Huída improvisada
Me habían obligado a limpiar el desastre que yo misma había ocasionado. Una esponja, un trapo y un balde lleno de agua era lo único que tenía para limpiar la sangre esparcida por todo el suelo. Lo único que pude hacer con la cama fue quitarle las sábanas aún húmedas por la sangre de Thomas pero el colchón ya no podía salvarse.
Después de bañarme me dieron una camisa de alguno de los hermanos que apenas me tapaba la mitad del trasero y, obviamente, no tenía ropa interior alguna.
De repente Christian entró azotando la puerta, me lanzó ropa que no alcancé a atrapar.
– ¡Cambiate! ¡Rápido! –. Ordenó.
– ¿Qué? –Pregunté levantando lo que estaba en el suelo– ¿Qué está pasando? –empecé a inspeccionar lo que me había dado. Eran unos jeans, unos boxers para mujer y una blusa, no había brassier alguno.
– La policía vino.
– ¿Qué? –En ese momento me estaba quitando la blusa pero me quedé paralizada.
– ¡Apúrate! ¡Tenemos que irnos ya!
– ¿Cómo que la policía vino? –Continué con lo que me estaba diciendo que hiciera.
– Alguien escuchó los golpes que le diste a la puerta y tu grito... Llamaron a emergencias. –me senté en la cama para ponerme la ropa interior y el pantalón.
– Pero eso fue... ¿hace cuánto?
– Como 2 horas –se encogió de hombros. Suspiré. Con la policía incompetente que tenía mi ciudad, más bien, mi país, nunca iban a encontrarme–. Ten. –me lanzó unos tenis que sorprendentemente eran de mi talla. Al levantarme me di cuenta de que la blusa que me había dado se traspasaba en exceso. Todo mi pecho se veía.
– ¿No tienes algún brassier o blusa que no se transparente?
– No, vamos. –me jaló del brazo sacándome de la habitación.
Thomas tenía dos maletas que supuse pertenecían a cada hermano.
Cuando salimos me subieron a un carro blanco con ventanas oscuras. El equipaje lo pusieron de un lado, a mí me metieron en medio y a mi otro lado se sentó Christian dejándome imposibilitada para escapar.
– ¿A dónde vamos? –Le pregunté mientras me ponía el cinturón de seguridad, porque: Siempre a salvo nunca inasalvo.
– A la casa de Thomas. –cuando volteé a ver al conductor me di cuenta de que me veía por el retrovisor. Regresó la vista al frente y arrancó el auto.
– ¿Esta no es la casa de Thomas? –Había creído eso porque era idéntica a la que David le había hecho y en donde habían pasado muchas noches juntos. Christian no podía haberlo mandado a hacer así dado que a él esa casa no significaba nada.
– No, él me consiguió a alguien que podía hacerla. –dijo Christian. Claro, eso tenía más sentido.
– ¿Y en dónde es la otra casa?
– Buen intento –se rió Tom–, pero es un viaje largo y vamos a manejar incluso cuando estés dormida así que vas a estar muy perdida...
– Tenía que intentarlo, ¿no? –Levanté los hombros. Christian soltó una pequeña risa al momento que ponía su mano sobre mi pierna. Quería moverla pero estaba tan apretada entre él y las maletas que no podía.
***
No sabía por cuanto tiempo habían estado conduciendo pero me despertó un fuerte olor a comida. Me incorporé rápidamente de lo cual me arrepentí al instante ya que, como estaba torcida, un agudo dolor recorrió toda mi espalda, me llevé la mano al cuello para sobarme.
Christian ya no estaba a mi lado, ahora lo sustituía su hermano, estaba a punto de preguntar en qué momento se habían cambiado de lugares pero me detuve al ver que Thomas estaba desenvolviendo una hamburguesa. Se me hizo agua la boca. Al mirarme me dedicó una maliciosa sonrisa.
– ¿Quieres? –Acercó la hamburguesa. Asentí, cuando estaba a punto de agarrarla la alejó de mí. Lo miré suplicándole con la mirada, moría de hambre–. Primero dejame tocarte una teta –negué con la cabeza, cruce mis brazos tratando de tapar mis pechos y miré a otro lado. El delicioso olor de la comida me estaba matando–, vamos, solo una tocada rápida.
