XVI
Capítulo XVI
Aleksander Volkov
Año: 233 D.M
72 horas después del Fuovlem
Gremio: Rog
Alek no podía dormir.
Sin importar la cantidad de químicos y sustancias que le introdujesen en el cuerpo; sin importar el dolor físico o mental que experimentase por la falta de descanso, sumado a las horribles pruebas que le realizaban a diario.
Alek simplemente no podía dormir.
Porque si lo hacía... las pesadillas terminarían por devorarlo.
Poco a poco, pedazo por pedazo, se llevarían todo, cada parte de su alma, de lo que lo convertía en un frágil ser humano. Lo destruirán y no quedaría nada reconocible de lo que alguna vez fue.
Aleksander Volkov: un experimento, una rata de laboratorio.
Un fenómeno.
Y aun así, lo único que evitaba que sus hermanos fueran arrastrados a las profundidades del infierno.
Alek contuvo el aliento mientras ingresaba a la cámara de presión, una especie de nave horizontal recubierta por un techo curvo de metal. Era la primera vez, después de tantos intentos fallidos con otros humanos, que Alek era elegido para el experimento.
Los doctores, casi engullidos en trajes de bioseguridad blanquísimos, en los cuales lo único visible eran sus ojos saltones; le indicaron la posición en la que debía acomodarse, los segundos que se supone que tenía que durar dentro (gracias a sus cambios genéticos), y las posibilidades que existían de que su cuerpo no explotase en pedacitos.
No tantas como a Alek le hubiese gustado.
Bonita manera de empezar el día, pensó.
El olor a hierro y desinfectante, nauseabundo y familiar, le comunicó que el proceso estaba cerca de comenzar. Los párpados le pesaban, pero se forzó a mantenerse despierto. Sabía que si tenía el atrevimiento de dormir, siquiera por unos segundos, las pesadillas lo iban a atacar nuevamente.
Y Alek estaba harto de ellas, harto de que la oscuridad lo consumiese.
—Me comentaron que la anestesia no funciona en el sujeto 321, ¿es eso cierto? —dijo uno de los hombres de blanco a su compañero.
—No, no hay forma de lograr que cierre los ojos. El sujeto se rehúsa —respondió otro, al tiempo que apretaba unos botones con números sobre la cámara de presión, los indicadores de potencia.
El doctor negó con la cabeza, una sonrisa estupefacta pintaba sus labios.
—¿Estás seguro que podrá resistirlo? Se ve débil.
Alek odiaba que hablasen de él como si no estuviese también con ellos en el laboratorio, pero estaba tan acostumbrado que en cierto punto le dejó de importar que lo hicieran.
—Podrá, estoy muy seguro de ello. El sujeto 321 es uno muy especial, es uno de los favoritos del superior —El doctor cerró la cabina metálica donde se ubicaba el muchacho rubio, la pequeña ventana traslúcida se llenó de un vapor helado—. Hay rumores de...
—¿Rumores?
—Sí, rumores —Alek gritó, sus quejidos fueron sofocados por el chirrido de la máquina platinada—. De que es uno de ellos.
—¿De los portadores del Cao- —Antes de que pudiese finalizar la oración, otro de los doctores lo obligó a mantenerse en silencio.
Los pulmones de Alek estaban cerca de colapsar, la presión atmosférica dentro de la cabina se incrementó, segundo tras segundo; el aire se filtraba por sus fosas nasales y era absorbido por la inclemente presión, como una aspiradora que atraía todo elemento inmaterial a las garras del vacío. Ya no pudo respirar, apoyó su peso sobre las palmas de las manos, en un intento por sentir un dolor diferente al de su cuerpo siendo destrozado.
Por unos momentos, el humo helado desaparecía y Alek podía recobrar el aliento, pero luego el nivel de la atmósfera se elevaba más y más. El frío se colaba hasta el interior de su pecho y se asentaba en lo profundo del corazón, como una especie de venganza artificial por cada uno de sus pecados.
