Conociendo el lugar
Christian insistía en llevarme al comedor para desayunar, pero yo no quería moverme de la cama. No estaba de ánimos, tampoco me apetecía ver a Thomas.
– ¿Te traigo el desayuno a la cama? –sugirió. Levanté mis hombros con indiferencia–. ¿Algo en especial que quieras?
– Lo que sea... Que no tenga huevo. –sonrió recordando que a su amada tampoco le gustaban.
– No te muevas... –salió de la habitación.
Conté hasta diez y corrí hacia la puerta. Pegué mi oreja a esta. No se escuchaba nada. Abrí lentamente y me asomé. No había nadie, el lugar estaba desierto. Sin perder más tiempo salí del lugar a toda velocidad. Miré hacia todas direcciones buscando el gran arco por el que habíamos entrado... La cual no encontré. Había varias construcciones más, con grandes ventanales en vez de paredes. Por un momento pense que Christian me vería y se pondría furioso al saber que estaba intentando escapar. De repente observé a un hombre y una mujer quienes caminaban platicando y riendo. Me dirigí hacia ellos.
– ¡Por favor! ¡Ayúdenme! –supliqué cuando estuve frente a ellos. Ambos se detuvieron y sus sonrisas se borraron– ¡Por favor! Me tienen secuestrada. Llamen a la policía. –se miraron entre ellos y después regresaron sus ojos a mí– ¿Tienen un teléfono? ¡Por favor! –extendí una mano hacia ellos pero seguían sin moverse– ¡¿Hablan español?! ¿English? ¿Français? ¿日本語? –ni siquiera estaba segura de por qué les había preguntado si hablaban japonés, pues yo no sabía como pedir ayuda en ese idioma– ¡Contesten!
– Lorena... –escuché la voz de Christian. Me giré a verlo.
– ¿Son sordos? –pregunté con lágrimas en los ojos.
– No –sonrió–, sólo son pobres. Necesitan más el dinero que ayudarte. –el corazón se me subió a la garganta.
– ¿Ellos me entienden y no me ayudan?
– No tienen permitido hablar contigo, ¿creíste que íbamos a traerte a algún lugar en el que no confiáramos de los que te rodean? –no podía ser cierto, ¿cómo esas personas podían estar al tanto de mi situación y que no les importara un carajo?–. Ven, ya que estás levantada de la cama, vamos a comer. –me tomó del brazo y me llevó a una de las construcciones que había visto. Parecía un restaurante pues tenía muchas mesas. En cuanto entramos las personas que estaban ahí se pusieron de pie y salieron a toda prisa. Christian me llevó a la mesa del centro, la cual era la más grande y tenía las otras mesas más alejadas.
– Buenos días, señor –un mesero se acercó a nosotros en cuanto estuvimos sentados–, ¿ya saben lo que desean para ordenar?
– A mí me gustarían unas enchiladas verdes –Christian me miró sonriendo–. Desde que las probé por primera vez en este mundo me encantaron.
– ¿Y para la señorita? –el mesero tardó unos segundos en voltear a verme.
– ¿Puedo pedir lo que quiera? –le pregunté a Christian quien asintió.
– Lo que quieras.
– Eh... –en ese momento no se me ocurría absolutamente nada, de hecho no tenía tanta hambre–. Cereal... ¿De cuáles tiene?
– ¿Cereal? –Christian levantó una ceja riendo–. No –miró al mesero–, tráigale lo mismo que a mí. –el mesero asintió y desapareció de nuestras vistas.
– ¿Qué sentido tiene que me des la posibilidad de elegir lo que yo quiera solo para que tú pidas por mí?
– ¿Qué sentido tiene que te dé la oportunidad de elegir lo que tu quieras solo para que pidas cereal?
– Buena respuesta... –me recargué en el respaldo de la silla esperando el desayuno.
Después de desayunar regresamos a la habitación para que pudiera ponerme unos zapatos (pues hasta ese momento había estado descalza) y tomar un suéter que la temperatura en el exterior parecía estar a unos 17 grados o menos y yo no estaba acostumbrada a temperaturas tan "bajas". Christian me hizo visitar gran parte de la hacienda. A unos 10 o 15 metros del restaurante había una construcción hecha solo de ventanales los cuales estaban empañados. Al entrar me di cuenta de que era una piscina enorme pero, aunque en el exterior hacia bastante frío, la condensación del agua hacía que la temperatura aumentara drásticamente al entrar al lugar.
– Sé que te gusta mucho nadar, así que te compré muchos trajes de baño que creo te quedarán.
– Este lugar parece un sauna, siento que no puedo respirar. –de hecho empezaba a sentir gotas de sudor en mi cuello.
– Podríamos poner unos ventiladores para que ventilen el lugar –se rió–, vaya la redundancia.
– ¿Y por qué no solo dejan abierta la puerta?
– ¡En serio que eres inteligente! –me acarició la mejilla, lo hizo por varios segundos los cuales me incomodaron. Esa incomodidad aumentó cuando me percaté de que estaba mirando mis labios. Di un paso hacia atrás.