– Ten, toma la mía. –Christian pasó una hamburguesa hacia atrás. Sin darle tiempo a su hermano de que me la arrebatara la agarré, abrí y le di una mordida. Sin poder evitarlo gemí de placer. Comer cuando mueres de hambre es la tercera mejor sensación que un humano puede experimentar. La primera es beber agua cuando tienes sed y la segunda es sentarte cuando llevas horas parado sin moverte.
– ¿Si te agarro una teta gemirías así? –Preguntó Thomas. Cuando me di cuenta él tenía ambas manos en mis pechos. Empecé a pelear para que dejara de tocarme, obviamente sin soltar la hamburguesa.
– Thomas, basta. –Christian ni siguiera había alzado la voz pero su hermano le hizo casi entre risas.
– Son unos aguafiestas. –dijo regresando a su hamburguesa.
Christian decidió poner un disco para que se escuchara algo de música y nos sacara de ese incómodo momento.
– ¿Es Simple Plan? – Estaba sorprendida.
– ¿Los conoces? –Preguntó el castaño sorprendido.
– ¡Claro! Son mi banda favorita.
– También de Lorena...
– ¿Y de dónde crees que lo sacó?
Christian me ofreció un vaso de refresco que me tomé tan rápido que casi me ahogaba, moría de sed, hubiese preferido agua muy fría pero no estaba en condiciones como para ponerme muy exigente.
Después de varias horas nos detuvimos en una tiendita que por suerte tenía baño porque me estaba orinando.
Al salir me di cuenta de que Christian estaba platicando con el hombre que estaba atendiendo. Thomas estaba recargado en el marco de la puerta para evitar que yo saliera corriendo. Quería gritarle al hombre que me tenían secuestrada, que me ayudara, pero me detuve al momento en el que me di cuenta de que me estaba viendo los pechos de manera asquerosa. Caminé hacia Thomas alejándome de aquel hombre.
– Me gusta esa blusa –sonrió de lado, pero mirándome a los ojos–, más cuando le da la luz del sol directamente.
– Supongo que tú fuiste quien la eligió. –me crucé de brazos intentando cubrirme. Sonrió aún más respondiéndome así lo que yo ya sabía.
***
– Querida, despierta –Christian me movió un poco. Antes de abrir los ojos me los tallé–. Vamos a bajar.
Aún estaba algo dormida cuando mis pies tocaron el suelo.
– ¿En dónde estamos? –Pregunté bostezando.
– Tal vez tú dormiste tus 8 horas diarias, pero nosotros no. –me dio una maleta para llevarla, él llevó la otra. Tocó mi espalda ligeramente para hacerme avanzar.
Tom fue directo a la recepción, Chris y yo nos dirigimos a la estancia para sentarnos. Miré a mi alrededor cuando mi vista se detuvo en el recepcionista quien me miró por un segundo, pero no a los ojos, más bien un poco por debajo de mi cuello. Me crucé de brazos.
– ¿Qué pasa? –Preguntó Christian preocupado.
– ¿No podías darme una blusa que se traspasara menos? ¿O un brassier?
– Bueno, Thomas...
– Sí, ya sé –puse los ojos en blanco recargando mi espalda en el sillón–. Pero me molesta que todos los hombres que me han visto llevando esta blusa sólo han mirado mis pechos.
– ¿Estás diciendo que todos somos iguales? –fingió estar indignado.
– No, estoy diciendo que todos solo piensan en una cosa. No son iguales porque actúan de maneras diferentes para llegar a esa cosa en la que solo piensan.
– Tienes toda la maldita razón –rió.
– Vamos, chicos, nuestra habitación está lista. –Thomas se paró frente a nosotros sacudiendo la tarjeta que funcionaba como llave de puerta. Nos pusimos de pie.
– ¿Les ayudo con sus maletas? –Un chico se acercó a nosotros.
– No gracias...
El trabajador del hotel desvió su mirada al mismo lugar en el que el recepcionista lo había hecho anteriormente. Me volví a cruzar de brazos, incómoda. Al ver esto, Thomas soltó una carcajada mientras me abrazaba por el hombro.
– Tranquilo, vaquero, ella ya es nuestra –el chico miró a los dos hombres que iban conmigo, dándose cuenta de la gran diferencia de edad que había entre nosotros–. Tenemos esa clase de relación poliamorosa, ya sabes. –Thomas le guiñó el ojo. El chico sin saber muy bien qué hacer se alejó de nosotros tan rápido y disimuladamente como pudo.
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