Capítulo 3. Los Verales: El Misterio de Catalino
Los Verales: El Misterio de Catalino
Años después
En los parajes de los Verales, donde los araguaneyes despliegan sus hojas secas sobre el suelo, el otoño se tiñe de amarillo y rosa. Las nuevas hojas verdes comienzan a brotar en los robles, vistiendo sus ramas con elegancia y brillo.
Las extensas sabanas se inundan de lindas flores amarillas, parecidas a girasoles, pero más pequeñas. Por ese largo camino, viaja montada en su mula llamada Lanza, una Doña, quien viste largos vestidos siempre estampados para no envidiar la naturaleza que la rodea. Sus rasgos aparentan las viejas tribus indígenas, que ocuparon esos lugares décadas atrás, sus ojos, oscuros y profundos, están enmarcados por arrugas finas que cuentan historias de risas y lágrimas.
Las comisuras de sus labios, endurecidas por la vida, se curvan ligeramente hacia abajo, como si llevaran el peso de sus experiencias. Sus manos, ásperas y curtidas, muestran cicatrices de trabajo arduo y sacrificio. En su cuello, además de los collares de piedras, se vislumbra una pequeña medalla desgastada, un amuleto de protección, parecido a una piedra marrón oscura, llamado el "Ojo del Samuro", que ha llevado consigo durante años...
El sol está alto en el cielo, derramando su luz dorada sobre las sabanas. El aire es cálido y seco, y el aroma de las flores amarillas flota en el viento. Las hojas de las plantas se mecen suavemente, y los insectos zumban alegremente alrededor.
La Doña sigue avanzando, su mirada fija en el horizonte, mientras Lanza, la mula, camina con paso seguro. El silencio se rompe solo por el sonido de los cascos de Lanza golpeando el suelo y el crujir de las ramas bajo sus pies. La Doña parece llevar consigo una historia profunda y dolorosa, y su presencia en este vasto paisaje es como un enigma que invita a la imaginación.
Todo a su alrededor, es un espectáculo que la naturaleza regala a quienes lo observan: el aire fresco y cambiante, la brisa que eleva los pétalos de las flores y el aroma a fragancias cítricas y primaverales. Estar en estos parajes, es estar en paz con el cuerpo y el espíritu, son lugares poco transitados, que prefieren no ser descubiertos por el hombre.
La doña se dirige a casa de su hija. Elena. Su corazón está lleno de preguntas y su alma cargada de recuerdos. Quizás busca la paz en la vastedad del paisaje, o tal vez persigue un antiguo secreto que solo las sabanas pueden revelar. A medida que avanza, la Doña se sumerge en la belleza y la soledad, encontrando consuelo en la compañía silenciosa de Lanza, su fiel mula.
La pequeña finca donde Rosa nació hace cinco años ha crecido. Su padre, Jesús, ha derribado montañas para cultivar un conuco donde ahora cosecha maíz, yuca, plátanos, caraotas y legumbres. A pesar de su trabajo incansable, Jesús busca aumentar sus ganancias y dedica más horas a su jornada laboral. Caza en las montañas, persiguiendo venados y cerdos salvajes llamados báquiros.
Jesús se aferraba a la Fe en Dios para alcanzar la prosperidad. Pero, Elena tiene otros planes, ella confía en el poder de lo sobre natural y la fuerza de los espíritus de las montañas.
En días como estos, la abuela de Rosa visita la casa. Los perros cazadores ladran en el patio, y Rosa corre hacia la ventana para ver a su abuela Bárbara. Bárbara llega en su mula, cargada de regalos para Rosa: telas y calzado. La emoción embarga a Rosa mientras ayuda a su abuela a bajar el saco de la mula y la acompaña hasta la sala. Elena, la madre de Rosa, quien ya tiene otro hijo varón llamado Guil, tiene la comida lista. Se sientan a tomar café, pero la tristeza se cierne en el ambiente.
Elena pregunta con voz apesadumbrada: "¿Aún no se sabe nada?" Su madre responde con lágrimas en los ojos: "Ya han pasado muchos años que se fue de estos lugares y solo el viento sabe su paradero hija."
Desapareció en estas intrincadas montañas, y nadie lo ha visto". Elena se levanta y prepara una infusión de toronjil en las brasas del fogón. El aroma cítrico y reconfortante llena la habitación, calmando la tristeza y los nervios.
