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Un intento por regresarlos

No sé cuánto tiempo había pasado, me sentía muy agotada, hambrienta, deshidratada, humillada...

Un día logré desesperar tanto a Thomas pidiéndole agua y comida que la siguiente vez que entró a la habitación de metal lo hizo sosteniendo un cuchillo.
Me pegué a la pared más alejada de él, me alejé tanto como la cadena amarrada a mi tobillo me lo permitió.

– ¿En dónde está Christian? –. Pregunté temblando de miedo.

Me tomó por el cabello con fuerza haciéndome soltar un grito de dolor.

–No tarda en llegar –me lanzó a la cama– podemos divertirnos mientras tanto. –Se subió en mí poniendo el cuchillo en mi cuello aunque sabía que su plan de ese momento no era exactamente el matarme.

– ¡No! ¿Qué haces? ¡Vas a romper el trato! –Empezó a besar mi cuello, sin soltar el cuchillo puso su mano a un lado de mi cuerpo para recargarse en la cama.

– En primer lugar, –me miró a los ojos – a mí no me importa el tonto trato que hiciste con mi hermano, solo lo he respetado para que no haga berrinche –puso los ojos en blanco– y en segundo lugar, apestas. –yo era consciente de eso, hacía días que no me daba una ducha: mi cabello estaba grasoso y probablemente todo mi cuerpo olía a sudor.

– ¿Cuándo te ha detenido el que una chica apeste? –lo reté sin saber muy bien porqué.

– ¡Mírate, Lokiia! Hasta pareciera que quieres que haga esto. –Dijo sonriendo de oreja a oreja antes de volver a pegar sus labios a mi cuello.

– Espera, espera, espera... –dije al momento que le daba unos pequeños golpecitos en el pecho. Sorprendentemente se detuvo para prestarme atención. Me quedé callada unos segundos, no podía creerme que se detuviese para prestarme atención cuando unos gritos horribles y unos golpes intensos no lo habrían logrado.

– ¿Sí? –. Levantó una ceja al ver que no continuaba.

– Eh... Yo... Si vamos a hacer esto no quiero que sea como con las otras chicas... –no sabía lo que estaba haciendo, o si eso funcionaría.

– ¿A qué te refieres?

– Yo... Preferiría no pelear... Que fuera algo más... tierno... –la última palabra sonó más bien como una duda.

– ¿Sabes con quién estás hablando, no? Creo que te equivocaste de hermano–. Rió.

– Sí sé con quien hablo, y también sé que varias veces intentaste el...ser tierno... Sentir que no forzabas a una chica para estar contigo...

– Sí, no sé porqué me obligaste a hacer esas ridiculeces.

– Tú lo querías.

– Tú me obligaste a quererlo.

Ok, estaba yendo por el mal camino, lo estaba haciendo enojar en vez de tranquilizarlo.

– Mira... Si vamos a hacer esto me gustaría no salir herida en el proceso.

– Le quitas la diversión a todo.

Respiré hondo antes de levantar mi cabeza para que nuestros labios se tocaran. Lentamente logré girarlo para quedar encima de él. Sentí el cuchillo pegado a mi pierna pero mantuve mis ojos cerrados.

– Me sorprendes, querida –dijo cuando me separé de él para ver su reacción–. ¿Por qué lo haces?

– No preguntes, solo gózalo –pegué mis labios a su cuello evitando reír por la referencia que acababa de hacer. Sentí como de su garganta salía un pequeño gemido. Me tomó por la nuca con una mano para besarme de nuevo en los labios y con la otra me tocó el trasero, ahí me di cuenta de que estaba logrando lo que quería. Me dejó incorporarme un poco para quitarle la camisa, mientras él se la pasaba por la cabeza rápidamente tomé el cuchillo que había dejado a un lado y lo enterré tres veces en su pecho. Dado que su camisa no lo dejaba defenderse tuvo que bajarla de nuevo, mientras tanto yo no dejaba de apuñalarlo. De repente con una fuerza sorprendente me tomó por las muñecas girando para quedar una vez más encima de mí.

– ¡No! –Grité muerta de miedo– ¡Lo siento! ¡Perdón!

– Eres... una maldita pe... –su cuerpo sin vida cayó sobre mí. Empecé a moverme, sacudirme, no podía respirar, su peso era unos 25 kilos mayor al mío. Cuando finalmente pude salir de debajo de su cuerpo me alejé de la cama. La camisa que usaba como camisón estaba toda manchada de sangre. Mis manos temblaban.

De repente la puerta de la habitación de metal se abrió, por instinto escondí el cuchillo.

– ¿Lokiia? ¿Qué pasó? –Christian se acercó corriendo a mí.

– Thomas... –señalé a su hermano muerto en la cama. Aproveché el momento en el que volteó a verlo para enterrarle el cuchillo en el cuello y otras dos veces en el pecho. Cayó de rodillas y luego de espaldas al suelo. Me incliné hacia él buscando en los bolsillos de su pantalón la llave que me liberaría el tobillo de la molesta cadena que lo rodeaba. Christian me tomó de la muñeca con poca fuerza, lo miré. Con sus ojos me suplicaba que lo ayudara, pero no planeaba hacerlo en lo absoluto. Lo apuñalé una última vez antes de encontrar la llave que abriría el candado.

Sin soltar el cuchillo salí corriendo de la habitación. Al llegar a la puerta intenté abrirla pero recordé que esta tenía dos seguros extra. Solté un grito de frustración al mismo tiempo que le daba un par de golpes al pedazo de manera frente a mí.

¿Por qué tenía que haberles dado la idea de hacer eso? Espera un segundo... –mi cerebro no debía distraerse en ese momento–. Las llaves deben estar aquí...

Al girarme para buscar mi objetivo me topé con el torso pálido de alguien. Su camisa tenía algunos agujeros y estaba manchada de sangre. Me quedé paralizada, no podía ser cierto... estaba muerto unos segundos atrás.

Sin decir nada estiró su mano hacia mí para que le entregara el cuchillo. Levanté la mía para apuñalarlo una última vez pero la detuvo antes de que el filo llegara a tocarlo. Lentamente, y sin que yo pusiera resistencia, me quitó el arma. Mis ojos estaban inundados por las lagrimas pero me negaba a soltar alguna frente a él.

Se hizo a un lado para que fuera de nuevo a la habitación. Caminé con la mirada en el suelo hasta que vi los pies llenos de sangre del otro hermano. Al ir levantando la vista poco a poco vi que tenía los brazos cruzados sobre el pecho y su rostro mostraba lo enojado que estaba.

– Solo era un intento por regresarlos a los libros... –intenté justificarme.

– Cállate –dijo Christian muy serio–, y ve a la habitación.

Asentí regresando la vista al suelo. Lo rodeé para entrar al cuarto de metal una vez más.

Si yo no podía matarlos, ¿quien lo haría?

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