebé.
—Lo siento, en serio, lo siento —se disculpó en el baño—. Tengo miedo. No quiero caer ante nadie, menos traernos problemas —alzó su cabeza para verse en el espejo del baño hecho un desastre por ser una madre soltera y primeriza—. ¿Qué puedo esperar? Soy un hombre con un bebé en camino... ¿Cómo podré hacernos felices si estoy solo?
Cuatro meses.
Brendon tenía exactamente cuatro meses de embarazo, y su vientre creció un poco en comparación con los otros tres meses en los que no se notaba nada. Lo tocó impresionado de que su cuerpo delgado lograse hacer que creciera un poco y lograse adaptarse a los inicios del segundo trimestre. Afirmaba que lo hacía bastante bien pese a los nuevos síntomas de estreñimiento, náuseas, frecuencia en querer orinar y antojos. Si bien ese último le había resultado un tanto problemático a su organismo entrando en este cuarto mes, ya que jamás en su mente pensó tener esa idea de querer comer una de las cosas que más detesta: chocolate.
—Bebé, eso no, en serio, no —el hombre embarazado estaba en la cocina queriendo prepararse una ensalada de frutas para merendar porque tenía hambre, pero cuando la terminó de servir, en su mente pasó el sabor de que le faltaba un aderezo y no precisamente uno que le gustase—. No voy a echarle chocolate. Es asqueroso... es repulsivo... pero también es dulce y exquisito...
Él suspiró sintiendo la baba acumularse en su boca de pensar en cómo quedaría ese sirope de cacao por encima de la fruta.
—Que idea... —su saliva se acumulaba en un punto que comenzaba a mojarle sus labios—. Fruta y chocolate... —pensó mejor en ese último dulce—. Chocolate... Una tarta de chocolate...
No pudo resistirse a la tentación, pero sabía que si lo pensaba bien, su "yo" no embarazado jamás habría aceptado esa idea, puesto que jamás le había gustado esa golosina antes y la repudiaría. Sin embargo, la situación en la que estaba ahora era distinta por una condición particular que le hacía tener ese pensamiento sobre la fruta, haciéndole dejar de parecerle tentadora. En este momento, lo que quería era ese dulce oscuro proveniente de los árboles; ciertamente no tenía nada parecido de eso en casa, así que decidió alistarse con ropa holgada que había comprado para disimular aún su nueva condición y poder salir a la calle a buscar una cafetería que saciase su antojo.
El doncel caminó un par de cuadras queriendo encontrar un lugar que llamase su atención. Tardó bastante estando perdido por las calles sin saber a dónde ir hasta que un local escondido en una esquina tuvo su atención.
Ahí fue a donde decidió ir.
Pasó por la puerta con cuidado y emocionado mientras buscaba por el lugar una mesa disponible para acomodarse. Cuando encontró una junto a la ventana, se fue a sentarse ahí, esperando a ser atendido. Pensó que tardarían porque el lugar estaba un poco lleno, pero su mesero se acercó a los pocos minutos que se sentó.
—Bienvenido a El Punto Agridulce, ¿puedo tomar su orden?
Esa voz tuvo su atención, incluso podía decir que la tenía desde el instante que le acercó, pudiendo oler un perfume bastante fuerte a orquídeas que emanaba el sujeto que estaba enfrente de él.
—Yo quisiera...
—¿Eh? ¡Oh, que tonto soy! Tenga —le interrumpió el mesero dándole el menú—. Disculpe por distraerme, lo dejo pensar.
Brendon no quería un menú porque sabía qué iba a pedir, pero de seguro, por el protocolo que tenía el sitio, debía de hacerlo. Lo dejó pasar, así al menos lo dejaría asegurarse de que tenía lo que quería. Aunque podría decir que también no entendía el despiste de ese camarero, se le hizo extraño por la actitud de aquel hombre, mas no le importaba mucho. Menos si se le hizo muy atractivo. Deseaba no tener esas ideas al estar un poco hormonal; sin embargo, por olfatear aquel perfume de orquídeas de su camarero, sintió la misma atracción fuerte que en aquella fiesta de Año Nuevo.
Tal vez estaba divagando mucho, por lo cual, antes de dejar que sus propias hormonas del embarazo le hicieran tener ideas erróneas, decidió fijar su vista al menú para pedir el dichoso postre de chocolate.
—Veamos... —leía con atención todo, en específico, las sobremesas. No obstante, su hambre se intensificó observando desde el inicio la carta—. Ensaladas... ah... verdes... —su paladar estaba dividido entre el asco y el gusto—. Está bien, bebé, nada de verduras, ni nada que contenga verde...
El hombre continuaba examinando lo que ofrecía la cantina: tapas, aperitivos, acompañantes, pescado y carne... ¿Por qué con ese último sentía el mismo deseo que el chocolate? Hace mucho tiempo que la dejó de consumir, pero en su paladar no era la misma sensación desagradable; era una más jugosa que cuando decidió volverse vegetariano.
—No, me niego —expresó en voz baja mirando fijamente al pequeño bulto que tenía escondido por debajo de su camisa holgada—. Bebé, no voy a comer nada de animales —mordió su labio sin soportar la extraña idea que le provocaban sus antojos—. Chocolate... carne... Todo se lee tan mal para mí, pero tú lo haces sentir diferente...
Él bajó el menú para dirigir sus manos a su vientre para poder tocarlo sobre su prenda. No disimuló, solo se encerró en su mundo pensando que había estado dejando muchos de sus gustos de lado por querer disfrutar mejor el embarazo.
Algo que hacía momentáneamente porque aún se acompleja, sobre todo en su trabajo. Todos en el invernadero notaban que estaba diferente en algo, pero no se daban cuenta todavía por el hecho de que estaba usando tallas de su uniforme más grande para disimular, por miedo a que le dijeran algo por esa misma razón que lo hiciera sentir mal.
Recordar ese sentimiento hizo que Brendon se pusiera un poco sentimental.
—Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó el mesero que se le acercó para darle el menú.
—¿Eh? —apartó sus palmas de su abdomen para ponerlas sobre la mesa, intentado esconder su pequeño vientre voluminoso—. ¿Por qué no lo estaría?
—Está llorando.
Esa respuesta le hizo alarmarse; ni se había dado cuenta de que sus hormonas se habían vuelto a apoderar de él en un lado que lo hacía estar melancólico y sensible por todo.
—No es nada —dijo tomando la carta—. ¿Sabe? Me gustaría ordenar un Cachopo Asturiano acompañado de un Coulant de postre.
El empleado de El Punto Agridulce anotó el pedido en su libreta, mientras le daba una sonrisa; una que hizo que las mejillas del botánico se encendieran por la naturalidad vibrante y atrayente que le transmitía (por no decir que le resultaba un poco familiar). No comprendió bien esa reacción que tuvo, pero decidió fijar su vista en el sujeto que le dio tiempo para seguir detallándolo mejor: moreno, muy alto, ojos castaños, expresión tan resplandeciente y ese característico perfume con esencia floral...
—Usa la misma fragancia que ese desconocido —comentó perdido en su mente.
A veces quería saber por qué era lo único que no podía olvidar de esa noche. El aroma fue muy exacto; incluso fue más intenso cuando aceleraron en esas embestidas. Eso logró hacer que su corazón se acelerara por rememorar dicha noche de hace cuatro meses atrás.
Como deseaba poder revivirlo ahora más que nunca.
—Aquí tiene, que lo disfrute.
—Gracias... —leyó su gafete para no ser descortés por su buen servicio—. Muchas gracias, Jacobo. Tienes un lindo nombre.
Ese comentario sonrojó a ambos, claro que más evidente fue en el embarazado por su tono de piel, pero el mesero no podía negar que su cara se encontraba caliente, tanto que terminó huyendo de la mesa cuando dejó todo para no delatarse.
Aquel comportamiento que tuvo Jacobo había vuelto a extrañar a Brendon por esa reacción extraña, aunque terminó siendo un asunto al que no le quiso dar vuelta.
El hombre embarazado decidió poner su vista al frente, analizando (con mucha tentación) lo que pidió. Continuaba incrédulo de que comería un platillo que consistía en dos filetes de ternera grandes, entre los cuales se colocaba jamón serrano y queso, y al lado de este un pequeño bizcocho de chocolate, al cual se notaba con el interior fundido.
—Me repugna —expresó para sí mismo mientras tomaba el tenedor y cuchillo para picar y llevarse un bocado a la boca. Esperaba sentir nauseas al instante que lo estaba saboreando, pero fue todo lo contrario—. No... Espera... Esto sabe... Que rico sabe...
El hambre que le daba su antojo de embarazo le ganó. Comía con desesperación, llevándose el cachopo de dos a tres porciones sin masticar ni preocuparse por el animal que tuvo que ser sacrificado; lo que sentía en su paladar eran maravillas, como si estuviese comiendo su adorada crema de espinacas. Cuando terminó con lo salado, pasó al dulce, que al partirlo soltó un chocolate caliente que le hizo tragárselo en dos bocados.
Todos los que se encontraban cerca de él lo veían consumir asombrados. No pensaban que estaría bueno, ni siquiera el postre, pero los presentes se dieron cuenta de que sí lo estaba cuando lo vieron pedir dos raciones más del Coulant hasta dejar su rostro lleno de chocolate fundido. Se sentía satisfecho y lleno, tanto que no evitó alzar su camisa dejando al descubierto su notable vientre (no le importó llamar más la atención) para acariciarlo como si diese a entender que se hinchó de gases por toda la comida que se disfrutó hasta hacerlo eructar disimuladamente sintiéndose despreocupado.
—Vaya, jamás vi a alguien disfrutar nuestros manjares con tanta emoción —halagó el camarero que se llamaba Jacobo yendo a recoger los platos vaciados—. Inclusive agarraste un par de kilos con la tercera porción que te comiste. No te culpo, se notaba que te gustaron mucho con esas cuatro porciones extra que pediste de los dos platos.
Tras ese comentario, él bajó su camisa al percatarse de que se dejó llevar mucho.
—Lo siento, yo... —un ventoseo muy sonoro salió de su boca haciendo que se pusiera rojo—. ¡Perdón! ¡No era mi intención!
—Calma, hombre, acabas de comer. No te alteres o te podría caer mal.
Él quiso objetarle. Brendon realmente se avergonzaba por haber eructado, pero con la amabilidad del sujeto que tenía enfrente se distrajo, por no decir que también lo hacía al oler tan de cerca esa fragancia de orquídeas de su mesero.
—Dios, hueles bien, ¿qué perfume usas? —interrogó el hombre sentando en la mesa, olvidándose por un momento del mundo.
Quien recogía la mesa dejó caer los platos. Escuchar esa pregunta le pareció una casualidad. Después de todo, recordó haber escuchado esa pregunta expresada de la misma manera por un joven que le hizo tener la mejor noche de su vida.
—Yo no uso ninguno —le aclaró.
—Sí, claro. Tú no engañas a nadie —con ese comentario se notaba que el humor del comensal cambió repentinamente, incluso sus mejillas se encendieron de la nada—. Hueles a orquídeas. ¡Dios! ¡Tú eres tan ardiente como su aroma!
Jacobo dejó caer los platos que estaba recogiendo otra vez sobre la mesa. No podía creer que, tras desistir de buscarlo, el chico que le dio la mejor noche de su vida vino a él sin pedirlo.
—Tú eres el chico de la fiesta de Año Nuevo.
Jacobo le pidió a Brendon que lo esperase después de su turno para poder hablar como había querido hacer después de esa increíble noche entre las sábanas. Pensó que lo rechazaría igual que la mañana en que lo abandonó, pero se sorprendió de que aceptase. No creía que aquel hombre con el que tuvo un encuentro casual (y muy breve) le esperara sentado en la banca del parque donde quedaba su trabajo.
Desde la posición en la que estaba, le pareció adorable verlo a la distancia y que tuviese sus manos sobre su vientre mientras movía sus pies, esperando con paciencia en esas vestimentas tan alegres como cálidas para un día fresco como hoy. Él se acercó para tener la atención del chico (olvidó preguntarle su nombre) que había estado viviendo en su mente todo este tiempo y cuando estuvo a pocos centímetros, este mismo se notaba que no contuvo su emoción de verlo, por lo que se levantó para abrazarlo con mucha ternura.
—Eres muy apegado a mí como esa noche —dijo Jacobo correspondiendo al gesto.
—La razón a que lo sea es porque hueles a orquídeas —hundió su cara en su pecho para concentrarse en esa esencia, sin importarle si sus movimientos tenían cierta reacción en aquel sujeto—. Me es inevitable no querer estar cerca de ti cuando hueles tan bien.
A quien abrazaba se le subió el calor a sus mejillas tras oír ese comentario.
—Me es raro que me sigas diciendo eso cuando te mencioné que no uso ninguno.
—No me importa. Es relajante —lo abrazó con más fuerza.
—Sé que no debería decírtelo porque debes de saberlo; sin embargo, ha pasado un rato desde que digeriste la comida y se me hace raro que aún te encuentres con tu barriga inflada —puntualizó Jacobo cuando rozó levemente sin querer su mano por debajo de la camisa de Brendon—. Aunque por todo lo que comiste...
El doncel se apartó del hombre para evitar que tocase más su cuerpo y que hiciera más comentarios con respecto a él. Se incomodó un poco de que estuviese teniendo ideas erróneas de cómo era porque se dejaba llevar por las hormonas que le provoca su bebé, y estas empeoraron ahora que volvía a tener de cerca al hombre que lo fecundó sin saberlo.