Gritó y gimió de dolor, una y otra vez, hasta que su garganta le ardió por el esfuerzo. Pero nadie lo escuchaba, a nadie le importaba.
Los hombres de blanco susurraban cosas que Alek era incapaz de comprender, por momentos lo señalaban y sonreían con satisfacción, con orgullo del gran trabajo que habían realizado: del monstruo resistente que habían creado.
Por su parte, Alek estaba sintiendo a detalle la forma bizarra en que cada uno de sus órganos se removía y vibraba, como si se estuviese cocinando una extraña sopa en su estómago.
En cuanto estuvo a punto de apretar el botón dorado, justo encima de su cabeza, para que el experimento parase. Los doctores se adelantaron y la cabina metálica dejó de emitir ruido alguno. La abrieron y retiraron el adolorido cuerpo de Alek con delicadeza, lo colocaron encima de una de las camillas de color crema (como todo en el laboratorio) y le aplicaron otra inyeccion, esta vez, una regenerativa.
Alek bufó por el incremento acelerado de energía en sus venas, su respiración se regularizo. Las heridas en su pecho y rostro empezaron a cicatrizar a una velocidad abrumante, pero no sorprendente para él.
—Buen trabajo, sujeto 321. Es todo por esta mañana —Uno de los doctores se retiró los guantes quirúrgicos y los depositó en el cajón crema de su escritorio. Hizo una señal a los demás para que hicieran lo mismo—. Por la tarde, dirígete al Ala Oeste, hoy es dia de las pruebas mentales.
Alek asintió casi de forma automática. Los hombres se retiraron por la mampara de cristal y se deshicieron de sus trajes de protección para proceder con la desinfección total.
Cuando el muchacho ya no pudo verlos, soltó un suspiro cargado de alivio y angustia, producto del huracán de emociones inconexas que percibía a diario. Recostó la cabeza sobre el respaldar de la camilla y pasó su mano temblorosa por los cabellos rubios.
Sus ojos comenzaban a aguarse.
Escuchó el roce de unos deditos sobre el pomo de la puerta, luego, una voz dulce y amical, dirigiéndose a él.
Se limpió las lágrimas con la manga de su bata rápidamente.
—¿Alek? ¿Estás bien? —cuestionó Mika acercándose a tropezones a donde se encontraba su hermano.
Llevaba una etiqueta de papel anidada al cuello, como una especie de collar, se distinguía el número 320 en este. Su identificación personal.
Alek evidentemente no estaba bien, pero eso no tenía porqué saberlo Mika.
—¡Hey! Me siento genial, ¿y tu campeón? ¿Cómo te fue en la prueba de hoy?
—No me fue mal ¡Me regalaron una paleta roja por portarme bien!
Alek intentó levantarse, pero sus músculos le rogaban que permaneciera quieto. Aun así, se estiró lo suficiente para acariciar los mechones dorados de la cabecita de su hermano.
—¡Fantástico! Sé cuánto te gustan las paletas rojas. Las amarillas apestan ¿no es así?
—¡Sí! Saben a medicina, Buack.
Ambos se miraron con complicidad y soltaron una risilla.
Alek se palpó el pecho, el aire gélido se deslizaba y lo abandonaba, dando paso a una tenue calidez, un cambio tan repentino que por poco se desmayaba. Mika le observó las muñecas, rojizas por haberlas aplastado con el peso de su cuerpo en la máquina chirriante, y moradas por la acumulación de hematomas pasados.
El ardor de la herida le confirmó que sus manos adormecidas aún no se habían convertido en carne podrida.
—Déjame intentarlo, he practicado mucho —susurró Mika y entrelazó sus pequeños dedos con los de su hermano, una energía caliente se desparramó a través de ellos—. ¡Lo ves! ¡Te dije que podía!
La contusión empezó a cicatrizar, lenta pero alentadoramente indolora. La carne seca y descamada se deshizo en un polvillo transparente, lo suficiente como para ser reemplazada por una capa de piel nueva, y aun así, áspera.
Mika liberó una exhalación, luego dos, hasta que su aliento formó copos amorfos de vapor. Su cuerpo empezó a temblar.
