CAPÍTULO 38
Avril Fray.
—Son preciosas, ¿verdad? —Su voz es serena, pacífica al hablar.
Volteo el rostro para mirarlo, y el verlo apoyado contra la puerta de vidrio de una floristería cualquiera, con el viento nocturno trayendo diminutas gotas de agua que se incrustan en su rostro y el cabello más alborotado que de costumbre, me lleva a pensar que tal vez luce un poco más... joven.
—¿Qué cosa? —pregunto, ignorando el rumbo de mis pensamientos.
—Las estrellas —responde con expresión de anhelo en los ojos—. Nunca he visto nada más perfecto que las estrellas, ¿sabes?
—Eso es porque no lo hay —concedo, pero al levantar la cabeza me percato con pesar de que la única imagen que percibirán mis ojos, además del aburrido toldo de listas blancas y verdes, son las rojizas nubes de lluvia—. Es una lástima que no podamos verlas.
Suspiro y le dedico a Zayn una media sonrisa, aunque no puedo evitar sentirme un poco desilusionada. Son contadas las veces que tengo la oportunidad de mirar al cielo nocturno y encontrarme con un infinito salpicado de estrellas y constelaciones; de puntos brillantes que a diferencia de los que veo cada noche pegados en el techo de mi habitación, no necesitan ser cargados con luz porque simplemente emiten la suya propia. Estar fuera a estas horas y no poder permitirme al menos eso, es cuando menos, decepcionante.
Zayn no parece mostrar ninguna expresión en el rostro al mirarme, sin embargo suena tremendamente convencido cuando, tras unos segundos de absoluto silencio, me dice:
—Estoy seguro de que bastará con que cierres los ojos.
Lo miro escéptica. No solo por su sugerencia, sino también por el ligero estremecimiento que vino después.
—¿Cerrar los ojos?
—Sí.
—¿Para qué quieres que cierre los ojos?
Sonríe y pone los ojos en blanco.
—Oh, vamos. Solo hazlo, ¿quieres?
No puedo evitar dedicarle una mirada confundida. ¿Qué diablos pretende? No tengo la menor idea, sin embargo en el mismo instante en que mi mirada choca con la suya, me pierdo en una pequeña llovizna de pensamientos que me salpican todo el cuerpo.
¿Cuántas veces he tenido la oportunidad de ver su cielo en calma? Probablemente, menos de las que he podido ver las estrellas fuera de casa. Así que mientras él está ahí sentado junto a mí, siguiendo minuciosamente cada uno de mis movimientos y mirándome a la expectativa de que algo suceda, procuro no resoplar demasiado fuerte cuando decido hacerle caso y finalmente cerrar los ojos.
—Listo. ¿Ahora qué?
Estaría mintiendo si negase lo nerviosa que me siento al permanecer prácticamente a ciegas frente a él, sobre todo cuando está tan cerca y lo siento tanto. Cuando no tengo forma de defenderme. Cuando no quiero hacerlo.
Apoyo la cabeza contra el vidrio de la puerta y dejo que mi rostro se incline casi por inercia hasta su lado, invadiendo la prudente distancia que había establecido entre ambos justo un minuto después de decidir que el mejor lugar (y más cercano) para protegernos de la lluvia sería el toldo de una pequeña floristería.
—¿Puedes verlas? —Su voz es suave, y por la forma en que siento la fricción de sus vaqueros rozando contra el piso de cemento pulido, se que se ha movido.
—¿Ver qué?
Escucho su respiración surfear un tanto inconstante sobre el viento helado, pero elijo inhalar con fuerza y mantenerme tranquila.
—Las estrellas —murmura.
—¿Las estrellas? —pregunto en medio de un carraspeo.
——Sí. ¿No ves todos esos puntos luminosos en tu cielo?
«¿Mi cielo?»
—Solo veo oscuridad, Zayn —contesto un tanto frustrada—. ¿Se te olvida que tengo los ojos cerrados?
—No es necesario abrir los ojos para ver, Avril.
No respondo, en cambio frunzo el ceño, llenándome de preguntas. ¿Qué rayos está diciendo?
—A veces, solo basta con imaginarlo —continua, soltando una pequeña risa que se las arregla para colarse por cada poro de mi piel—. Puedes ver lo que quieras si tan solo cierras los ojos y lo imaginas. Puntos rojos, amarillos, azules... Constelaciones que aún nadie ha descubierto, planetas inexplorados... Todo creado por ti. Cosas que solo tú puedes ver.
Y contengo el aliento, porque en una fracción de segundo, mi noche oscura, de alguna forma, se torna más brillante. Más viva. No de inmediato, por supuesto, es más bien un proceso lento... y hermoso. Un cielo distinto. Diferente. Desconocido.
Veo estrellas fugaces desvanecerse al tocar un suelo de nubes, luceros que parpadean en colores neón, un infinito expandiéndose, planetas girando... Y en medio de todo eso, constelaciones que no están formadas de estrellas sino de algo mejor que eso. De algo suyo. De Zayn. Del chico de los lunares con constelaciones en la piel.
La diferencia es que yo tengo los ojos abiertos, y esta vez es él quien está mirando el cielo sin despegar los párpados ni un segundo.
Y no sé cómo, sé que está viendo el mismo cielo que yo.
—Es hermoso, ¿verdad?
Trago con la garganta seca.
—Sí. Lo es.
Pero yo no estoy hablando de las estrellas...
—Lo más hermoso que he visto en mi vida —susurro a media voz, y entonces él abre los ojos.
Se me desboca el corazón cuando me dedica una sonrisa cómplice que se ensancha con cada segundo que pasa. Procuro inspirar hondo mientras lo contemplo fijamente, intentando penetrar la profundidad de una mirada que me resulta completamente enigmática.
—No sabía que podían verse tantas cosas sin siquiera abrir los ojos —murmuro.
Él suelta una carcajada y niega con la cabeza.
—Me alegra que te haya gustado. Temía que pensaras que estoy loco.
—Oh, y lo pienso —le corrijo juguetona—. Pero no por los motivos que crees.
Me mira con curiosidad y enarca una ceja.
—¿Debería preocuparme?
—Para nada. —Hago un gesto de desinterés con la mano—. Sobre todo no ahora que me has enseñado a mirar las estrellas sin tener que salir de casa. ¿Sueles hacerlo a menudo?
Parece meditar una respuesta durante un segundo, pero luego se encoje de hombros.
—Solo cuando era pequeño. Lo hacía cada noche antes de irme a dormir. Y, podrá sonar extraño, pero a veces hasta prefería quedarme en mi cama imaginando el cielo que verlo realmente.
Parpadeo varias veces, analizando el significado de sus palabras.
—¿De verdad?
—Sí.
—No puede ser —aseguro.
—¿Por qué no?
—Pues porque... —¿Por qué no?
La frase se camufla en el aire y su final se pierde entre el sonido de las hojas. Entonces aprieto los labios con fuerza, y bajo la mirada cuando noto la sonrisa triunfal que se extiende por su rostro.
—¿Puedo preguntar el...?
—¿Puedo contarte algo? —me interrumpe.
Yo asiento lentamente. Él ladea la cabeza con parsimonia y su sonrisa adquiere un matiz nostálgico que hace que quiera acercarme y envolverlo entre mis brazos.
—Cuando nací mis padres compraron una pequeña casa vacacional al norte de Beaufort, en Carolina del Sur. No era muy lujosa, era más bien rústica y falta de cuidados, pero yo adoraba esa casa. Todas las noches salía al jardín y me quedaba embobado mirando las estrellas por horas hasta que se hacía muy tarde y me obligaban a dormir. Debía tener cosa de unos seis o siete años cuando mi padre me regaló aquel telescopio. Fue un día antes de que saliera de viaje, y además mamá, Sean y yo debíamos retornar a Brooklyn, pero me prometió que en cuanto volviera regresaríamos y me enseñaría a usarlo.
Hace una pequeña pausa, y cuando deja escapar el aire su rodilla roza con la mía.
—El viaje debía durar solo dos semanas, pero se extendió tanto que esas dos semanas se conviertieron en tres meses y... Joder, durante ese tiempo no hice otra cosa más que estudiar las estrellas. Salía cada noche al balcón de mi habitación. Era pequeño así que no entendía muchas cosas, pero hacía lo que podía porque quería que él se sintiera orgulloso de mí. Cuando finalmente volvió, se encerró en su oficina durante días. Al principio fui paciente y esperé, pero cuando pasó una semana y mi padre no se dignó a decirme nada, me colé en su oficina y arrastré el telescopio conmigo como pude.
Habla sosegadamente, pero yo tengo miedo de lo que pueda decir a continuación, porque de repente su sonrisa de nostalgia se convierte en una mueca tremendamente amarga.
—Intenté demostrarle todo lo que sabía. Todo lo que había aprendido durante el tiempo que había estado lejos. —Niega con la cabeza mientras tensa la mandíbula—. No le importó. Me pidió que me fuera, dijo que no tenía tiempo para mis estupideces, que... —Se detiene cuando parece atragantarse con sus propias palabras, incapaz de hablar. Luego traga saliva con fuerza—. Simplemente se comportó como el imbécil egoísta que siempre ha sido, y como yo no entendía por qué actuaba de esa forma y me negaba a irme, destrozó el telescopio frente a mí. Lo lanzó contra la pared a mi lado, así que algunos pedazos del cristal del lente se me incrustaron en los brazos y en la cara. Cuando empecé a llorar intentó ayudarme, pero yo salí corriendo y me encerré en mi habitación.
—Zayn...
—Una semana después vendió la casa de Beaufort, y yo nunca volví a pisar ese balcón, ni a pensar en las estrellas.
Cuando se detiene, el fantasma de sus palabras queda aplastado bajo el ruido de la lluvia al golpear contra el suelo y el rugir del viento enredándose entre las ramas de los árboles. Intento no ser demasiado expresiva al sentir el enojo recorrer cada parte de mi cuerpo, así que me limito a suspirar y vuelvo a pronunciar su nombre en un murmuro.
—No... No se que decirte —confieso con voz ahogada, y en un arrebato le tomo de la mano, apretujandola entre mis dedos como si esa fuese la solución a todos sus problemas—. Lo siento mucho. De veras.
Sacude la cabeza con suavidad, y puedo notar que mi acción le ha tomado desprevenido porque me está mirando con los ojos bien abiertos.
—Aún no puedo entender que tipo de relación tienes con tu padre, pero vivir algo como eso... Debió haber sido muy difícil para ti. —Me volteo para quedar sentada frente a él, y aunque su mirada se posa perdida en un charco cercano, se que está atento a cada uno de mis movimientos—. Por favor, Zayn, si en algún momento tu padre vuelve a hacer algo como eso...
—Ya lo ha hecho —me interrumpe, y yo siento que me han robado el aliento—. Aunque esta vez no ha sido a mí.
Me quedo callada durante un largo minuto en el que mis dedos se envuelven aún más todavía alrededor de los suyos. Sus ojos se han convertido en un lienzo por el cual pasan millones de recuerdos a los que yo no tengo acceso, pero la forma en la que me acaricia la piel de la muñeca con la yema del dedo pulgar, hace que me olvide de que tal vez nunca lo tendré.
—Yo... —Suena como si mi voz estuviese patinando sobre un terreno irregular, lleno de huecos y montañas de rocas que hacen que suba y baje inestable.
Nunca pensé que podría afectarme tanto el que alguien le hiciese daño.
—No pasa nada, Av. Si te consuela un poco, no siempre fue el monstruo que parece.
Sonríe con suavidad, e inclinando el rostro hacia adelante, susurra:
—A veces era peor.
Pero se de inmediato que está bromeando, así que me permito soltar el aire contenido y bajo la mirada. Enseguida noto lo apachurrados que lucen en realidad sus dedos envueltos por los míos, así que lo suelto rápidamente y me desplazo un poco hacia detrás.
—Vamos, ahora te toca a ti.
Frunzo el ceño con confusión, pero me quedo mirándole por un par de segundos.
—¿El qué?
—Te conté algo de mi vida que nadie más sabe. Venga, ahora es tu turno.
—¿Qué? Pero..., ¡si yo no te he pedido que me cuentes nada! —me quejo.
Zayn en cambio no parece tomarme en serio y suelta una carcajada, esta vez una ruidosa y duradera. Deja su mirada clavada en mi durante unos segundos, dando la impresión de que esté esperando que hable en cualquier momento.
—No tengo nada que contar, Zayn.
Pero él niega con la cabeza.
—Eso no es cierto. Todos tenemos algo que contar.
Respiro hondo y medito que debería hacer. Por una parte, no se me ocurre absolutamente nada que desvelarle que no vaya a resultarle tremendamente aburrido o peor aún, que forme parte de mi particular lista de «Cosas que me llevo al más allá» Pero por otra... Él ya ha compartido cosas importantes de su vida conmigo, y aunque aún tengo la sensación de que eso es solo la punta del iceberg, yo tampoco he sido completamente sincera con él.
Me dedico a mirarlo fijamente, y su pequeña sonrisa curiosa se me antoja tan bonita que casi tengo miedo de hablar y arruinarlo. Sin embargo no dudo un solo segundo más, así que limpio el polvo de uno de mis recuerdos más antiguos y doloros y simplemente lo suelto.
—Mi madre está muerta.
Su sonrisa se borra de sopetón, y es como si el aire que fluye entre nosotros se hubiese visto de repente invadido por un aura de tensión. Lo noto respirar con dificultad y luego...
—¿La extrañas? —pregunta.
Me quedo perpleja en el momento en el que me percato de que era lo último que esperaba oír de sus labios.
—Murió cuando era pequeña —respondo de todas formas—, así que no la recuerdo muy bien. Papá siempre me habla de ella, pero, en cierto modo, es como si fuese una desconocida ¿sabes? Una de la que tengo los recuerdos más bonitos de mi vida, pero una extraña al fin y al cabo. ¿Recuerdas esa canción... Somewhere over the rainbow?
Traga lentamente antes de contestar.
—Sí.
—Te conté que solía cantarmela cuando era pequeña, y cuando tú me preguntaste si ella era fanática del Mago de Oz...
—Tu no tenías ni puta idea de que estaba hablándote —reflexiona—. Porque lo único que conocías era esa canción.
—Exacto.
Las comisuras de mis labios se levantan por voluntad propia, y creo que es la primera vez que pensar en mi madre no termina con lágrimas y lamentos.
Zayn me observa por el rabillo del ojo y da la impresión de querer decir algo, pero luego sus labios se juntan presionando con fuerza así que desecho la idea. Mi mirada en cambio se queda clavada en él por más tiempo del indicado, así que mientras escapo de las escurridizas gotas que se empeñan en colarse en mi zona segura y empaparme los zapatos, consigo descifrar detalles suyos que no conocía, como por ejemplo esos dos lunares contiguos en su cuello que dan la sensación de ser una mordida de vampiro.
Presto atención, maravillada, a la manera en la que se le enroscan los rizos que caen como cascada por su frente, y a la forma en la que sus cejas siempre dan la sensación de estar fruncidas, pero en realidad es solo su forma natural. Me fijo también en como las oscuras pestañas le rozan los pómulos cada vez que cierra los ojos, en lo sonrojadas que tiene las mejillas debido al alcohol que ya comienza a abandonar su cuerpo, en los lunares que tiene regados por las mandíbula y en los dos que casi pasan desapercibidos cerca de sus labios.
Si algo puedo decir sobre Zayn, además de que su sarcasmo y su bipolaridad me vuelven loca, es que sin duda parece sacado del sueño erótico de algún escultor griego. No solo por sus filosas y firmes facciones, sino también por...
—Sé que soy irresistible, Avril, pero tal vez podrías molestarte en disimular un poco.
Siento una mezcla de vergüenza y sorpresa invadirme por completo, y casi me atraganto con mi propia saliva cuando él suelta una carcajada burlona. Entonces me dedica una significativa mirada, pero su sonrisa permanece prácticamente intacta mientras transcurren los segundos.
—No te estaba mirando —miento con voz sofocada.
—¿Ah no? —Se burla.
—No.
—No deberías mentirte de esa forma, Av —comenta con descaro entrecerrando los ojos.
Yo pongo los míos en blanco.
—Estás siendo igual de irritante que siempre —proclamo—. ¿Debo suponer que ya no estás borracho?
Esta vez sonríe mostrando los dientes, y me fijo en el arito bailando en su labio inferior.
—Supones bien. El pequeño susto en el bar y... —Respira profundamente—, otras cosas, han conseguido espabilarme.
—¿Otras cosas?
Asiente inhalando aire con fuerza.
—Sí. Otras cosas.
No dice nada más mientras su mirada se traslada con cautela hasta mis labios, y no sé por qué, pero en este momento soy consciente de que algo cambió entre nosotros. No sé si serán sus ojos, que han comenzado a ver cosas que antes le eran invisibles, o mi pecho que se ha comenzado a acelerar por detalles que aparentemente no tienen importancia. No sé si fue en aquella pelea, en aquel abrazo o en aquel casi beso. No sé si fue en el mismo instante en el que me di cuenta de que sus ojos eran como dos cielos en caos, o en aquella llamada donde...
—Parece que no dejará de llover en un buen rato, ¿verdad? —comento inquieta, interrumpiendo el peligroso rumbo que mis pensamientos han tomado.
Él parece no escucharme, o finge no hacerlo, así que carraspeo un tanto nerviosa buscando llamar su atención.
—¿Zayn?
Parpadea varias veces y levanta la cabeza tras propinar una ligera sacudida.
—¿Eh?
—¿Me estás escuchando?
No contesta. En cambio recorre mi rostro con ojos pensativos, como si no estuviese realmente aquí. Levanta la mano en dirección a mi cuello, pero tras dejarla varios segundos suspendida en el aire la deja caer, observándome con la cabeza de un lado y una sonrisa curiosa.
—¿Alguna vez has bailado bajo la lluvia?
¿Qué?
No entiendo nada. ¿Es que quiere volverme loca? Porque si ese es su objetivo lo está haciendo de maravilla. ¿Es que no puede ser como todos los demás y preguntar cosas normales como «¿Cuál es tu color favorito?» o «¿A qué se dedican tus padres?» Dios. Si ni siquiera es capaz de seguir una línea coherente en una conversación.
—¿A qué viene esa pregunta?
Él se encoge de hombros.
—Solo quiero saber. Vamos. ¿Nunca lo has hecho?
—No —respondo de inmediato.
—¿Y no te da curiosidad?
—No. —miento.
—¡Vamos! ¿En serio no te gustaría intentarlo? —pregunta con voz animada. Luego saca el celular del bolsillo y teclea algo en él.
—No, Zayn. No tengo intención alguna de pisar la calle hasta que la lluvia se detenga.
—¿Por qué no? ¡Es solo agua!
Pongo los ojos en blanco y me abrazo las piernas con fuerza, apoyando la cabeza en las rodillas.
—No lo haré. No quiero hacerlo.
Él en cambio no aparta los ojos de mí, y justo en el momento en el que pienso que estará enojado conmigo, sonríe. Sonríe con ganas, curvando los labios en un arco infinito mientras se pone de pie.
—¿Qué haces? —pregunto.
Pero mi voz se pierde en la melodía que comienza a sonar a sus espaldas y que opaca ligeramente el sonido de la lluvia al golpear contra el asfalto de la calle.
Mi corazón comienza a incrementar su ritmo conforme él se acerca con pasos cortos, colocandose frente a mi y estirando la mano en mi dirección. Esta vez levanto la cabeza despacio y lo miro interrogante.
Look at the stars...
Look how they shine for you...
—¿Qué haces, Zayn?
Su sonrisa se ensancha a medida que pasan los segundos; entonces responde.
—Si podemos mirar las estrellas con los ojos cerrados, digo yo que también podremos bailar bajo la lluvia sin pisar la calle, ¿no crees?
Intento poner en orden mis pensamientos antes de decir cualquier cosa, pero él es más rápido que yo y en menos de un abrir y cerrar de ojos me envuelve los dedos en la muñeca. Tira de mi hacia arriba con fuerza, dejando que mis piernas tracen un torpe camino hasta su cuerpo. Mi pecho se estrella contra el suyo, y justo en ese momento siento toda tranquilidad abandonar mi cuerpo por completo; porque no es la primera vez que estamos así de cerca, porque su perfume es peligroso si me embriaga de esa forma, porque sería capaz de hacer cualquier cosa que me pidiera sin si quiera pensarlo...
Nuestras respiraciones se entremezclan al ritmo de la canción, y mientras su mano derecha descansa en mi cintura la otra recorre lentamente el camino hasta mi cadera.
—Podías haberme dejado responder, ¿sabes? —espeto, aunque no con la autoridad que me gustaría.
Él suelta una diminuta risita y niega con la cabeza.
—Tardabas demasiado.
Me dejo guiar por él cuando sus balanceos se vuelven un poco más rápidos, así que apoyo las manos en sus hombros para sostenerme. La canción la reconozco como Yellow, de Coldplay, y aunque en lo que menos estoy pensando es en eso, me sorprende grandemente que Zayn disfrute ese tipo de música.
—¿Diez segundos te parecen demasiado? —interrogo.
Sus pasos entonces se comienzan a ralentizar, sin embargo me incrusta los dedos en la cadera con tanta fuerza que un costado del vestido se me sube ligeramente por el muslo.
—¿Para tenerte así de cerca? Demasiados.
Me quedo de piedra por un minuto, completamente desorientada, oyendo únicamente el sonido de mi corazón bombeando sangre con fuerza y el pulso latiendo desbocado contra la piel de mi cuello.
¿De verdad ha dicho eso? Porque a mí me está costando un poco creerlo.
Siento un escalofrío recorrerme de pies a cabeza cuando sus dedos buscan los míos y los acaricia despacio. Las yemas se sienten cálidas, demasiado suaves y demasiado fuertes al mismo tiempo. Levanto el rostro con cuidado y mis ojos chocan con los suyos. Tiene una diminuta sonrisa que intenta ocultar a toda costa, y aunque noto lo inconstante que se ha vuelto su respiración, luce tremendamente tranquilo.
—Hablaba en serio —musita.
—¿Cuándo? —pregunto bajito.
La música sigue sonando, pero ninguno de los dos se mueve. Su mano asciende lentamente por mi brazo derecho, trazando un lento y tortuoso camino sobre la piel que yo sigo con la vista.
La palabra intimidad se me dibuja en la mente, y los firmes trazos de las letras me llevan a este momento, a este ahora.
—En el bar —contesta finalmente.
—Dijiste muchas cosas en el bar, Zayn —le recuerdo.
Se le escapa una pequeña carcajada y me hace voltear para quedar de espaldas a él. Sus movimientos se vuelven constantes cuando nos balanceamos de un lado a otro, y con la mano que está entrelazada con la mía me rodea el abdomen, eliminando cualquier rastro de distancia que pueda existir entre nosotros.
—Sé que dije muchas cosas, Avril —susurra, acariciándome la nuca con su aliento—. Pero también sé que sabes de que estoy hablando.
—No —respondo divertida, negando con la cabeza—. No tengo ni la menor idea.
Entonces mientras sonrío, él vuelve a girarme. Sus dedos retoman el camino que habían trazado anteriormente y se detienen en el borde de la manga corta de mi vestido, pero lejos de alejarse, continúan subiendo. Me rozan la clavícula, suben por mi cuello, y es ahí cuando me permito un segundo más para cerrar los ojos y de esa forma intensificar más lo que me hace sentir su tacto.
No puedo abrir la boca, ni siquiera soy capaz de moverme. Estoy paralizada, atrapada en sus leves caricias y en las sensaciones que ellas me provocan.
Abro los ojos y los labios de Zayn están entreabiertos y secos. Sus dedos están en mi mandíbula, causando estragos en mi sentido común.
—El beso... —murmura, pero se detiene y me aparta un mechón de cabello que se me ha escapado.
Cuando lo lleva tras mi oreja nuevamente, se toma su tiempo en acariciarla mientras yo lo miro embobada.
—¿Qué me está pasando, Avril? —pregunta, y la repentina angustia en su voz es notable—. ¿Por qué me comporto de esta forma?
—No... No lo sé... —Me las arreglo para decir.
Siento escalofríos por todo el cuerpo, y sus rizos me rozan el cuello cuando se inclina un poco más hacia adelante, apoyando su frente en la mía. Cierro los ojos nuevamente al ver que permanece quieto, y disfruto del calor que emana su respiración al chocar contra mi piel.
Embriagada. Si tuviera que escoger una palabra para describirme en este momento sería esa. Estoy embriagada por su voz, por su tacto, por su aroma, por...
Gotas. Gotas de agua salpicándome el cuerpo, y el claxon de un coche sonando.
Zayn se separa de mí de inmediato, y cuando baja la cabeza sonríe al ver lo empapado que está. No dice nada, pero cuando me mira juguetón, da un paso hacia detrás, luego otro, y luego otro, hasta que la lluvia le moja los cabellos, y le empapa la sudadera, y las gotas de agua le resbalan por el rostro hasta adentrarse escurridizas en su ropa.
Y él está riendo. Una risa genuina, real, sincera. Una risa sin todos los escudos que él mismo ha colocado a su alrededor. Así que no lo pienso cuando propino el primer paso, ni cuando las primeras gotas de lluvia se estrellan contra mi cabello, ni cuando la tela del vestido comienza a ceñirse a mi cuerpo.
Simplemente corro hasta él, y chillo de felicidad cuando no queda una sola parte de mi cuerpo que no haya sido mojada. Doy vueltas y jugueteo con el agua a mi alrededor; y cuando lo miro, levantando la cabeza y cerrando los ojos para que la lluvia le golpee directamente en el rostro, pienso que no hay nada más que hermoso que este momento; más hermoso que él.
Pero entonces sonríe, y su sonrisa se siente como sustento. Como respaldo. Y fuerza.
—¡Pensé que no te gustaba la lluvia! —grita mientras se acerca a mi.
—¡Para todo hay una primera vez! —comento en una carcajada.
—¿Entonces ahora sí podemos bailar?
—Ya estábamos bailando —le recuerdo.
—Esta vez de verdad —dice, y me extiende la mano.
Así que bailamos. Bailamos sin música. Sin pista de baile. Sin público. En la oscuridad de la noche, con la lluvia empapandonos el cuerpo y las estrellas ocultas siendo testigo de todo. Bailamos sin pensar en lo que pueda pasar después, sin pensar en las consecuencias, en los «tal vez». Bailamos hasta que me duelen los piernas, hasta que ya no queda lluvia en el suelo; hasta que me doy cuenta de que el amor tiene los ojos azules y la sonrisa más bonita del mundo.
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¡Nuevo capítulo! ¿Qué les pareció? Creo que definitivamente este ha sido el más largo hasta ahora!!
PD: Esta vez no divago mucho porque me toca irme a trabajar😩
PD2: Los tqm <3
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