—Es... Es... —sentía que los gases por toda esa comida y los nervios querían salir de él. Cuando abrió su boca, lo expulsó—. ¡Lo siento! ¡El embarazo me provoca muchos gases!
Esa excusa le extrañó de oír al hombre. Quería tomárselo como broma, pero por mucho que intentó hacerlo, más difícil le fue de interpretar.
—¿Embarazo?
Su duda lo que Brendon dejó un poco fuera de lugar al sujeto que lo acompañaba. Había olvidado que nadie conocía sobre los Doncel; no entendía por qué lo soltó así al aire. Posiblemente fue por el motivo de que sabe que él es la persona con quien estuvo hace tiempo en despecho y lo dejó en ese estado que no tenía ganas de mentirle.
—Jacobo, decírtelo...
—Gracias por recordarme que no sé tu nombre —señaló en el momento que empezaron su caminata—. ¿Cuál es tu nombre?
—Soy Brendon Fiore —se presentó.
—Debo decir lo mismo que tú me dijiste: Lindo nombre —le halagó con una sonrisa entretanto logró hacer él no evitase sonrojarse—. Puedes continuar con lo que me querías decir.
—Jacobo, es que no me vas a creer —expuso, mas su acompañante le motivó a confesárselo—. En serio, estoy embarazado. Difícil de creer porque soy hombre...
—Mmm, no es tan difícil si antes fuiste una mujer que quiso ser hombre —le interrumpió—. Es normal que fallen esas operaciones o no se tomen en cuenta ciertos riesgos porque la naturaleza sigue siendo imperfecta.
El botánico infló sus mejillas, lo cual indicaba que estaba molesto. Despreciaba que no le creyera por ignorancia más que por mal mentiroso.
—No, yo no soy una mujer que quiso ser hombre. Soy un Doncel.
Eso hizo reír a Jacobo. Jamás había escuchado un nombre tan lindo para definir una situación delicada.
—Claro, sí se llaman así es porque debo estar de desinformado...
—¡No! ¡Soy un Doncel! —agarró la mano de su acompañante para ponerla sobre su abdomen—. Tengo la capacidad de quedar embarazado mediante el acto sexual a través de las exigencias de mis feromonas. Esa noche de Año Nuevo te atraje para que me dieras un bebé, ¡aquí está!
Jacobo se disgustó de ese movimiento imprudente de Brendon. Apartó su mano estando confundido sin dejar de verlo de arriba-abajo.
—Yo no... Esto es raro...
Esa reacción provocó el llanto avecinarse en los ojos del hombre embarazado.
—Lo sé... —su voz expresaba decepción—. Solo quería conocerte y poder decírtelo. No tienes que ser parte de esto o creerme.
—De ser así, tienes cuatro meses —sobre pensaba el asunto—. ¿Has llevado todo este proceso tú solo?
—Es mi culpa por huir y no saber quién eras por el motivo que me llevó a hacerlo contigo —confesó aún con sus lágrimas recorrerle sus mejillas mientras apoyaba sus manos en su vientre haciéndolo notar—. Lo peor que pude pensar fue que me habías contagiado una ETS, ITS o que tuve una intoxicación de alcohol. En mi trabajo no me sentía bien, y los resultados junto a la ecografía lo confirmaron todo...
—¿Tienes ecografías? —asintió haciendo el número cuatro con sus dedos—. ¿Puedo verlas?
—Están en mi casa. Como el bebé está siempre conmigo, no las traigo.
Jacobo meditaba la situación; conocer todo esto le hacía sobrepensarlo demasiado. Realmente, Brendon era aquel chico al que le dio como un salvaje por ser la manera en que se lo exigió tiempo atrás, pero ahora todo era diferente, ahora había un bebé de por medio sin haberlo sabido antes. ¿Podía culparlo a él? Evidentemente no, seguro se sintió confundido el primer mes, pero a como estaba, daba a entender que sí quería tener a ese bebé.
Lo cual le hizo preguntarse si él también lo deseaba ahora que conocía la verdad, mas no quería importunarlo.
—Brendon, ¿podemos hablar mejor de esto?
—Lo estamos haciendo.
—No, quiero decir, en un lugar más privado —específico a lo que se refería—. Puede ser en mi casa. Es aquí cerca, así no tienes que caminar mucho para no cansarte tanto con todo esto.
—¿Por qué?
—Desde ese encuentro he querido poder relacionarme contigo —reveló Jacobo sin titubear, aunque él sabía que tenía el corazón a mil—. No supe cómo encontrarte por la misma razón que desconocía todo acerca de ti. Ahora te tengo a ti aquí, en este momento, con muchas cosas nuevas; de no ser porque me dijiste lo de las orquídeas, créeme que me hubiera rendido.
Brendon otra vez se sonrojaba. Quería negarse; ciertamente no quería caer en sus palabras (incluso si fuesen sinceros), pero se le hacía difícil decirle que sí también olía esa esencia extravagante a orquídeas que lo atrajo a él.
A pesar de sus dudas, lo pensó un poco, para así suspirar y liberarse de su propia tensión, teniendo una clara decisión sobre qué hacer en esta situación.
—Bien. Iré a tu casa, pero no quiero nada más que conversar —aceptó el hombre embarazado esbozando una pequeña sonrisa.
Al paso del doncel, ambos consiguieron adentrarse al apartamento de Jacobo en silencio, con un Brendon bastante apurado en ir al baño. Siendo eso lo primero que pidió al llegar, mientras el dueño de la residencia preparaba algunos bocadillos de carne molida junto a otra bandeja de chocolate para que su invitado saciase su hambre.
El dueño del apartamento las sirvió estando al tanto de los sonidos que hacía en el baño por si necesitaba ayuda. Deseaba brindarle una buena estadía. Después de todo, solo se habían conocido en una discoteca (y a profundidad en la cama de un motel) y no deseaba incomodarlo más como lo hizo cuando reaccionó en el momento en que su invitado le dijo en los bancos del parque que era un hombre capaz de gestar y que ahora llevaba a un bebé en su interior.
—Lo necesitaba. Gracias —agradeció Brendon, acariciando su vientre voluminoso mientras caminaba por el lugar hasta que llegó a la sala de estar—. Bien estamos aquí, ¿qué quieres saber? —se sentó esperando a su anfitrión.
—Pues, como te sientes, la razón por la que te fuiste, gustos, disgustos...—respondió dejando los platos con comida.
El hombre embarazado apoyó su mano en su mentón para decidir en qué orden alegar a las interrogantes.
—Empezando con mis gustos, puedo decirte que, irónicamente, no como carne; soy vegetariano.
—Pero en la cafetería, tú...
Brendon le señaló el pequeño bulto de su estómago.
—Es culpa de los antojos. Son demasiado precisos —contestó con arrepentimiento—. Muy en el fondo me siento asqueado por haberme comido eso, incluso el chocolate. ¡Lo odio!
Jacobo observó los aperitivos que dejó sobre la mesa en su sala de estar. Estaba un poco abatido por no haber preguntado si deseaba eso para comer; pensó que fue una mala idea suponer que eso quería. Pese a eso, su invitado tomó un puñado de cada porción de los platos para metérselos a la boca con mucho placer.
—El bebé es caprichoso. No he podido comer mis comidas favoritas sin sentir repulsión —siguió la conversación—. Lo único bueno es que en mi trabajo si lo he controlado mejor.
—¿Saben de qué estás embarazado?
—No, solo que soy gay.
—¿Cómo has podido ocultar tu vientre?
—Pedí el uniforme más holgado excusándome de que no me quedaba el otro —Brendon se llevó otro bocado de las bolas de carne a la boca—. Solo he tenido problemas para hacer los informes. Me encargo de catalogar, tocar y describir a las plantas raras y extravagantes a las que nadie se atreve.
—Pero, Brendon, ¿eso no es peligroso estando en tu condición?
—Me mataría más una persona que una planta. Por algo las prefiero —contestó con frialdad—. Yo me siento bien. Con muchos gases, estreñido, yendo al baño con mucha frecuencia y levantándome a comer cualquier cosa que consiga por lo hambriento que me siento, pero, a pesar de todo eso, estoy bien.
La mirada de Jacobo bajó para posicionarse en el abdomen de cuatro meses de Brendon. Realmente se impresionaba bastante al ver la calma con la que lo llevaba, mas no era tonto; él sabía que algo le ocultaba por la manera que le respondía. Sin embargo, antes de ser tan directo y hacer algún comentario inapropiado, prefería seguir aprovechando la oportunidad de pasar tiempo con él.
—¿Él o ella se ha movido?
El hombre embarazado negó como respuesta mientras posicionaba de nuevo sus manos en su vientre.
—Tampoco sé qué es. No quiso dejarse ver en la ecografía de la consulta pasada.
—¿Y qué te dicen sobre lo que eres? Digo, si es que puedo saber.
—El doctor que llevaba mi caso dice que mis hormonas son exigentes para la fecundación —Brendon acarició a su bebé para intentar relajarse—. No sé porque te escogí. El doctor me explicó que era por lo que sintiera por la persona... —apartó su mirada sintiéndose avergonzado—. Yo esa noche solo te usé para olvidarme de mi jefe. No es por crearte una falsa esperanza, lo que pasó en esa fiesta de Año Nuevo fue nada más porque me sentí atraído por tus feromonas, por no decir que también el alcohol me impulsó a querer cazar al primero que cayera por mí.
—Me halagas. Aunque no entiendo bien a lo que te refieras con feromonas —comentó Jacobo, rascándose su barbilla—. También comprendo que solo fuera un objeto de despecho. No es la primera vez que me pasa, no me molesta, pero lo hiciste por la razón de que esa persona no supo valorarte por quién eres.
Los ojos del doncel se llenaron de lágrimas que no podía controlar tras recordar la ilusión que vivió durante un año con su superior.
—No... —la voz se le quebraba—. Él me mintió y me dejó enredarme en su mentira. Fui su juguete al que solo usaba para saciarse de los malos tratos que tenía con su esposa. Ese maldito solo quería alguien que le alimentara el ego —de la impotencia empezó a hiperventilaba mientras seguía dejando salir la tristeza que albergaba en su corazón—. ¡Desperdicie un maldito año con alguien que solo me hizo sentir especial para olvidarse de su responsabilidad de afrontar su realidad como padre en un infeliz matrimonio que nunca quiso tener!
Brendon no evitó consolarse en los brazos de Jacobo, sintiendo la amargura de ese recuerdo que deseaba no haber vivido. Ya no sabía si se sentía peor ahora a causa de su exceso de hormonas o por haberse enamorado profundamente de la mentira de un cobarde que hacía que le doliera tanto. Estando envuelto en su tristeza, se aferró más a la persona que estaba a su lado, la cual le estaba acariciando su espalda, demostrándole que podía sentirse tranquilo de que no le pasaría nada en esa noche.
—Es un imbécil, ¿por qué no renunciaste?
—Llevo cuatro años en mi trabajo. Mi orgullo no me lo permitiría para darle una victoria que no merece. Además, soy parte importante del equipo —se recostó en el hombro del dueño del re—. Por una persona no voy a renunciar a lo que me hace feliz, Jacobo. Menos si a él fue quien cambiaron de sede desde hace dos años por sus halagos baratos para estar en donde está.
—Buen punto.
—Aun así, lo enfrenté cuando lo descubrí. Su ojo y mejilla fueron mi consuelo.
—¿Su esposa se enteró?
—No sabes cuanto hubiese querido eso, pero él fue más rápido —contó—. Cuando se dio cuenta de que lo pillé, vino hacía a mí para hablarme en privado a pedirme que no le armara una escena. Verdaderamente, me indigné y como reflejo me puse brusco.
Entre las anécdotas de Brendon, la noche se les hizo larga porque estaba desahogándose de todas esas emociones que había estado acumulando desde aquel fatídico día. También en medio de su charla se quejaba de su dolencia abdominal como de sus calambres en las piernas sin encontrar una posición cómoda estando sentado hasta que Jacobo le ofreció acostarse en sus piernas para que se sintiera satisfecho.
Él aceptó. Quería descansar y estirarse un poco después de caminar y haber estado sentado un largo rato comiendo los aperitivos que le ofreció su acompañante.
Ambos simplemente terminaron quedándose en silencio. Al parecer, ya no tenían nada que decirse.
—Brendon, es tarde, no quisiera dejarte solo por las calles —habló Jacobo después de estar tanto tiempo en silencio—. ¿No te molesta quedarte a dormir?
—Después de tanto hablar, buena comida para el bebé y el aroma refrescante de tus feromonas —él bostezó refregando sus ojos—. Tienes razón, debería quedarme, pero si dormimos juntos.
—¿¡Qué?!
—Ya me viste desnudo hace tiempo. No creo que dormir juntos sea una molestia.
—No, es verdad. Es solo que...
—Oh, vamos. No puedes ocúltalo, sobre todo por el hecho de que entre más nervioso te pones, más intensificas tu fragancia —inhaló con profundidad para disfrutar del aroma que tenía ese hombre—. Me gusta, también la reacción que tienes por mí.
Con suavidad, Jacobo, teniendo la cara caliente, levantó a Brendon de su regazo. Tartamudeando por sus palabras, le mencionó que era mejor dormir en su cama porque había más espacio y así evitaría ocasionarle molestias que pudieran lastimarlo por si él se movía mucho. Eso a Brendon no le importaba; él solamente aceptó el trato cuando logró persuadir a ese hombre de piel de color exótica para que siguiera cumpliendo el requisito de pasar la noche juntos.