—Hey, basta... —Alek intentó apartarlo, pero el niño no tenía intenciones de moverse—. Basta, Mika ¡Ya para! Te dije que esto era peligroso.
Mikaela se tambaleó por unos segundos, hasta que pareció encontrar el equilibrio sobre las baldosas cremas del laboratorio. Sonrió con más fuerza que antes.
—¡Te dije que podía curarte! Lo viste... yo también puedo ser útil, como Sayri y los demás.
—¿De qué hablas? Mika, todos somos útiles. No estarás escuchando las estupideces que dicen los Naviis, ¿verdad? —Atrapó a su hermano en un abrazo—. Oye, ¿quieres que te cuente un secreto? —Mikaela asintió, sus pupilas se dilataron levemente—. Sigo aquí gracias a ti, Mika, tú me salvaste. Y lo sigues haciendo todos los días.
—¿Salvarte?... ¿Yo?
—Sí, recobro energías cuando te veo, cuando sonríes... sí, justo así —El niño rio—. Es en esos momentos donde recuerdo porqué debo luchar, el por qué debo seguir con vida... por ti, por nuestra familia.
Porque sé que algún día saldremos de aquí, pensó Alek.
Los ojos de Mika se empaparon de gotitas saladas y sollozó a su lado, le murmuró que lo quería y que siempre estarían juntos. Alek acarició su espalda y lo sostuvo un buen rato, lo suficiente como para estar seguro de que si lo soltase, él no desaparecería.
—¿Dónde están Sayri, Blair y Biel? ¿Aún no terminan sus pruebas? —preguntó el mayor en cuanto se separaron.
—Creo que no, no los he visto... ¿Podemos buscarlos juntos? —Mika tomó la mano de Alek y la jaló suavemente, sus orbes marrones inundados en estupor y alegría.
—Sí, claro. Pero antes, ¿no olvidas algo?
El pequeño lo miró con una pizca de confusión, Alek señaló su frente con el dedo índice.
—¡Ah! ¡Mi beso de los buenos días! —Mika se inclinó con una sonrisa y su hermano le depositó un beso en la coronilla—. ¿Ahora sí podemos irnos?
Alek se levantó pesadamente de la camilla y observó por última vez la cámara de presión, casi pudo sentir como sus pulmones se encogían del terror. Y pensar que tendría que repetirlo todo al día siguiente...
Negó con la cabeza, no quería ni imaginarlo.
Los pasillos del laboratorio eran blancos y silenciosos, perfectamente asépticos. El Ala este, donde se realizaban las pruebas más complejas, se dividía en una salilla central —repleto de personas esperando su turno para ser estudiadas—; y en una hilera de 33 habitaciones cerradas, separadas por muros de concreto. Cada una con máquinas y elementos médicos distintos, algunas con tubos líquidos que contenían fetos genéticamente modificados, otras con criaturas adultas que habían mutado, producto de la unión de cromosomas humanos y de monstruos del desierto.
Los doctores se paseaban atareados de una habitación a la otra, unas veces arrastrando niños sin vida en las camillas, otras, con muchos cuerpos ocultos en jaulas oxidadas, carne fresca recién extraída de los gremios.
Esos cuerpos demacrados, cuartos grotescos, y pasadizos estrechos hacían del edificio médico un almacén de males. Todas las enfermedades estaban ahí, todos los olores mezclados con lejía, toda la decrepitud que Alek sabía que también le llegaría algún día. A veces, sentía náuseas, otras pena, y algunas un ligero trastorno porque era consciente de que no podía vivir ahí y seguir siendo el mismo.
A lo lejos, en el centro de la salilla, la imagen de un Dios vikingo —el padre de todos— estaba retratado en un cuadro holográfico, con sus caractertisticos cuervos negros al lado. Parecía flotar entre los cuerpos sudorosos de los sujetos de experimentación que se acercaban para rezarle a diario. Esos humanos dañados que pedían un milagro, que caminaban sobre rodillas despellejadas y se arrastraban por el suelo entre lágrimas que se extinguían rápidamente por el calor.