La abuela, fuerte de espíritu, pero marcada por los años, mira el largo camino que se extiende en la lejanía. El pequeño Guil de 2 años, es algo despistado y le gusta estar en el patio jugando con los animalitos del monte.
Mientras que, a Rosa, le gusta escuchar las historias de la abuela.
Rosa imagina por qué está tan triste esa tarde. Interrumpe el silencio y pregunta: "Abuela, ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?"
La abuela Bárbara suspiró profundamente antes de comenzar su relato, sus ojos llenos de recuerdos y emociones.
Abuela Bárbara: "Hace muchos años, tu tío Catalino tuvo una discusión con su hermano Nacho. Fue un día como hoy, cuando un grupo de viajeros llegó a nuestra casa buscando ayuda para arriar ganado. Nacho, siempre tan decidido, decidió vender algunas gallinas de cría. Pero los viajeros necesitaban más que eso, necesitaban a alguien que los guiara a través de las montañas."
Rosa se sentó más cerca, sus ojos grandes y curiosos fijos en su abuela.
Rosa: "¿Y qué pasó después, abuela?"
Abuela Bárbara: "Catalino, con su espíritu inquieto, vio una oportunidad para escapar de las peleas con Nacho y explorar más allá de las montañas. Los viajeros pidieron a tu madre que les prestara a Catalino, y ella, confiando en su hijo, aceptó. Catalino se fue con ellos, con sus alpargatas y su mochila llena de agua, decidido a demostrar su valentía."
La voz de la abuela se quebró un poco, y Rosa notó las lágrimas en sus ojos.
Rosa: "¿Por qué lloras, abuela?"
Abuela Bárbara: "Porque Catalino nunca regresó. Se perdió en las sombras de las montañas, y desde entonces, no hemos sabido nada de él. Cada otoño, cuando los araguaneyes dejan caer sus hojas, recuerdo a mi hijo y me pregunto qué le habrá pasado."
Rosa sintió un nudo en la garganta. La historia de su tío Catalino era un misterio que pesaba sobre la familia.
Rosa: "¿Crees que algún día sabremos qué le pasó?"
Abuela Bárbara: "Espero que sí, hija. Pero hasta entonces, debemos mantener viva su memoria y seguir adelante, con la esperanza de que algún día, las montañas nos devuelvan a Catalino."
El silencio volvió a caer sobre los Verales, mientras Rosa abrazaba a su abuela, sintiendo el peso de la historia y la tristeza que compartían. Las sombras de las montañas parecían susurrar secretos antiguos, y Rosa sabía que, aunque el misterio de Catalino seguía sin resolverse, su espíritu vivía en cada rincón de su hogar. la decisión de Catalino es rápida y sin dudar. Se coloca sus alpargatas, carga su mochila con agua y pide la bendición antes de alejarse corriendo. Arrea las vacas con seguridad, y los comerciantes lo ven como un joven con gallardía.
Sus ojos brillaban con determinación, mientras se alejaba corriendo, dejando atrás el polvo y los recuerdo. Arreó las vacas con una pasión que sorprendió a los comerciantes. Lo veían como un joven valiente, un espíritu libre que desafiaba las fronteras de su pequeño mundo.
Catalino se acercó a los viajeros, quienes lo miraron con curiosidad. Uno de ellos, un hombre de barba espesa y ojos penetrantes, se adelantó.
Viajero: "¿Eres tú el que nos ayudará a arriar el ganado?"
Catalino: "Sí, señor. Mi madre me ha pedido que los acompañe hasta la salida de las montañas."
El hombre asintió, satisfecho. Mientras tanto, Nacho observaba desde la distancia, con una mezcla de celos y preocupación.
Nacho: "Catalino, ten cuidado. No confíes demasiado en estos hombres."
Catalino, decidido, simplemente asintió y se volvió hacia los viajeros.
Catalino: "¿Cuándo partimos?"
Viajero: "Ahora mismo. El camino es largo y debemos aprovechar la luz del día."
El grupo comenzó a moverse, y Catalino tomó su lugar al frente, guiando al ganado con destreza. A medida que avanzaban, el paisaje se volvía más inhóspito y las sombras de las montañas parecían alargarse, como si quisieran atraparlos.
Viajero 2: "¿Has estado alguna vez tan lejos de casa, muchacho?"
Catalino: "No, señor. Pero siempre he querido explorar más allá de las montañas."
El hombre sonrió, pero había algo en su mirada que inquietaba a Catalino. Mientras avanzaban, los susurros de los viajeros se hacían más frecuentes y misteriosos.
Viajero 1: "Debemos tener cuidado. Estas montañas están llenas de peligros."
Catalino: "¿Qué tipo de peligros?"
Viajero 1: "Espíritus antiguos, criaturas que no pertenecen a este mundo. Pero no te preocupes, muchacho. Nosotros sabemos cómo manejarlos."
Catalino sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dejó que el miedo lo dominara. Continuó guiando al ganado con firmeza, aunque su mente estaba llena de preguntas y dudas.
A medida que la noche caía, el grupo decidió acampar cerca de un arroyo. Los viajeros encendieron una fogata y comenzaron a contar historias de sus travesías.
Viajero 3: "Una vez, en estas mismas montañas, nos encontramos con una criatura que no era ni hombre ni bestia. Sus ojos brillaban en la oscuridad y su aullido helaba la sangre."
Catalino escuchaba con atención, sintiendo que cada palabra aumentaba la tensión en el aire. Sabía que debía mantenerse alerta, pero también sentía una extraña emoción por lo desconocido.
Catalino: "¿Y qué hicieron con esa criatura?"
Viajero 3: "La enfrentamos, muchacho. Y sobrevivimos para contarlo. Pero no todos tienen tanta suerte."
La noche avanzaba y el silencio de las montañas se volvía cada vez más opresivo. Catalino se recostó cerca de la fogata, con los ojos abiertos, vigilando las sombras que danzaban alrededor. así se adentro Catalino en esta larga aventura.
Mientras que en casa, Nacho estaba en el corral, terminando de alimentar a las gallinas, cuando su madre se acercó con una expresión preocupada.
Madre: "Nacho, necesito hablar contigo."
Nacho: "¿Qué pasa, mamá?"
Madre: "Catalino se ha ido con los viajeros para ayudarlos a arriar el ganado. Volverá en unos días."
Nacho sintió un nudo en el estómago. Aunque a menudo discutía con su hermano menor, la idea de que estuviera solo en las montañas con desconocidos lo inquietaba.
Nacho: "¿Cómo pudiste dejar que se fuera? ¡Es solo un niño!"
Madre: "Confío en que Catalino puede manejarlo. Es fuerte y valiente. Además, los viajeros prometieron cuidarlo."
Nacho apretó los puños, luchando contra la preocupación y el enojo.
Nacho: "No debiste permitirlo. Si algo le pasa, nunca me lo perdonaré."
La madre puso una mano en el hombro de Nacho, tratando de calmarlo.
Madre: "Catalino es más fuerte de lo que crees. Debemos confiar en él."
Nacho se alejó, incapaz de sacudirse la sensación de inquietud. Miró hacia las montañas, deseando poder ir tras su hermano y asegurarse de que estuviera a salvo.
Nacho (pensando): "Catalino, por favor, cuídate. No puedo perderte."
Pero, esta Aventura que no tuvo un regreso feliz. Catalino no regresó. Su ausencia se convirtió en un abismo de incertidumbre. ¿Se perdió en las montañas? ¿O alguien más se lo llevó?
La gente murmuraba en los caminos y pueblos cercanos. Algunos decían que Catalino había sido arrastrado por los báquiros, esos cerdos salvajes que merodeaban las montañas o en su camino de regreso, un tigre le arrebato la vida. Otros aseguraban haber visto su figura en la penumbra, arriando ganado hacia el este, más allá de las colinas. Pero nadie podía afirmar con certeza qué había sucedido.
La abuela Bárbara, con su corazón de madre, esperaba. Cada tarde, se sentaba junto al fuego y miraba el largo camino que se perdía en la lejanía. Sus lágrimas eran un río que fluía hacia el pasado, hacia los días en que Catalino aún reía y corría por los campos. Parece una pesadilla interminable, que recorre los años sin respuesta, con la agonía intensa de querer despertar pero, no.
Rosa: "Abuela, ¿crees que Catalino aún está vivo?"
Abuela Bárbara: "Mi corazón de madre me dice que sí. Siento que él está en algún lugar, pensando en nosotros."
Rosa miró hacia las montañas, imaginando a su tío perdido en algún sendero desconocido. La incertidumbre sobre su destino pesaba sobre la familia, pero también les daba una razón para seguir adelante, con la esperanza de que algún día, las montañas devolvieran a Catalino.
Rosa (pensando): "¿Dónde estarás, tío? ¿Qué sendero desconocido te atrapó?"
La historia de Catalino seguía viva en los corazones de su familia, uniendo a las generaciones con la esperanza y el amor. Aunque su regreso parecía cada vez más lejano, la abuela Bárbara y Rosa mantenían la fe, creyendo que algún día, el misterio se resolvería y Catalino volvería a casa.
Los Verales guardan secretos profundos. En cada hoja caída, en cada brisa que acaricia las mejillas, se esconde la historia de Catalino y su destino incierto. Y así, entre lágrimas y susurros, los Verales se llenan de dolor y la promesa de un regreso que quizás nunca llegará. El viento, cómplice y eterno, lleva consigo el eco de su nombre susurra en las noches sin luna: "Catalino, Catalino". Estos parajes alejados de la civilización guardan secretos profundos. En cada hoja caída, en cada brisa, se esconde la historia de Catalino y su destino incierto.
Pasan los días y la abuela de Rosa aún está en casa, piensa marcharse esa tarde de regreso a su casa.
Pero, una tarde la pequeña salió de casa, su mamá la castigó nuevamente, porque dejo que los perros lamieran la leche ordeñada está mañana. Como estaba de visita la Abuela Bárbara, aprovecha y Sale al patio a jugar, su papá aún no llega del conuco, está sacando yuca y trae calabazas para dar de comer a los cerdos, aun debo echarle agua a los bichos y a las tinajas.
Quiso correr un poco y alejarse de mamá, limpio sus lágrimas con las manitos sucias llenas de carbón y lodo por jugar con tierra, después de trabajar para ayudar en los quehaceres de la casa, se sentó en su lugar preferido justo bajo a unos árboles de fruto de Naranja y Guayaba, escuchó el cantar de los pájaros, mientras bochinchean en las ramas, alejado de su madre.
Ella está en el fogón preparando la comida para su papá. Mientras juega, se queda contemplando con una mirada absorta, una mariposa azul, con tonalidades negras y tornasol se posa en su mano y luego decide volar rápidamente, la sigue y llega directamente a un viejo tronco ubicado cerca de un corredor que conduce directamente a la cocina. La hermosa mariposa se topa sobre un frasco de vidrio.
Quería tomarla para jugar y buscó una silla para alcanzarla.
Rosa (pensando): "¿Qué será esto? Nunca había visto algo así."
De repente, escuchó un susurro suave, como si el viento le hablara.
Susurro: "Catalino... Catalino..."
Rosa sintió un escalofrío. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. El viento parecía llevar el eco del nombre de su tío perdido.
Subió y ahí estaba dentro del frasco y sobre un capullo de figura extraña, metió su mano para sacarla y al tocarla, el capullo se abrió de repente se la tragó cerrándose rápidamente, quiso sacar su mano rápido y una de sus espinas pincho en su dedo, dejando caer una pequeña gota de sangre sobre el agua que la cubría hasta la mitad. Se asunto tanto, al creer que se comería su manito e impulso su cuerpo hacia atrás y casi se desplomo, solo pudo sentir los brazos de alguien que la sostuvo por detrás.
...Era su padre Jesús!
Escuchó gritar a su mamá: - A comer Jesús, ¡y trae a la niña que aún está castigada...!
Se sientan todos en la mesa, a comer frijoles con yuca y carne asada de Venado, todos en silencio solo se escucha el ruido que hacen la cucharilla al rosar el plato. De pronto tocan la puerta y su mamá menciona: - Mija asómate a ver quién toca. - se levantó rápidamente para no hacer molestar a su mama y abrió la puerta, pero, no hay nadie. Volvió a la mesa, indicando que no hay nadie fuera: - seguro fue el viento... madre, - Le contesta, Pero, de inmediato vuelven a tocar y su mamá dice: - Esperen aquí, yo voy... -y se levantó y salió hacia el patio frente a la casa. La brisa sopla fuerte está tarde y levanta las hojas secas que caen de los árboles, arrastrando con sigo un olor fuerte a frutas críticas que para el momento no sabía de qué se trataba.
Siguieron en la mesa y su papá aún come sin mencionar una palabra, siempre le decía que en la mesa la hora de comer, no se habla, su mamá se tarda en regresar y resuelve levantarse y asomarse por la ventana. Y ahí estaba, justo frente a una señora más alta que ella, delgada y vestida muy elegante. Escucha decirle: _ Ya está listo, ahora cumple con tú parte, - y se dio la vuelta y se retiró. Su Mamá salió caminando muy rápido hacia el corredor, mientras la pequeña Rosa la seguía con su vista y al llegar al final donde estaba apostado el tronco y encima de él, muy bien sujetado el frasco de vidrio, pego un grito: - "Jesús ven..." "¡Ya se abrió el capullo...!" Observó a su papa alejarse rápidamente de la mesa y correr hasta donde estaba Elena, y tomaron el frasco y ahí estaba el capullo, después de tantos años estaba abierto.
Y así continua la pequeña Rosa, en su viaje por la vida, llena de incertidumbre y misterios que solo la montaña conoce. El silencio de los Verales, guardan emociones como tesoros escondidos entre las sombras de los matorrales y tunas.
Aunque la abuela Bárbara aparenta fortaleza, sus ojos marcados por los años revelan una tristeza profunda. Rosa, con su corazón latiendo en sintonía con el entorno, intuye que hay secretos que la abuela no comparte fácilmente. AL día siguiente Rosita se acerca a su abuela y la lleva hasta donde esta el frasco con el capullo.
Rosa: "¡Abuela, mira lo que encontré!"
La abuela Bárbara tomó el frasco con manos temblorosas y observó el capullo abierto y el polvo dorado.
Abuela Bárbara: "Esto... esto es muy extraño. Nunca había visto algo así."
Rosa se sentó junto a su abuela, esperando una explicación.
Rosa: "¿Crees que tiene algo que ver con Catalino?"
La abuela Bárbara suspiró, sus ojos llenos de tristeza y esperanza.
Abuela Bárbara: "No lo sé, hija. Pero en estos parajes, todo es posible. Quizás este capullo y su polvo dorado nos estén tratando de decir algo."
El misterio del capullo y el polvo dorado se sumaba a la leyenda de Catalino, llenando los corazones de la familia con nuevas preguntas y una renovada esperanza. Mientras el viento seguía susurrando el nombre de Catalino, Rosa y su abuela sabían que debían seguir buscando respuestas, aunque el camino fuera incierto y lleno de secretos.
El aroma del toronjil llenaba la habitación mientras la abuela le contaba la historia. El misterio se apodera de sus pensamientos y la historia del tío perdido y ahora el enigma del capullo que recién se abre, "¿Dónde estaba Catalino?" "¿Qué sendero desconocido lo había atrapado? ¿Qué secreto se esconde ese capullo y porque es tan importante para mis padres?" Las montañas guardaban sus secretos, y los Verales se llenaban de dolor y esperanza.
En las noches sin luna, cuando el viento se volvía cómplice, Rosa imaginaba a su tío. ¿Se habría perdido en los bosques, donde los árboles parecen susurrar antiguos conjuros? ¿O alguien más se lo había llevado, ocultándolo en las sombras? El enigma de Catalino se tejía con hilos invisibles, y la abuela seguía esperando, con lágrimas en los ojos y el aroma del toronjil impregnado en su piel. Así, entre el misterio y la tristeza, los Verales guardaban historias se hombres y mujeres perdidos en el tiempo y recuerdo. Y Rosa, con su corazón inquieto, se aferraba a la esperanza de un regreso que quizás nunca llegaría y descubrir el porqué de la Rosa que posa en el frasco de vidrio. Los araguaneyes, testigos mudos, susurran secretos al viento. Cada vez que la abuela Bárbara la visita, se acuesta en la hamaca, se sumerge en contar historias llenas de esperanza, y Rosa, con ojos atentos, espera a que las palabras fluyan.
Los Verales, con su belleza y misterio, guardan más que flores y árboles. Esconden sentimientos profundos, esperanzas y dolores. Y mientras el otoño tiñe el paisaje, los personajes se entrelazan en una trama de vida y memoria, donde cada hoja caída cuenta una historia y cada brisa lleva consigo los suspiros del pasado.
Nota de autora:
Nuestras luchas y desafíos nos ayudan a crecer y a fortalecernos en la vida. Así como la mariposa necesita enfrentar la dificultad del capullo para volar, nosotros también necesitamos superar obstáculos para alcanzar nuestra plenitud.
Capítulo dedicado al tío Catalino que jamás apareció... Y que dejó huellas imborrables en el corazón de la abuela Bárbara, y que se llevó hasta su encuentro en la eternidad.
Basado en hechos reales.
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