CAPÍTULO 29
Zayn Hardy.
Nunca pensé que la voz de Avril pudiese sentirse tan distante. ¿Es extraño? Su voz siempre había sido tan expresiva al dirigirse a mí, que cuando susurró aquel «Gracias por traerme» en ese tono tan glacial, no la sentí como suya. Aunque, después de todo, es más que evidente que no quería ni mirarme. Había salido del auto dando un portazo, y los pisotones coléricos que propinó mientras caminaba la llevaron a adentrarse en su casa sin siquiera mirarme, cerrando la puerta tras sus espaldas con los hombros jodidamente tensos.
Suspiro frustrado y apago el motor del coche en medio de una calle oscura. Identifico que estoy a unos diez minutos del apartamento de Nick y Leah, pero ni siquiera recuerdo bien como fue que llegué hasta aquí. Apoyo la frente en el volante durante un segundo. Mi respiración es inconstante, y en cuando levanto la cabeza comienzo a golpearlo uno y otra vez.
La rabia no se disipa. El nudo en mi garganta tampoco.
Soy imbécil. Jodidamente imbécil.
Siento la vibración del móvil en el bolsillo, así que lo tomo en medio de un gruñido. La luz de la pantalla alumbra ligeramente la oscuridad del coche, y me entran ganas de aventarlo por la ventanilla cuando veo las siete llamadas y cinco mensajes que llevan el nombre de mi padre. Joder. ¿Es que este hombre nunca se cansa? Estoy a punto de lanzarlo hasta el asiento trasero cuando es el nombre de Nick el que aparece.
—¿Dónde coño estás? ¡Te estamos esperando!
Su voz suena agitada, y la música de fondo no ayuda en absoluto para entenderlo mejor.
—¿Han comenzado a beber sin mi?
—¡Joder, claro! No sabíamos si ibas a llegar y tampoco contestabas el puto teléfono. Llevo toda la tarde intentando hablar contigo, ¿sabes? Ginger te está esperando.
De inmediato dejo de respirar. Ni siquiera me estoy moviendo. Clavo los ojos en el asfalto iluminado por los bombillos del coche, y trago saliva despacio. ¿Que Nick hizo qué?
—No estarás halando en serio, ¿verdad? —bufo. Mi voz sale en un intenso tono de advertencia—. Dime, por favor, que estás bromeando.
—No. ¿Por qué lo haría?
—Joder, Nick. ¿En qué momento pensaste que eso sería una buena idea?
—¿Por qué sería una mala idea? Pensé que desp...
No puede continuar. El sonido de una botella haciéndose añicos contra el suelo le impide volver a decir algo más. Le escucho soltar un eufórico «Cojones, Jack» y luego como el sonido de la música se hace cada vez más lejano.
—Bueno, lo que te decía. Pensé que, tal vez, después de la fiesta... No lo sé, se perdieron durante un buen rato, así que Leah supuso que estarían juntos y...
—Lo estábamos... —murmuro.
—¿Qué has dicho? Perdona, no pude escucharte bien.
—He dicho que sí. Que estábamos juntos —mascullo.
Casi puedo escucharle atragantarse.
—¿Qué? Pero, joder... Eso es bueno, ¿no? Significa que ustedes...
—No —le interrumpo—. No significa nada. No pasó nada entre nosotros, Nick. Ginger es parte del pasado. Ella y yo... No, no va a pasar. No.
Él resopla.
—Carajo, Zayn. ¿Es por lo que pasó con Elías? —pregunta.
—¿Qué? Claro que no. No, joder. No. Solo... —Suspiro pesadamente—. Solo se acabó, ¿vale?
—Vale... Pero aún así, por favor, habla con ella. Aclaren las cosas de una jodida vez.
Tenso la mandíbula y aprieto los dientes, sosteniendo con fuerza el volante entre mis manos. Tengo ganas de prender el auto y escapar de todos. De este jodido país, de este jodido día, y de la increíble chica que está sufriendo por mi culpa. Quiero huir de mis errores y... Joder, quiero huir hasta de Avril.
—Zayn, ¿estás ahí?
Tomo una respiración profunda, cerrando los ojos con fuerza.
—Sí. Dile a Ginger que me espere. Llegaré en diez minutos. —Y pongo en marcha el coche al descolgar el teléfono.
Vuelo sobre las ruedas a una velocidad imposible, dejando atrás los edificios y lugares que lucen como simples manchas borrosas.
Conozco a Ginger desde que tengo uso de razón. Su padre, Clark, ha sido amigo de la familia durante años, y aunque yo sabía que era solo un hijo de puta que no lograba ver más allá de los millones que tenía, Anne y Cassian Hardy parecían tenerle un gran aprecio. Supongo, que ahora que sé de los negocios sucios que han mantenido durante años, puedo entender el por qué.
Su hija, sin embargo, siempre fue diferente. Recuerdo verla de pequeño y pensar que nunca había visto una niña tan sonriente. Cada fin de semana, desde que teníamos cuatro años, mientras nuestros padres pasaban imposibles cantidades de tiempo encerrados en la oficina, nos dedicabamos a desperdiciar las horas jugando en el jardín. Sean al principio nunca nos acompañaba. Decía que Ginger era ñoña, así que luego de tirarle de la coleta, siempre se reía cuando ella empezaba a llorar.
Un día, cuando teníamos ocho años, Sean destruyó su muñeca favorita. Era una Barbie rubia, de esas que traen un vestido exageradamente pomposo y una corona de plástico en la cabeza, así que cuando él la lanzó al lago que quedaba junto a la casa de sus padres luego de cortarle el cabello con una tijera, Ginger comenzó a llorar. Mi hermano comenzó a sentirse culpable después de que pasaron cuatro horas y ella no parecía calmarse, así que se arrojó al lago para recuperar la muñeca. Por supuesto, luego de varios minutos buceando se dio cuenta de que no podría encontrarla. Tal vez había quedado enredada en algún alga, o atrapada en algún hueco, sin embargo Ginger encontró tan tierno el gesto que le perdonó de inmediato.
Para cuando cumplimos los nueve, éramos inseparables. Ese fue el año que adoptamos a Hero. La encontramos rebuscando en la basura cuando a penas era un cachorro, cerca de la Avenida Ocean. No dudamos ni un minuto antes de cargarla y llevarla a casa con nosotros. Recuerdo que mamá puso el grito en el cielo cuando me vio llegar con ella en brazos, catalogandola como “bicho sarnoso” y “fuente de bacterias e infecciones”. Fue Ginger quien la convenció de que me dejase quedarme con ella, siempre había tenido un poder de convencimiento tremendo, o tal vez era el mohín que formaba con sus labios cuando necesitaba que alguien hiciese lo que ella quería.
Sí. Ese mohín era un arma mortal, y debo admitir que conmigo funcionó jodidamente bien.
Dejé de ver a Ginger cuando estaba a punto de cumplir quince años, y su padre sugirió al mío que me enviase a ese internado para mejorar mis “problemas de conducta”. Ella llegó dos años después, cuando cumplí diecisiete, y junto a ella, su hermano. Tyler.
Tyler era el hijo ilegítimo de Clark, y el único motivo por el que le había mandado a ese internado fue para que velara por su hija. No mentí cuando le dije a Avril que Tyler nunca me cayó bien. Es cierto. Siempre fue un imbécil engreído que nunca vio más allá de sus propias narices y sus propios intereses. Nunca trató a Ginger como a una hermana, todo lo contrario. La veía casi como su enemiga, su rival, así que todo empeoró cuando, tres meses después, ella y yo comenzamos a salir.
Estar con ella había sido como un pago que el Universo me estaba haciendo, como una forma de recompensarme por toda la mierda que me había hecho pasar. Besarla era increíble, tocarla, tomar su mano, acariciar su pelo... Todo parecía dejarme indefenso en un puto huracán de emociones.