Aleksander había dejado de pedirle cosas hace mucho tiempo atrás.
Mika y Alek se apresuraron a salir del recinto, las paredes cremas solo les traían malos recuerdos. En cuanto percibieron los rayos del sol de Rog en el rostro, sonrieron y estiraron sus huesudos brazos al mismo tiempo, como una especie de ritual mágico. Si se extendían lo suficiente, quizás, podrían volar para ser libres.
La arena se enfrascó en sus pies desnudos, Mika soltó un aullido por el reciente ardor. Alek lo miró apenado, él ya se había acostumbrado a ese tipo de dolor.
Cruzaron el desierto en la carrera usual para verificar quién era el más rápido de los dos. A unos pocos kilómetros del centro de experimentación, se ubicaba el gran edificio rojo que habitaban los niños y adolescentes con vida del gremio. Alek y su pandilla se alojaban allí.
Los ventanales fragmentados reflejaban el brillo oscilante del sol como un espejo maltrecho, mientras que la suciedad acumulada en los rincones del recinto daba la impresión erronea de que la pintura había terminado por oxidarse a causa del tiempo.
Alek y Mika dieron un trago amargo y entraron por uno de los huecos de la planta baja.
—¿Crees que estén aquí? —preguntó el más pequeño en un susurro.
—Sí... hoy les tocaban las pruebas mentales. Tienen que estar aquí.
Esa clase de exámenes solo podía ser realizados en secreto, lejos del centro oficial de experimentación, con solo unos pocos médicos al tanto de ello. La crueldad que implicaba realizarlos era muchas veces mayor al de la cantidad de valores éticos y sueños que estaban dispuestos a sacrificar.
Aleksander llamó el nombre de sus amigos, casi hermanos, una y otra vez. Pero la quietud del lugar le produjo escalofríos.
El lugar en sí mismo era horrible:
Paredes cremas con grietas y agujeros por donde a veces aparecía alguna criatura diminuta; el techo con goteras de agua negruzca que formaba charcos en el piso, la construcción circular, habitaciones pequeñas con una o dos literas. En una esquina, un colchón apestoso y unas sábanas sucias ofrecían manchas descoloridas sobre diseños que ya era imposible reconocer.
La puerta principal era de metal y un poco más arriba, una ventana también circular parecía un ojo gigante que vigilaba a quienes estaban dentro de las habitaciones. Alek sabía a quién le pertenecía ese ojo.
Observó una de las puertas corredizas y el grabado en papel que había en la parte superior de esta. Se leía: habitación de Alek y su pandilla, no entrar a menos de ser Alek o su pandilla. Sonrió ante la tonta ocurrencia de Sayri de colocar eso allí.
Aleksander frunció el ceño al pensar en sus amigos. Ellos, al igual que Mika, fueron concebidos entre sustancias tóxicas y cuerpos esqueléticos. Nacieron viejos, mayores, usados. En cuanto fueron descendidos, sabían que los Naviis los iban a depositar en ese cuarto de madera con otros niños igual de viejos que ellos, igual de deformados y contaminados.
No existía la redención, estaban marcados por Rog y sus mecanismos de control, esos mecanismos que debían aprender y memorizar: las horas de comer, las horas de dormir, las horas de llorar, las horas de gritar bajo los efectos de la experimentación. Las horas de vivir.
De repente, Mikaela soltó un quejido casi imperceptible mientras señalaba con el dedo una de las camas.
—¡¿Sayri?! —El cuerpo delgado de la muchacha se encontraba tendido boca abajo sobre las barras de metal. La sangre escapaba, espesa, por el orificio de su nariz y empapaba sus labios plagados de diminutos lunares marrones.
Alek se acercó corriendo y casi tropezó con otros dos cuerpos regados en el piso.
—¡¿Blair?! ¡¿Biel?! ¿Qué demonios es esto?
Los hermanos mellizos tenían raspones en sus rostros bronceados y oscuros, mientras que sus ojos estaban abiertos y completamente blancos, como si se les hubiese extraído el alma.
Mika comenzó a sollozar en silencio.
Siempre hubo riesgo, ellos eran conscientes de eso. Desde el instante en que pisaron Rog, supieron que su vida jamás volvería a ser la misma. Que podrían extinguirse en cualquier segundo, como la humedad de la lluvia en el desierto más cruento.
Una risa alborotada resonó en la habitación. Le siguieron dos más.
—¡Ja! ¡Debiste ver tu cara, Alek! —rio la muchacha, incorporándose de la camilla de un salto— ¿Ibas a llorar como un bebé?
—Que-
Los mellizos se removieron y estallaron en carcajadas. Mikaela los miró con desaprobación.
—¡Aviso! ¡Fue todo idea de Sayri! —anunció Biel, mientras su hermana asentía rápidamente—. Yo apostaba a que no te lo creerías.
Sayri carraspeó mientras extendía la mano, Biel suspiró y le depositó un pedazo de pulpa crujiente en la palma.
—¡Sí! Gané como siempre, ju ju —La morena se limpió la sangre de la nariz con un pañuelito gris—. ¿Qué otra broma te gustaría la próxima vez, Alek? ¿Tal vez debamos meter una criatura del desierto aquí para que sea más creíble?
Alek se frotó la sien lentamente. A pesar de todo, no podía enfadarse con ellos.
Eran niños. Y él debía protegerlos.
—Muy graciosa, Sayri —avanzó hacia ella y le arrebató el pañuelo para continuar quitándole las gotitas rojas restantes—. Pero no vuelvas a hacer algo así, por favor. Uno nunca sabe cuándo...
—¡Bah! Ahora estás hablando como un anciano. Es porque te juntas mucho con el superior horrendo ese.
—¿Te refieres al supervisor del Ala médica oeste? Sí, hablo con él para evitar que —Señaló la sangre y a los mellizos en el piso—, esta clase de situaciones se hagan reales.
Blair y Biel hicieron silencio, y se lanzaron a abrazar al rubio mayor. Mika hizo lo mismo.
—¡Ah!, si, abandónenme y échenme la culpa. Por eso son mis favoritos —rezongó Sayri.
Aleksander extendió los brazos hacia ella y la animó a acercarse al abrazo grupal. La muchacha rodó los ojos con una sonrisa y apretó suavemente los cuerpos de sus amigos bajo el suyo.
Todos exhalaron bajo la calidez que emanaban y la dulce sensación de que estaban unidos de por vida.
Juntos, hasta la eternidad y lo que se esconde mas allá.
—Me hubiese gustado abrazar al chico de ojos bonitos y a Melinòe... —murmuró Mika, pero luego se arrepintió–. ¡Ups! No se supone que diga nada.
—¿Chico de ojos bonitos? ¿Melanina? ¿Y esos quiénes son? —Sayri se separó y observó a Alek con los brazos recargados en el pecho.
—Mika... —reprendió Alek y dirigió su atención a la muchacha—. No son nadie, nadie importante en todo caso.
—¿Ah, no? ¿Y por qué te sonrojas? —chilló Biel, mientras que Blair asintió rápidamente.
—¿Sonrojarme? —El rubio mayor ocultó su rostro entre sus manos y le dio la espalda al grupo—. Es por el calor.
Sayri se inclinó hacia Mika y le susurro algo en el oído. Acto seguido, le comenzó a hacer cosquillas en todo el cuerpo, el niño rió y le suplico que parase.
—Sayri, ¿qué haces? Suéltalo, por favor.
–¡No! —La morena esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. No hasta que nos cuentes lo que ocultas.
Mika lo miró con los ojos brillosos y le pidió perdón entre carcajadas.
—No es nada, chicos. Lo digo en serio.
—¡Vamos, Alek! No seas aguafiestas ¡Cuenta, cuenta! —Blair y Biel se abalanzaron hacia él y se aferraron a cada una de sus piernas.
Ellos no sabían de las pesadillas, no debían saberlo. