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XVII

Capítulo XVII

Melinòe Retter

Año: 218 D.M

24 horas antes del Ascenso

Gremio: Vicus





No me importa.

—¿Qué? —Melinòe rodó los ojos por tercera vez en el día.

—Te dije que no me importa que este sea tú cuarto, me gusta estar aquí y punto. No me moveré.

—Larss, estás siendo irrazonable.

—¿Irrazonable? ¿Crees que, y cito, las cosas como yo no necesitan descansar?

Melinòe hizo una mueca mientras se apoyaba en el marco de la puerta forrada de tablas violetas.

—Lo lamento, ¿sí? No quería referirme a ti como una cosa. Ya pasaron muchos días desde eso, déjalo.

—No te hagas una idea equivocada —Lawrence se incorporó de la cama y pasó las yemas de los dedos por su cabello oscuro—. Se necesita mucho más para ofenderme, mocosa.

—Bien por ti, ahora vete.

El muchacho la observó con el ceño fruncido unos minutos, como si esperara que ella añadiera algo más. Pero Melinòe no hizo nada, a excepción de cerrar los ojos con exasperación.

Así que él decidió ignorarla.

—Bien, mocosa, ¿qué opinas del ascenso? ¿Crees estar lista para ser humillada por gente rica y estirada? —Se frotó el mentón, fingiendo estar meditando muy seriamente—. Quizá hagan una escoba con tu cabello como bienvenida... Que fea escoba sería.

—¿No se supone que tu labor es evitar que eso suceda?

—Mi labor —Larss subió el volumen de su voz y apretó con suavidad el hombro de la joven—. Es prevenir tu muerte. Que te hagan daño en el medio de todo eso no es asunto mío.

—Que agradable eres.

—Soy un gran tipo...lo sé —El pelinegro rió—. Bueno, se acabaron los juegos. Es hora de hablar con seriedad sobre lo que pasará en los próximos días.

Melinòe liberó un suspiro cargado de temor y pensamientos comprimidos.

Desde que Ava fue poseída, por aquella criatura extraña e innombrable; y desde que ella tuvo la terrible pesadilla (la cual se repitió sin falta cada noche) Melinòe no había vuelto a ver a su amiga. Ni siquiera pudo salir de su hòlum. Sus padres la excusaron con los Naviis, señalando que los alimentos que había ingerido ese día la intoxicaron.

Por supuesto, nadie le creyó.

Pero los Retter contaban con un excelente As bajo la manga. El inesperado —y ahora ansiado— ascenso. Lo que les concedía, entre otras cosas, una semana de descanso para prepararse para el viaje.

Es por ello que, toda esa semana, Melinòe se quedaría sola en casa.

Henry no abandonaría su trabajo, ni siquiera por unos días.

Y Loú... bueno, ella desaparecería. Como siempre lo hacía cuando estaba estresada.

Y Nòe pensaba que sería un tiempo maravilloso para reconsiderar muchas de las decisiones que había tomado la última semana.

Y pudo haberlo sido, si Larss no se hubiera teletransportado a la cocina aquel lunes por la mañana. Si ella no lo hubiese encontrado leyendo un periódico holográfico, con un café en la mano, los pies sobre la encimera y gafas oscuras de sol en los ojos.

Si él no le hubiese pasado una nota escrita con tinta púrpura que decía: Sopórtame

Y desde aquel fatídico lunes, Melinòe ha estado soportando a un malhumorado Larss. Un Larss que se arrastraba por toda su casa como si fuese un escarabajo.

Y ella no podía hacer nada, más que suspirar y rogarle que deje de adueñarse de todas las habitaciones.

Tarea que, bueno, resultó imposible de concretar.

Y ahora, siendo Viernes, a 24 horas del viaje a Dajmond, Melinòe estaba lista para estamparse la cabeza contra la pared en cualquier momento.

—¿Escuchaste lo que dije? Es importante que sepas lo que debes hacer allá, mocosa. Te comerán viva de lo contrario.

Melinòe arqueó una ceja.

—¿Ellos sí comen órganos?

—¿Ah? ¿Crees que estoy bromeando? —Larss alborotó el cabello negro de la joven y la miró fijamente—. No logro entenderte ¿No tienes miedo de mañana?

—¿Debería tenerlo?

Melinòe se sentó sobre el borde astilloso de su cama de madera caoba. Pasó los dedos por las pequeñas protuberancias que otorgaban un relieve casi puntiaguado, espinoso. Como si todo este tiempo hubiese estado durmiendo en un nido plagado de peligros subterráneos.

Las sábanas púrpuras, ásperas ante el tacto, olían a humedad y a vejez; como si hubiesen permanecido guardadas por toda una eternidad. Su habitación era sencilla, estrecha, casi parecía un calabozo que contenía solo lo indudablemente básico: una cama, una mesita de noche (gastada), una lamparita de luz amarillenta y cegadora, y un ropero blanco empotrado a la pared.

Había vivido en ese cuarto desde que tuvo uso de razón; las marcas, como garras delgadas de un animal, que había provocado el peso de su cuna en el suelo, no desaparecían. Se aferraban a las tablas de madera como la prueba abstracta de que alguien existió allí. De que alguien realmente vivió.

De que Melinòe fue real, y no solo un fantasma más de su imaginación.

Se sujetó el brazo con fuerza, recordó la vez, hace tantos años, en que había jurado no volver a cerrar los ojos por miedo a las pesadillas. Cuando, incluso, el simple acto de parpadear le provocaba horribles escalofríos, la vez en que los globos oculares se le secaron y ardieron con la fiereza de una herida abierta. Cuando se obligó a sí misma a llorar, apretándose la piel con rabia, con furia de haber nacido, de no poder regresar en el tiempo para evitar hacerlo.

En su brazo aún permanecía la cicatriz de aquella vez, de sus uñas clavándose con desesperación. De sus labios apretados en una fina línea, del pecho latiendo con una rapidez desbocante, mientras se repetía a sí misma que todo estaba bien. Que todo estaba bien, aunque ella no lo estuviera.

Casi lo podía saborear, los días en vela, en una eterna vigía, en aquella habitación fantasmagórica. Con las sombras ondulantes rebelándose ante ella, meciéndose y crepitando, como la llama de una vela infernal. Con los murmullos de pasos y voces perdidas, el aroma a limón, a naranja a veces. Y en las noches, el hedor a azufre y moho que destilaban las paredes, el suelo que parecía agrietarse bajo su peso, las voces que le susurraban formas para que todo acabase.

En esos momentos, las gotas tibias que resbalaban de sus mejillas la cobijaron. La soltura con la que pudo gritar sobre su almohada, con la que pudo desahogarse en medio de la atemorizante y silenciosa oscuridad. Porque no había nadie, nadie con quien contar, nadie con quien hablar.

Porque estaba sola.

Porque siempre había estado sola.

Y eso era lo que Larss no entendía.

Ella había tenido que aprender a manipular para sobrevivir, para conseguir afecto y atención. A mentir, a decir cosas dulces y crueles cuando debía hacerlo. A retorcerse bajo el pecho de su madre en busca de consuelo y aceptar la gran cantidad de veces en las que no lo iba a recibir. Las veces en las que rogaba el ansiado perdón, y se tragaba el orgullo y las lágrimas para no ser lastimada. Cuando, en lugar de una caricia maternal, le otorgaba un golpe seco, cuando la amarraba con cuerdas rígidas y encerraba en el baño para no escuchar más sus lamentos.

Había aprendido a esconderse bajo el pantalón crema gastado de su padre, a sonreírle y abrazarle, a soportar sus gritos y reprimendas cuando él la odiaba. Cuando le señalaba que no era más que un estorbo, un desperdicio. Los momentos en los que él cambiaba y, de repente, la amaba. Y ella fingía reírse bajo su hechizo, bajo aquel encantamiento extraño que esperaba que jamás se rompiera. Cuando la elevaba en sus brazos, casi hasta los cielos, y le mostraba la inmensidad de las estrellas, de lo hermosas que podían ser al brillar solitarias. Aquellas veces cuando ella creía ser una estrella y no un estorbo.

Pero eso jamás duraba.

Melinòe había aprendido a entender que no tenía un lugar en el mundo.

Que las únicas cosas que realmente podían asustarle, ya las había visto.

Que estaba sola, y siempre lo estaría.

Que usaba a las personas, y estaba dispuesta a dejar que la usaran.

Porque sabía que nada, ni nadie en este mundo era honesto. Todos mentían de una forma u otra, todos ocultaban sus atrocidades bajo máscaras rotas de moralidad pura.

Porque todos... todos, eran basura.

Melinòe lo sabía, más que nadie, porque ella también lo era.

—No tengo miedo, Larss. Lo que sea que tenga que pasar, pasará. Además, se supone que Dajmond es genial. Lo mejor de lo mejor, según los Naviis.

El muchacho desapareció, liberando una estela de sombras difusas en el lugar donde había estado recostado. Segundos después regresó, con una taza de café humeante en una mano y una pantalla háptica en la otra.

Melinòe distinguió una serie de imágenes en esta, parecía ser un recorte de alguna noticia del pasado.

Larss suspiró y le tendió la pantalla rectangular.

—Dime, mocosa. ¿Te gustaría conocer el destino de aquellos que ascendieron por primera vez hace 50 años? —Se llevó el líquido cálido a los labios carnosos—. Un pequeño aviso: no es lo mejor de lo mejor.

El aparato mostraba los rostros desfigurados de una familia de 4, tendidos bajo una manta azul, y tan juntos que Melinoe creyó que estaban aglutinados de algún modo. Unidos por el hilo negruzco y putrefacto de la muerte.

Se mencionaba que todos habían fallecido por causas distintas: uno a causa de un accidente con la electricidad de su holum, otro por "falta de consenso" en una subasta de humanos, otra por haber desafiado la autoridad de un Navii. Y el último...

Melinòe no pudo evitar despegar la vista del cadáver descuartizado, las piezas estaban ligeramente esparcidas entre sí, serpeantadas por rastros de sangre coagulada y marrón.

Habían intentado armar, como si se tratase de un rompecabezas de carne, lo que alguna vez fue un niño moreno de 12 años.

No quiso leer la inscripción que explicaba el motivo de su perecimiento.

—¿Qué significa esto? —preguntó en una exhalación.

—Es lo que podría sucederles, a ti... a Loú. No quiero eso.

—Son casos aislados, no demuestran nada —susurró Melinoe.

—Oh, vamos, no te hagas la tonta. ¡Son monstruos! todos ellos; sólo las ascendieron para aplastarlas. Deben saber algo...

—¿Sobre qué? ¿Qué motivo tendrían para asesinarnos? —Esta vez era la joven quien comenzaba a irritarse, ¿por qué Larss insistía tanto con eso?

Si querían matarlas, lo hubiesen hecho hace mucho tiempo atrás... e incluso si desearan hacerlo ahora, Melinòe no se opondría en lo absoluto. Después de todo, ellos eran los dueños de sus vidas, cuerpos y almas.

Larss contuvo una mueca, arrastró los pies hacia la puerta y le indicó con la mirada que lo siguiera.

—¿Ya almorzaste? No te cocinaré nada, pero tal vez pueda traer algo de-

Se acercó a Melinòe y ella lo apartó de un manotazo.

—¿Por qué de pronto te comportas de esta forma? —La muchacha se frotó el brazo donde reposaba la cicatriz larguirucha y deforme, la ocultó con las yemas de sus dedos–. Ni siquiera te caía bien hace unas semanas, ¿y ahora somos amigos?... No le hablaré bien de ti a mi madre, si es lo que pretendías.

Lawrence frunció el ceño, un grave sentimiento de confusión reposaba en su interior. Le surgió la terrible idea de que Melinòe se parecía mucho a Loú. A una Loú destrozada y mancillada por los horrores de la vida humana.

No pudo evitar sentir lástima, y un poco de arrepentimiento. Por todo aquello que pudo hacer, pero jamás hizo.

—Intento ser civilizado, mocosa. Si no te gusta, te aguantas. ¿Olvidas la nota? Tendrás que soportarme, al menos hasta hoy.

—Wow, mi madre te debe gustar demasiado —La joven caminó hasta la barandilla metálica y luego añadió, vacilante—. Si estás dispuesto a hacer todo esto por ella...

—Eso no te incumbe.

Larss dejó la taza, ahora vacía, sobre el suelo rasposo y se dirigió a la escalera. Las capas finas de polvo habían desaparecido, luego de que se pasara todas las noches de la semana limpiandolas con esmero, y unos cuantos estornudos de por medio.

Asintió, con una pizca de orgullo, por su gran e inesperado trabajo.

A medida que descendía, observó el viejo Chalet y se concedió el lujo de preguntarse, tan solo por unos segundos, como habría sido su vida si él fuese un mortal, si Loú lo hubiese elegido como compañero. ¿Habría sido un buen destino? ¿Finalmente se sentiría completo?

Rio para sus adentros.

Por supuesto que no. Él estaba maldito. Lo estuvo desde el instante en el que su padre lo sacrificó a cambio de la victoria; cuando le cortó las entrañas, se pintó el rostro con la tonalidad acaramelada de su sangre y entregó su cadáver helado a los brazos del Dios.

Lawrence jamás podría ser feliz. Las cadenas oscuras que lo sujetaban no se lo permitirían.

Él era un bastardo, un niño que fue abandonado para morir en el desierto hace un par de milenios.

Melinòe se había adelantado a la planta baja. En cuanto llegó a la cocina, sus pupilas carmesí recorrieron el interior del frigorífico con insistencia, como si pudiese lograr que la comida brotase solo con el pensamiento. Extendió la mano, y tembló ante la inclemencia de la desesperación, de su estómago cediendo ante los retorcijones característicos del hambre.

No miró a Larss y tampoco dijo una palabra, se limitó a recostarse sobre la encimera grisácea y a jugar con los únicos tres cubitos de hielo que logró salvar.

Larss advirtió, no por primera vez, cómo las costillas se marcaban a través de su traje violeta; la forma antinatural en que las clavículas sonrosadas se elevaban mucho más que el resto de su pecho. Melinòe estaba tan delgada, que Larss se cuestionó cómo aún podía mantenerse en pie.

—Dijiste que podrías traer comida... —murmuró finalmente—. Aquí ya no hay nada.

¿Cómo Loú pudo descuidarla tanto?

—Lo sé, lo veo. ¿No es en estos momentos donde alguno de tus padres se preocupa y viene?

—Madre está ocupada, y papá, bueno... trabaja, supongo.

—¿Supones? No cabe duda que Henry es un imbécil —Larss se aferró un mechón de pelo y tiró con fuerza de él—. ¡Stultissime!

—Está bien, no voy a morir por dejar de comer un día. No pasa nada.

—Yo no estaría tan seguro de eso... —El muchacho miró la olla de acero nuevísima, la harina de trigo desperdigada en una bolsa semiabierta, la ausencia de garbanzos—. Creo que puedo hacer un intento de Puls.

—¿Pulso? ¿Cómo te comes el pulso?

Lawrence soltó un bufido sonoro y le sonrió con delicadeza.

—Prometí ser decente, así que no responderé.

El muchacho se colocó los mechones rebeldes detrás de sus orejas, y friccionó los dedos para generar una especie de mandil protector a base de sombras. Abrió el grifo, esperó que el líquido amarillento turbio se disipara, llenó el recipiente y lo puso a hervir.

—No sabía que cocinaras —Melinòe se inclinó hacia la olla y Larss la separó con cuidado para que evitara quemarse—. Hace mucho no veo a alguien hacerlo, como tenemos comedores públicos, no es necesario. A excepción de ocasiones como esta, claro.

Lawrence introdujo la harina y el ínfimo cereal de trigo en el caldo blanquecino, el contenido burbujeó por unos segundos y luego se cubrió de humo espeso. El joven liberó un suspiro mientras cerraba el recipiente.

—Es cierto, la necesidad obliga —El mandil se deshizo en estelas difusas y cristalinas—. Cuando era niño, no había mucho para comer tampoco. Así que solíamos preparar mucho Puls. Aunque falta el pan...

—¿Qué es el pan? ¿Es una especie de insulto?

Larss la miró directamente y no pudo contener su estruendosa carcajada.

—Eres muy graciosa, ¿lo sabías? O tonta, una de dos.

—Probablemente ambas —respondió ella con una sonrisa—. Eso huele extrañamente bien, ¿cuánto tardará en estar listo?

—No mucho, dos minutos, quizá. No garantizo el buen sabor.

—Igual lo comeré —Melinòe apretó el dobladillo de su camisa, lo estrujó con las manos empapadas en sudor—. Gr-Gracias, por quedarte conmigo esta semana, y por esto.

Lawrence le alborotó el cabello con suavidad, lo que parecía haberse convertido en su nueva forma de mostrar afecto.

—Es mi labor.

Melinòe negó con la cabeza, ella sabía que no lo era.


...


—¿Y bien? ¿Supo a mierda? —preguntó el muchacho.

—Un poco, sí —Larss paró de fregar los cuencos de bambú y Melinòe soltó una risilla nerviosa—. Es broma. Estuvo bien, rico, supongo.

—Supones mucho, ¿no?

—No creo ser la voz de la razón, ni mucho menos dueña de la verdad. Así que solo puedo supone-

—Haz silencio.

Súbitamente, Lawrence dejó resbalar una de las tazas. Y antes de que el artefacto pudiese impactar contra el suelo, él detuvo su caída con un manto impregnado en oscuridad que se extendió desde las puntas de sus dedos, hasta la asa de plástico.

Melinòe se sobresaltó.

—¿Qu-Qué sucede ahora?

Tsk... Ella está aquí. —El muchacho se apresuró a correr hacia la puerta y la abrió intempestivamente.

—¡Hola! —Ava saludó con una amplia sonrisa en el rostro, llevaba un pesado bolso artesanal sobre el hombro—. Traje comida.

—¡Ava!

Melinòe salió disparada de la cocina y se estrelló contra los brazos de su amiga.

—¡Hey! Yo también estoy muy feliz de verte, ¿cómo has estado? —Ava acarició su cabello oscuro y añadió con los ojos cerrados—: Lamento lo de la última vez. No me porté muy bien, ¿eh?

—Yo.... no quiero forzarte a decir nada que no debas, pero —Nòe se separó del abrazo y juntó las manos con las tibias de su compañera—, ¿algún día me contarás qué pasó ese día? ¿Quién era el que...?

—Algún día, lo prometo. Hoy no.

—¿Quién te dio esa comida? Dudo que hayas podido recoger algo del Ghepholum —Lawrence interrumpió la conversación y le arrebató el bolso a Ava. Se dispuso a inspeccionar el contenido.

—Tú sabes quién fue —La joven hizo gestos con la mano y los labios, imitando el zigzagueo de las serpientes. Disminuyó el volumen de su voz—. Él no es tan malo como piensas, ¿sabes?

—¡Ja! Espero que no estés hablando en serio. Mi concepto del camaleón jamás cambiará, sin importar lo que digas. Conozco a los de su clase: falsos, asquerosos, depravados... Podría seguir por siempre.

—Seguro que sí.

—¿Se refieren a mi padre? —Melinòe los observó con una pizca de curiosidad y recelo.

—¡Oh!, ¡Sí!, por supuesto, Henry —Ava asintió lentamente—. Me encontré con él hace unas horas. Dijo que te llevará un poco de esto; es ensalada de brócoli, zanahoria, y Tofu. Ñum, ñum.

Melinòe enarcó una ceja y preguntó:

—¿Entonces está de buen humor? ¿Crees que hoy sí vuelva a casa?

—Bueno, él...

Lawrence regresó el morral a su propietaria y la empujó con suavidad a la puerta de entrada.

—Es una pena, ya hemos almorzado. Ahora vete.

—¿Disculpa? —Ava lo arrastró de vuelta hacia el centro de la salilla, sus botas violetas se frotaron contra la alfombra rugosa—. ¿Crees que soy una especie de recadera y que sólo vine para traer comida?

—¿No lo eres?

—Uf, tienes suerte de tener una cara tan bonita, me daría lástima dañarla.

—¡¿Ah?!

—¿Cuál es el otro motivo por el que estás aquí, Ava? —Melinòe apartó a los dos jóvenes, y se colocó en medio de ambos—. ¿Tiene algo que ver con el ascenso?

Ava tragó en seco, y se deslizó hacia el sofá mullido. La sonrisa traviesa se esfumó de sus labios cuarteados.

Liberó un suspiro antes de continuar.

—Asumo que Larss ya te ha hablado al respecto. Mañana es un día muy importante, quizás, el más importante de toda tu vida.

—¿Por qué? —La voz de Melinòe escapaba de su garganta en tonos trémulos, como si no desease conocer la respuesta.

—Las personas de Dajmond son... diferentes. Muchos de ellos son como tú, especiales.

—¿Especiales en qué sentido? En nuestra plática pasada no lo especificaste.

Ava jugó con la punta de sus dedos y bajó la mirada por unos segundos. La estancia pareció haberse congelado en una escena curiosamente familiar: Melinòe contenía la respiración, mientras que las diminutas partículas de polvo que desprendía su camiseta se elevaban, espumosas, y eran engullidas por la brisa.

Nadie dijo nada por unos segundos. Larss las observaba con una ceja alzada

—Ja, ja, que dramáticas son —El muchacho acercó un plato repleto de Puls a la mesilla de centro, introdujo una cuchara de bambú en el contenido caliente–. Vamos, Ava, prueba esto.

—Vaya... no creí que cocinarías para nadie más que no fuera Loú. Que detalle —La muchacha se llevó el trigo hervido a los labios, sopló sobre este—. Huele bien.

—Ava, ¿piensas ignorarme? —Melinòe alzó la voz y le arrebató el utensilio de las manos con brusquedad—. ¿Qué me espera en Dajmond?

—Uh, mocosa, creí que no te importaba. De pronto actúas como si te hubiesen sentenciado a muerte —Larss se burló.

Ava lo ignoró y se acercó aún más a Melinòe.

—No sé con exactitud lo qué hay en Dajmond. Pero lo que sí sé —La pelirroja hizo una pausa para tomar aire y añadió—: es que debes estar preparada. Y para ello, Larss y yo hemos decidido entrenarte.

—Sí, sí, te espera un martirio Infer... Espera, ¿qué? ¡¿Entrenarla?! ¿Y desde cuándo hemos acordado eso?

—Desde este mismo instante. ¿Tienes algún inconveniente al respecto? —Ava esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Solo tenemos un día, ¿cómo se supone que entrenemos a esta... neófita, en tan poco tiempo? —Larss soltó un gruñido.

—¿Entrenarme? ¿Se refieren a ejercicio físico? Ava, sabes que no me gusta correr.

—Ju, Ju, no. Es algo muy distinto —La muchacha hurgó en su bolso y extrajo una fotografía, los bordes estaban ligeramente doblados y había manchas pálidas en el centro. Lo depositó en las manos sudorosas de Melinòe.

Ella observó el extraño papel con atención, en la cara opuesta estaba escrita, con una tinta similar al oro, una sola palabra:

Valhalla

Con el corazón latiendo a ritmos incontrolables en el pecho, Melinòe giró la fotografía, y se encontró frente al rostro sonriente y cansado de una Ava más joven, más ingenua; abrazada a otras tres muchachas. Todas con armaduras platinadas; alas majestuosas y blancas, que se extendían a lo largo de sus columnas vertebrales como motas elásticas de algodón; y con espadas relucientes, envainadas en sus cinturas.

—¿Qu-qué es esto? —alcanzó a preguntar Melinòe.

—Tu destino —respondió Ava.



PIE DE PÁGINA:

¿Cómo están, queridos lectores? Esperamos que bien :DD

¿Qué les pareció el capítulo de hoy?

Poco a poco se descubren los misterios y las intenciones de los personajes.

¿Qué creen que le espere a Melinòe en Dajmond?

Pronto daremos noticias con respecto a MAD, estén atentos ;))


BinnieOut

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