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"Háblame"

Un fuerte ruido de trueno me despertó. Miré el reloj que se encontraba en la mesita de noche, tuve que entrecerrar mis ojos para forzar la vista y alcanzar a ver la hora que marcaba.

2:30 AM

Un destello iluminó un poco la habitación, pero solamente en el marco de la ventana. Lentamente, para no despertar a mi secuestrador, me bajé de la cama y me acerqué a la ventana. Había una especie de tela muy gruesa, que la cubría por afuera, probablemente para evitar que el vidrio se rompiera con el viento de la gran tormenta que seguramente había. Caminé hacia la puerta de la habitación y salí. Al llegar a los grandes ventanales tuve que acercarme para poder ver que también tenían esta protección. Los truenos se escuchaban muy poco, como si estuviésemos encerrados en una caja que impidiera que los ruidos entraran.

– Esta protección es necesaria –Christian me asustó pero logré disimular–, como estamos a una gran altitud, las lluvias son muy fuertes –me explicó abrazando mi cintura con una mano–, por suerte suelen pasar durante las noches mientras dormimos por lo cual no nos afecta. El único problema es que la lluvia crea un desnivel en las tierras, ríos pequeños y... –sujeté la muñeca del brazo que me abrazaba para hacer que me soltara. Me di media vuelta y volví a la habitación.

Me acosté abrazando una almohada. Christian se acostó a mi lado y de sorpresa me abrazó por la espalda. Sentí algo pegado a mi trasero que no me gustó nada, me empecé a mover hasta que por fin me soltó. Me acomodé boca arriba para evitar que volviese a abrazarme. Mis ojos llevaban cerrados un minuto cuando sentí su mano posarse sobre mi pecho derecho. Abrí los ojos de golpe y lo empujé con fuerza para alejarlo de mí, me vio furioso, le devolví la mirada. Empezamos a luchar hasta que se sentó a horcajadas sobre mi cintura y me sujetó las manos para que no pudiera moverme.

– Háblame –dijo. Lo miré con odio antes de sacudirme para quitármelo de encima–. Vas a volver a hablar conmigo. Por las buenas o por las malas –juntó mis muñecas sobre mi cabeza para que pudiese sostenerlas con una sola mano, su fuerza era sorprendente, o tal vez yo estaba demasiado débil por no haber comido casi nada en esos últimos días–. Habla, ahora –seguí sacudiéndome provocando de vez en cuando algunos ruidos con mi garganta por el esfuerzo–. Bien –de repente sentí como metió su mano en mi ropa interior. Me quedé paralizada y abrí los ojos como platos. No había introducido ningún dedo pero sí los movía con morbo. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Empecé a negar con la cabeza–. Dime que me detenga. Háblame. –seguí negando con rapidez– ¿Acaso quieres que pare? Continuaré si no me pides lo contrario. –sus movimientos se intensificaron, estaba poniendo mayor presión, sabía lo que estaba a punto de pasar.

– ¡NO! –grité llorando– ¡Por favor, basta!

– ¿Cómo? No te escuché. –sonrió.

– ¡No lo hagas! ¡Suéltame! ¡Por favor! –pegué mi rostro a mi brazo derecho. Tardó unos segundos, pero finalmente sacó su mano de mi ropa interior.

– ¿Ves? No era tan difícil... –me dio un beso en la mejilla y soltó mis manos. Sin esperar nada lo empujé por los hombros para que se alejara de mí. Me puse de pie y caminé hacia la sala–. Si dejas de hablarme de nuevo... Lo que meteré en ti no serán solo mis dedos. –me amenazó. Me senté en el sillón y lloré hasta quedarme dormida.

Al despertar estaba de nuevo en la cama, en algún momento Christian debió haberme regresado cargando.

– Buenos días –me saludó saliendo del baño mientras se ponía una camiseta. Me tallé los ojos sintiéndolos hinchados–. ¿Otra vez no me vas a hablar? –se puso frente a mí.

– En las mañanas no me gusta hablar –dije con los dientes pegados–. Mi garganta está muy seca. –hablando de... Bebí del vaso con agua que se hallaba en la mesita de noche.

– Bueno, vamos a desayunar. –se alejó de mi vista. Me acerqué a la ventana la cual ya no tenía protección. El día estaba soleado pero podían verse aún algunas nueves grises.

Después del desayuno fuimos al cine privado. Le pedí un refresco al barman mientras Christian le pidió algún tipo de bebida preparada. Tristemente no tenían palomitas o algo, pero el castaño prometió encargarse de eso. Elegí ver La La Land, pues la historia me gustó mucho desde la primera vez que la vi, y ¿las canciones?, bueno, me la pasé cantándolas por un mes después de que la película se estrenara. El único problema de volver a ver esa película es que ahora tenía a mi secuestrador a lado y, en cada escena que salía la pareja protagonista, sentía como él volteaba a verme. Incluso una de esas veces me tomó de la mano que estaba recargada en el reposa brazos. Sin disimular si quiera un poco la alejé de él.

