Abrigo de piel
Las siguientes semanas sucedía básicamente lo mismo: Christian intentaba besarme cada que podía, Thomas de vez en cuando nos interrumpía o volteaba los ojos. Por las mañanas, después de desayunar, me metía a la alberca o veía alguna película en el mini cine, por las tardes iba al gimnasio. Ya no quería ir a los establos a pasear en caballos por que cada que me acercaba recordaba lo que le había pasado a Montse y me daban ganas de vomitar.
Una mañana desperté con Christian, a unos centímetros de mí, sonriendo de oreja a oreja.
– ¡Buenos días, mi amor! –dijo alegremente. Me tallé los ojos sin saber muy bien la razón de su felicidad. Me senté en la cama–. Cámbiate. –dijo mientras se ponía un gorrito de Navidad.
– ¿Por qué? –pregunté antes de beber agua del vaso que estaba en la mesita de noche.
– Vamos a hacer intercambio de regalos. Sé que no pudiste comprar nada para nosotros, pero no te preocupes, yo lo hice por ti. –me guiñó un ojo.
– ¿Es Navidad?
– No me puse este ridículo gorro por diversión.
– Pero ustedes no... acostumbran... a celebrar ese día.
– Lo sé, querida, pero... –respiró muy hondo antes de continuar– creo que este lugar tiene una atmósfera muy navideña. –sin decir nada bajé de la cama y me dirigí al baño a orinar.
Al salir, en el lobi vi a Thomas quien estaba sentado en uno de los sillones frente a un gran árbol de Navidad que apestaba a pino recién cortado. Odiaba ese olor, en casa siempre usábamos árbol artificial por lo mismo, además de que no le veía sentido cortar un pino para tenerlo unos días y luego tirarlo. Al llegar hasta el pelinegro me senté en otro sillón. Su rostro era de total aburrimiento pero me lanzó una ligera sonrisa cuando subí los pies a mi asiento para sentirme más cómoda. Christian le lanzó un gorro a su hermano, el cual le cayó en las piernas, y a mí me lo puso directamente en la cabeza. Lo seguí con los ojos mientras caminaba hacia los regalos que estaban bajo el árbol. Miré a Thomas quien suspiró con fuerza mientras se ponía el gorrito, cuando ya lo tenía cubriendo su brillante cabellera negra levantó los ojos al cielo y a continuación volteó hacia mí para ver mi reacción. Solté una pequeña risa, nunca me había imaginado a Thomas sintiéndose ridículo frente a mí.
– Bueno –habló Christian–, estos regalos son de parte de Lorena, aunque yo los elegí. –le dio una cajita a su hermano y otra se la quedó él. El castaño fue el primero en abrirla. Dentro había un chaleco para el frío (el cual yo jamás hubiera comprado porque nunca le he visto la utilidad, es decir, si tienes frío, un chaleco no te va a cubrir los brazos pero si tienes calor tampoco serviría de mucho que uses uno) y unos zapatos. Thomas recibió otro chaleco muy parecido al de su hermano y una navaja.
– Yo le hubiera dado la navaja y una película porno para que la pusieran en el mini cine –solté. Thomas rió–. ¿Qué mejor que ver chicas besándose en una pantalla gigante? ¿No? –lo miré encogiéndome de hombros, era obvio el tipo de vídeos que eran de su agrado.
– ¡Esa es una grandísima idea! –me sonrió–. Sí que me conoces.
– Sólo no me invites cuando la veas. –le devolví la sonrisa casi cerrando mi puño y moviéndolo de arriba a abajo en señal de lo que él haría. Para interrumpir el momento Christian dijo que era turno de ver sus regalos. Me dio una caja bastante grande y a Thomas otra.
Yo abrí la mía primero. Me quedé paralizada al ver lo que estaba en mis piernas. Lo toqué. Era muy suave.
– ¿Es...?
– Un abrigo de conejo rex real. –dijo con orgullo. Lo miré horrorizada.
– ¿Es en serio que me estás dando esto? –pregunté bastante indignada.
– ¿Por qué? –tardó un segundo en entender mi molestia–. No eres vegetariana o algo así, supuse que no te molestaría...
– ¿Crees que porque como carne estoy a favor de que maten animales solo por su piel? ¡De una vez mejor me hubieras llevado a ver una pelea de gallos o perros!–me puse de pie furiosa– ¿Acaso no me conoces en lo absoluto? –dejé la caja en el sillón en donde anteriormente había estado sentada y salí de la casa sin mirar atrás. Caminé y caminé hasta llegar al punto más alto de uno de los montes que había y me senté cansada. Abracé mis piernas viendo el verdoso y borroso paisaje frente a mí. De repente escuché unos pasos que se acercaban por detrás, cerré los ojos pensando que era el castaño pero me sorprendí al escuchar otra voz.
– ¿Puedo sentarme? –volteé a verlo.
– ¿Desde cuando preguntas? –se sentó a mi lado cruzando las piernas.
– No lo sé... Parecías muy molesta y no quería sorprenderte solo para recibir un puñetazo.
– En realidad sí te mereces más de uno, pero ahora solo estoy furiosa con tu hermano.
– Compréndelo, él tenía buenas intenciones, no sabía que reaccionarías así.
– Estoy más en contra del asesinato animal que el humano, él debería saberlo bien pues nunca ha matado uno. Jamás lo hice hacerlo.
– Pero yo sí.
– ¿Y acaso recuerdas los escabrosos detalles? –lo miré. Se llevó una mano a la barbilla intentando recordar, finalmente negó con la cabeza sorprendido–. Es porque nunca los detallé. No podía –enterré el mentón entre mis rodillas–. No estoy de acuerdo con su asesinato sólo por diversión.
– ¿Y cómo es que recuerdo vívidamente las veces que maté a alguien?
– Créeme que no sufro al describir la muerte de una persona –me encogí de hombros–. Uno de mis únicos deseos es que los seres humanos desaparezcamos de la tierra. No hacemos más que contaminarlo y destruirlo.
– ¿Consideras el asesinato como algo bueno? –preguntó intrigado.
– No. Pero si los humanos nos extinguiéramos de un segundo a otro todo sería mejor para el planeta.
– ¿Entonces por qué sufriste tanto con la muerte de Roset y Montse? –lo miré con el entrecejo fruncido pero me sorprendí al ver que no lo preguntaba con sarcasmo.
– ¡Porque las conocía! ¡Vi cómo mataste a una de ellas, cómo la torturaste y violaste! Eso es muy diferente a estar de acuerdo con las guerras y epidemias las cuales regulan la gran sobrepoblación que existe. Algo que no soporto es la tortura, si vas a matar a alguien sólo hazlo y ya –lo miré con seriedad–. Si algún día llegas a terminar conmigo lo único que te pido es que lo hagas rápido. Después puedes hacerme lo que quieras...
– Si lo ves por ese lado... Ayudé al planeta, ¿no? –se rascó detrás de la oreja sonriendo.
– No me encantan tus técnicas, pero podría decirse...
– ¿Cómo es que pudiste imaginarte todo lo que yo he hecho si no soportas la tortura?
– No lo sé. –me encogí de hombros regresando la vista al verde paisaje.
– ¿No le tienes miedo a la muerte? –. Negué con la cabeza como respuesta.
– Les tengo más miedo a ti y a tu hermano, a lo que pueden hacerme antes de eso... A lo que ya me hacen.
– ¿Planeas usar el abrigo de piel que te dio Chris? –cambió de tema súbitamente.
– No –nada me molestó que cambiara la conversación–. Quiere que sea Lorena, pero no lo soy.
– ¿Ella lo usaría?
– Tal vez sólo el mismo día que él se lo diera, o en año nuevo.
– Entonces no lo uses. Muéstrale que no eres esa fantasía a la cual él se aferra –volteé a ver sus azules ojos que con la luz del sol se veían casi blancos–. Sé tu misma, no finjas ser alguien que no eres. –nos miramos en silencio por unos incómodos segundos. Estaba impresionada por lo que acababa de decirme.
– Jamás creí que tú, Thomas, me darías una plática motivacional. –ambos nos sonreímos.
– ¡Ah! ¡Lorena, Tom! ¡Aquí están! –Christian apareció con los brazos abiertos–. Creí que habías intentado escapar de nuevo. –se rió. El pelinegro y yo nos pusimos de pie quitando los rastros de pasto y tierra que teníamos en nuestros respectivos traseros.
– Bueno, me voy –dijo Thomas–. Y no olvides lo que te dije. –me guiñó un ojo antes de alejarse de nosotros.
– ¿De qué hablaba? ¿Que te dijo?
– Nada. –pasé por su lado para irme pero me tomó por el brazo obligándome a verlo.
– ¿Te amenazó? ¿Intentó violarte?
– No... Él... –tragué saliva–. Dijo que tú sólo intentabas tener un lindo gesto al darme el abrigo.
– ¿En serio dijo eso? –preguntó sin creérselo. Asentí.
– Yo también estaba tan sorprendida como tú. –me soltó el brazo y empezó a acariciarlo.
– No tienes que usarlo, ¿de acuerdo? Podemos tirarlo hoy mismo.
– ¡Eso es peor! –di un paso hacia atrás– ¡En ese caso los pobres conejos murieron en vano!
– Me estás confundiendo mucho. –se llevó ambas manos a la cintura.
– ¡Dáselo a alguna persona en la calle, sin hogar, no sé!
– Eso me encanta de ti –se acercó a mí para acariciar mi rostro–. Aún te preocupas por los demás. –recordé la platica que justo había tenido con Thomas.
– Bueno, no es como que pueda devolverle la piel a los pobres conejos muertos.
Me percaté que estaba mirando mis labios, en eso se lamió los suyos y empezó a acercarse poco a poco a mi rostro.
– Oye, Chris –hice mi cabeza un poco hacia atrás y toqué su brazo–. Quería agradecerte por no obligarme a...tener...sexo contigo.
– ¿Qué? –se rió– ¿De dónde salió ese comentario?
– Yo...es solo que...quería decírtelo porque sé que te costó mucho trabajo con Lorena cuando perdió la memoria, y aprecio que también me tengas paciencia a mí. –supuse que agradecerle el no violarme lo haría sentir mal por siquiera considerarlo.
– De nada, supongo. –levantó los hombros sin saber muy bien que decir.
– Bueno, si quieres regresemos a la casa y continuemos con nuestra Navidad.
– Me encanta que hayas dicho "nuestra". –sonreí sin saber muy bien qué más hacer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro