CAPÍTULO 3
Avril Fray
La vida es demasiado impredecible y compleja como para intentar entenderla. Las cosas pasan siempre cuando menos te lo esperas, y por las razones que menos te imaginas. No importa lo que suceda, ella siempre va a un paso por delante.
Quizá fue por alguna razón destinada, o por una mala broma del destino, que a pesar de que corro lo más rápido que mis piernas y pulmones lo permiten, y rezo a todos los Dioses cuyos nombres soy capaz de recordar, al entrar en la habitación del hospital, la figura estática de mi padre parado junto a la ventana es todo cuanto me importa, incluso más que la entrada de aire que mi cuerpo exige.
No hay necesidad de hablar. Probablemente, si abro la boca todo vaya a peor.
Me repito a mí misma que en muchas ocasiones, el silencio es la mejor opción. Sin embargo, al pasar una cantidad imposible de tiempo sin que ambos pronunciemos ni una sola palabra, ya comienzo a impacientarme. Sé que está tratando de calmarse, de encontrar las palabras adecuadas para decirme, pero yo solo puedo pensar que me encuentro en el ojo del huracán, la calma antes de la tormenta. Una tormenta que no estoy segura de que pueda soportar, pero que sin duda, es mucho mejor que esto.
—Papá. —La voz surge en tonos irreconocibles cuando hablo por primera vez. Él continua incapaz de mirarme.
—Ahora no Avril, necesito pensar.
Me dejo caer en la cama mientras él mantiene la mirada fija en el paisaje que se divisa por la ventana y a través de las cortinas descorridas. Luce como si intentara buscar las respuestas para resolver esta situación mirando cualquier cosa que se encontrase fuera de esta habitación.
Con la mirada clavada en él, veo lo cansado de su postura y las canas que a tan temprana edad han aparecido en sus cabellos rubios. Las arrugas tan familiares, le aportan un aspecto mucho mayor de lo que en realidad es. Sin embargo, bajo ese disfraz agotado y envejecido, se percibe la sombra de un rostro que en su día fue muy apuesto.
Por lo poco que puedo recordar, mamá también lo era. Tenía cabellos castaños del mismo color que los míos, unos profundos ojos azules que yo no había heredado, y la voz más dulce que había escuchado en mi corta vida.
Todavía hay noches en las que sueño con ella. Me canta "Somewhere over the rainbow" y me repite constantemente que todo estará bien.
Su rostro en mi mente tiene un aspecto difuminado y borroso, como si fuese cubierto por una cortina de humo que me impide verla con claridad. Esto no es muy extraño, debido a que era muy pequeña cuando ella murió.
La única evidencia que sustenta que mi madre es exactamente como la recuerdo, es una foto que encontré en uno de los cajones de papá cuando a penas tenía seis años. Aparecíamos los tres juntos en un parque. El brazo de mi padre estaba sobre los hombros de mi madre, y ella estaba usando un precioso vestido blanco. Yo era apenas una bebé, por lo tanto mi participación en el pequeño retrato familiar se limitaba a un cuerpo diminuto envuelto en una manta de color rosa.
—¿Por qué lo hiciste? —Habla por fin, con la voz enviando oleadas de aire gélido y frío.
Nunca usa ese tono conmigo, no importa la magnitud de lo que hubiera hecho en el pasado. Trago con dificultad, sintiendo la garganta seca y rasposa por los nervios. Las manos me sudan, y también me tiemblan, mi cuerpo, segregando sudor frío.
—Papá escucha, yo no...
—¡¿Por qué?! —grita, y yo me estremezco—. ¿Sabes la gravedad de lo que hiciste? ¿Tienes alguna idea de lo peligroso que fue?
Está enojado. Demasiado enojado. Las mejillas comienzan a adquirir un color rojizo y las venas del cuello se alteran. La furia toma el control de su cuerpo, y la rabia que siente se expone claramente en la forma en la que me mira.
Yo me quedo paralizada, sin saber que hacer o que decir. Nunca he visto a papá de esa forma, pero soy consciente de que ese sentimiento viene de lo mucho que me quiere y se preocupa por mi, y por supuesto, de la gravedad de mi acción. Aún así, pensar en todo eso no consigue que esta situación sea un poco más sencilla.
Dios, soy una tonta.
—Cálmate papá, por favor —suplico.
A estas alturas, las lágrimas se deslizan escurridizas por mis mejillas.
—¿Que me calme? —Se acerca a mí de un solo paso, y solo siento la amarga sensación de que lo he empeorado todo —. ¡No estás en posición de exigirme nada! ¿Cómo pudiste escaparte? ¿Cómo hiciste eso? —Al ver que no contesto, grita de nuevo —¡Responde Avril!
Mi corazón salta herido y doy un paso hacia atrás. Cuando hago el amago de hablar, las palabras se me quedan atoradas en la lengua y la voz no me sale. Me siento asfixiada por la impotencia, pero tomo una respiración profunda e intento calmarme, esperando que mi padre también lo haga al verme un poco más tranquila, y no en el manojo de temblores y lágrimas que soy ahora.
Tomo una bocanada de aire y finalmente me animo a hablar. Si tuve el valor para escaparme, debería tener el valor de afrontar la situación, ¿verdad?
—Estuve en una fiesta. Con Kat. —Las lágrimas, aunque aún empapándome el rostro, se detienen. Mi voz por otra parte, es un auténtico caos repleta de altos y bajos cuando hablo—. Ya sabes...sabes que he pasado estas últimas semanas ingresada y quería...de verdad quería...
—¿Una fiesta? —Una expresión de sorpresa absoluta le abruma el rostro cuando me interrumpe. Su voz es pausada y ligera—. ¿Te has escapado para...para ir a una fiesta?
Mi padre se muestra incapaz de creerlo. Balbucea palabras que no soy capaz de entender y se lleva las manos a los cabellos plateados, despeinándolos por completo.
La naciente expresión de incredulidad le desfigura las facciones que siempre había visto tan amables y delicadas, y puedo entender perfectamente que reaccione con tanto desconcierto. Este tipo de situaciones es algo a lo que no está acostumbrado, puesto a que nunca antes le causé ningún tipo de problemas.
En un intento por limpiar mi imagen y aligerar el peso de la culpa, hablo nuevamente.
—Quería salir de este lugar, papá. De este hospital. Ya son muchos días y tú no tenías ninguna intención de...
—¿Y si te ocurría algo? —me interrumpe nuevamente. Luce conmocionado y mantiene la mirada clavada en la alfombra detrás de la puerta—. ¿Y si yo no estaba ahí para cuidarte? ¿Qué iba a ser de mí entonces, Avril? ¿Qué sería de mi vida sin mi pequeña?
Y rompe en llanto, un llanto que sé que se esfuerza por controlar, pero fracasando en su misión cuando me adelanto y lo abrazo.
Paso los brazos por su cintura, sintiendo el perfume que desde pequeña ha sido el olor que relaciono con mi padre. Sus manos me acarician el cabello, como hacía cuando era una niña y estaba asustada por haber tenido una pesadilla.
—Perdón papá —susurro, con la cabeza enterrada en su pecho—. Solo quería..., no lo sé. Una noche normal, supongo.
Me agarra los brazos y me aparta suavemente, con una expresión indescifrable en el rostro. Se acerca a la puerta, y sonríe. Una sonrisa triste, cargada de un miedo casi tangible. Supongo que la idea de no tener el control absoluto sobre todo lo relacionado conmigo, le aterra en cierto punto.
—Sabes perfectamente que las cosas no son normales, Avril. No intentes fingir que está todo bien cuando no lo está.
Veo su espalda cansada erguirse antes de desaparecer por la puerta y me dejo caer en la cama, con los brazos abiertos y permitiéndome por fin dejar aflorar todas las emociones que comienzan a desbordarme.
Las lágrimas me limpian el rostro por donde pasan, y sin embargo, estoy sonriendo. Me siento como una contradicción con patas.