– Bueno, ¿qué más hay aquí? –parpadeó un par de veces, me tomó la mano y salimos de aquel sofocante lugar. Después de ahí caminamos una media hora entre pinos que median dos veces mi tamaño. Los caminos en varias situaciones se dividían, en serio estaba perdida en ese lugar. Cuando finalmente llegamos a un campo abierto vi otros dos edificios separados unos 20 metros entre sí. Primero fuimos al que estaba del lado derecho. Al entrar vi que las paredes estaban llenas de pósters de películas. Me sorprendió el silencio que reinaba en aquel lugar.
– ¡Vaya! –me acerqué a ellos para intentar reconocer algunos. Había varios de Rambo, de películas de Quientin Tarantino (las cuales amaba), Rocky, entre otros clásicos. En una pared completa había un póster de Marilyn Monroe en la famosa escena en la que se le levanta el vestido blanco, debía medir unos dos metros de altura.
– A Thomas le encanta este –lo señaló–. Creo que más de una vez se ha masturbado pensando en ella...
– ¡Tenlo por seguro! –seguí recorriendo el lugar. Había un candelabro hermoso que colgaba del techo. Hasta la otra esquina había un mini bar y un hombre detrás de la barra.
– Hola, buenos días, ¿se les ofrece algo? –nos sonrió.
– Un celular –dije sin muchas esperanzas de que me lo fuera a dar. Christian rió pasando un brazo al rededor de mi cintura.
– Prepárame una Caipiroska –dijo Chris. El bar tender asintió antes de ponerse a trabajar. Para alejarme de mi secuestrador caminé hacía un mueble que parecía un librero, pero al acercarme lo suficiente me di cuenta que lo que tenía eran cientos de películas–. ¿Te gustaría ver alguna? –preguntó detrás de mí. Me acerqué aún más para poder leer los títulos que venían en los costados del empaque.
– ¡Uff! ¡Bastardos sin gloria! –la tomé–. ¡Amo esta película, y a los actores que salen en ella!
– Señor Christian, su cóctel está listo. –el castaño fue por su bebida.
– ¿Gustas probar? –me ofreció.
– No, gracias. Odio el alcohol. –alcancé a dar unos pasos para alejarme de él antes de que me tomara por la muñeca.
– Vamos, está buena, dale un trago.
– No, en serio no me gusta ningún tipo de bebida alcohólica.
– Hazlo por mí. –sonrió. No supe, ni me interesó saber, si fue una broma para que me riera, porque en ese momento exploté. Moví la mano que me sujetaba con brusquedad logrando que me soltara.
– ¡¿Por ti?! ¡¿Crees que alguna vez haría algo por ti?! ¡¿POR MI PUTO SECUESTRADOR?! ¡NO! ¡JAMÁS HARÍA ALGO POR TI! –no vi venir la bofetada que me dio. Lo miré entre horrorizada y sorprendida, la mitad del rostro me ardía y los ojos me picaban por las lágrimas.
– No digas que te secuestré –habló con una tranquilidad que me dio escalofríos–, sabes que odio esa palabra... Junto con otra la cual no te he hecho.
– Bueno, en serio espero que no me VIOLES jamás. –me dio una bofetada de nuevo, pero esta vez en la otra mejilla. Ahora toda la cara me ardía.
– Deberías aprender a callarte. –incluso el contacto de mis lágrimas con mis mejillas quemaba. Miré al hombre detrás de la barra del mini bar. Al darse cuenta de que lo observaba suplicándole con la mirada, este desvió la mirada a un vaso que limpiaba, aparentando que no había visto nada.
Sin decir nada me abracé como si tuviera frío y caminé lentamente hacia una puerta que no había abierto. Al entrar me percaté de que era un mini cine. Levanté la vista solo para ver que el techo estaba iluminado y pintado como si tuviera galaxias en este. Probablemente, si no estuviese pensando en el dolor de cabeza que empezaba a tener producto de las bofetadas, me hubiese sorprendido y encantado con lo real que se veía.
– Siéntate donde quieras. –apenas rozó mi hombro con sus brazos me sacudí.
– No me toques.
– Lorena, por favor, lo siento... Sabes que no quería hacerlo. Es solo... que nos estábamos llevando tan bien y de repente tú...
– ¿Tan bien? –lo miré furiosa– ¿Crees que olvidé que apenas ayer mataron a Roset?
– No, Thomas la mató. –se justificó.
– Tú dejaste que lo hiciera... ¡Tú le diste la idea! –se quedó callado sin saber como defenderse. Caí de golpe sobre unos de los sillones. Empecé a llorar con fuerza. Christian se sentó a mi lado.
– Tranquila... –me acarició la espalda.
– ¡Que no me toques! –me puse de pie en menos de un segundo. Caminé hasta la ultima silla de esa fila (la cual quedaba pegada a la pared) y me senté de nuevo para seguir llorando. Esta vez él me dio mi espacio, aunque sentía su mirada sobre mí.
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