Capitulo 1
Parece que todo el mundo te conoce, pero lo cierto es que no es así. Creen saberlo todo sobre ti y no tienen ni idea de lo que puede llegar a albergar una persona. Te ven mientras caminas e incluso se ríen de ti por los pasos que das, tu ropa o por la cantidad de cosas que vas cargando a tu espalda. Miran a sus alrededores y creen que la vida es fácil, simple. Yo les miro a los ojos y veo que muchos de ellos brillan con jovialidad, vivacidad... ajenos a tantas cosas que, gracias a eso viven en paz, felices o, más bien, ignorantes. Ignoran una realidad que no conocen y por eso se sienten bien. Si ellos supieran lo que yo sé, más de uno se volvería loco. Quizá yo lo esté. Para mí sería mucho más fácil contarlo y que la gente me creyera. Evitar desastres si supiera cómo o dar un último mensaje a esas personas sin que me tomaran por loca. Pero ¿quién iba a creer a la niña que se quedó huérfana? A aquella que su propia familia rechazó tras el accidente y que ninguna otra quería darle cobijo. La que jugaba sola y todos los niños la miraban raro porque no tenía amigos. Sí, esa misma que ha ido casa tras casa hasta dar con una que finalmente la aceptaron tal y como era, con su sufrimiento, pero con una sonrisa a pesar de haber vivido lo que ojalá ningún niño más viviera.
Tardé en encontrarlo, pero por fin tenía, desde hace un par años, un hogar. Me querían como a una hija más. Se enteraron de mi historia y no permitieron que siguiera deambulando sola sin el amor de una familia. Querían menguar el sufrimiento que arrastraba una chica desde los ochos años, aunque a veces pensaba que era imposible.
Los únicos recuerdos que me quedaban de mis padres eran unas simples fotografías y una cámara para hacerlas. Era vieja, pero la guardaba siempre con cariño y de vez en cuando la sacaba para inmortalizar un momento, un paisaje. Era lo único que me animaba a seguir adelante, a estar cuerda, porque sabía que un día de estos me iba a explotar la cabeza.
Ese día nos habíamos reunido para despedirnos. Me iba a la universidad y aquello me atemorizaba. Aunque también el hijo mayor de los Grace se iba a estudiar, no era su primer año. Digamos que mi relación con Ethan no era del todo buena. A pesar de vivir en la misma casa, no me había aceptado. Le invadí su espacio; una intrusa entró en su casa y la puso patas arriba, pero no era mi culpa y, ni mucho menos, la de sus padres.
Son tres hermanos: Ethan, el mayor, Nicole, que tan solo tenía seis años y Liam, de dos. Y yo me incorporé a ellos con muchas dificultades. Ashley, sin duda, era la que más pendiente estaba de mí. No quería que me faltara de nada. Para mí era una amiga, aunque sé lo mucho que le encantaría que la llamara mamá, pero cada vez que lo pensaba, una terrible culpabilidad me invadía por dentro. Echaba muchísimo de menos a mis padres biológicos. La última imagen que recuerdo de ellos es en la calle, en frente de mi abuela y de mí aparecieron para contarnos que habían sufrido un accidente de coche y, finalmente, se despidieron. Yo no comprendí qué pasó en ese momento, por lo que miré a mi abuela asustada. Aún recuerdo sus palabras:
"—¿Tú también los has visto, querida?
Asentí y respiré profundamente. La nona me cogió la mano con fuerza y sonrió.
—Lo que has visto no se lo puedes contar a nadie.
—¿Por qué, abuela? —le pregunté sin comprender nada.
—Porque solo personas especiales, como tú y como yo, podemos establecer una conexión con el más allá."
Tuvieron que pasar muchos años hasta que entendí lo que verdaderamente significaban esas palabras. Persona especial. ¿Realmente lo era? Una chica capaz de ver lo que nadie ve, pero que estaba atemorizada cada vez que alguien se aparecía y que si algún día lo contaba, nadie la creería. ¿Especial por estar... loca?
Mi abuela se hizo cargo de mí hasta que falleció. Para mi gusto fue demasiado pronto, pero la vida a veces es así. Normalmente solía contarme alguna historia por las noches antes de dormir para que tomara conciencia de lo que significaba mi don. Me hablaba sobre las almas que le avisaban de una próxima tragedia o las que ya habían perdido la vida. Ella aprendió a vivir con ello y las ayudaba a seguir adelante. Me enseñó todo lo que pudo, sobre todo, a controlar la situación, aunque a día de hoy me siguen asustando las inoportunas apariciones.
La segunda vez que un alma vino a mí, fue la de mi abuela. Una noche en mi cama, me desperté por un beso. Fueron las últimas palabras de mi abuela. Me dijo que fuera fuerte a pesar de que me esperaba una dura etapa y que siguiera con su propósito de hacer felices a los que no pueden serlo por su propio mérito. Tenía diez años cuando me quedé sola definitivamente. No tenía a nadie. Mis tíos no querían hacerse cargo de mí porque tiempo atrás se desvincularon de la familia. ¿Quién querría estar en mi lugar?
Ashley puso una mano en mi hombro, lo que me sacó de mis cavilaciones y delante de mi cara apareció una bandeja de bombones.
—¿Quieres uno? —me ofreció con una sonrisa en la boca. Negué y la abuela me regañó por no comer. "Estás muy delgada" la oía decir siempre. Y no hacía más que encogerme de hombros.
—¿Y qué es lo que vas a estudiar? —preguntó Elijah, el abuelo.
—Fotografía —balbuceé—. Me encantaría ser fotógrafa —dije al fin, en voz alta, muy orgullosa. Quería exponer mis fotografías en numerosas galerías y mostrarle al mundo la percepción de mis ojos. Sabía que no era fácil, pero en más de una ocasión lo había conseguido y se me ponía la piel de gallina cuando tomaba una perfecta.
Desde que era pequeña tenía claro cuál era mi propósito y sentía que, con cada paso que daba, lo iba cumpliendo.
Gracias a mi nueva familia, podía estudiar en la universidad. Se habían comprometido con ello y no sabía cómo darles las gracias. Para mí era algo muy importante y depositaban en mí toda la confianza del mundo, lo que me hacía estar muy feliz. Por otra parte, me atormentaba ir a la universidad. Hacer amigos no era lo mío y aunque Ethan también iba a ir a la misma que yo, estaba segura de que no querría saber nada de mí. Me hubiera gustado que las cosas entre nosotros fueran distintas. No comenzamos con buen pie y daría lo que fuera por cambiarlo. Ashley estaba en todo, pero quería tener a alguien de mi edad para poder compartir cosas que con una persona más autoritaria no podría.
Me levanté y fue a la cocina a por un vaso de agua. Pensar tanto en mi vida no me traía más que dolores de cabeza. Aproveché y fui al fregadero a mojarme las manos para llevármelas a la cara y poder despejarme. Me apoyé en la encimera y respiré hondo un par de veces, después me enderecé y sonreí. Era una sonrisa un poco postiza, pero no quería preocupar a nadie. Llegaba tarde.
—¿Ocurre algo? —preguntó Jacob detrás de mí. Al igual que su mujer Ashley, estaba muy atento a mis necesidades. Era muy amable y respetuoso conmigo y siempre ha querido que me sintiera cómoda desde el primer instante en el que puse un pie en esta casa.
—Estoy un poco nerviosa —confesé, aunque era una media verdad. Se apoyó en el marco de la puerta y me miró lo más sereno posible, como si me quisiera infundir seguridad.
—Los primeros días son difíciles, no te voy a engañar, pero poco a poco te irás haciendo a la universidad y conseguirás todo lo que te propongas —hizo una pausa y se frotó la barba incipiente de su barbilla—. Además, Ethan podría echarte un cable.
Suspiré. Él apenas me hablaba como para andar detrás de mí. Jacob insistió en que todo saldría bien y yo intenté creerle.
Cuando todo el mundo se fue de la casa, lo primero que hice fue ponerme el pijama e irme a la cama, pero tras muchas vueltas en esta, decidí ir a tomarme un vaso de leche con galletas, como cuando era pequeña y no podía dormir. Cuando llegué a la cocina me encontré a Ethan.
—¿Tú tampoco puedes dormir? —me preguntó cordialmente. Negué con la cabeza y me preparé un buen tazón. Abrió la boca como si quisiera decir unas palabras, pero se esperó unos segundos para pensarlo mejor.—Me ha dicho mi padre que te preocupa la universidad.
Lo miré y me encogí de hombros. Hubo un silencio un poco incómodo, aunque decidí explicarme:
—Me cuesta hacer amigos y me pregunto si podría conseguir alguno.
Él me sonrió.
—Seguro que sí, no es necesario que pienses ahora en eso. Vas a hacer por fin lo que te gusta, ese es tu sueño, persíguelo.
Me dio algún que otro consejo para mis primeros días, los cuales anoté mentalmente por si me fueran a ser útiles.
—No voy a hacer de niñera —me advirtió—, pero mi padre me ha hecho prometerle que... —hizo una pausa y me miró fijamente. Lo noté por la tensión que hubo de repente y porque seguro que le había sorprendido mi cara pálida. Detrás de él estaba una señora mayor que estaba buscando algo. O a alguien. Cuando coincidieron nuestras miradas, me sonrió.
—Puedes verme, ¿no es así? —me preguntó. Sin embargo, mi única reacción fue abrir más los ojos y ponerme tensa. Ethan lo notó y se acercó a mí despacio.—¡Claro que puedes!
Se dio la vuelta incrédulo e intentó averiguar a qué estaba mirando posicionándose desde mi perspectiva.
—¿Nora? —intentó llamar mi atención. Le miré y le sonreí. Intenté disimular que todo estaba en orden, que no había una tercera entidad en la sala, pero aquella señora insistió muchísimo.
—No es un buen momento —susurré esperanzada de que Ethan no me escuchara, pero fue en vano.
—Perdona, solo quería que supieras que no tengo nada en contra tuya, pero no me gustó el hecho de compartir casa con una desconocida de la noche a la mañana y tener que tratarla bien porque tuviera una historia de lo más conmovedora.
—¿Qué? —lo miré entonces, incrédula. La señora comenzó a reírse.
—No voy a tratarte bien por pena, sino porque me caes bien —dijo él.
—Qué poca empatía. Bueno, ¿vas a ser mi guía espiritual o no? No tengo todo el tiempo.
—Señora cállese —dije en voz alta sin querer. Ethan enarcó una ceja.
—¿Qué demonios? ¿Nora?
Me reí de la situación tan subrealista que estaba viviendo. Sin duda, esa expresión venía perfecta al caso. Me tapé la boca con ambas manos y lo miré. Él seguía fascinado por mi comportamiento. Me hubiera gustado tener la charla tranquilamente sin un espíritu que necesitase mi ayuda, pero sabía que ignorar a aquella mujer y mantener la conversación iba a ser misión imposible.
—Ethan —sentencié—, te entiendo. Sé que he invadido tu espacio, pero ahora llega la universidad y con ello me perderás de vista. Asunto arreglado. Buenas noches —sonreí lo más honestamente que pude y susurré un vamos a la señora para que me siguiera y resolver el problema en mi habitación. Él se quedó plantado, no sabría descifrar su expresión después de mis palabras, pero entonces me daba igual, porque lo único que quería es que la mujer desapareciera de mi vista cuanto antes.
Cerré la puerta con cuidado y me giré buscando a la entidad. Cuando apareció, se rio y yo me crucé de brazos algo mosqueada.
—Estaba hablando y no era el mejor momento de mostrarte ante mí —la regañé. Alzó las manos pidiendo perdón.
—Como comprenderás acabo de morir y no sé qué hay que hacer ahora.
Suspiré y después relajé el cuerpo. Le expliqué a la señora exactamente lo que tenía que hacer para poder encontrar la luz e ir hacia ella. También me estuvo explicando cosas acerca de su familia y cómo murió. Era una vecina del barrio, como era de esperar, alguien cercano a mi alrededor. Era muy difícil que una entidad se apareciera si no la he visto mínimo una vez.
Por fin se marchó después de darme las gracias y pude meterme en la cama a descansar. El sueño no tardó en llegar y sin darme cuenta, ya era el día siguiente.
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