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"¡Tú eres Lorena!"

Escuché unos golpes que se acercaban cada vez más a la planta baja.

– Christian, quítame la cinta, por favor. –le pedí, todo mi cuerpo temblaba.

– No vas a querer ver eso, lo sabes. –estaba recargado en el tocador.

– Quítame la cinta. –lo miré sentada desde la cama. Suspiró, caminó hacia mí y me empujó un hombro para que cayera acostada boca abajo. Al liberarme las muñecas se quitó de encima y dejó que yo sola me quitara la de los pies con lo cuál me demoré un poco.

Cuando estuve libre salí corriendo de la habitación, creí que el castaño intentaría detenerme pero no fue así. Al llegar al lobi me encontré a Thomas arrastrando la borrosa y ensangrentada silueta de Roset. Sentí que me faltaba la respiración. Una línea del grosor del cuerpo de la chica iba quedando por el suelo mientras era arrastrada.

Estaba a punto de vomitar. Al verme, el pelinegro, se detuvo, me sonrió y sacudió su mano saludándome, como si fuese un niño. Agradecía no poder ver con tanta claridad el rostro de la chica, aunque si lo hiciese probablemente no la reconocería. Toda su cara y la poca ropa que aún traía puesta, estaban manchadas de sangre, jamás había visto tanta en toda mi vida. Caí de rodillas mirando al suelo. Mis ojos ardían por las lágrimas que no tardaron en salir.

– ¡Mierda, Thomas! –escuché la voz de Christian atrás de mí– ¡Tú vas a limpiar todo este maldito desastre!

– Sí, sí... –salió del lugar aún arrastrando a la chica por los pies.

Por el rabillo del ojo vi los zapatos de Christian colocándose a mi lado. Sentí su mano sobre mi hombro.

– Te dije que no querrías ver esto... Ven, vamos. –pasó sus manos por mis axilas y me levantó.

– Voy a desmayarme. –le dije sintiendo como mi vista se volvía negra y mis extremidades empezaban a cosquillear, como si me amenazaran diciendo "no vamos a sostener tu cuerpo por mucho tiempo".

– No, tranquila, sólo estás en shock... –pasó mi brazo sobre su hombro y me abrazó por la cintura. Por unos segundos todo quedó en negro hasta que sentí el suave colchón de la cama. Abrí los ojos–. Duerme, necesitas descansar.

– Tú lo sabías. –dije sintiendo como mis fuerzas regresaban poco a poco a mí.

– ¿De qué hablas? –sonrió acariciando mi mejilla. Estaba hincado sobre una rodilla.

– ¡Sabías lo que él iba a hacer! –me arrastré sobre la cama unos centímetros para alejarme de él. Mi cabeza dio vueltas.

– ¿Y tú no? –se burló.

– Me dijiste que la llevarías con un doctor, pero no hay ningún doctor aquí, ¿o sí? –me miró por unos segundos antes de hablar.

– ¡Era la única manera en la que aceptarías venir! –se justificó.

– ¡Bueno, no es como que tuviera muchas opciones!

Lorena, sé que no...

– ¡No soy Lorena! ¡Y nunca he sido ella! ¡Deja de llamarme así!

– ¿De qué hablas?

– ¡Tú te enamoraste de la rubia, de ojos azules y perfecta Lorena! ¡Yo soy todo lo contrario a ella! Creía que yo era la que estaba ciega.

– No me enamoré de ella porque fuera rubia y de ojos azules, me enamoré por su forma de ser... Y cuando ella me quiso...

– ¡No! ¡Tú la viste una vez! ¡Una puta vez –levanté mi dedo índice– y te la quisiste cojer! ¡Ella solo te atraía físicamente! ¡Ni siquiera tenían los mismos gustos, por Dios!

– ¡No! –se puso de pie furioso– ¡Yo la amo! ¡Yo te amo! ¡Tú eres ella!

– ¡No soy ella! ¡No me llamo Lorena, ni Lokiia! Yo...

– ¡Cállate! –saltó sobre mí, pasó sus piernas sobre mi cintura y me sujetó por los hombros–. ¡Tú eres Lorena! ¡Tú eres Lorena! –colocó sus manos sobre mi cuello y apretó con fuerza cortándome la respiración– ¡Di que eres ella! –disminuyó su agarre dejando apenas pasar un mínimo de aire a mis pulmones– ¡Dilo! –con todas mis fuerzas intentaba alejar sus manos de mí pero estaba demasiado débil, pronto me quedaría inconsciente– ¡Hazlo! –apretó una vez más y volvió a disminuir la presión.

– So-Soy... –no podía respirar bien. La sangre se estaba yendo a mi cabeza y empezaba a doler demasiado–. Soy Lorena.

Justo en ese momento me soltó quitándose de encima. Empecé a toser tan fuerte que me lastimé las costillas y la garganta. Rodé sobre la cama hasta caer de rodillas al suelo para poder seguir tosiendo. Me llevé la mano a la garganta, me dolía hasta para pasar saliva.

***

Tenía a Roset agarrada de la mano, me sonrió y siguió caminando. La solté dejando que avanzara unos pasos más de mí. Saqué un cuchillo de algún lado y la apuñalé por la espalda, varias veces. Cayó al suelo. Me subí a ella y seguí apuñalándola mientras escuchaba una voz en mi cabeza.
Tú la mataste. Tú creaste a Christian y Thomas. Por tu culpa ella está muerta ahora.

– ¡Lorena! ¡Lorena! –Christian empezó a sacudirme– ¡Despierta! –abrí los ojos de golpe. Sentí mi cara mojada, entonces supe que había llorado mientras dormía. Al verme limpiándome los ojos, el castaño se relajó– ¿Tuviste una pesadilla?

– Yo la maté... –miré hacia abajo sintiéndome culpable.

– No, tú no lo hiciste, fue Thomas. –intentó consolarme.

– ¡¿Y quién inventó a Thomas?! –solté. No supo que responderme, sólo me miraba con lástima y odiaba eso. Me bajé de la cama. A lado de esta había una gran ventana con persianas que hasta ese momento habían permanecido cerradas, las abrí. El sol fue entrando poco a poco. Sabía que si tuviera lentes podría apreciar mejor la belleza del paisaje, pero en ese momento solo veía borrosas figuras verdes que distinguí como árboles. Sentí que Christian pasó sus brazos tiernamente alrededor de mi cintura–. ¿Y las maletas? –le pregunté.

– ¿Qué?

– Voy a bañarme, necesito ropa. –lo tomé de las muñecas y sin mucho esfuerzo abrí sus brazos para que me dejara ir.

– No te preocupes, compraron ropa de tu talla y todo está en este clóset. –lo miré. No tenía más que un pantalón, a la distancia en la que estábamos podía ver el lavadero que tenía por abdomen. Sin pensar mucho más seguí con la mirada al lugar en el que estaba apuntando. Caminé hacia ahí. No era tan grande como podría parecer estando cerrado pero no iba a negar que tenía demasiada ropa, la mitad era de mujer y la otra de hombre. Miré las prendas hasta que encontré algo que me gustó y me dirigí al baño. La puerta era de vidrio por lo cual se trasparentaba bastante y tampoco podía cerrarla con seguro. No me agradaba, pero lo peor de todo es que la regadera también era de vidrio, no solo la puerta, sino la pared que quedaba en dirección a la cama. Distinguí la borrosa figura de Christian acostándose en la cama, viéndome desde ahí. Esa vez no me quité la ropa interior para bañarme.

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