Por supuesto, al único al que no le parecía tan increíble era a Tyler. Si lo pienso bien, creo que en realidad lo único que él quería era la aprobación de su padre, y eso era tan o más difícil que conseguir que le quisiese. Por eso, luego de cuatro meses de mantener la relación en secreto y de hacer todo lo posible porque nadie se enterase, él lo hizo. Y no solo lo descubrió, sino que, a pesar de los múltiples ruegos de Ginger, terminó por contárselo a Clark.
Una semana después, Tyler tenía tres costillas rotas, y Ginger estaba de vuelta en Estados Unidos.
Intentamos seguir con la relación durante algún tiempo más, pero finalmente comprendimos que la distancia no son solo kilómetros, y que yo jamás podría volver sin el consentimiento de mi padre.
Y ahora que por fin he vuelto, ya todo es muy diferente.
Cuando levanto la vista y me encuentro frente al edificio de Nick y Leah, tengo las palmas sudorosas. La música me llena abruptamente los oídos, y ni siquiera me doy tiempo a preguntarme como se sentirán los vecinos respecto a ese bullicio. Desde abajo percibo la imagen de parpadeantes luces de colores que se mueven descontroladamente hacia los lados, y no tardo más de tres segundos en subir por las escaleras y llegar hasta la puerta del apartamento. Está abierta.
El montón de personas dentro es indescifrable; personas que no conozco de nada, personas sin rostro. Sus movimientos son rápidos y sin mucha coordinación, y dentro de la poca iluminación del salón, soy capaz de vislumbrar una mesa repleta de vasos y bebidas. No hay una tarta.
El primero en notar mi presencia es Nick, que lo hace incluso antes de que ponga un pie en el apartamento. Cuando me ve sonríe, y no duda en avisar a Leah de inmediato.
—¡Sorpresa! —gritan todos, clavando sus ojos en mí.
Me froto el entrecejo con cansancio, y luego de ofrecer un intento de sonrisa me acerco a mis amigos, pasando por entre la gente evitando mirarles.
—¿Sabían que deja de ser una sorpresa cuando el homenajeado es el primero en enterarse de la existencia de la fiesta, verdad?
Leah bufa y suelta el vaso que tiene en la mano.
—¡Feliz cumpleaños! —dice mientras me envuelve en un asfixiante abrazo.
Se separa luego de unos segundos, así que Nick se acerca con la mano abierta y una sonrisa enorme, diciendo:
—Feliz cumpleaños, colega. —Mientras me da palmaditas amistosas en la espalda.
No contesto. Llevo los ojos a cada rincón del lugar pero no consigo verla por ninguna parte. Los cuerpos desconocidos que son bañados por las luces son como sombras que se mueven de un lado a otro; sombras sin ningún tipo de significado.
—¿Dónde está?
—En nuestra habitación —contesta Leah—. No ha querido salir de ahí. Ha estado esperando por ti.
Suspiro, armándome de valor para darles la espalda y escabullirme entre las personas. Cuando tengo la puerta justo frente a mí, me tomo un segundo para respirar, siendo perfectamente consciente de que mi infancia se encuentra cruzando esa línea, así que cierro los ojos, y entonces la abro.
Por fin la veo.
Está sentada en la cama de Nick y Leah, dándome la espalda y con la cabeza apuntando hacia la ventana. El cabello rubio le está rozando la cintura y la piel blanca semejante al mármol se oculta tras un vestido rosa de esos que ella tanto adora. Solía decir que era su color, porque según ella le favorecía mucho. Y joder, vaya que lo hace.
—Te estaba esperando —dice, con la voz dulce y pacífica, pero sin voltearse a mirarme aún.
No tengo ni puta idea de que decir.
—Pensé que nunca ibas a llegar.
—¿Por qué no estas afuera con los demás? —pregunto dejándome caer en el colchón.
Finalmente se voltea para mirarme.
—Ya te dije. Te estaba esperando.
Suelto todo el aire contenido.
—¿Para qué?
—¿Cómo que para qué? —Resopla, poniéndose de pie.
Sus pasos sobre la alfombra son lentos e inseguros, como si estuviese dudando entre acercarse o no. Levanto el rostro y está frente a mí, con los ojos verdes mirándome con intensidad.
—Es tu cumpleaños, Zayn. Quería... No lo sé, ¿hablar? ¿Pasar un rato juntos? ¿Desearte un feliz cumpleaños?
—Podrías haberlo hecho afuera también.
Suspira y se sienta a mi lado, dejándose caer con más fuerza de la
que habitualmente utiliza.
—No hagas eso, por favor—pide con angustia en la voz.
—¿Qué cosa?
—Eso. Ponerte a la defensiva.
Bufo.
—No estoy a la defensiva.
Suelta una risa sarcástica que me llena los oídos.
—Sí que lo estás. Es tu estado habitual, pero yo jamás tuve que preocuparme por eso porque conmigo siempre fue diferente.
Bajo los ojos. Avergonzado. Culpable.
—Ya lo dijiste. Fue diferente, ya no lo es más.
Ella no contesta. Está quieta, con los ojos clavados en alguna parte mientras yo me permito disfrutar de su perfume al menos un segundo. Tan familiar. Tan ella. Tan Ginger. El mismo perfume que me envolvía cuando la tenía cerca, y que ahora solo me trae bonitos recuerdos.
—¿Dónde estabas? —murmura.
—Por ahí...
—No te creo.
—Ginger...
—Dime. —Su voz tiembla ligeramente—. Por favor, dime.
Y no sé cómo, pero sé que tiene miedo de la respuesta. Aunque no debería sorprenderme en absoluto. Ella siempre ha sido así; transparente y fácil de leer, al menos para mí.
—En el Jane’S Carrusel. Mis padres solían llevarme allá en cada cumpleaños.
—Lo sé. Lo recuerdo bien —asegura en voz baja—. ¿Fuiste solo?
Me quedo callado, quizá buscando la valentía para decirle la verdad, para romperle por segunda vez el corazón, o quizás pidiéndome a mí mismo una explicación de por qué compartí esa parte de mi vida con una chica a la que a penas conozco y...
No. Sí que la conozco. Joder. La conozco muy bien.
Sé que sus ojos brillan cuando ve algo que le gusta, y como se muerde el interior de la mejilla cuando está incómoda, o como empieza a mirar para todos lados cuando se pone nerviosa, o como nunca puede ocultar sus emociones por más que lo intente. Sé que en el fondo, aunque se esfuerce por demostrar lo contrario, le agrado. Y también sé lo mucho que Sean me odia, y lo mucho que ella le quiere a él, y que a pesar de eso no me ha hecho a un lado. ¿Por qué no? Joder. Si siempre la cago.
—¿Zayn? —Sus ojos me observan con expectación, pero también con miedo.
—No.
Parpadea un par de veces, tal vez un poco confusa.
—¿Cómo?
—No. No he ido solo.
Por su seño fruncido y su mirada perdida, se que no se lo esperaba. Se acaricia un mechón del cabello con los dedos inquietos y luego desvía la mirada.
—Ah. Y... entonces, ¿con quién fuiste? —indaga, mientras colorea su voz con sutil curiosidad.
—Con alguien.
Enarca las cejas, relamiéndose los labios con nerviosismo.
—¿Con alguien?
Asiento.
—Una amiga.
Esta vez soy yo quien frunce el ceño ¿Amiga? ¿Avril es mi amiga? No. Por supuesto que no. Es mucho más que eso, y al mismo tiempo ni se acerca.
—¿Desde cuando tienes amigas?
—¿Acaso importa? —espeto.
—A mí sí.
Arqueo una ceja, mirándola con curiosidad. No esperaba que lo admitiese, sin embargo no pienso decir nada al respecto, porque el puto problema soy yo. Y por el bien de Ginger, debería empezar a asimilar esa realidad de una vez por todas.
—El día de la fiesta...
—No pienso volver a hablar de eso—aseguro con voz tajante—. Ya aclaré las cosas contigo.
—No, Zayn. No. No lo hiciste. Me dejaste tirada, ¿entiendes eso? Y yo ni siquiera... ni siquiera entiendo por qué. Nos besamos. Estuvimos a punto de hacerlo. ¿Es que eso no significa nada para ti?
—Joder, sí. Claro que sí.
—¿Entonces?
Tiene los ojos humedecidos. Ginger tiene los ojos humedecidos. Y el corazón roto. Por mi culpa. Por mi jodida culpa el dolor le cruza el rostro, y noto lo difícil que le resulta no ponerse a llorar en este mismo instante frente a mí, no derrumbarse.
—¿Si significó algo para ti por qué no intentarlo de nuevo? ¿Por qué no...?
—Porque no lo sentí de la forma que tú quieres, Ginger —murmuro, levantando la mirada para encontrarme con la suya.
Una lágrima le resbala por la mejilla y me veo tentado a borrarla con el pulgar, pero dejo que sea solo un sueño, e incapaz de hacer más daño me limito a apretar el puño para contenerme. Nunca me ha gustado verla llorar.
—No hay vuelta atrás ¿verdad? —pregunta en un hilo de voz.
Bajo la vista. De nuevo.
—Lo siento.
Ginger se pone de pie y la escucho soltar un sollozo cuando se dirige a la puerta. Los tacones en sus pies repiquetean en el suelo con cada paso que da para estar más lejos de mí, y cuando finalmente se detiene, lleva la mano al picaporte. Entonces gira el rostro para mirarme aún con lágrimas en los ojos.
—El Zayn antes del accidente..., antes de la muerte de Eleanor, antes de lo que pasó con tú mamá, con tu familia... ¿Queda algo de esa persona? ¿O también murió?
Su voz es un susurro lastimero, y sus palabras se me clavan en el corazón que pensé que había dejado endurecer y morir.
Duele, joder. En serio duele.
¿Queda algo de esa persona? No tengo ni puta idea. Tal vez hayan matices de lo que una vez fui que salgan al exterior de vez en cuando, en cada sonrisa ya sea falsa o genuina que le dedico a «ELLA», en cada canción que escucho y me hace recordar viejos tiempos, o recordar a mis hermanos, o a la misma Ginger.
Tal vez, lo que una vez fui se encuentre en una persona que no sea yo, tal vez se encuentre en todos aquellos a los que quise, o este en mí solo un poco dormido, cuidando del mejor momento para mostrarse. O quizás, resulte que solo «ELLA», solo Avril, tiene un pedazo de lo que realmente soy. Pero, ¿por qué? Coño, ¿por qué ella?
Porque no tengo que fingir. Porque puedo ser yo mismo, sin barreras, sin obstáculos. Porque, de alguna forma, ha conseguido meterse bien adentro, en lo único de mi que nadie conoce. Porque, simplemente, hay personas que son capaces de verte más allá. Personas que te ven realmente.
Entonces, levanto la vista y sonrío ligeramente.
—Él no ha muerto. Solo está un poco asustado.
Ginger también sonríe, y sale de la habitación.
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¡El capítulo de hoy está aquí!
Lo acabo de editar con MUCHÍSIMO sueño antes de irme a trabajar porque en la noche llego demasiado cansada para escribir. La verdad es que estoy intentando hacerme un hueco y organizar mi vida para poder dedicarle el tiempo necesario a la escritura, pero es muy complicado😭 y me estreso porque a partir de este momento las cosas comienzan a ponerse más intentersantes todavía y pues uno de mis capítulos favoritos está a punto de llegar y muero porque ustedes lo lean!!
PD: La vida de adulto independiente está acabando conmigo🥲
PD2: COMO QUE GINGER Y TYLER SON HERMANOS KHEEEEEE
PD3: Los tqm <3
Ig: feel.in_purple
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