Por un lado, el lado vencedor, me siento terriblemente mal. He defraudado a mi padre, a la única persona que ha estado siempre ahí para cuidarme, la única persona que no sé qué haría si algún día desaparezco de su vida. Y por otro lado, uno pequeñito, a penas visible, pero que esta ahí, me siento feliz. Independientemente de cómo se pueda sentir papá, esta fue la primera noche en mucho tiempo que el dolor y el miedo no eran para mí, al menos, no desde mi diagnóstico, y eso fue...bueno, hace mucho tiempo atrás.
¿Han escuchado alguna vez sobre la deficiencia de alfa-1 antitripsina? Yo ni siquiera sabía que significaban esas tres palabras juntas antes de los diecisiete años. Resulta, que la alfa-1 antitripsina es una proteína producida por el hígado que protege a los pulmones de daños. Sin embargo, si hay una deficiencia como en mi caso, los pulmones se ven más expuestos a lesiones y enfermedades, como por ejemplo, la EPOC, una enfermedad que reduce el flujo de aire y causa problemas respiratorios, provocando una mucosidad que daña y obstruye mis pulmones.
Fui diagnosticada hace apenas un par de años, y a pesar de que es sumamente extraño que una persona de tan solo diecinueve años padezca la enfermedad, yo soy el ejemplo vivo de que sí es posible. Lamentablemente no tiene cura, y aunque por ahora no está en una etapa muy avanzada, si que tengo mayor riesgo de atravesar por...determinadas complicaciones, como infecciones pulmonares, problemas en el corazón, e incluso cáncer.
Lo sé, suena horrible.
Creo que mi diagnóstico fue uno de esos momentos en los que te sientes atrapado en un mal sueño, en ese tipo de cosas que «solo suceden a otras personas». No es extraño que terminaran por sucederme también a mí, después de todo, también formo parte de esas personas. De esos humanos. Frágiles. Y vivos.
Justo unos días después iniciamos con mi tratamiento y mi vida se convirtió en eso, sobrevivir a base de medicinas y tratamientos que hacen funcionar a mis pulmones todo lo bien que ellos no pueden solos. Rehabilitación los martes, club de apoyo los miércoles, medicamentos, inhaladores, broncodilatadores... Demasiado, simplemente demasiado.
Debido a los ingresos para recibir la rehabilitación, las idas al hospital para los exámenes, o las estadías allí cuando empeoraba, conocí a William, un paciente con leucemia, solo que a diferencia mía, él llevaba casi un año luchando contra la enfermedad.
Casi de inmediato nos convertimos en amigos, intercambiamos números y nos encontrábamos cuando ya ambos estábamos fuera del hospital. Nunca antes había conocido a una persona con tantas ganas de vivir como él, y creo que eso fue lo que más me cautivó de él.
Suspiro, todos los recuerdos parecen amontonarse en mi cabeza como un remolino. Las múltiples estrellas fluorescentes que adornan el techo brillan en espectrales tonos verdes, y son la única fuente de luz dentro de la oscuridad en la que comienza a sumirse la habitación. Las observo por lo que me parecieron horas antes de sentir los parpados pesados y obligarme a cerrar los ojos.
Un viento fresco, digno de una noche de verano, se cuela por la ventana de la habitación, un incesante y molesto sonido de voces torturando mis oídos. Doy varias vueltas en la cama tapándome la cabeza con la almohada, ansiosa de que tal vez eso haga desaparecer el murmullo que provocan sus voces, sin embargo, no lo hace.
¿Debería decirles algo?
Tarde para considerarlo.
Frustrada y enojada, me pongo de pie dando un golpe en la cama antes de dirigirme a la puerta y abrirla con toda la rabia del mundo, esperando para decirle un par de cosas a aquellas personas tan desconsideradas, sin embargo me quedo paralizada ante la imagen que encuentro.
Dos cuerpos jadeantes contra la pared.
La espalda ancha, cubierta por un suéter gris, consigue ocultar el cuerpo que tiembla y se estremece bajo su particular muralla. Los brazos a ambos lados, se apoyan contra el cemento y mantienen acorralada una figura que, por el empeño que pone en permanecer lo más estática posible, percibo que no quiere ser descubierta.