El doncel, sintiendo el sueño invadirle y la pesadez de su cuerpo, decidió esperar a que la persona que lo embarazó recogiera todo lo que tenía en la mesa de la sala, para que luego le indicara dónde estaba su recámara. Cuando lo vio regresar, pudo notar que caminaba con cierta vergüenza. Incluso podría decir que se delataba por la manera en que le pidió tomarlo de la mano para llevarlo a donde se acomodarían con mucho gusto.
—Es aquí —indicó el dueño de la morada buscando una muda de ropa para ambos entre sus cosas—. Me voy a cambiar en el baño, si quieres usar algo, siéntete libre de escoger.
Tal vez él no debió decirlo de esa forma, ya que el invitado lo tomó muy literal; una sonrisa pícara apareció en sus labios, mientras sus manos se posicionaban para agarrar los hombros del hombre de un metro y noventa y dos centímetros.
—A ti. Quiero usarte en mi cuerpo, pero yo arriba para tener cuidado con el bebé, por no decir que también es donde siento más placer.
Jacobo tragó saliva.
—¿Quieres volverlo a hacer? —le preguntó directamente—. Pensé que estabas cansado.
—Un poco, pero eso no me importa. Menos si la pregunta más importante salió de tus labios esa interrogante —sus hormonas se incrementaban más al embriagarse de las feromonas de su acompañante—. Me cogiste de una manera increíble... ¿Por qué no repetirlo? Y con las palabras que salen de ti siendo tan breves, pero sinceras —su voz se tornaba en un tono malicioso para intentar cautivarlo—. Vamos, Jacobo, tómame otra vez.
La manera en la que el hombre embarazado lo expresó no logró hacer que quien las escuchó pensara en sus acciones.
Aquellas palabras enloquecieron a Jacobo, tanto que le hicieron besar a Brendon con brusquedad. Él, sin pensarlo, quiso introducir su lengua sin pedirle permiso, para ir directamente a hacer contacto al interior de su boca para explorarla a profundidad mientras sus manos tenían sus propias intenciones al pasar por debajo de esa camisa amarilla holgada que cargaba y, de esta forma, empezar a tocar su espalda para así estremecerlo.
El éxtasis en quien comenzaba a recibir toda esa atención subió repentinamente de golpe por la gentileza en la que aquel hombre lo tomaba en esos besos, haciéndolo impacientarse de que debía desnudarlo para que lo tomase como suyo. Brendon no podía evitar tener esos pensamientos en estos momentos por la manera en la que sus salivas se comenzaron a mezclar entre sus besos, aumentando así la temperatura de sus cuerpos.
Él realmente lo deseaba, realmente quería que lo desnudara de una vez para que siguiera toqueteando y estremeciera cada rincón de su cuerpo. Brendon buscaba que entendiera ese deseo, por lo cual con sus propias manos buscó desvestirlo también (o tocarlo por debajo de su ropa) y que apreciara su torpe intento de seguirle el juego de esto mientras lo intentaba rozar con sus propias manos. Al mismo tiempo que lo hacía, él mordía los labios de quien lo besaba con desesperación hasta sentir que los hizo sangrar un poco, mas eso parecía que a ese sujeto de deleitante piel morena no le importaba, que fuera brusco con sus dientes.
Jacobo, disfrutando del momento, buscó seguir subiendo el ritmo de la situación.
Así que entre sus gestos y teniendo cuidado llevó a Brendon al borde de su cama. Ellos se separaron por un momento para que quien tenía el control en la situación pudiese quitarle la camisa al hombre embarazado y dejarlo al aire libre con su destacable y notable torso blanco. Desde que inició con su manoseo, sabía que este mismo era diferente a ese encuentro de año nuevo y viéndolo a detalle, notaba que estaba más ancho a nivel de las caderas, senos más gordos y firmes (supuso que estaban desarrollando el proceso de amamantamiento) junto a una barriga indistinguible y voluminosa que delataba los cuatro meses de embarazo que tenía.
Verlo de esa manera provocaba nuevas emociones que Jacobo no sabía explicar. Simplemente, su deseo aumentó todavía por ese nuevo aspecto que tenía que le hacía querer probarlo entero.
Él decidió quitarse la camisa rápidamente para luego ir a besarlo nuevamente; no podía parar ahora. Menos sí quería tener todo tipo de contacto con ese cuerpo tan destacable de Brendon que cargaba ahora; tanto era su morbo que le era imposible tener controladas a sus manos para que hicieran lo que quisiese estando sentados al borde del catre, sintiendo como sus propios miembros por encima de sus pantalones se paraban y rozaban por encima de la tela que los aprisiona, por no decir que entre ellos mismos había cierto contacto por esa zona, aún más porque el vientre del doncel tenía un primer contacto con la bestia que guardaba su nuevo amante.
Era tan excitante notarla de esa forma, la idea de liberarla para volver a tenerla adentro de su cuerpo lo enloquecía.
Y al estar tanto tiempo besándose, decidieron separar sus labios para recuperar el aliento, mientras se podía ver cómo ambos tenían un hilo de saliva colgando de esos hinchados labios rojos. Se miraron, si bien quien más se deleitaba de la vista era Jacobo por el hecho de que Brendon tenía la suya un poco perdida entre sus suspiros, como si en ese brillo particular que podría apreciar le suplicara por más. Ahí fue donde, una vez que recuperó un poco el aliento, relamió sus labios para humedecerlo y pasar directamente a rozar con sus labios el cuello del hombre embarazado, causándole más escalofríos en todo su cuerpo que hicieron que se le pararan los pezones.
Ante eso, las manos de Jacobo no soportaron estar sin hacer nada por esa zona, por lo que, mientras se deleitaba con esas clavículas y hombros que estaban adquiriendo cierto tono rojizo por cómo saboreaba y jugaba con ellos gracias a sus dientes y su boca, decidió iniciar el contacto directo con las yemas de sus dedos en los pectorales sensibles que tenía su amante en movimientos circulares.
—Ah... Ah... —empezó a jadear Brendon tras acostarse y agarrarse de las sábanas que estaban en el borde. Eso le pareció intenso y eso que apenas estaban comenzando—. Ah... Ah... Dios mío...
Quien tenía el control de la situación separó sus labios de aquel cuerpo enrojecido unos segundos para decir:
—Aquí no hay Dios para hacerte sentir afortunado por el placer que te estoy dando —soltó con una voz muy gruesa.
Tras escuchar esa frase, Brendon sintió todo un escalofrío recorrer su cuerpo mientras que Jacobo volvía a posicionarse cerca del cuello blanco de su para seguir marcándolo levemente con esos chupones rojos (tenía cuidado de no maltratarlo). Al mismo tiempo que le dedicaba esa atención, el hombre embarazado, estando todo sudado, desprendió de imprevisto una esencia peculiar de rosas (como si fuera su olor natural) que se mezclaba con la suya y los motivaba a ambos a ser más rápidos para quitarse la ropa.
De pensarlo, Jacobo decidió parar con las caricias en esos pezones que segregaban leche, los cuales se dio percató que se humedecieron de esta. Así que, rápidamente los lamió para probarlo, y vaya que le resultó un sabor curioso.
—No pares... Jacobo, sigue... —suplicó el invitado que disfrutaba de ser el postre.
Él le asintió para luego con sus manos buscar de ser tan hábil como lo estaba haciendo en un principio y así quitarle el pantalón que tenía la persona debajo de él para también hacer lo mismo con las suyas (incluso la ropa interior de ambos), quedando desnudos de la misma manera como fueron traídos al mundo con la excepción de tener sus penes bastante erectos.
Tomando en cuenta ese último detalle bastante notorio, Jacobo quiso ser el primero en encargarse de eso, ya que creía que por ese evidente vientre dudaba que ese hombre se quisiera mover a realizar tanto esfuerzo, por lo cual se arrodilló delante de él para empezar a tocar su miembro viril todo excitado. Usando la palma entera de su mano, lo manoseó con lentitud; específicamente estaba jugando con el pliegue de su muñeca directamente con el cuerpo cavernoso de Brendon, al mismo tiempo que acariciaba con su dedo la punta, notando cómo estaba saliendo el líquido preseminal del mismo.
La manera en que lo tocaba provocó en el hombre embarazado que los jadeos volvieran a aparecer. No los podía evitar, menos sintiendo como todas las hormonas se disparaban por su cuerpo, haciendo que se calentara y enrojeciera por el entusiasmo del momento. Agarró nuevamente las sábanas para disfrutar el mejor sexo oral que alguna vez había recibido en su vida en el que usaban la boca, las manos, los dedos, la lengua...
Él no sabía distinguir con que lo tocaba por la manera tan apasionado con la que la persona que lo embarazó intercalaba sus movimientos, pero, sin duda, era el paraíso.
El doncel le pedía más, sin poder calmar ni saciar la sensación pesada que le provoca; tanta era que terminó por levantarse de golpe de la desesperación, sin tomar en cuenta que eso logró hacer que su vientre chocase con la frente de Jacobo. Detalle que él no se percató, simplemente lo ignoró, pues lo único que sabía era que quien lo atendía se detuvo por unos segundos por ese pequeño toque.
Realmente, que él parara de manosear su miembro (aún erecto y a punto de eyacular) fue un grave error para la adrenalina que recorría al hombre embarazado y, como reflejo de su pequeña frustración, agarró directamente a su amante de su negro cabello para posicionar su cara donde quería, mientras le exigía con su cara toda roja y la saliva acumulada saliendo de su boca que fuera más intenso con la mamada.
La situación, sorpresivamente, se invirtió. Para ser Brendon, a quien le gustaba que se la metieran y hacer de pasiva, era él ahora quien llevaba las exigencias con ese nuevo lado de él un tanto dominante que tenía. Lo cual hizo que Jacobo terminase siendo obediente en complacerlo. Continuó de nuevo con el sexo oral que había interrumpido, esta vez usando solamente su boca y lengua hasta que se viniera en su cavidad bucal y vaya que lo hizo porque fue sin avisar.
Aquel hombre de piel morena se separó unos centímetros para tragarse los fluidos con mucho gusto. Él los saboreó de la misma manera que lo hizo con la leche que había salido de sus pezones y, como esta, el sabor de esos fluidos también era bastante adictivo. Por unos instantes, los disfrutó, mas detenerse otra vez había sido la mejor opción, ya que a quien le daba atención volvió a tomarlo de sus hebras, demandándole más.
—Oye, tranquilo —dijo tomándole de la mano para separarse con delicadeza de su enganche—. Entiendo que quieras más, pero choque con tu vientre cuando te levantaste y no me has dicho si tú estás...
—¡Estoy bien! —gimió irritado levantándose de la cama para ir hacia la pared y apoyarse ella—. Busca el lubricante... penétrame... ¡házmelo! ¡Mételo!
El aroma a sudor y rosas inundaba la habitación; era tan embriagador que Jacobo no lo rechazó. Se encaminó al cajón de su mesita de noche para sacar la botella del aceite que usaría para prepararlo.
Teniendo en sus manos, se acercó a su amante; él pudo notar que este se encontraba masturbándose en silencio para calmar su propio deseo de lo que su persona le provocaba. La idea hizo que la vista se volviera aún más excitante, que le hizo olvidar el choque de su frente y su vientre un tanto voluminoso. Verdaderamente, Jacobo se deleitó por unos minutos en mirar a Brendon darse placer hasta escucharlo gemir desesperadamente pidiéndole en voz baja que se apresurara a hacerlo suyo.
Con esas palabras expresas, él lo vio como una oportunidad de poder provocarlo más antes de la embestida; echó entre sus manos y dedos el lubrificante para esparcirlo por toda la zona externa de su ano, permitiéndole así que se humedeciera al ser una parte del cuerpo que no quería irritar.
Aunque, antes de poder empezar como debía, sintió cierto líquido saliendo por esa zona. La textura era pegajosa y caliente en lo que pudo sentir con su mano con la que estaba por iniciar la estimulación, pero se detuvo para agacharse y usar su lengua un poco, donde se sorprendió de sentir con su boca un fluido bastante peculiar, muy diferente al semen.
Jacobo no sabía qué era, pero eso le hizo pensar que era una peculiaridad de los donceles al ser un hombre gestante tener esa secreción especial saliendo de sus posaderas. Eso le hizo querer seguir explorando, así que retomó lo que iba a hacer en primer instante, para ir introduciendo sus dedos por esa estrecha cavidad y poder masajear de manera circular hasta sentir que estuviese lo suficientemente abierta y empapada.
—Está frío...
—Ya se pondrá caliente —Jacobo buscó de que Brendon estuviera bien posicionado para luego agarrar su pene para rozarlo con las posaderas de este para darle a entender sus intenciones—. Voy a entrar...
Y tal como avisó, sucedió.
Ambos, como reacción de la embestida preliminar, se pusieron a jadear para sentir la adrenalina del momento. Ahí fue donde había metido su miembro adentro; pudo sentir el apretado interior de su amante mientras él sentía cómo lo empujó para ir más a profundidad en su cavidad.
—Dios mío... Tu verga es tan grande —el hombre embarazado mordisqueó su labio sintiendo como su amante empezaba a moverse de adentro hacia afuera para acostumbrarlo a la sensación—. Ah... ah... tú...
Brendon sintió una molestia que le hizo quejarse. Él con una de sus manos acarició su vientre, sintiendo como el peso extra que había olvidado que tenía se agitó.
—¿Quieres que pare? —cuestionó quien lo embestía por esa reacción.
Él negó.
—Continúa —acarició su vientre. Al parecer su bebé se movió por esa estimulación, pero no quería parar—. Dame más de ti... Con estar así siento tanto... —le hablaba con dificultad a causa de sus delirios por el deseo que le hacían enloquecer—. No pares... Esto me gusta... Es tan indescriptible... ¡Muévete, por favor!
Jacobo no estaba seguro, mas acató la orden para seguir con lo que había iniciado. Él aceleraba metiendo y sacando su miembro de aquel orificio, haciendo que ese redondo y firme trasero temblara por la brusquedad con la que se movía (su amante se lo había pedido), al mismo tiempo que logró hacer que en la habitación solo se escuchasen sus jadeos y suspiros que los hacían sudar a ambos. Sobre todo, a Brendon, quien se podía oír bastante exhausto como excitado.
—Oh... Ah... Morder... Quiero morderte... —le exigió apoyándose con más fuerza de la pared—. Morderte, rasguñarte, sentir como tu aroma natural a orquídeas me bañan entero...
Aquel hombre que lo penetraba sacó su miembro del recto del hombre embarazado para ponerlo de frente. Estaba pensando cómo seguir teniendo sexo, pues la diferencia de altura no les ayudaba, pero no podía negarse. Menos por la manera en la que la persona lo miraba con ganas de que lo volviese a tomar, por no decir que notaba esa manera por la que su boca estaba impaciente por clavarle el diente.
Jacobo intentó ser rápido y viendo donde estaban se le ocurrió una idea. Le avisó que lo cargaría como pudiera (esperaba tener la fuerza para soportar su peso como la primea vez) y pegarlo contra la pared. Sorpresivamente, al hacerlo despacio y con cuidado, logró hacer que funcionara y de esta manera seguir con la penetración en esa nueva posición a la vez que lograría hacer que Brendon saciase su capricho.
Y, sin pensarlo dos veces, Brendon lo mordió con fuerza al mismo tiempo que clavaba sus uñas por esa larga espalda de tez oscura dejando rasguños muy evidentes de que estaba disfrutando esta postura.
—Más... Más... —estaba insaciable—. Más... Duro... Quiero más duro...
Ese deseo fue cumplido sin pensar en su condición. Simplemente, quien lo tenía embelesado en el acto aceleró, escuchándolo jadear por cómo se agitaba al mismo tiempo que disfrutaba de ver su cara todo sonrojada en cada arremetida de su pene perforando esa cavidad que se hacía cada vez más estrecha.
Realmente, los dos hombres estaban gozando de su propio placer.
Sin embargo, Jacobo, al estar una larga hora cargando el nuevo peso de Brendon, sentía que sus brazos se cansarían, incluso teniendo el apoyo de la pared. Así que los pasó a ambos a la cama; él lo acostó, tumbándolo boca arriba con las piernas entreabiertas para él colocárselas por encima de sus hombros para quedar cara a cara. La vista que tenía desde el ángulo en el que estaba era buena, por lo que aprovechó de besarlo dos veces (en su lunar ubicado en la mejilla y en sus labios) en esa cercanía para apoyar sus manos en la cama con toda la intención de penetrarlo con más fuerza.
El doncel en ese movimiento se estremeció, apartando sus piernas, colocándolas al nivel de la cintura del de quien estaba sobre él, para abrazarlo con ellas por instinto, y así usar sus manos para sujetarle sus hombros.
—Me voy a correr... Esto es... —los jadeos salían de su boca mientras sentía si corazón a mil—. Ah... ah... Siento que...
—Te has... —intentó articular palabra entre suspiros aquel hombre de piel morena sintiendo que pronto estaría por acabar—. Te has corrido varias veces ya...
Brendon quiso decirle algo, pero su cuerpo eyaculó (como por quinta vez) encima del cuerpo esbelto de su amante, haciéndole escapar un profundo orgasmo, como también hacía que Jacobo lo acompañara en el éxtasis y se viniese dentro de él.
—Cielos... tus sacudidas... tus jadeos... como me tenías... —el dueño del departamento estaba satisfecho de haber podido volver a hacerlo con el chico de sus sueños mientras sacaba su miembro de su invitado y poder admirarlo un poco más en ese aspecto—. Sin duda el mejor sexo que he tenido en mi vida...
El hombre suspiró para terminar de dejarse llevar y así acostarse al lado de la persona con la que compartiría la cama.
—Sí... —la respiración del doncel era agitada—. Las hormonas del embarazo hicieron que se sintiera increíble —posicionó sus manos sobre su vientre al descubierto—. Y tú... tú eres tan atento al hacerlo...
Al decir eso, no evitaron cruzar sus miradas.
—Solo te complacía. Mi recompensa en esto es estar bañado de ti en todo aspecto, además te la debía por el hecho de que cargas a nuestro bebé.
—Debo admitir que la penetrada del principio fue un poco molesta —comentó ignorando su última acotación—. El bebé se movió un poco durante el momento, pero no quería parar...
—¿De verdad? Con razón... —Jacobo se impresionó de haber sacudido a dos personas en una noche—. Por eso te hice esa pregunta. No quería causarte incomodidades, tampoco que no tomases en cuenta lo que acabo de decir.
—Entiendo que reconozcas que es de ambos —Brendon desvió su mirada—. Pero me acostumbré a lidiar solo con esto desde que lo supe de golpe. También prefiero desconocerlo para no ilusionarme... —acarició su abdomen. Al parecer su embrión se volvió a mover—. Aún paso lo de mi jefe como para caer en los encantos de un príncipe como tú.
Jacobo se sonrojó comprendiendo su razón.
—Al menos, déjame llevar los últimos meses contigo. Quiero apoyarte en nuestra sorpresa.
Él otra vez sentía intensificarse esa aura de orquídeas alrededor del hombre que lo embarazo. Estas le hacían dar a entender que sus intenciones eran sinceras, no obstante, habían sido demasiadas emociones para un día.
—Lo pensaré mejor en la mañana —bostezó refregando sus ojos—. Por el momento, gracias por la cogida de buenas noches —terminó diciendo mientras se acomodaba.
—No es nada, supongo.
—Créeme, para mí es mucho —rectificó cerrando sus ojos—. Descansa, Jacobo.
El silencio reinó después de eso.
Las palabras de Brendon solo lo dejaron pensando sin querer conciliar el sueño. Sentía que había una barrera entre ellos que no podía deshacer por el hecho de que el hombre embarazado no quería volver a salir herido por lo que le contó. Exhaló observando el techo queriendo tener una idea como llegar a él y demostrarle que sus intenciones eran honestas como sus florecientes sentimientos.
Después de todo, no siempre tenía que ser sexo. Ni siquiera todo era malo, ni mucho menos todo estaba perdido.
Sin hacer mucho movimiento, buscó de girarse para observarlo con tristeza. Jacobo se preguntaba: ¿Cómo podía sentir algo por ese doncel sin conocerlo? Estaba confundido, más con el asunto de que lo embarazó sin saberlo hasta ahora y que eso haría que se convirtiera en padre dentro de poco a sus treinta años. Era una loca, pero, aun así, pese a eso, estaba seguro de algo:
—Espero no te vuelvas a ir —le pidió viéndolo dormir plácidamente con sus manos en su vientre; inconscientemente también apoyo su mano sintiendo las mariposas invadirle—. Por favor, Brendon, quédate a mi lado.
A pesar de usar ropa holgada, Brendon ya no podía disimular bien por debajo de esta el visible vientre de cinco meses que cargaba por el tema de que la ropa le quedaba un poco ajustada en estos días. Por mucho que quisiera, estando en público se notaba, por no decir que cuando tuvo que ir a su trabajo con esas fachas hizo que la situación se complicara un poco, ya que ahí fue donde todos, absolutamente todos se percataron de su nuevo físico que los dejó boquiabiertos por la gordura que les había ocultado por quien sabe cuánto tiempo.
Evidentemente eso fue el chisme del día que empezó a llegar a oídos de cada empleado sin que el botánico se percatara.
De hecho, no lo hacía por la fatiga que cargaba encima por una mala noche. Así que, él se dedicaba solamente a caminar con su vista al frente y su termo de té en la mano, bebiéndolo a sorbos para mantenerse despierto. Ciertamente, no había podido dormir plácidamente a causa de sus nuevos síntomas del embarazo, haciéndolo tener tanta molestia de la que solo quería ser complacido hormonalmente cuando le costaba conciliar el sueño.
Eso al menos lo relajaba y le sacaba bastante ventaja, porque ese fue el acuerdo del que quedó con Jacobo: nada sentimental, solo complacerlo con sus exigencias hasta que el embarazo acabase. Reconocía que lo usaba sin ponerse en su lugar, de si lo lastimaba o no, pero ya no estaba pensando con claridad cuando su humor también cambiaba bruscamente en su rutina de trabajo cuando era interrumpida por las mismas dos personas de siempre: Sara Malkal y su jefe.
—Vaya, tu bebé está inmenso —se acercó a decir en voz baja la única compañera que sabía su secreto. Quería darle los buenos días, pero su nuevo aspecto lo delataba mucho—. ¿Tienes siete meses?
—No... —restregó sus ojos—. Tengo son cinco meses... Estoy cansado, estas idas al baño y antojos...
Sara pudo olfatear su aliento.
—Hueles a carne. ¿Por qué?
—Oh, fue mi desayuno —entró a su despacho para ir a encaminarse a su mesa de trabajo para sentarse, no soportaba sus pies—. Bañé dos buenos filetes en miel y chocolate. Deberías probarlo.
Eso le impresionó de oír. Pensaba que él era vegetariano como también un anti dulce.
—¿Chocolate? Pero tú lo odias.
—El bebé es quien lo exige... —se acomodó en el banco—. He comido más chatarra de lo habitual. El medico mencionó que subí mucho de peso cuando me preguntó la razón y le comenté el que en la madrugada me atiborro de lo que desea el feto —volvió a coger su té para beberlo—. También por las hormonas... No tengo ganas de hablar de eso, tengo que leer si los informes del viernes están con todos sus detalles, y no quiero que el señor Colombo llegué y...
—Darse cuenta de que no tiene nada listo como lo ha vuelto habitual, señor Fiore —mencionó el rey de Roma apareciendo como si nada—. Además de eso, eres el chisme de todo el invernadero porque estás gordo. La gente inventa...
Brendon se giró sobre su silla para darle la cara. Su jefe se quedó impresionado de que el rumor era cierto.
—Las personas inventan lo que quieran para conseguir sus intereses —respondió extendiéndole las hojas por las que venía—. Aquí está. Ya las tenía hecha, lo que iba a hacer era darles una tercera revisión, pero vino antes.
—Por supuesto, señor Fiore —los cogió. Quería decirle algo, pero no lo hacía al tener una persona sobrante en la escena—. Señorita Malkan, vaya a realizar su trabajo, no debería de interrumpir a su compañero.
Ella quiso contestarle, pero volvió a recibir una orden severa de su supervisor que le obligó a marcharse a sus labores dejando solos a ese dúo explosivo.
—¿Qué me toca hacer el día de hoy, señor Colombo? —le interrogó, mas no hubo respuesta por la razón de que su encargado solo se dedicaba a verlo de arriba abajo—. ¿Sucede algo?
—¿No te viste esta mañana? ¡Estás gordo!
Él rodó sus ojos. Sabía que su mañana empezó bastante mal con ese comentario.
—Lo sé. Tengo espejos en mi casa para saberlo —apoyó sus manos en sus rodillas. Intentaba no tocarse su abdomen para no generarle más curiosidad por su aspecto—. Aun así, no está aquí por eso.
—No, pero ¿por qué luces así?
—¿Disculpe?
—¿Estás así por nuestra ruptura? —empezó la ronda de pregunta—. No sabía que causaría ese efecto en ti, pero llegar de esta manera desagradable con esa barriga cervecera. Tú no eres así, Brendon.
—No sé de qué me habla. Menos me importa —fingió que sus comentarios no le estaban afectando—. Señor Colombos, por favor, denme mis labores de hoy. Necesito terminarlas para no atrasarme como la semana pasada.
El señor Colombo se hacía de oídos sordos. Solamente se dejaba llevar por sus malos impulsos, queriendo tener un efecto en él.
—¡Tú debes de adelgazar! ¡Estás asqueroso luciendo así de obeso! —se afincó en sus hombros para que le prestase atención—. ¡No te voy a volver a amar si empiezas a engordar hasta parecerte a una ballena!
Brendon sin prudencia, apartó las manos de Leopold, mirándolo con molestia de que lo insultase, o peor aún, que dijera cosas que no pasarían.
—No puedo hacerlo. Igual no es asunto suyo lo que haga con mi cuerpo.
—Claro que sí. Yo te cogí por un año, me perteneces.
—Señor Colombo, las cosas no son así. En serio, no quiero volver a golpearlo como ese día. Solo deme mi parte de la labor para comenzar a...
El doncel, antes de poder terminar lo que quería decir, terminó siendo silenciado repentinamente por un beso amargo de su supervisor. Esta vez no comprendía la razón de ese gesto, pero el mal sabor que le generó le provocó náuseas, y, por supuesto, la expulsó en su boca, haciendo que se separaran por ese momento.
—¡Que asco, Brendon! —exclamó escupiendo los restos de sus labios al piso mientras el hombre embarazado recibía sus dosis de vómitos matutinos—. ¿Por qué lo hiciste?
No pudo responder.
Él se había bajado del banquito en el que estaba para arrojar su desayuno al cesto de la basura, provocándole una ira a su jefe que hizo que lo tomase del brazo alzándolo de golpe para que le diese la cara.