– Oye... –me habló. Moví la cabeza para que supiera que lo escuchaba aunque no volteé para mirarlo–. Esto es muy romántico... –se acercó a mí.

– ¿Has visto el final de esa película? No es tan romántico... Eso me gusta –se quedó callado. De repente puso su mano en mi barbilla y me obligó a voltear la cabeza hacia él. Cuando me di cuenta sus labios ya estaban pegados a los míos. Gracias a la incomodidad de los asientos no me tomó mucho esfuerzo el poder alejarlo de mí–. No sé tú, pero yo jamás me beso en un cine. Si vengo a ver una película es porque definitivamente voy a verla. –me moví a otro asiento alejándome uno de él.

– Podemos salir del cine para seguir besándonos. –sugirió.

– En primer lugar: tú fuiste quien me besó a mí, y en segundo: yo jamás dejo la sala de un cine a mitad de la función.

– ¿Ni siquiera si la película apesta? –preguntó moviéndose también de asiento sentándose, de nuevo, a un lado de mí.

– Bueno, este no es el caso, así que no. No voy a salirme a mitad de la película. –me crucé de brazos regresando mi atención a la pantalla, en la cual apenas podía distinguir los rostros de los actores.

– Me encantas –soltó–, amo lo apasionada que te pones con las películas. Como logras fingir que nada de lo que pasó hace unas semanas realmente sucedió... Porque, sé que Thomas sí se pasó un poquito pero... –eso me puso furiosa. Salté del asiento.

– ¿Un poquito? ¡¿Un poquito?! –grité– ¿Crees que solo se pasó "un poquito"? –en cuanto él también se puso de pie decidí salir de la sala y plantarme en medio del espacio donde se encontraban los posters de películas, el barman, etc– ¡Tu puto hermano le metió un cuchillo a mi amiga como si fuese un jodido dildo! ¿Pero acaso eso fue suficiente para satisfacer la retorcida mente de Thomas? ¡No! ¡También la violó y mató! ¡Ah, pero el señor Christian cree que solo se pasó un poquito! –mis ojos se llenaron de lágrimas, más por ira que por tristeza.

– Yo... –buscó cómo excusarse–. No sabía lo que iba a hacer... Pero, él me dijo que sería más efectivo si veías lo que le pasaba a ella en vez de que te lo hiciera a ti...

– ¡Pero tú permitiste que lo viera! –alcé los brazos frustrada.

– ¿Entonces por eso no te afectó tanto cuando matamos a tu "querida" lectora? –su pregunta me tomó por sorpresa. Me quedé callada un segundo antes de seguir gritándole.

– ¿Qué? ¡Claro que me putas afectó! Pero, ¿sabes la diferencia entre imaginar las cosas horribles que tu hermano le hizo a realmente verlo a un metro de mí? ¡Eres un maldito! ¡Te odio! ¡A ti y a tu hermano de mierda! –empecé a llorar.

– Vamos, sácalo, sácalo todo –lo miré sin entender. Hizo media sonrisa como si me leyese la mente–. Te estuviste guardando todo esto por tres semanas. Sin hablar. Sin gritar. Sin llorar (claro, entre sueños no cuenta). Era demasiado. Tenías que explotar.

– ¡En serio quiero que los dos se mueran! ¡Y que sufran cosas peores que a las chicas que han matado!

– Vamos, ¿qué más? –movió las manos como si estuviese deseando recibir algo. En ese momento volteé a ver al barman que había estado viéndonos y escuchándonos todo ese tiempo en completo silencio.

– ¡Y también odio a tus pinches empleados –señalé al hombre que sólo nos miraba sin saber qué hacer– que les importa una mierda lo que ustedes hagan mientras les paguen bien! ¿Que si mataron a dos chicas? ¡No hay pedo, nadie vio nada! –dije con sarcasmo– ¿Que si me ven intentando huir? "¡Oh no, se le ha escapado a los hermanos, hay que avisarles o podrían bajarme el sueldo!" ¡TODOS VÁYANSE A LA MIERDA! –grité con todas mis fuerzas con los ojos cerrados. Por unos segundos lo único que se escuchaba era una de las canciones del soundtrack de La La Land de fondo.

De repente sentí los brazos de Christian rodeándome lentamente, como si temiera que fuese a reaccionar violentamente. Me sentía muy cansada y débil para luchar con él. Lloré con fuerza con mi frente pegada a su pecho. Poco a poco fui levantando mis manos hasta abrazarlo de regreso. No sabía por qué y me daba asco tan solo la idea de saber que lo estaba haciendo, pero realmente necesitaba llorar sobre el hombro de alguien, o en este caso, el pecho. Claro, no desaproveché la oportunidad de dejar mis mocos embarrados en su camisa. Desgraciadamente para mí, eso no pareció molestarle. En esos momentos, él solo se preocupaba por consolarme y yo por desahogarme.

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