Cuando el muchacho voltea la cabeza para ver quién ha interrumpido aquel momento que luce tan íntimo, su nombre deja mis labios en un susurro atónito, y estoy sorprendida de que su expresión refleje exactamente el mismo sentimiento.
—Will...
Se voltea en un movimiento fugaz, y la silueta de la muchacha es acariciada por la tenue luz que alumbra el pasillo. Reconozco a la chica como Sam, una estudiante de enfermería que realiza sus prácticas en este hospital. Una preciosa pelirroja, de estatura baja, con unos hermosos ojos verdes del color exacto de la esmeralda.
Las pecas de sus mejillas resaltan más debido al sonrojo que las cubre, y las trenzas en su cabello están desarregladas, liberando multitud de mechones que se interponen en su rostro. Sus labios, están rojos e hinchados.
Por un segundo, parece como si el mundo se hubiera detenido. Nadie sabe que hacer, y nadie se atreve a decir ni una sola palabra. Puedo jurar que el aire incluso se siente un poco más denso, y el huracán de tensión que nos rodea de un momento a otro, luce imposible de debilitar.
Miro a mi amigo, esperando una explicación de su parte, pero él mantiene la mirada clavada en el suelo.
La primera en hablar es Sam.
—Yo...lo siento. No es lo...
Luce perdida en sus palabras, como si fuese incapaz de formular una frase completa que me hiciera creer que esta situación ‹‹no es lo que parece››.
Ella mira a Will, quien intenta tomar su mano, pero fracasando estrepitosamente en el intento cuando Sam se inclina hacia atrás. Luego me mira a mí, y el sentimiento de angustia le tiñe las facciones, sin embargo se antepone a sus emociones y veo que traga con fuerza.
—Tengo pacientes que atender, con permiso.
Sus pasos apresurados la llevan a echarse a correr para dejarnos atrás.
—¡Sam!
El grito de mi amigo no es suficiente para detenerla, porque antes de que el muchacho vuelva a gritar su nombre, ya su cuerpo se pierde al final del pasillo.
Will me mira nuevamente, esta vez más tranquilo. Suspira y se pasa las manos por el pelo.
—Vamos, te contaré todo.
Minutos más tarde, estamos sentados en la cama y sumidos en una total oscuridad. Yo estoy recostada sobre uno de los tubos metálicos que constituyen el cabezal, y él está en una esquina abrazando una almohada.
Aún no soy capaz de entender todo lo que está sucediendo. Había pasado todo tan rápido, que mi cerebro no había sido capaz de seguirle el ritmo a la situación.
¿Sam y Will?
Jamás lo hubiese imaginado. Nunca pasó por mi cabeza que entre ellos dos hubiera algo, y creo que lo que más me sorprende y lastima a partes iguales, es que Will haya tomado la decisión de no contarme nada.
—La primera vez que vi a Sam, pensé que era la chica más hermosa que había visto en mi vida. Estaba en la azotea del hospital y lo primero que ví de ella fue su cabello rojo. Para ese entonces yo ni siquiera soñaba conocerte y siempre pasaba los días solo, hasta que ella llegó. Al principio no encontraba forma de acercarme. La veía por los pasillos y me moría de ganas por decirle algo, y cuando estaba en compañía de Leyla, siempre le sonreía y ella me correspondía. Me bastaba. Esos pequeños momentos y esas sonrisas robadas eran suficientes, hasta que un día no lo fueron, y sentí la necesidad de acercarme. —Él se detiene, sonriendo—. Fue ella la que me habló primero.
El anhelo en su voz al recordar viejos tiempos casi puede tocarse.
—Me sentí afortunado ¿sabes? Nunca pensé que podría lograr nada con ella. No pensé que me notaría, a mí, precisamente a mí, sin embargo ella lo hizo, y yo no podía estar más contento.
Me sorprende que su relación haya comenzado incluso antes de que yo hubiese entrado al hospital, pero siento que me sorprende más el hecho de que Will haya podido ocultarme algo como eso durante tanto tiempo.
—Pasamos de no hablarnos a no poder dejar de hacerlo. Hasta que un día, le confesé mis sentimientos. Ya llevaba varios días planeándolo todo, quería que fuera perfecto, así que cuando me dieron de alta y regresé a casa, la invité a salir. —Se frota el rostro y es incapaz de ocultar una pequeña sonrisa—. Ella accedió de inmediato, y esa noche la pasé a buscar a su casa para nuestra cita. Dios. Estaba hermosa. Aún recuerdo el vestido floreado que llevaba puesto, y la forma en que su cabello rojo se enroscaba en su cuello cuando reía y movía la cabeza. Era la chica más hermosa que jamás había visto, Avril, así que antes de dejarla en casa, le sugerí que diéramos un paseo, y ella también aceptó.
Se me ponen los pelos de punta al sentir la emoción con la que Will habla sobre ella, y casi olvido por un momento su mentira. Solo me permito odiarlo un poco menos cuando sus palabras me dan la esperanza de que tal vez algún día, alguien pueda hablar de mí con la misma pasión con que Will habla de Sam.
—Era increíble la forma en la que confiaba en mí. Pasamos por un parque, y un vendedor de flores se acercó a nosotros. Habían muchas variedades, pero yo escogí una rosa roja porque me recordó a su cabello. Ella me lo agradeció después. Y unas cuadras antes de llegar a su casa, la tomé de la mano y la besé.
Intento reprimir la sonrisa que lucha por aflorarme en los labios, pero fracaso en el intento. Su historia encuentra una forma de llegar a mi, y las imágenes que mi mente instaura en mi cabeza me hacen querer haber sido testigo de como su relación se desarrollaba.
—Esa noche empezamos a salir, y a partir de ese momento, todo ha sido perfecto —continúa entre sonrisas, mientras se retira el cabello que se le interpone en el rostro—. Dios, ella es perfecta. Incluso cuando tengo las crisis y acabo de nuevo en este lugar, ella nunca me deja solo. Y cada noche se cuela en mi habitación, y hablamos por horas. Podrás entender que debido a la política del hospital, ella no puede mantener una relación conmigo, así que es secreto. No se lo he contado a nadie, Avril, ni siquiera a ti, y joder, lo siento tanto, pero no quería arriesgarme a decirlo en voz alta, y exponerme a que pudiera sucederle algo.
Analizo sus palabras durante unos segundos. Es sabido por todos que los doctores y enfermeros de este hospital no pueden desarrollar una relación cercana con ningún paciente, pero tampoco sabía que era una situación tan grave cuando Will nunca cuenta nada a nadie por miedo a ser descubiertos.
—Varias veces rompí el carrito de las medicinas, siendo consciente de que ella vendría a ayudarme y de esa forma nadie encontraría raro que ella estuviera en la habitación de un paciente con el que no tenía nada que ver. Hago tantas cosas a diario para que no nos descubran, pero aún así, hoy fui demasiado descuidado. Debí haber esperado un poco más. Esta vez fuiste tú, pero la próxima vez, no creo que tenga tanta suerte.
—Sabes que yo nunca diría nada, Will —espeto a la defensiva.
Mi tono enfadado sale a relucir a pesar de mis múltiples intentos por reprimirlo.
—Lo sé, joder. Lo sé muy bien. Pero cuando nos conocimos no creí conveniente decírtelo porque aún no nos conocíamos bien, y cuando fue pasando el tiempo y nos hicimos amigos, contarte iba a ser simplemente...
—¿Demasiado raro?
El asiente con desgano.
—No sabía cómo podrías tomarte que te hubiera ocultado algo así, entonces solo lo dejé pasar porque no sabía cómo decirte.
Casi rio ante sus palabras.
—¿Entonces preferiste que los pillara en vivo y en directo, antes de tener que pasar por el incómodo momento de contarme que tenías novia?
Mi risa es contagiada rápidamente a Will, que se retuerce en el colchón cuando una carcajada lo obliga a tumbarse.
—Por lo menos, me ahorré por un tiempo las conversaciones incómodas —confiesa aliviado.
—¿Y qué hay de mí? ¿Puedes pararte a pensar un momento en el trauma que me has provocado? Voy a tener esa imagen en mi cabeza hasta que cumpla ochenta años, Will.