—¡No me ignores más de la cuenta! Dime, ¿por qué mierda me expulsaste tu gordura?
Brendon entre tanta gritería, se estaba mareando, también sentía malestar por la manera en su bebé lo pateaba con intensidad, causándole molestias en su espalda.
—No es nada... Fue un accidente...
—¿Tienes SIDA? —no recibió respuesta—. ¿¡TIENES SIDA Y ME LO PEGASTE?!
El apretón en su antebrazo se hizo más fuerte, haciéndolo gemir de dolor; entretanto, negaba con sus ojos llorosos esas acusaciones; sus hormonas otra vez le hicieron cambiar de humor en una mala situación.
—En serio, no es nada...
—¡Estás gordo, enfermo y diferente! ¡Algo debes de tener y seguro me lo contagiaste! —seguía gritándole histérico.
—No. Yo le hubiera dicho.
—Ah sí, entonces, ¿qué tienes, idiota?
—Soy un Doncel. Estoy embarazado desde hace cincos meses —contestó estresado de no poder zafarse—. Por favor, no quiero problemas.
—Y yo no quiero mentiras. ¡Dime la verdad!
Ahora su cabeza le latía. Estaba en un punto de estrés muy alto por ser agredido tanto física como verbalmente, realmente su vista se estaba nublando por el cansancio, pánico y adrenalina que no evitó cerrar sus ojos cayendo inconsciente.
—¡No estoy para tus dramas, Brendon! —agitó al hombre desfallecido sin recibir respuesta alguna—. ¡Despierta! ¡Tienes trabajo que hacer!
Entre su gritería, la gente se acercó ante el bullicio que había armado Leopold en el invernadero del laboratorio al no tener la más mínima idea de cómo ayudar a su empleado que se encontraba desfallecido en sus brazos. Se levantó con el hombre embarazado pensando que reaccionaría en cualquier momento y así podría chantajearlo en la situación al tener a todos los encargados de la industria presente.
Sin embargo, nada.
Lo único que logró fue que la joven que siempre acompañaba a Brendon, a la que todos conocían por el nombre de Sara, se acercara a ellos exigiendo respuestas de lo que pasó.
—Solo estábamos hablando del trabajo —mintió—. No se notaba bien, le pregunté que le pasaba, pero vomitó hasta caer así.
Era incuestionable que Sara no le creía; su expresión lo decía todo.
—También mencionó estar embarazado. Una excusa bastante tonta para explicarme la razón de que ahora luce de este modo.
—Sí lo está. ¡Llévelo a la enfermería!
—Es imposible, señorita Malkal —dijo observando al hombre en sus brazos que se movió a causa de un escalofrío—. Es un hombre y el hecho de que seas su amiga, no te da la obligación de acoplarlo en su mentira de una posible enfermedad.
—¿No lee los avances médicos o qué? —contraatacó queriendo tomar a su compañero—. Los donceles existen. Algunos hombres pueden concebir hoy en día, y créame que tiene a uno en sus brazos.
Los presentes se quedaron incómodos por la especulación, incluso la persona que tenía a Brendon entre sus brazos terminó soltándola, sintiendo repugnancia. Una suerte que la mujer judía pudo atajarlo sin dejar de insultar a ese hombre desgraciado que tenía como jefe deseando exponerlo, pero lo dejó para después, no quería traerle más inconvenientes de los que estaba teniendo.
Se lo llevó como pudo, buscando de tener cuidado con su condición mientras iba con una expresión bastante seria que apartó a las personas que los rodearon para encaminarse a la enfermería del laboratorio para poder estabilizarlo de todo ese estrés.
Trasdos horas inconsciente, Brendon logró despertar encontrándose en la enfermería que había su lugar de trabajo. No recordaba lo que había pasado para estar ahí, lo único que sentía era un dolor punzante en su cabeza acompañado de una patada enérgica de su bebé... ¡Cierto! ¡Su pequeño se había estado inquieto en la mañana! Su mano se posó sobre él para acariciarlo intentando transmitirle calma, se notaba muy escurridizo dentro de él.
—Ya, bebé, estoy bien —dijo sentándose en la camilla mientras sentía otra patada—. Oye, eso me molesta.
Había empezado a discutir con él mismo por la fiesta que tenía su hijo o hija dentro de su persona. Quería que se calmase, pero le era difícil al no saber qué lo alteraba. Realmente no recordaba ni siquiera cómo fue que llegó a dónde estaba, por lo que se dedicó a esperar pacientemente (y con un antojo de comer tocino bañado en chocolate fundido) a que la enfermera del lugar viniera a ver cómo estaba. Podía escuchar unos pasos que se acercaban, los mismos que venían a su dirección para recibirlo con una sonrisa acompañada de exámenes en su mano.
—Es bueno saber que despertó. La señorita Malkal estaba preocupada de usted y su bebé —comentó con alivio.
—¿Bebe? ¿De qué bebé habla? —preguntó haciéndose el tonto—. Seguro se refiere a mí. Aún con veinticinco años tengo cara de niño...
Él sintió otra patada de la que no pudo evitar tocar su vientre, quejándose en el proceso.
—Me refiero a esa criatura que acaba de irritarlo.
—Me lo pagarás, Sara —suspiró—. ¿Es eso por lo que estoy aquí?
La enfermera le asintió mientras daba una revisada a las hojas que tenía en el pisapapeles.
—Debió haberse desmayado del estrés.
—¿Estrés? Como cree, yo no sufro por eso.
—La señorita Malkal mencionó que sí. Hubo una situación incómoda en la que su jefe le tenía en brazos. Al parecer no fue de su agrado encontrarlos así; creo que también lo insultó en hebreo cuando me contaba los hechos —dijo la enfermera haciendo memoria—. Lo que haya pasado no le ayudó mucho a su salud. Usted está agotado y con las hormonas muy disparejas para su condición. Recomiendo que te tomes estos días libres para que se estabilice y baje su estrés.
—Solo me desalenté. No es nada —aclaró Brendon con cierta molestia—. Estoy bien, ya he venido a trabajar embarazado y no me ha resultado problemático.
La joven vestida de blanco negó con su cabeza, extendiéndole unos exámenes de sangre para que los viera y comprendiera un poco lo que le quería, para que así no se mintiera a sí mismo.
—Sus hormonas importantes para la formación de la placenta en el embarazo bajaron de golpe por su desvarío, mientras que las de su sistema endocrino subieron y eso no es bueno, ya que podrían provocarle un aborto espontáneo —señaló con su bolígrafo en las pruebas—. Comprendo que era un secreto para usted por su situación de ser un doncel y que algunas veces las personas no reaccionan bien a lo peculiar, pero ya es tiempo de que lo haga notar más para evitar situaciones indeseadas.
—Pensé que estaba fuera de peligro. Mi doctor me dijo que ya cuando pasara los tres meses de gestación estaría mejor. No sabía... —se sintió mal de repente—. Creía que no podría pasarme a estas alturas. Incluso, puedo admitir que me sorprende que en estas instalaciones me dé algo tan preciso.
— Si tenemos lo mejor para las plantas, es evidente que debemos de saber qué hacer con las personas en su momento de reacción —le aclaró como observación al hombre en la camilla, intentando sonar ocurrente—. Solo realicé un análisis de flujo. Aquí no tenemos para ecografías, por lo cual le aconsejo que vaya a su obstetra para asegurarse de su bebé.
—¿Me darán el día libre? —la mujer le contestó con un "sí"—. No, yo puedo trabajar. No sé qué pasó, pero puedo cumplir con mi deber, yo...
Él se calló de repente al sentir dos dolores leves y ligeros en su ingle y abdomen. No le dolieron del todo. Sin embargo, en su cuerpo fue más una reacción que lo hizo sentir incómodo.
—Señor Fiore, si usted quiere a su bebé, como profesional, le recomiendo tomarse la semana hasta que se calme —repitió la enfermera por su renuencia.
La expresión de Brendon cambió a un puchero. Realmente no quería irse, menos cuando ahora lo estaban viendo como una persona delicada por saber su condición.
Eso no era lo que quería, mas tenía que aceptarlo para que su bebé no saliera afectado.
—Está bien —aceptó con molestia acariciando su vientre—. Debo llamar a alguien para que venga por mí, si me disculpa —la mujer que le informó cómo estaba se fue para darle privacidad. Así que él aprovechó de tomar su teléfono que estaba en la mesita al lado de la camilla para desbloquearlo e ir a marcación rápida y llamar a esa persona—. Jacobo, sé que es tu día libre y no quería molestar, pero ¿puedes venir por mí? Es que ocurrió algo...
El hombre embarazado esperaba a las afueras del invernado, acariciando su vientre. Deseaba que no lo hubieran descubierto hasta el día del parto, cuando planeaba hacer pasar la cesárea por una simple apendicitis. Pero ahora, eso era imposible.
La situación había cambiado por completo, y ni siquiera entendía que le había provocado aquella reacción. Pensar en ello solo le provocaba un fuerte dolor de cabeza. Su bebé, en cambio, parecía inquieto, dándole patadas con tanta energía que casi parecía exigirle que se concentrara en otra cosa.
Quiso preguntarle a Sara cuando fue a recoger su termo de té y parte de sus cosas, pero ella lo evadió, creyendo como que no lo vio sin entender una razón. De seguro alguien la hizo sentir mal por haberle ayudado y no quería más problemas. Si bien tampoco la fue a buscar, pues no quería hacer esperar a Jacobo, el cual llegaría en cualquier momento de esos quince minutos en los que dijo que estaría. Aun así, lo único que deseaba saber era una cosa:
—No lo comprendo, me sentía bien en la mañana... ¿Cómo terminé en la enfermería? —se preguntó para hacer tiempo mientras sentía otra vez los movimientos activos de su hijo. Estos le estaban molestando un poco—. Ya entendí, no quieres que lo recuerde. Deja de hacer una fiesta siempre que quieras; tengo suficiente con que me provoques los antojos de carne y chocolate cada que puedes...
No debió pensar en eso.
La idea se le clavó, pero no quería irse del punto donde le mencionó que esperaría a la persona que vendría por él. Divagó un poco hasta que la sensación de hambre lo hizo babear, haciéndole inevitable no volver al edificio para dirigirse a la zona donde estaba el cacharro de golosina; observó los códigos desde la vitrina que tenía para decidir qué le apetecía de esos envoltorios brillantes de muchos dulces.
—Dichosa máquina, deberías tener un postre de chuleta bañado en salsa de chocolate blanco acompañado de mieles y nueces para calmar mi antojo —maldijo decepcionado del contenido de la expendedora—. Me conformare con esa galleta de triple chocolate, pero en casa... —se quedó pensativo a que se refería con "casa"—. Lo debatiré mejor con la galleta, tengo hambre.
Sacó el billete que tenía en su bolsillo para introducirlo y marcar el código 7K; sus ojos brillaron emocionados de que en pocos minutos caería el bizcocho para zampárselo de una mordida y, cuando lo hizo, se agachó con cuidado para cogerla con emoción de abrirla y zampársela de un solo bocado.
—Con que embarazado... —mencionó su jefe, estando a sus espaldas, disfrutando de la vista que le daba su empleado con su cuerpo inclinado en esa posición—. Eso explica bien la deficiencia que has tenido todo este tiempo y lo de hace rato. También la linda vista que me das al hincarte luciendo tu trasero tan grande y redondo que me sentiría muy afortunado de probarlo...
Brendon se sintió repentinamente asqueado por esos comentarios. No lo soportaba, por lo que, con su postre en mano, se levantó para mirarlo de frente y encararlo.
—No tengo tiempo para sus desagradables acotaciones sobre mí —le indicó antes de intentar irse caminando en dirección a la salida, pero fue detenido.
—Vamos, cuando te desmayaste me puse a leer de tu condición. Ser un Doncel es una posibilidad de una en cien mil, eres afortunado —halagó con cinismo—. Seguro yo también por ser el padre si sacamos cuentas.
Brendon apretó los dientes.
—Claro que no. Ni es posible.
—No te hagas el difícil, aunque eso me calienta —le recordó con una sonrisa—. No deberías de ocultarme cosas como esa, pero entiendo que no lo haces evidente por proteger mi reputación.
—¿Tu reputación? —interrogó indignado—. Deja de fantasear con esa absurda idea. Lo que te haya perjudicado después, no es mi problema. ¡Y no vuelvas a mencionar que eres el padre!
—O si no ¿qué?
No respondió.
Él simplemente se cansó de perder su tiempo, por lo cual decidió volver a intentar marcharse a la salida con su galleta en mano (seguro Jacobo ya había llegado) para acabar con todo ese mal día.
Sin embargo, Leopold no lo permitió, lo agarró de su muñeca para atraerlo directamente a él; el vientre de Brendon no consintió el paso a esa cercanía que deseaba.
A pesar de ese pequeño gran detalle que los mantenía separados, la reacción que tuvo el hombre embarazado fue entrar en pánico porque, aun teniendo esa ventaja, no podía alejarse de ese contacto. Por mucho que forcejeaba, quien lo tenía agarrado de manos buscaba hacer que lo viera, pero él desvió su mirada mientras aguantaba la sensación incómoda que le provocaban las patadas que le daba su feto.
Eso fue algo que hizo sonreír a su jefe tras sentir en su cercanía la inquietud del bebé de su empleado. Buscó tomarle su rostro, teniendo intenciones de reanudar el beso de hace rato, sin importarle si la otra persona a quien se lo quería dar quería o no hacerlo. Era evidente que la respuesta a ese gesto era un rotundo rechazo; sin embargo, Leopold continuaba insistiendo. Entretanto, Brendon intentó volver a apartarse, mas no podía lograrlo, pero eso no significaba que, estando en esa situación, no pudiese ser salvado por alguien más.
—¿Interrumpo algo? —cuestionó una persona viendo la desagradable escena.
Esa voz fue música para los oídos del botánico que se encontraba en apuros.
—Sí, mucho —contestó quien tenía acorralado a Brendon—. Debo decirle que las visitas a las instalaciones acabaron hace media hora, debería irse.
—De ser así, a usted le convendría respetar el espacio personal de los demás y dejar a mi novio.
—¿Su novio?
—¿Mi novio?
Jacobo se quedó también confundido con lo que dijo. Aunque no se arrepentía del todo de haberlo dicho.
—Como escuchó —afirmó.
—¿Tus hormonas de embarazado te desesperan tanto para conseguirte a un hombre como él? —le preguntó Leopold a Brendon, el cual notó que estaba confundido por esa alegación—. Por tu expresión, él miente. Así que, señor, no me haga llamar a seguridad porque anda acusando un empleo en su condición especial.
Las palabras de aquel hombre solo volvían a estresar al doncel, tanto que lograron marearlo en un punto que no evitó tambalearse hacia atrás, donde terminó siendo atajado por Jacobo, quien estaba a sus espaldas.
—¿Estás bien, Brendon? —preguntó la persona que lo atajó.
—No... —contestó con sinceridad soltando unos quejidos leves por los movimientos rudos de su hijo—. Desde que desperté, el bebé está muy inquieto y no me siento muy bien.
Decidió ayudarlo a levantarse. Sus manos se posaron por debajo de las axilas del hombre embarazado (teniendo cuidado de causarle más molestias que por las que se quejaba) para alzarlo y así poder ambos encaminarse a la salida.
No obstante, tras haber dado cinco pasos, volvieron a ser detenido por el jefe de Brendon.
—Deje al señor Fiore —pidió.
—¡Señor Colombo, me tengo que ir! —clamó irritado—. ¡Jacobo, llévame al obstetra a ver a nuestro hijo!
Los dos hombres que deseaban al doncel se intimidaron de su repentino cambio de humor. Al menos, eso fue un alivio para quien tenía al adulto en cinta entre sus brazos, por lo cual retomaron su andar al punto inicial a donde fue citado una vez que dejaron a Leopold con la palabra en la boca.
Ambos se fueron a las afueras de las instalaciones del invernadero a paso lento para llegar a donde estaba estacionado el Toyota Corolla blanco. Jacobo, teniendo cuidado, ayudó a Brendon a entrar al auto, asegurándose de que tuviera el cinturón de seguridad para luego ir él a montarse en el asiento del piloto.
—No sabía que el bebé estaba tan inquieto —fue lo primero que dijo una vez cerró la puerta del coche—. Cuando te puse el cinturón, pude percatarme como se mueve bastante... ¿Te molesta?
—Lo hace desde hace un mes, ya sabes, desde que tuvimos nuestro encuentro. Se me hacía normal porque el doctor me dijo que debía de hacerlo, pero no era tan pesado como ahora —contestó acariciando su vientre—. Si bien solo se ha sentido así cuando me pongo a pensar en lo que pasó hoy en la mañana. Aunque el bebé también se movía inquieto últimamente, ahora que he estado oyendo de cerca al maldito del señor Colombo.
—¿Él es la persona que ya sabes? —preguntó el dueño del vehículo, introduciendo las llaves del auto en el cerrojo.
Inconscientemente, la frustración invadió a Brendon, haciéndole llevar sus manos a la cara para cubrírsela e intentar aguantar el llanto.
—Como quisiera decirte que no, pero sí, es él.
—Un señor mayor, de seguro de cuarenta años, estando con uno de veinticinco años —analizó la situación. No tenía que exagerar si no había mucha diferencia en su caso si entre ellos se llevaban cinco años—. No te juzgo. El amor puede llegar a sentirse a cualquier edad en la que las personas lo consideren correcto.
Tras haber dicho eso, Jacobo dirigió su vista hacia atrás, estando pendiente de si podía salir o no, pues era la primera vez que estaban juntos en su vehículo (Brendon no aceptaba traerlo) y deseaba demostrarle que tenía sentido de la responsabilidad, por si esa era la razón por la que le huía tanto.
—Solo fue un año... —él no pudo evitar volver a llorar por ese recuerdo—. Lo único que agradezco es que no sea el padre del bebé.
—Eso me recuerda que dijiste que es "nuestro" hace unos minutos.
—Oh no, Jacobo, era para sacármelo de encima y no me vengas con esas, si tú también dijiste que eres mi novio —le acusó estando colérico—. ¡Acordamos ser amigos con derechos!
—Lo sé —su expresión cambió a una desilusionada al ser rechazado otra vez en este largo mes que habían convivido—. Se me escapó por la sensación del momento. Es que tardabas y pensé que te habías cansado de esperar, por eso fui a buscarte... No quería ser inoportuno, simplemente actué como debía.
—Si, no fue tu culpa. Estaba sentado donde habíamos acordado, pero volví adentro por un momento porque tenía hambre —informó—. Corrección, sigo con hambre... —buscó por sus lados la golosina que se compró—. No está, genial. ¡Tengo hambre!
—Imaginé que la tendrías —dijo con su vista en la carretera—. Así que, logré comprar carne seca y chocolate porque comes por dos y me comentaste que tu apetito ha crecido mucho. Si las quieres, están en la guantera...
Escuchar eso entusiasmó al hombre embarazado. Abrió directamente donde le indicaron, viendo con ilusión y un brillo en sus ojos las delicias que lo esperaban.
Sin pensarlo dos veces, las cogió con emoción.
—Estaré inmenso y en contra de mis principios por hacer esto, pero... —abrió las provisiones que contenían los dos diferentes bocadillos para metérselas a la boca sin masticar y saborear esa mezcla de sabores—. ¡Esto sabe demasiado genial!
—¿Sabes? Tus antojos cada vez son más extraños con respecto a lo que no te gusta...
—Lo sé. Peleó con el bebé por eso —mordió la tira de carne seca—. Solo sabe bien por el capricho. Algunas veces, dejando de lado el asco que me dan, extraño lo que solía comer.
—Pero alguien no te deja —sonrió con la idea—. Se nota que tiene tu carácter.
El aire del vehículo se impregnó de la esencia peculiar de orquídea de Jacobo por decir eso haciendo que Brendon no pudiese evitar deleitarse; mordió su labio sintiendo la tentación.
—Deja de ser tan sincero —soltó sintiendo una corriente de calor repentina al mismo que al oler esa fragancia hacía que su bebé se calmara—. Cuando lo eres, en serio, tus feromonas naturales se concentran y me prenden.
Ese comentario hizo que se le escapara una risilla a quien tenía el volante.
—Tú también tienes un aroma curioso. Tú hueles a rosas. Desde esa noche de Año Nuevo, me cautivó que lo tuvieses. Imagino que entre nuestras propias esencias quisimos atraernos.
El hombre embarazado se sonrojó tragando lo poco que le quedaba de la merienda, por no decir que su corazón comenzó a latir.
—En serio, no quiero una relación. Aún no por lo de...
—Tu jefe, lo sé, y está bien —señaló con severidad—. Igual no debí entrar ahí y decir que somos pareja. Me lo aclaraste hace unos momentos: solo somos amigos con derechos que se ven cuando me necesitas...
—Jacobo, yo...
—No te preocupes —ante la agresividad con la que cortó el tema hizo que la esencia de orquídea disipara—. Lo único que te agradezco es que me dejes estar contigo en el embarazo hasta el final. Espero también me dejes criar al bebé.
Después de recalcar aquello, el camino transcurrió en silencio hasta que llegaron al hospital adonde irían para asegurarse de que todo estuviese bien. Ellos se bajaron con cuidado, ya que, con las prisas y los hechos, Brendon se sentía ansioso por lo que le mencionó la enfermera de su trabajo de los análisis de sangre que Jacobo aún no sabía del todo (menos le diría ahora por la conversación que acababan de tener) para preocuparlo más de lo que estaba.
Ambos subieron al primer piso de maternidad para ir con el obstetra que fue recomendado al doncel para su estudio. Pasaron de una vez tras indicar, de cierta manera, que era un asunto de urgencia. Evidentemente, al estar los dos juntos dentro del consultorio, sorprendieron al doctor de que viene por segunda vez en el mes después de que había pasado por un chequeo la semana pasada sin que hubiese nada fuera de lo normal.
Este les permitió tomar asiento a los dos, siendo esta la primera vez de Jacobo en el lugar, lo cual le hacía sentir nervioso por lo que pudieran decir. Realmente esperaba irse; no le gustaban los hospitales, pero tenía que soportarlo. Por lo cual, una vez que el hombre embarazado contó los motivos que los traían aquí, sacó los exámenes que había guardado en su bolsillo en un gran doblez cuando se los dieron en el trabajo.
Su tocólogo los agarró para leerlos, lo hizo con una expresión afligida que no pudo disimular.
—¿Cómo te sientes, Brendon? —interrogó con formalidad.
Él se dejó llevar un poco por sus ideas posicionando inconscientemente sus manos en su vientre en aquella camisa blanca de su uniforme.
—Yo me siento bien. El bebé si se puso a dar las patadas que había mencionado que daría —acarició su bulto intentando darle una idea de que se sentía mejor—, pero estamos bien.
El sujeto que cargaba una bata blanca observó en dirección al hombre de piel moreno que estaba al lado de Brendon, era la primera vez que lo veía.
—Supondré que usted es el novio.
—No, no, no —negaron ambos con sus manos al aire.
—Un íntimo amigo.
—¡No! —tomó palabra el botánico sonrojado—. Solo es el padre del bebé. Está aquí porque hablamos de que llevaríamos el proceso junto, es todo.
Jacobo no quiso decir nada tras notar cierto tono de irritación en esas palabras cuando salieron de la boca de quien tenía a su izquierda.
—Solo pregunto por ser la primera vez que viene con alguien, señor Fiore —el doctor volvió a mirar los exámenes que andaban en sus manos—. Debo mencionarle que lo alarmante de estos exámenes que le hicieron es su variación de las hormonas. Usted puede tener un aborto de golpe por esta baja repentina de progesterona.
—¿La qué?
—La hormona sexual que tienen los donceles y las mujeres cuando tienen la implantación de la fertilización. Eso explica porque también afectó un poco a la hCG (gonadotropina coriónica humana).
—¿Qué podemos hacer? —cuestionó el otro hombre que escuchaba la situación, estando bastante preocupado.
—Lo aconsejable es que se tome el permiso de maternidad en su trabajo con la justificación que la haré —indicó como recomendación—. Algo te estresó de golpe, Brendon. No es normal que tenga ese efecto de manera tan rápida. ¿Sufre de ansiedad? ¿O depresión?
—Sí, el año pasado volví a caer en depresión como en mi adolescencia —confesó Brendon apenado—. Sin medicación, solo fue una baja de la que me sobrecargué en mi rutina. Aunque no quería comer mucho, simplemente quería era hacer trabajo tras trabajo.
—Algunas cosas pasan factura, señor Fiore —anotaba en el expediente que le había abierto desde que descubrió que estaba embarazado—. Por esa razón, si quiere que su embarazo continue sin problemas, créame: tome el permiso de maternidad.
—Pero...
—Escríbalo, por favor, y muchas gracias por su recomendación, doctor —interrumpió Jacobo, incrédulo de lo necio que estaba siendo Brendon.
El profesional de salud que llevaba el caso del doncel agradeció que tomara la cara en el asunto. Por lo que, siguiendo con la orden del padre de aquel bebé, elaboró el permiso que debían de llevar al invernadero. Seguido de eso, decidió abrir el informe que debería de actualizar con esta nueva información junto a una nueva ecografía. Eso último lo habían olvidado al estar con el tema de los análisis de sangre, así que, para no perder tiempo, mandó al hombre embarazado a la camilla donde realizaban los ecos para revisar cómo estaban los latidos del bebé y la posición en la que se encontraba.
Al estar acostado, Brendon desabotonó su camisa, dejando al aire libre su abdomen inflado como un globo en que su ombligo estaba más sobresalido.
De cierta manera, viéndose ahora, podría decirse que se sentía gordo, pero no enorme, como algunos gestantes de cinco meses. Aunque quiso no tener ideas al respecto, simplemente se dedicó a mirar al techo mientras era observado por Jacobo, el cual estaba de pie con los brazos cruzados, por no decir que también sentía la severidad de sus ojos castaños en él. Decidió suspirar para relajarse. Una vez le echaron aquel gel frío seguido del transductor para empezar el proceso con el ecógrafo.
El transductor se movió sobre su barriga y las ondas de sonido hicieron lo suyo atravesaron su piel, músculo, hueso y los líquidos a diferentes velocidades para hacer que las ondas de sonido rebotaran en el feto para enseñarlo como un eco que regresó al transductor.
Todas esas ondas de sonido se transformaron en una imagen electrónica que se mostró en la pantalla del monitor. Esta vez fue más claro, no había nada diferente; la cabeza y el cuerpo del feto estaban desarrollándose como debían, incluso se notaba que pateó en algunos momentos (el hombre embarazado se exaltó un poco porque eran un poco rudas). Pese a esas agitaciones, quien estaba en la camilla no quiso observar el proceso de la ecografía, pero el hombre que lo trajo sí lo hacía con una sonrisa en su rostro.
—A pesar de lo que apuntaron los exámenes, su niño está con un latido perfecto y la formación de la placenta y su metabolismo como debe de ser —afirmó pasando el aparato para corroborar el género, ya que esta vez el embrión sí se dejó ver sin problema—. Sí, su varón, puedo decir que, con el gran tamaño que tiene, crece a gusto en su madre doncel.
El doctor se levantó para ir en dirección de su escritorio para traerles la baja médica por embarazo que había hecho, como también aprovechar de imprimir tres ecografías: una para el informe, otra para el archivo general del hospital y una última para los padres. Aunque intentó dársela a Brendon, este la rechazó, así que se la dio a su acompañante, el cual, ante los hechos, estaba impresionado de que ahora le pasaran muchas cosas tan extraordinarias en su vida desde que lo conocía a él.
De la emoción de alegría que le causaba ver a su pequeño, Jacobo no pudo evitar esparcir sus feromonas de orquídea que hicieron que Brendon se relajara.
—Es bastante... —el hombre que sostenía la imagen entre sus manos no sabía que decir—. Es lindo... Tiene una linda nariz...
—Podría decirse que la suya, señor...
—Oh sí, de tanta urgencia no me presente —recordó apuntando a lo obvio—. Soy Jacobo Henderson.
—Sí, confirmo que es su nariz, señor Henderson. Un hombrecillo que heredará uno de sus rasgos.
Eso le llenó de sentimientos indescriptibles. Jamás había sentido algo parecido en su vida desde que había conocido al botánico en la fiesta de Año Nuevo. Desvió su mirada hacia él; realmente quería agradecerle tanto, pero al verlo se dio cuenta de que se encontraba distraído.
Por lo que, sin más que agregar en la consulta, gratificaron por todo al doctor por atenderlos y que, ante cualquier cosa, informarían si sucedía algo en caso de que los niveles de estrés volvieran a afectar al doncel o si una situación de riesgo se presentaba, ya que el embarazo estaba por finalizar el segundo trimestre, del que podrían venir más sorpresas innecesarias.
Los padres salieron en silencio del consultorio, teniendo una ida al baño en el camino, para luego encaminarse a llegar nuevamente al estacionamiento para buscar el coche y dejar al hombre embarazado en su apartamento para que pudiese descansar de ese largo día. Estando cerca del vehículo y aprovechando que estaban solo, uno de los reflejos de Jacobo fue abrazar sin permiso a Brendon por estar sintiendo muchas de sus emociones florecer.
—¿Sucede algo, Jacobo? —preguntó el doncel como primera reacción del gesto, por decir que se había sonrojado.
—Solo estoy feliz —lo envolvió aún con más fuerza entre sus brazos teniendo cuidado con el bebé—. No me importa cómo me consideras. En serio, con que me dejaras estar aquí hoy... —la esencia de orquídeas que lo caracterizaba se intensificó más, tanto que el hombre embarazado no pudo resistirse a esconder su cara en el cuello de aquel hombre para disfrutar de su cercanía—. Es lo que quiero. Yo quiero estar contigo para criar a nuestro hijo. Seamos una pareja o no, pero eso no me importa, porque te demostraré que no todos somos malos.
—Jacobo, te expliqué...
Él se separó para tomar su rostro entre sus manos. Le era lindo verlo todo sonrojado, haciendo que su lunar resaltara. Sabía que le recordaría lo mismo de hace un mes. Sin embargo, sonrió teniéndole otra idea a esa perspectiva.
—A tu tiempo. Yo te esperaré para cuando me quieras dar el sí —él se puso de rodillas para poner su oreja y manos en el vientre de Brendon para sentir a su bebé—. Quiero enseñarte que me importan los dos y quiero que tengas presente que no haré nada que no desees que pueda dañarnos.
La mano de Brendon se posó en los mechones negros y cortos de Jacobo para acariciarlo, sintiendo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas por la sinceridad absoluta con la que decía esas palabras.
—Sí, eso me encantaría —le asintió dejando caer sus sollozos por sus mejillas—. El bebé tendrá un gran padre. Serás increíble.
El hombre que mimaba al doncel esbozó una sonrisa. Al menos, lo consideraba parte del plan.
Los meses continuaron pasando.
En estos momentos, Brendon tenía treinta semanas (siete meses y medio), los cuales no había podido lograr dormir plácidamente, mucho menos dejar de comer como un muerto de hambre todas esas carnes en sus diferentes presentaciones bañadas en las muchas formas que puede ser representada el chocolate.
Él, por mucho que no quería comer de esa manera, más lo hacía al estar irritado, por lo que le provocaba su fatiga, la cual empeoraba su apetito por ser la única manera con la que lidiaba con ella.
Por no decir que sus hormonas también se unieron a la fiesta para complicar la situación que ha transcurrido en estos meses.
A raíz de ellas, Brendon se volvió más exigente sexualmente con Jacobo, donde se aprovechaba de él en esta situación cada vez que lo visitaba (por no decir que se la pasaba más con el hombre embarazado en su propio departamento) que lo necesitaba en cada arranque instintivamente sexual. Algo parecido a como lo hacían ahora al estar en el mueble de su casa junto al padre de su hijo, siendo masturbado por este, como él se lo había pedido mientras se atragantaba con la comida, al mismo tiempo que demandaba más, más y más...
—¡Más rápido! ¡ah! —jadeó con su boca llena de tiras de res.
Jacobo movía su mano como lo deseaba, inclusive con la yema de sus dedos jugaba en su glande para que drenase más la adrenalina. Si bien siendo él quien lo masturbaba, no podría decir que lo sentía placentero, sino que más bien le parecía una sensación incómoda, pero, aun así, le daba como quería.
—No comas mientras estás resoplando, Brendon.
—Yo hago lo que quiero —dijo tragando su bocado bolas de carne bañadas de chocolate—. Solo continua... ah...
El hombre asintió a la orden que le acababan de dar, mientras observaba cómo el doncel se recostaba en el brazo del mueble, estando con sus mejillas encendidas por las corrientes eléctricas que invadían su cuerpo. Podría decirse que estuvo así por cinco minutos más hasta que...
—¡Auch! —se quejó haciendo que Jacobo detuviese lo que estaba haciendo con su mano llena de semen—. Eso duele... ¡Auch!
—¿Estás bien?
Él negó, posando sus manos en su vientre; tanta era su molestia que se levantó de golpe al no soportarla.
—El bebé está pateando mucho otra vez —le comentó estando de pie.
—No lo veo raro. Me has dicho que no te ha dejado dormir por eso.
—Sí, pero... ¡auch! —subió su pantalón del pijama. No estaba cómodo para andar semidesnudos. Luego de hacer eso, posicionó su mano por encima de su vientre, específicamente, como si fuera la boca de su estómago—. Mateo está teniendo una fiesta adentro de mí...
—¿Mateo? Creí que se llamaría Pablo.
—Volví a ver opciones. En la que habíamos quedado no me terminó de convencer... —Brendon se quejó de nuevo; los puntapiés, de alguna forma estaban empeorando.
—Podríamos ponerle Lucas —propuso el otro padre del bebé a lo que hombre embarazado negó con una cara de molestia—. No tienes buen semblante, ¿qué sientes?
—Está inquieto. Es como si algo lo molestara.
—Tal vez mucha comida mientras te hacia...
—¡No! ¡Mis necesidades no le molestan porque él es quien las exige! —un escalofrío le invadió en su espalda baja—. Se siente diferente... Estos movimientos son... ¡Hugo quédate quieto!
Jacobo notaba que le quería describir la situación, pero por este nuevo malestar le costaba. Admitía que desde hace unos días percibía que Brendon experimentaba otros cambios en el embarazo, un poco diferentes a los que debía en estos siete, mejor dicho, casi ocho meses que tenía. Intentó tomar iniciativa de la situación acercándose a él para ayudarle a sentarse, pero no quiso.
—Aunque sea ¿puedo tocarte?
Él no movió la cabeza como respuesta, lo que hizo fue tomarlo de sus manos, y posicionarlas donde le molestaba y tenía razón, el bebé estaba pateando con brusquedad con sus pies arriba del vientre.
—Duele...
—Siéntate, te ayudará.
—¡No! ¡Diego empezó a hacer esto sentado! —sus ojos se llenaban de lágrimas por la incomodidad—. ¡Ah! ¡Deja de ser un karateca, Beethoven!
—Tal vez te provoca eso por todos los nombres que le pones.
Brendon cambió su semblante a uno fruncido al mismo tiempo que apartaba las manos de Jacobo de su abdomen.
—Como se nota que es tu hijo. ¡Es igual de molesto! —exclamó.
—¡Yo no soy molesto! ¡Te he complacido a ti cada que te plazca desde que decidí estar juntos en esta relación de amigos con derechos!
Ellos comenzaron a discutir.
—¡Porque quieres ser mi pareja! ¡Te dije que no quiero eso!
—Disculpa por tener sentimientos hacia ti y querer algo contigo de manera formal —acusó apuntándolo con su dedo—. Solo he deseado lo mejor para los tres. Me he desgastado emocionalmente por ambos intentando no hacerte sentir incómodo.
—Claro, ahora si me vas a mencionar todo lo que te molesta porque yo no te escucho.
—Sí, no te equivocas, señor perfecto —con la punta de su dedo tocó su frente—. No puedo opinarte mucho, ni ponerle nombre al bebé, porque sientes que me involucro demasiado en el asunto de MI hijo.
—¡Antes no estabas! —recordó golpeando la mano con la que lo señalaba—. ¿Qué? ¿De la noche a la mañana debo aceptarlo? ¡No! Las cosas no son así, Jacobo, tanto tú como yo decidimos que es mejor para nuestras vidas.
—¡Exacto! Nos encontramos de nuevos por los azares como esa noche de Año Nuevo en la que nos conocimos —puntualizó cruzándose de brazos—. Todo lo que nos ha involucrado a los dos han sido eventualidades y agradezco que fuera así porque así pude cumplir mi deseo de volverte a ver y ser algo más, justo como ahora en donde estamos formando una familia.
Eso le sonrojó, pero no disfrutó del todo el comentario por sentir los movimientos de su bebé siendo cada vez más fuertes.
—Sí, ahora hablas de ellas. Como me pasó a mí en este tema de "familia" que mencionas, donde descubrí que puedo embarazarme —contradijo por no querer caer como querer ignorar su dolencia—. No le des más vueltas. El punto es que no te incluyo en ningún aspecto de mi vida y si tanto dices que no te involucro en los asuntos del bebé para sacarlo al aire, dime, ¿cuál es el nombre que quisieras ponerle?
Jacobo se quedó mudo unos segundos, mas Brendon le insistió de mala gana que respondiese.
—Alexander. Siempre pensé que si tenía un hijo le pondría Alexander —le contestó.
Ese nombre le pareció lindo. También era un gesto agradable que compartiera algo íntimo con él. Quiso replicarle, pero un movimiento más de su hijo lo interrumpió hasta hacerle sentir que algo húmedo baja por su entrepierna.
—Oh no...
—Ya me vas a decir que es un pésimo nombre. Ves, nada te hace feliz.
—¡No, tonto! ¡Es un increíble nombre! —gritó, preocupándose por lo que significaba aquel líquido que mojó su pantalón—. Lo que pasa es... es que... ¡Acabo de romper fuente!
Jacobo se impresionó que dijera eso. Decidió mirarlo de arriba abajo para corroborar, y efectivamente, estaba empapado, por no decir que en el suelo había un liquido extraño debajo de Brendon.
—Es imposible. A penas tienes treinta semanas...
—Existen los nacimientos prematuros. Todo empezó porque nos pusimos a pelear me alteraste hasta lograr calmarme cuando dijiste ese nombre —sintió una leve contracción venirle. Mordió sus labios para soportarla mientras buscaba asiento. Ahí fue que el hombre que lo acompañaba le ayudó a volver a reincorporarse en el sofá—. No puedo creer que Alexander quiera venir antes... Justamente ahora...
—Hey, lo llamaste como dije...
—Sí, sí, sí, es lindo... —admitió irritado por los espasmos del alumbramiento que podía sentir que venían cada ocho minutos—. Llama a una ambulancia... tu auto... ¡ah! —lo agarró de la camisa para acercarse a su oído—. ¡Sácame a nuestro hijo de mi cuerpo!
Aquel hombre se separó de golpe, estando aturdido por el grito, pero entendió que no debía hacerlo esperar, por lo cual buscó con rapidez las llaves del departamento acompañadas de las de su Corolla.
Con ellas en sus manos, decidió ayudar al embarazado que se encontraba quejándose por sus contracciones que iban y venían con más frecuencia; se quejaba en cada leve paso que daban, también manifestaba su preocupación de que su bebé quisiese nacer antes de tiempo.
El hombre que lo auxiliaba intentaba tranquilizarlo, asegurándole que probablemente solo era una falsa alarma y que, con suerte, solo se había hecho encima. Pero eso no calmó al doncel. Aún así, le reconfortaba contar con su apoyo, sobre todo al percibir el aroma de sus feromonas a orquídeas, que al menos hacían la situación un poco más llevadera.
Bajaron por las escaleras por insistencia del afectado, que prefería no perder tiempo. Sin embargo, cada peldaño era una tortura: las molestias en la parte baja de su pelvis que se mezclaban con las patadas del bebé y las intensas contracciones, convenciéndolo de que lo que sentía que era justo lo que temía y no lo que le había asegurado el padre de su hijo.
Tras mucha tardanza al paso que iban, lograron llegar a la planta baja del edificio para cruzar la puerta e ir al vehículo para subirse y así iniciar su trayecto al hospital. Estando en la vía a ambos les dejaron de importar los semáforos y algunas señalizaciones (tuvieron suerte de no ser atrapados) para adentrarse con rapidez a la clínica, específicamente, por la zona de emergencias.
Jacobo salió primero, indicando la gravedad del asunto al personal de salud, donde terminó haciendo que una enfermera se les acercara con una silla de ruedas. Ellos ayudaron a Brendon a sentarse en su nuevo transporte con el que lo llevaron adentro. Estando adentro, él agarraba su vientre explicando lo más audible posible (en unos puntos no podía) lo mucho que le dolían sus contracciones. Los que estaban al pendiente del caso supieron que era una situación grave, sobre todo porque este era un embarazo prematuro en el cuerpo de un hombre capaz de gestar.
Sin pensarlo, buscaron de preparar en veinte minutos el quirófano mientras le ponían la intravenosa al nuevo paciente que intentaban estabilizar.
—Antes de pasarlo a la cirugía de cesaría debemos de realizar un ultrasonido rápido de su bebé —comunicó una de las enfermeras—. El doctor quiere saber la posición exacta en la que esta antes de proceder a la cesárea.
—No... esto me duele mucho... —Brendon estaba mareándose de las punzadas—. Alexander quiere venir ahora. No puedo más... No sintiendo salir más agua otra vez...
El hombre embarazado pasó su mano en donde sintió lo que mencionó. Al tacto no le pareció suave, sino más bien espesa. Así que decidió observar su mano; al hacerlo, se alarmó al igual que todos los presentes que la vieron.
—¡Código Oro! ¡El paciente con embarazo prematuro pasó de parto de agua a parto de sangre!
La mujer vestida de blanco corrió por sus compañeros que traían la camilla para llevárselo a urgencias para empezar con el protocolo asignado para estos momentos en los hospitales.
—¡Mi bebé se va a morir! ¡Jacobo, nuestro bebé se va a morir!
El hombre a su lado se agachó para tomarlo de la mano que tenía llena de esos fluidos rojos. El doncel, envuelto en su llanto y malestar, lo miró a esos hermosos ojos castaños que le transmitían serenidad, como si nada malo estuviera pasando.
—Alexander es igual de fuerte y terco que tú. Créeme que nada malo le va a pasar.
—¡Pero estoy sangrando! ¡Él se mueve mucho y me molesta!
—Confía en mí de que todo saldrá bien.
Quiso decirle algo más, pero no se lo permitió. Jacobo interrumpió sus palabras con un beso en la frente que lo logró tranquilizar un poco de lo malo. Realmente no entendía la razón por la cual se mostraba tan calmado en esta situación.
Sin embargo, con ese pensamiento y estando junto a la persona con la que vivía todo este embrollo, terminó transcurriendo todo en cámara lenta. No supo cuándo lo tomaron de la silla de ruedas para trasladarlo en la camilla al quirófano para prepararlo y poder anestesiar la mitad de su cuerpo para iniciar el procedimiento.
En este punto, el dolor de las contracciones de Brendon se mezcló con sus propios pensamientos que le hacían disociarse un poco de la realidad. Lo único que lo hizo reaccionar (levemente) a la realidad en la que estaba fue cuando le avisaron que le introducirían la aguja con anestesia. Fue un piquete leve que le hizo sentir cómo se adormecía desde su abultado vientre hasta la planta de sus pies.
Ahora todo pendía de un hilo.
¿Por qué él lo describía de esa manera? Simple.
Le colocaron una mascarilla, seguido del gorro, acompañado de la bata de tela azul que usarían para realizar las incisiones en su vientre. Un proceso que jamás supo cuándo empezó; simplemente los doctores lo rodearon comentando la situación, como si fuera una rata de laboratorio con la que experimentar, de la que estaban al corriente viendo la frecuencia cardiaca de los dos pacientes en la sala en cada fase, mejor dicho, en cada corte de la cesárea para llegar con el bebé.
Brendon no sabía si eso que hacían podía ser malo, pero debía de confiar ciegamente en ellos en este punto. Él estaba agotado, tanto que sus ojos le pesaron un poco, tal vez el adormecimiento, tal vez porque todo transcurrió en par de horas... Realmente estaba cansado, pero cuando escuchó lo inimaginable, reaccionó de golpe.
¡Buah! ¡Buah! ¡Buah!
—Es un niño. Un varón —informó el doctor a los profesionales de salud y al doncel—. ¡Un bebé sano!
El médico entregó al recién nacido a las enfermeras para que realizaran los cuidados pertinentes, como anotar su peso, su estatura, sus pulsaciones y sus respiraciones. Todo lo reglamentario para envolverlo en una manta y enseñárselo a su padre.
—Tiene un hijo precioso, señor Fiore.
Él sonrió al verlo. Sin embargo, mucho tiempo no duró apreciándolo, pues sintió cómo sus ojos le ganaban en cansancio. Los presentes se alarmaron, ya que, al dejarse llevar por su adormecimiento, se dieron cuenta de que su presión había bajado de golpe hasta lograr que se desmayara por la falta de sangre.
Tal escándalo se armó en la sala que este mismo llegó a un punto en el que el bebé se alteró por esos pitidos de la máquina hasta hacerlo agitarse.
—Estabilícenlos a ambos. ¡Perdemos a la madre!
Fueron rápidos en llevarse al recién nacido a una incubadora con un respirador artificial (al parecer sus respiraciones desvariaban). Una vez que se lo llevaron, intentaron reanimar al doncel, el cual estaba más pálido de lo usual, que se encontraba fuera de sí.
Al cabo de un rato, Brendon despertó con dolor de cabeza siendo cegado por la luz blanca de su habitación. Pestañeó queriendo acostumbrarse a la iluminación, inclusive rascó sus ojos sintiendo la molestia que esta le provocaba sin saber que había pasado, mucho menos de qué manera se encontraba su situación en general.
En ese último detalle, le hizo sentir un cosquilleo recorrerle su cuerpo, indicándole que la anestesia se le había pasado. En un principio, no le importó así hasta que, por mera casualidad, se tocó su abdomen, sintiendo cómo su vientre estaba menos abultado, el cual tenía una cicatriz. Recordó que estaba en el hospital porque su bebé había nacido.
—Qué bueno que despertaste —habló una voz familiar entrando a la habitación—. Casi me desmayo de los nervios cuando me informaron de que duraste sin reaccionar unos cinco minutos y que el bebé de la nada le había dado un ataque por cómo te pusiste.
Brendon giró su cabeza en dirección al hombre iba con un café en mano.
—Pensé que te habías ido...
—¿Yo? No, Brendon —sorbió su bebida—. Me ausente por un café, el cual no está nada bueno, pero necesitaba energías después de tantas noticias impactantes.
—Sí, te notas agotado —él miró a todos lados buscando una incubadora, mas no había nada—. ¿Dónde está nuestro hijo?
Escucharle decir la palabra "nuestro" en esa oración le alegró, haciéndolo sonreír de oreja a oreja.
—Está en el ala de maternidad.
—¿Está bien? —aquel hombre asintió con calma—. No entiendo cómo puedes decirlo tan tranquilo. Ni siquiera estabas asustado cuando empecé a sangrar. En serio, ¿cómo puedes estar tan relajado?
—Necesitabas que te transmitiera esa sensación —indicó, volviendo a tomar de su moca—. Odiaré los hospitales, pero sabía que alarmarte podía haber empeorado tu estado, pero en el fondo sí estaba muy preocupado de lo que podía pasarles porque los médicos no me tenían buenas noticias al principio.
Brendon se había puesto a llorar por ese comentario. Nadie jamás había sido empático con él; le era inevitable no reaccionar así.
—No tenías por qué. Yo te he tratado mal estos últimos tres meses —dijo mientras sentía la culpa invadirle—. Solo te trate como un objeto sexual y de caprichos cuando buscabas algo más.
—Lo acepté porque quería estar contigo para demostrarte que no era lo que pensaba. Si no lo querías después que naciera nuestro hijo, pues solo iba a cumplir con mi derecho de ser padre porque quería.
—¡Todo esto es mi culpa! ¡Él casi muere por mi culpa! ¡De no ser por ti, él o yo!
Jacobo se acercó a Brendon en la cama de hospital para sostener su cara.
—Claro que no. Tú solo te sentías confundido en todo esto por lo repentino que era tener que asumir una gran responsabilidad estando solo. Aún más cuando solo quería disfrutar de tu vida como lo habías hecho hasta ese día que me conociste —argumentó el hombre—. Pese a todo lo malo, tú no tienes la culpa de nada. Además, me dijeron que Alexander está bien. Solo bajo de peso y con los pulmones débiles por nacer antes de tiempo, mas él es igual de fuerte que tú —señaló con un tono de voz suave entretanto pegaba sus frentes—. Mencionaron que, cuando recobraras la consciencia y revisaran que estuviesen bien, nos dejarían ir a verlo.
—¿Entonces para que me das ese discurso para hacerme esperar, tonto? ¡Llama a la enfermera! ¡Tenemos un hijo que conocer!
Él se rio al notar que recobraba su actitud espontánea y mandona. Así que cumplió la orden saliendo por la puerta para buscar a la practicante que estuviese de turno. Cuando la consiguió, entró con ella, dejándola hacer lo referente al chequeo de sus signos, reflejos y si podía caminar.
Al principio le costó. Sin embargo, tuvo el apoyo de la mujer vestida de blanco como el hombre que lo embarazó y se podría decir que al dar los primeros diez pasos por la habitación fue terco exigiendo ver a su bebé, diciendo que se sentía bien y que podía hacerlo.
Aunque se tambaleaba, pero mantenía su compostura.
Por lo tanto, una vez que lo terminó de evaluar en esos minutos que pasaron, la enfermera aceptó, siempre y cuando Jacobo estuviese cerca; este le aseguró que estaría ahí. Luego de eso, Brendon, en su andar, fue a buscar la intravenosa conectada que tenía el suero para llevársela y así salir de su habitación.
Estando lado a lado, caminaron a un ritmo lento, observando esos largos pasillos rodeados de esos colores pasteles y diferentes animales. Era el ala de maternidad, y lo lindo reinaba. Era un ambiente bastante tranquilo, del cual ambos estaban entusiasmados por compartir un momento tan íntimo como lo era la formación de una familia y, siguiendo las indicaciones de la enfermera, giraron a la izquierda, donde cruzaron por una puerta blanca que los llevó al pabellón de los recién nacidos.
Al estar en esa parte del ala de maternidad, se enternecieron de ver tantos bebés, sobre todo el hombre que había tenido la oportunidad de haber probado esa experiencia. Estaba impaciente, por lo que pidió a su acompañante que apresurara el paso a la vidriera para ver quién era su hijo. Después de todo, recordaba su carita tierna antes de haberse desmayado. Buscó de izquierda a derecha como el hombre que estaba a su lado.
—Míralo —señaló a un bebé que tenía una incubadora con un respirador artificial—. Es él. Recuerdo como era, y, sin duda, tiene tu cabello negro y tu nariz...
—También tu resistencia. La enfermera dijo que lloró como un recién nacido de nueve meses —clavó su vista a la criatura que indicó su compañía—. Dudo de que no tuviese los siete meses y medio por su primera reacción del llanto, pero sus pulmones fallaron de golpe cuando te desmayaste.
—Si. Acerca de eso, decirte que cómo me sentí en la cesárea fue extraño. Perdí la noción de muchas cosas, solo pensaba en tus palabras, y cuando lo vi a él, sonreí de saber que tenías razón.
—No es razón, Brendon —apoyó su mano en el hombro del internado—. Preferí ver más una realidad en la que "sí puedes" que eso de "lo vas a perder". Y pensando así, pude lograr que ambos estén aquí tan cerca de mí.
Ese fue un comentario amable. Estaba acostumbrado a pasar por tantas cosas malas que pensó que todo estaba perdido, pero con ese hombre a su lado se dio cuenta de que no habría razón para que fuera así.
Sin pensarlo, Brendon agarró la mano de Jacobo que estaba en su hombro para ponerla a la altura de su cadera. Se la apretó con fuerza dejándolo confundido por ese gesto.
—Sí, yo quiero esto —le dijo posicionando la mano que le quedaba libre sobre la vitrina como si pudiese tocar a su hijo—. Quiero que Alexander, tú y yo seamos una familia, y más que nada, que tú y yo seamos una pareja.
La cara del hombre se puso caliente. No esperaba que el chico que le gustara se le declarara una propuesta de esa clase.
Como reflejo, él lo abrazó con emoción, y tanta era esta que no dudó en besarlo con delicadeza por encima de toda su coronilla hasta empezar a bajar por aquel rostro de tez pálido que se sonrojaba por su pequeño recorrido de besos hasta terminar pasando por el lunar en la mejilla izquierda que Brendon tenía y llegar a toparse con sus labios.
—Gracias, en serio, gracias, Brendon.
—Eso te lo digo a ti por no rendirte y demostrarme que siempre hay algo bueno después de tanta mala hierba.
Ellos se volvieron a besar. Prometiéndose que juntos podrían luchar contra toda dificultad.
Y fue así como, con la promesa hecha, Jacobo, la orquídea de aspecto exótico, había florecido para relucir su belleza y poder para demostrarle a Brendon, su rosa con espinas, que juntos podían comenzar un jardín que representara el cariño, amor y belleza que esa flor de color rojo que tanto había estado buscando.
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