Balacera
Ninguno de los tres había emitido palabra desde que salimos de la casa de Betty. Christian había conducido durante varias horas y ya estaba anocheciendo.
– Mierda. –escuché que dijo el castaño. Levanté la cabeza buscando la razón por la que había dicho aquella palabra, no tardé mucho en encontrarla. Había varias camionetas de la policía federal a lado de la carretera. Christian empezó a disminuir la velocidad.
– Mantén la cabeza agachada. –me ordenó Thomas. Hice lo que me pedía incluso cuando el auto se detuvo por completo. Dos policías empezaron a rodear al carro. Tenía demasiado miedo, no podía moverme. Por el rabillo del ojo pude ver que uno de los policías se detenía a lado de la ventanilla de Thomas. Prendió una linterna y apuntó directamente a mi rostro.
– Señorita, –habló el oficial– por favor voltee hacia mí. –el corazón me golpeaba tan fuerte el pecho que dolía. El hombre del uniforme siguió insistiendo mientras golpeaba la ventanilla con los nudillos de sus dedos.
Ellos tienen armas, pueden ayudarte... Son dos contra no sé cuantos... ¿Qué esperas?
– ¡AYÚDEME POR FAVOR! –grité con fuerza en el momento en que me giré hacia él. Lo siguiente que vi fue el codo de Thomas estrellándose contra mi nariz; mi cabeza chocó con las maletas que me impedían salir por la otra puerta.
– ¡BAJEN DEL AUTO! –escuché que ordenó el hombre en la ventanilla, varios seguros de pistola sonaron al mismo tiempo. Yo no podía ver nada más que estrellas. El dolor me recorría toda la cabeza y era insoportable, temía que aquel imbécil me hubiese roto la nariz. –¡LEVANTEN LAS MANOS DONDE PUEDA VERLAS!
Ambos hermanos abrieron las puertas del auto y salieron. Cuando las estrellas desaparecieron de mi vista miré el trasero del pelinegro y vi la pistola que le había quitado al policía asesinado hacía varias horas.
– ¡Está armado! –grité advirtiéndoles. Thomas bajó la mano para tomar la pistola. En ese momento empezó una balacera. Me hice bolita en el espacio entre los asientos tapándome la cabeza.
Tenía más miedo de lo que jamás había tenido en la vida. No quería morir ahí. Fácilmente una bala perdida podía llegar hasta mí. Presioné mis oídos con las palmas de mis manos en un intento de disminuir el horrible ruido de las balas saliendo de todos lados. Caían y caían gotas de lágrimas en mis brazos y piernas. Pedazos de vidrio salían disparados por todos lados.
– ¡Tenemos heridos! ¡Repito! ¡Tenemos heridos! –escuchaba a lo lejos, así como gritos de varios hombres– ¡Necesitamos refuerzos ahora mismo!
¡DIOSMIODIOSMIODIOSMIO!
Después de una eternidad la lluvia de balas se detuvo. Me quedé en esa posición un minuto más intentando calmarme.
Lentamente levanté la cabeza e intenté ver algo. El lugar estaba en completo silencio. Las luces de todos los vehículos estaban encendidas. Me senté en el sillón del auto. Vi una silueta pasar frente a una de las luces. Me agaché por instinto. La silueta se acercó a la puerta del carro y la abrió. No podía respirar.
– ¿Señorita, está bien? –escuché que preguntaba una voz desconocida. Mi llanto aumento aún más, si eso era posible. Sentía un alivio y una felicidad tan grande que me pregunté si la había tenido antes. Podía respirar de nuevo. Me extendió una mano para ayudarme a salir, la tomé.
Otro ruido de bala se escuchó, el cuerpo de aquel policía se estrelló contra la puerta abierta del carro. Grité. Arrastré mi trasero en el asiento lo más lejos posible, hasta que mi espalda quedó pegada a las maletas. Un par de manos aparecieron en mi vista, una se recargó en la puerta abierta, la otra mano fue a parar al techo del automóvil. De repente el pálido rostro de Thomas se inclinó hasta quedar a mi altura.
– ¿Vas a algún lado? –sonrió. Me quedé paralizada–. Bájate –negué con la cabeza–. ¡Que te bajes! –volví a negarme. Metió la mitad de su cuerpo para obligarme a salir.
– ¡No! –subí los pies sobre el asiento y empecé a patearlo pero esto solo funcionó para que me sujetara por los tobillos y me sacara. – ¡No! ¡No! –cuando mi cuerpo salió del auto la gravedad hizo su trabajo; mi trastero estuvo a punto de golpearse contra el pavimento pero algo bastante suave impidió el doloroso golpe. Para ese momento Thomas ya me había soltado. Giré mi cabeza a la izquierda. Había caído sobre las piernas del policía muerto. Volví a gritar. Me arrastré lejos de él.
– ¡Lorena! –escuché la voz de Christian. Thomas me levantó con brusquedad.– ¡Lorena! –me quedé inmóvil. El castaño llegó corriendo hasta donde yo estaba, puso sus dos manos sobre mis brazos y empezó a verme de arriba a abajo– ¿Estás herida? ¿Te dieron? –giró mi cuerpo para verme por la parte de atrás–. Lorena... –sabía que me estaba llamando así, pero yo no podía reaccionar, ni extrañarme ni preocuparme. Sabía que estaba respirando pero sentía que nada de aire entraba a mis pulmones. Christian pasó su dedo pulgar entre mis labios y mi nariz, una mancha de sangre quedó pegada en su piel, al darse cuenta de que eso era lo más grabe me abrazó aliviado.
– ¡Esa puta hizo que nos mataran! –Thomas me señaló con el arma–¡Deberíamos hacerle lo mismo a ver si le gusta!
– ¡No es momento de pensar en eso! –el hermano menor se puso entre nosotros– ¡Tenemos que irnos de aquí antes de que lleguen refuerzos!
– Bien –Thomas empezó a ver a su alrededor, erróneamente yo hice lo mismo. Tal vez una decena de cuerpos estaban regados por todos lados, llenos de sangre, muertos–. Quítate la ropa y ponte la de los oficiales.
– ¿En qué estás pensando? –Christian tomó una de las pistolas que encontró tirada.
– Vamos a fingir que estamos heridos. –fue todo lo que explicó antes de que pusieran manos a la obra. Yo seguí sin moverme. ¿Qué podía hacer? Si me subía a una de las camionetas seguramente iban a volver a dispararles a los neumáticos. Miré una pistola que estaba a unos tres metros de mí, los hermanos me dispararían antes de llegar a esta, y si lograba sujetarla... No sabía como usar un arma–. Ok –Thomas me abrazó por el hombro–. ¿Estás listo? –el otro hermano se estaba terminando de abrochar el pantalón.
No esperamos mucho cuando vimos un par de luces acercándose a nosotros. Thomas se encorvó fingiendo que presionaba una herida en sus costillas cuando en realidad me apuntaba con una pistola. Christian empezó a mover los brazos sobre la cabeza para llamar la atención. El auto se detuvo a unos metros de nosotros. El conductor bajó.
– ¡Por Dios! ¿Qué pasó? –preguntó.
– Señor, necesitamos que nos preste su carro.
– ¿Qué? No puedo, mi familia está aquí y...
– ¡DAME LAS PUTAS LLAVES DEL AUTO! –le apuntó con el arma. Los gritos de una mujer y un menor se escucharon.
– Esto se pone cada vez mejor. –me susurró Thomas antes de ir directo a la mujer. Abrió la puerta del copiloto y la sacó jalándola por el cabello.
– ¡Por favor no! –suplicó el hombre. Estuvo a punto de correr hacia su familia cuando Christian lo golpeó en la cabeza con el arma. El señor cayó inconsciente.
– Hacerse el héroe no es una gran idea. –dijo. Chris caminó hasta situarse a mi lado.
– ¡Mete nuestras maletas a la cajuela! –le ordenó el pelinegro a su hermano menor. Mientras este forzaba a la mujer a sacar a su hijo del auto. Los tiró al suelo y les apuntó con el arma.
– ¡No! –corrí hacia ellos.
– ¡No te acerques! –me apuntó a mí haciendo que me detuviera en seco.
– ¡Lorena! –Christian se puso de nuevo a mi lado. Thomas regresó su atención a la mujer y al niño.
– ¡No los mates! –supliqué. Chris evitó que me acercara a ellos.– ¡Déjalos! –volteé a ver al castaño– ¡Por favor, no dejes que los mate! –lo jalé por la camisa– ¡Por favor! –me miró unos segundos decidiendo qué hacer.
– ¡No diremos nada! –dijo la mujer llorando en un intento de ayudarme a convencerlos.
– ¡Thomas! ¡Déjalos vivir! –ordenó. El hermano mayor no parecía querer obedecerlo. Christian se acercó a él y tocó el brazo que apuntaba a la familia.
– ¡Bien! –tomó a la mujer por el cabello– ¡Pero tu vendrás con nosotros!
– ¡Por favor no lastimen a mi hijo! –pidió ella antes de ser empujada a la parte trasera del auto. Miré a Christian quien solo se encogió de hombros.
– Es lo más que puedo hacer. Métete al carro. –me tomó por el brazo y me obligó a sentarme en el asiento del copiloto. Al mirar sobre mi hombro vi a la mujer llorando y sangrando. Thomas ya la había golpeado repetidamente en el rostro. Christian subió al asiento del piloto y arrancó el auto. Pasamos sobre algo que parecía una especie de tope pero que hizo un ruido horrible. Giré mi cabeza hacia el conductor.
– Chris, ¿qué fue eso? –no me contestó– ¿Chris? –miré por el retrovisor. Había un pequeño bulto borroso que reconocí como el cuerpo del antiguo dueño del vehículo, pero a aquel cuerpo le faltaba una cabeza. Empecé a respirar rápidamente, nunca había tenido un ataque de pánico, pero estaba segura de que se parecía mucho a lo que yo estaba sintiendo en ese momento.– ¡Le aplastaste la cabeza! –grité sin poder creérmelo.
– ¡NO! –lloró la mujer detrás de nosotros. Thomas la calló de un golpe.
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