"¡Déjame respirar!"
Al llegar a la habitación del hotel me acosté en una de las dos camas. Thomas no perdió el tiempo y se puso encima de mí aprovechando que yo estaba boca abajo. Empecé a sacudirme.
– Thomas, –dijo Christian desde el baño– déjala en paz...
– ¡Pero ni siquiera me estás viendo! –sonó como un niño al decir aquello.
– He vivido más de 30 años contigo, te conozco...
El pelinegro se quitó de encima a regañadientes.
– Le quita la diversión a todo –me dijo –, ¿no crees?
– Entonces debo de parecerte la persona más aburrida del mundo. –le respondí, lo que le sacó una ligera sonrisa de lado.
– ¿Ya te dije que me encanta esa blusa? –ahí estaba, el mismo Thomas de siempre.
– A ti y a los otros 4 hombres que me han visto con ella. –puse los ojos en blanco acostándome para darle la espalda, a menos así ya no me vería los senos.
– Por eso es que vamos a ir de compras mañana. –habló Christian haciendo que me incorporara al instante.
– ¿Qué?
– No te emociones, estarás cerca de nosotros todo el tiempo.
Asentí emocionada.
***
Christian y yo dormimos en una cama mientras que Thomas lo hizo en la otra.
Antes de que me secuestraban solía despertarme a las 3 de la madrugada a beber agua, pero durante mi tiempo en el cuarto de metal me había desacostumbrado a esto, ya que ellos me daban apenas medio litro de agua al día la cual tenía que racionar; hacer eso las primeras semanas me costó mucho trabajo ya que yo solía beber de uno a dos litros al día.
Pero esa noche, durmiendo en una cama decente, recordé lo que vivía antes de que esos psicópatas llegaran mí.
Tallándome un poco los ojos me bajé de la cama y, con mucho esfuerzo debido a que no veía nada gracias a mi ceguera y la oscuridad de la noche, fui al mini refrigerador, lo abrí iluminando un poco la habitación. Destapé una botella de agua que había dejado el hotel ahí, daba igual si se las cobraban, es más, esperaba que así fuera. Bebí el delicioso elixir de la vida. Lo volví a guardar en el refri, cuando me di la vuelta para ir de nuevo a la cama con Christian me detuve al ver su silueta sentada mirándome desde allá. Pensé un segundo mis oportunidades. Lo hice.
Corrí directo a la puerta, quité el seguro de la chapa, la intenté abrir, sólo se abrió unos 10 cm y luego se detuvo, obviamente tenía un seguro extra, el típico que tenían todos los hoteles.
Iba a volver a cerrar la puerta para quitar el seguro que me impedía abrirla por completo pero antes de hacerlo Christian me jaló del cabello llevando mi cabeza hacia atrás con violencia, solté un grito. El hombre me tapó la boca y me cargó para alejarme de la salida, lancé varias patadas, una de ellas hizo que la puerta se cerrara con fuerza creando así un ruido que todo el hotel podría haber sido capaz de escuchar, y más aún porque todo estaba en silencio a esas horas de la madrugada.
Christian me arrastró hasta la cama en la que estábamos (la más alejada de la salida), se acostó sobre mí dejándome respirar muy poco aire.
– ¡Mierda! –no supe quien de los dos había hablado.
Como seguía peleando para librarme del hermano menor, este me tapó también la nariz impidiéndome respirar, me sacudí con más violencia, necesitaba aire en mis pulmones.
– Quédate quieta y te dejaré respirar. –dijo en mi oreja.
Seguí moviéndome por unos segundo más hasta que, con toda la fuerza de voluntad que me quedaba, me forcé a dejar de luchar y mantenerme quieta. Tardó un momento, que me fue interminable, hasta que finalmente me dejó respirar por la nariz. Mi respiración era fuerte y acelerada.
Alguien tocó la puerta de la habitación.
– Mierda, mierda... –susurró Thomas.
Volví a luchar esperando liberar mi boca para poder gritar por ayuda pero Christian me tapó la nariz una vez más. Dejé de moverme en el momento en el que más aire necesitaba. Me dejó respirar de nuevo.
– Silencio. –susurró Christian al momento en el que su hermano habría la puerta. Aunque no gritara mi respiración era tan fuerte que llamaría la atención de cualquiera.
– Hola, señor, –dijo una voz– los huéspedes de a lado se comunicaron con la recepción debido a que escucharon un fuerte ruido –se quedó callado unos segundos. Como Christian y yo estábamos de espaldas a la puerta no podía ver qué estaba pasando –, quería asegurarme que todo estuviera bien.
– Sí, todo está de maravilla, lamento el ruido, sólo estábamos teniendo algo de sexo intenso.
Me quedé completamente paralizada, ¿en serio acababa de decirle eso?
– ¿Disculpe? –El hombre sonaba tan sorprendido como yo.
– ¿Quieres unirte a nosotros? –. Preguntó el hermano mayor como si invitar a un completo extraño a tener un cuarteto fuese lo más normal del mundo.
¡Diablos, señorito!
– ¿Qué? ¡No! Yo... –la voz del hombre sonaba muy incómoda–. ¿Podrían detenerse y dejar dormir a los huéspedes?
– Claro, no era nuestra intención interrumpir el sueño de nadie.
– Se lo agradezco. –después de unos segundos el sonido de la puerta cerrándose nos indicó que aquel hombre ya se había ido. Christian tardó un minuto en soltarme. Cuando lo hizo (después de recuperar la respiración) me senté en la cama y volteé a ver a Thomas.
– ¿Qué? –Preguntó mientras se sentaba de nuevo en la suya.
– Cuando te pidió que dejaras de tener sexo pensé que ibas a decir algo como: ¡Oh! Lo siento, pero no. Estaba a punto de terminar cuando nos interrumpiste, ahora tendremos que volver a empezar desde el principio...
Me miró sonriendo. De un momento para otro estaba encima de mí besándome, para el momento en el que reaccioné ya se había alejado.
– Iba a decirle justo esas palabras... –se volvió a sentar en su cama–. Me conoces tan bien, es algo creepy pero sexy.
– Sólo tú encuentras algo que es creepy sexy... –me limpié la saliva que había dejado en mis labios.
Me guiñó el ojo antes de acostarse para dormir.
Suspiré, Christian estaba parado a lado de mí sin quitarme la vista de encima. Fingiendo que no pasaba nada me volví a acostar. Se puso a horcajadas de mí y colocó su mano izquierda sobre mi nariz y boca impidiéndome respirar. Me volví a sacudir. Como esta vez sí tenía las manos libres empecé a golpearlo. Con su otra mano libre me detuvo.
No poder respirar era increíblemente desesperante y doloroso para los pulmones.
– Lo siento, –dijo Christian aún apretando su mano contra mí– tengo que estar seguro de que no lo intentarás de nuevo, al menos esta noche.
¡No lo haré! ¡Lo lamento! ¡Déjame respirar! ¡Debo respirar! ¡Por favor!
Al sentir esa desesperación por intentar respirar me prometí que no volvería a tratar de escapar, todo para evitar esa sensación de nuevo. Después de unos minutos mi vista se nubló y quedé inconsistente.
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