XVIII
Capítulo XVIII
Ava
Año: 218 D.M
24 horas antes del Ascenso
Gremio: Vicus
Ava resopló por cuarta vez en aquel día.
Sabía que, tarde o temprano, eso pasaría. Al fin y al cabo, su misión era proteger a Melinòe, y ¿qué mejor protección que enseñarle a defenderse ella misma?
La instruiría en el arte de las runas antiguas, de los poderes ancestrales, del mito hecho leyenda. La convertiría en una guerrera excepcional, feroz y letal. Justo como lo eran las Valkyrias.
Y cuando Melinòe fuera capaz de derribar un gigante de hielo por cuenta propia (como lo hizo Ava en su primera misión) y embarrarse el rostro con marcas lineales de sangre gris; sabría entonces que estaba lista. Que podría dejarla volar al fin.
Así, y sólo así, saldaría su deuda con Loki, El Viejo ya no tendría más control sobre ella.
Sería libre.
Libre como un Pegaso, surcando los cielos nebulosos de Asgard*, regocijándose bajo la luz espectral de la madre luna. Estiraría sus alas, fuertes y hermosas, plumas en lugar de carne rosada, y pezuñas en vez de zapatos compactos. Dulce poder en lugar de una mortalidad sofocante.
Era una idea brillante, magistral. No había fallo alguno en su lógica.
A excepción de...
—No tengo habilidades, ya se los había dicho.
Melinòe se limpió el sudor del rostro con la manga descosida de su traje violeta y los miró avergonzada.
Se sentía tonta, como una especie de actriz interpretando un rol que no le pertenecía, uno para el cual no daba la talla.
Ava observó a Larss frotarse la frente, exasperado, rezando en silencio para no perder la paciencia por completo. Le indicó a la muchacha que intentará canalizar su energía en un punto específico, en sus dedos, o quizá en el centro de su cabeza.
Melinòe asintió perturbada repetidas veces, cerró los ojos, contó hasta tres... y nada pasó.
Lawrence volvió a maldecir en latín, se mordió el labio inferior y le ordenó repetir el proceso. Esta vez, rememorando algún recuerdo amargo, algo que permitiera que su núcleo divino —esa pequeña chispa de eternidad— se desbordase.
El muchacho le indicó la posición en la que debía colocar la palma de sus manos, el brillo naranja rojizo que emanarían, la luz calcinante que —tal y como su madre— tenía que ser capaz de generar por herencia.
No obstante, ni uno de sus cabellos logró moverse, y el silencio permaneció como dueño absoluto de la estancia nuevamente.
La temperatura en el viejo chalet descendió y el aire gélido se coló en lo profundo del pecho de Melinòe.
Ava soltó una risilla nerviosa, entrenarla iba a ser más difícil de lo que había pensado.
—Okey, ya sé cual es el problema. ¡Debemos cambiar de escenario! —dijo mientras llevaba ambas manos muy cerca del techo.
—¡¿Qué?! —preguntaron los pelinegros al mismo tiempo.
—Hay un lugar que me gusta mucho en este nido de rata- —Ava hizo una pausa y se corrigió rápidamente—. Digo, en este maravilloso Gremio. El lugar de las Althonas, donde trabaja Loú.
Larss se removió, incómodo al escuchar aquel nombre.
—¿Y cómo llegaremos hasta allá? No se supone que tengamos acceso —comentó Melinòe.
—Oh, no te preocupes por eso. Tenemos un corcel del inframundo que estará encantado de llevarnos... ¿No es así, Larss?
—Muy graciosa. No puedo utilizar el umbra portal bajo la luz del sol... pero eso ya lo sabes.
Ava esbozó una sonrisa traviesa y lo observó fijamente.
—No... ¡claro que no! Sabes lo que implica que use lo otro —exclamó Larss y luego añadió en un suspiro—. Terminaré exhausto.
—¿Qué es "lo otro"? —interrogó la muchacha de ojos carmesí.
—Nada que te-
—Larss tiene una habilidad muy Interesante. Puede viajar por la verdadera oscuridad, donde el tiempo y el espacio operan de forma distinta —explicó Ava—. Un Páramo inaccesible para muchos entes, incluyendo a los mortales. Podemos llegar al centro de las Althonas así.
—Olvidaste decirle que usarlo agota casi toda mi energía. No podremos regresar del mismo modo.