—Por favor, no seas exagerada —me pide levantando las cejas en medio de una expresión juguetona—. Ni de coña llegas tú a los ochenta años.
—Teniendo en cuenta la imagen que me va a perseguir por el resto de mi vida, casi que lo prefiero —le digo con fingida repulsión.
Algo que siempre he amado de Will, es su capacidad de poder bromear sobre este tema sin mostrarse afectado. La mayoría de las personas que conozco, me dan palabras de aliento y fuerza para seguir adelante, pero Will no. Will bromea. Will ríe. Y Will también siente, y como siente exactamente igual que yo, no hay persona en este mundo que pueda entenderme tanto como él.
Cuando terminamos de reír, se inclina hacia adelante soltando la almohada, acurruca su cara contra mi pecho y mis dedos acarician sus suaves cabellos. Pasan unos cortos minutos en los que nos regocijamos en la paz que trae el silencio consigo antes de que alguno de los dos vuelva a pronunciar palabra.
—Aún estás usando la misma ropa —observa—. ¿Te ha atrapado tu padre?
—Sí.
—¿Qué te ha dicho?
Bajo la cabeza y clavo la vista en el colchón. No quiero recordar sus palabras, ni su mirada decepcionada.
—No tiene importancia.
Él levanta el rostro para mirarme.
—Estaba furioso ¿verdad?
Una sonrisa culpable escapa de mis labios, y él también sonríe.
—Como no tienes idea —confieso, la sonrisa debilitándose como humo.
Su mano derecha llega hasta mi hombro y lo acaricia suavemente, dándome apoyo, su lenguaje corporal diciendo que está ahí para mí, suceda lo que suceda.
—¿Estás bien? —Arruga los labios y ladea la cabeza.
—Lo estoy.
—¿Y él? ¿Está bien? Sé cuanto se preocupa por ti.
Pienso antes de responder. No. Definitivamente no está bien.
Había visto el terror en sus ojos, en su abrazo, en la forma en la que decía que no sabía que haría si algún día me perdiera.
Una punzada de dolor me atraviesa todo el cuerpo provocándome escalofríos allí, en donde el corazón late desbocado.
—No, pero lo estará —aseguro.
Me acaricia la cabeza en un cariñoso gesto y despeina un poco más mi alborotado cabello.
—Para. —Él ríe, y yo lo sigo.
Su risa siempre ha sido contagiosa.
—Solo espero que no le hayas dicho que te ayudé en esta locura —advierte abrazando sus rodillas—. Lo más probable es que si se entera me ponga una orden de restricción. De todas formas, ¿qué te pareció la fiesta?
—Estuvo bien. —Me encojo de hombros no muy convencida.
Ha sido una noche con tantas emociones, que parece que hubiese sucedido ayer y no hace tan solo unas pocas horas.
Will se aleja lentamente y deja caer su cuerpo descuidadamente hacia el colchón. Coloca los brazos sobre su pecho y me mira.
—¿Solo bien? —Él arruga la nariz—. ¿Y eso de «quiero ser libre, no pensar en nada, y enrollarme con un motero de metro ochenta en el capote de un BMW»?
Pongo los ojos en blanco y abrazo la almohada que descansa en una esquina de la cama.
—Creo que nunca mencioné la parte del motero.
Will frunce el ceño, aunque sus ojos rebosan en picardía.
—¿Estás segura? Porque creo haberte oído mencionar las palabras «caliente» y «tipo rudo» en la misma oración.
Suspiro profundamente.
—¿Estás intentando distraerme para que se me olvide que estoy enfadada contigo, Will?
Mi amigo se lleva las manos al pecho y en una falsa expresión de dolor, inclina la cabeza hacia detrás con exageración.
—¿Me crees capaz de hacer algo así, Avril?
—Sí —contesto sin dubitar.
—Auch.
Sin embargo, respondo a su pregunta inicial.
—La noche fue un tanto....interesante.
Will levanta las cejas y su mirada de expectación me incita a hablar. Entonces abro la boca y no me detengo hasta una hora después.
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EPOC= Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica.
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