—No importa, eso será problema para nuestros yo del futuro —Ava le guiñó el ojo y sujetó a Melinòe de la muñeca con fuerza—. Anda, no te sueltes, sígueme y no intentes hablar, el ruido no se proyectará. Último detalle: no dejes que te engañen, lo que sea que creas ver ahí no será real.
Melinòe tragó pesadamente y asintió, para sorpresa de Ava no opuso resistencia.
Larss frunció el ceño, tomó a ambas jóvenes del brazo y las arrastró a su lado.
—Bien... prometo que esto no será agradable.
En cuanto terminó la frase, el muchacho juntó tres dedos y pronunció aquellas palabras en griego antiguo qué habría preferido olvidar, las palabras que aprendió de su maestro: Hades*, el Dios del inframundo.
Las que le abrirían la puerta al reino de lo inmaterial, de los gritos extinguidos bajo la pesadez lóbrega del silencio: el mundo de las sombras.
El escenario violeta se derritió como la cera lechosa de una vela; el mundo entero pareció perder el color a tirones violentos, alarmantes. La imagen se congeló por unos segundos, tornándose en una especie de fotografía monocromática.
El aire se volvió difícil de digerir y el sonido imposible de ser emitido. Melinòe apretó la mano de su amiga, mientras unas criaturas de pupilas verduzcas y orbes centelleantes se acercaban a ellas. Eran flacuchas, casi esqueléticas y sin ni una mota de pelo en todo el cuerpo. Gateaban a cuatro patas, como animales, y sonreían; al tiempo que acercaban sus rostros grises muy cerca a los de las muchachas.
Ninguna podía moverse y los seres humanoides lo sabían. Sus afiladas garras se posaron en la garganta de Melinòe, las deslizaron ligeramente y una gota de sangre escapó de esta, el rojo no tardó en embaucar la solemnidad negruzca como una luz extraña, casi impropia.
Lawrence se interpuso entre ambos, sus ojos dorados refulgieron con furia y los monstruos parecieron quemarse bajo el ardor de estos. Se columpiaron hasta el techo y se ocultaron con recelo.
El joven ordenó a las muchachas que lo siguieran con la mirada. Cada paso que daban implicaba desplegar una gran cantidad de fuerza sobrenatural, por lo que el avance fue lento y tortuoso.
En cuanto salieron del Chalet, las circunstancias no habían cambiado.
Las calles y personas de Vicus asemejaban estar fundidas entre sí, como si se encontrasen atrapadas por algún hechizo distorsionador de la realidad.
Ava observó las típicas jaulas de metal semi abiertas, a los Naviis llevando niños pequeños y maltrechos a estas, a sus padres rogando para que les quitaran dicha maldición de encima de una vez por todas. Como una imagen sepultada bajo la crueldad del tiempo.
Los faroles dejaron de tintinear y Ava fue casi incapaz de distinguir entre pavimento sucio y los viejos contenedores repletos de basura sin reciclar.
Por otro lado, el cartel pulcro con las letras MG en el centro permanecía inmutable, al igual que los edificios con ventanales quebradizos de las esquinas, aquellos cuyo elemento distintivo era la imponente R.
A medida que se desplazaban, Ava notaba aspectos del Gremio que quizá no se había detenido a apreciar antes: lo grande que era el Ilithium, lo miserable y desolado que parecía a esa hora del día. Lo curiosas que se veían las plataformas levitantes cuando eran depositadas en sus estacionamientos; la forma entrañable en la que había asociado al Ghepolum con la felicidad.
Y, por supuesto, lo atemorizante que le resultaba saber que todo aquello desaparecería algún día.
Como Valkyria, Ava había visitado variopintos mundos, había contemplado el nacimiento y extinción de muchas civilizaciones: tierras ricas, montañas verdes y escarpadas transformadas en humo. Bosques y precipitaciones acuosas, trigales marchitos por las llamaradas cobrizas del sol.
De la vida apagándose en cuestión de segundos, la exhalación divina siendo absorbida por los labios rotos de Hela*.
Había observado a los ángeles caídos transfigurar en constelaciones azules, en polvo estelar. Y luego ser esculpidos sobre la inmensidad de la oscuridad cósmica.
Y a pesar de que Midgard*, no tuviese nada realmente especial, ningún aspecto sobresaliente con respecto al resto de los nueve mundos, Ava se sentía profundamente conectada a sus entrañas. Como si fuese una habitante más, una humana, como todos los demás.
Y ella no quería desaparecer. A pesar de lo inevitable que era.
Larss ejerció presión sobre su hombro y la castaña se sobresaltó. El edificio rectangular se extendía frente a ellos, las paredes estaban pintadas de un violeta estéril, salpicadas de puntos negros como pecas. La puerta delantera era de un metal plateado, recubierta por barras de hierro que impedian el acceso hacia el interior.
El letrero mediano, que contenía el nombre del establecimiento, estaba oxidado y empolvado; por lo que, lo único visible eran las letras: Thonas
Finalmente, habían llegado.
De pronto, el efecto del umbra portal se detuvo, las tonalidades pálidas dejaron lugar al color vibrante del cielo y a las pinceladas púrpuras que rellenaban Vicus en forma de personas y viviendas.
Larss se tambaleó mientras respiraba con dificultad. Melinòe lo notó y dejó que se apoyara en ella.
—A-aquí es —dijo Larss, pero las muchachas no reaccionaron—. ¿Qué? ¿Esperan una invitación o algo?
—¡Lo hiciste muy bien! Te prometo que valdrá la pena. Nòe se convertirá en una gran guerrera, te lo aseguro —sonrió Ava y le dio una palmadita suave en la espalda—. A partir de aquí me encargo yo.
Larss asintió y se entregó a los brazos de las sombras ondulantes, rápidamente su rastro desapareció tras el sendero asfaltado.
Melinòe tomó a Ava de la mano y ambas ingresaron al complejo en ruinas.
La iluminación amarillenta e intensa las golpeó como un rayo. Un candelabro de metal, semejante al tronco de un árbol, con detalles áureos en los bordes, se encontraba en el centro de la estancia.
Ava no había visto tanta luz desde la última vez que asistió al palacio del Viejo en Asgard.
Había una mesa de granito empotrada en la pared, varios escritorios repartidos a lo largo de las esquinas y herramientas de diseño sobre estas. Desde máquinas modernas de costura, hasta un aparato que emitía un chirrido extraño y parecía ser capaz de producir vasijas, platos y utensilios de cocina.
Las Althonas no laboraban aquel día, por lo que nadie tendría porque molestarlas
Melinòe rozó con los dedos una cuchilla de onix, grabada a fuego lento sobre la hoguera. Tanteó el peso, y la sostuvo por unos segundos.
—¿Te gusta? Podrías tenerlo como respaldo. Ya sabes, por si el entrenamiento falla —susurró Ava—. Aunque, claro, me encargaré de que no falle.
La muchacha asintió y colocó el arma en el bolsillo de su bata. Esperaba internamente que no se le cayera, o que alguien la descubriera robando.
O peor aún, que su madre supiera que estuvo ahí.
Ava apartó con el pie las herramientas desperdigadas por el suelo y le dijo a Melinòe que se sentara con las piernas cruzadas. Ambas jóvenes se sumieron en un profundo silencio.
—¿Recuerdas cómo te sentiste cuando descubriste la verdad? Tu verdad. —empezó la pelirroja—. Quiero que tomes esos sentimientos, y te permitas sufrirlos. No los retengas, no los ocultes. Déjalos salir.
—¿Y eso que tiene que ver con las supuestas habilidades? Creí que me enseñarías magia, como controlar los elementos y así.
—Y lo haré, pero antes debes escucharme con atención. Las habilidades son sólo una exteriorización de tu esencia, de lo que se esconde en lo profundo de tu alma —Ava le sonrió con delicadeza y añadió—: No puedes exteriorizar nada ni siquiera entiendes lo que sucede en tu interior.
Melinòe soltó un bufido y se incorporó de repente.
—Lo comprendo, lo comprendo muy bien. Sé que ustedes son traidores, que son parte de una... secta extraña adora dioses; quienes, al parecer, siempre fueron reales. Comprendo que me han visto la cara todos estos años... ¿Me falta algo?
—Bien, eso está bien para comenzar... ¿Y qué te hace sentir todo ello? —interrogó Ava, imperturbable incluso ante el pequeño escándalo provocado por la pelinegra.
—¿Qué me hace sentir? —repitió Melinòe—. Terrible, como una idiota que ha tenido los ojos vendados, y ni siquiera se ha dado cuenta que la venda existía... hasta ahora.
—¿Y eso que te genera? ¿Rabia? ¿Desenfreno? ¿Cólera?
—Me genera tristeza —Melinòe se mordió el labio inferior, el cual había comenzado a temblar—. Tristeza porque sé que no soy lo suficientemente importante como para que me confiaran esa información antes.
—¿Con qué tristeza? Bueno, podemos trabajar con eso —Ava estiró las palmas de sus manos y le ordenó a Melinòe que hiciera lo mismo—. Quiero que transportes esa tristeza a tus músculos, luego a tu piel. Deja que los envuelva lentamente, percibe el hormigueo en los brazos, la forma en que tus vellos se erizan... Sí, justo así.
Melinòe apretó los párpados y trató de relajarse, se imaginó todas aquellas veces en las cuales se había sentido invisible. El vacío innegable que se alojaba en su pecho y le producía dolor, el murmullo de voces adormecidas en pesadillas. Lo perdida y sola que estaba.
Se aferró a los sentimientos de agonía y miseria que le generaba el deseo de arrancarse los cabellos uno a uno, que le provocaban marcas en la piel. Intentó sostenerse en la laguna oscura de sus memorias, en el chapoteo ansioso de las botas al rozar la orilla. En el abismo de sus temores y anhelos.
Liberó una larga exhalación, luego dos. El vapor helado se fue acumulando a su alrededor como una estela difusa.
Ava se estremeció al sentir el ardor, ínfimo al principio. Pero que fue aumentando a medida que Melinoe respiraba. Una llamarada rojiza, candente y peligrosa, brotaba de los dedos sudorosos de la joven. Ella estrujó la mano y la chispa incrementó su tamaño, el fulgor danzaba con incredulidad de su propia existencia.
—Es imposible, Ava... te dije que no tenía habilidades. Ya no quiero seguir haciendo esto —murmuró Melinoe, con los ojos cerrados aun.
La muchacha pelirroja se acercó a su amiga y esbozó una sonrisa repleta de satisfacción.
—¡Mira lo que lograste, Nòe! Lo hiciste tú sola, observa —exclamó Ava, mientras la pelinegra soltaba un grito de sorpresa—. Definitivamente eres mi alumna estrella.
—Esto es una locura –empezó Melinoe, con voz temblorosa—. No tiene sentido, ¿Por qué...?
—¿Por qué eres capaz de crear fuego? Es simple, es parte de tu naturaleza. Esa parte divina que heredaste de tu madre —Ava sopló sobre el destello rojo y este se ocultó con timidez—. Ella puede hacer lo mismo, pero a mayor escala.
—¿Y cómo lo obtuvo? ¿De mi... abuelo?
Melinòe frunció los labios y la llama se deshizo en humo seco. Volvió a apretarlos, pero fue incapaz de generar el mismo efecto.
—Si, de él. No creo que te guste conocerlo, no es un sujeto muy agradable.
—¿Quién es? Quiero decir... Es un Dios, ¿verdad? ¿Cuál de todos es? —Melinòe se apresuró a preguntar.
—Un pez gordo —Ava hizo una mueca de disgusto y retiró las motas de polvo que se habían adherido a su bata. Agravó la voz—. El rey de la guerra, de la encarnación viva del conflicto... Ares, uno de los 12 del Panteón Griego.
—Oh. Supongo que no es muy cercano a mi madre... ella tampoco me habló de él nunca.
—Estoy segura qué hay... cosas, que Lou no quiere recordar sobre su pasado —aseguró Ava.
—¿Eso incluye a Larss?
El golpeteo de unas botas contra el pavimento duro sobresaltó a las muchachas. El joven pelinegro jadeaba en la puerta de entrada, se había retirado la chaqueta de cuerina; por lo que sus músculos salpicados de gotitas de sudor cristalinas resaltaban por encima de todo lo demás.
—¿Terminaron de hablar mal de mí?
Ava se aproximó a Larss y conversó con él en un idioma que Melinòe no había escuchado jamás, intercambiaron miradas sospechosas, y de vez en cuando, la pelirroja la señalaba mientras Larss asentía con mucha lentitud.
Lawrence observó por última vez a Melinòe; y a pesar de la duda palpable en sus ojos, no le dirigió la palabra.
—Le dije sobre tu progreso. Está muy contento —mencionó Ava con una sonrisa pintada en los labios.
No lo parece, pensó Melinòe.
—¿Y cómo nos iremos? —cuestionó.
En ese momento, Ava dibujó con ayuda del polvo una runa en la superficie. Una especie de R chueca. Le señaló que se trataba de un símbolo nórdico: Raído*, la runa del viaje.
El aire fue cortado en en cuestión de segundos por una mancha blanquecina y veloz. Parecía un meteorito a punto de estallar en el planeta Tierra. El trozo incorpóreo tomó forma, para tornarse en un precioso animal de cuatro patas y hocico prominente, con dos alas emplumadas en la espalda, y un lomo suave y felpudo.
Un pegaso.
Frihet, el mejor amigo de Ava desde que tuvo uso de razón.
Ava acarició con delicadeza la frente del animal y aspiró su aroma a nubes frescas, a cielo otoñal.
—Bien, amigo. Lamento llamarte de esta forma, pero necesito tu ayuda —susurró y el pegaso relinchó en respuesta—. Lo sé, lo sé... también estoy feliz de verte.
La pelirroja se subió a la montura platinada de Frihet y extendió la mano para ayudar a Melinòe y Larss.
—Debo estar alucinando —bisbiseo Nòe.
Una vez los tres estuvieron sobre la espalda del caballo alado, este se elevó al techo curvo del edificio y lo traspasó como si se tratase de una fina capa de pintura; se movía con tanta rapidez y gracia que ninguno de los presentes —a excepción de Ava— reparó en lo sucedido hasta que Vicus no fue más que un rastro borroso de puntos violetas.
El viento era aún más gélido en el firmamento; mientras que el oxígeno, inclemente por la altura, comprimía los pulmones de la semidiosa menor. Larss se inclinó para intentar cubrirla con su propio cuerpo de las ráfagas de aire que se alargaban como latigazos violentos sobre ellos.
Ava, por su parte, estaba disfrutando mucho el paseo. Hacía tanto que no percibía la tentadora cercanía del cielo en su rostro.
Se sentía como saborear la libertad, apenas un bocado de lo que obtendría si se deshiciera de la carga que la ataba al mundo terrenal.
—¡Ava! —gritó Melinòe, a pesar de la situación parecía poder comunicarse bien—. Si eres mi guardiana... ¿eso significa que me acompañarás cuando ascendamos?
Ava se retrajo; súbitamente, sus dedos soltaron la montura incrustada en diamantes.
Ella aún no lo había considerado. Era muy riesgoso y nada placentero. Tendría que volver a conseguir una familia falsa, lograr que les borren la memoria, usurpar el lugar de alguien más.
Loki se lo había pedido... pero ella jamás cedía ante los caprichos de un hombre. Incluso si ese hombre era un Dios exageradamente poderoso.
Estaba harta de fingir. Harta de ser una herramienta.
¿No podía tomar decisiones por su cuenta una sola vez?
Ava debía cuidar de sí misma, porque nadie más lo haría por ella.
—No, no esta vez —La pelirroja esbozó una cálida sonrisa que combinaba con las texturas naranjas del incipiente atardecer.
Esta vez Ava haría lo que ella desease.
Y no le importaban las reglas que rompiera en el camino.
Ni las terribles consecuencias que todo ello podría desencadenar.
Pie de pagina:
1. Asgard: mundo de los dioses Æsir, gobernado por Odín y su esposa Frigg
2. Hades: uno de los 12 dioses del Panteón griego. Guardian superior del inframundo, el reino de los muertos.
3. Hela: encargada en el inframundo de los muertos sin honor en la mitología nórdica. Hija de Loki.
4: Midgard: uno de los nueve mundos nórdicos. El mundo de los humanos.
5. Raido: significa "cabalgar, viaje", es el nombre en nórdico antiguo de la runa equivalente a la letra r.
¡Buenas tardes, queridos lectores!
Es un placer leernos nuevamente. Lamentamos mucho la demora con respecto a este capítulo:( Esperamos que la longitud que posee pueda recompensarlos en algo <3
Ahora... ¿qué les ha parecido este cap? ¿Creen que Ava está tomando la decisión correcta?
¿Importa más nuestra propia libertad que el daño que podamos causar a otros?
Ojo, no hay respuestas correctas aquí. Todos somos moralmente grises jeje
¿Extrañan la aparición de algún personaje en particular? ¿Cuál es el personaje que menos disfrutan leer?
¡Los estaremos leyendo y respondiendo!
Una vez más, agradecemos profundamente el apoyo que la obra está recibiendo, y a aquellas lectoras fieles, las amamos mucho<3
Sin más que añadir, tengan cuidado. Hemos recibido noticias de que El Viejo anda al acecho. Si oyen el graznido de los cuervos, no lo piensen de dos veces, y huyan lo más rápido que puedan.
O él las atrapará.
BinnieOut
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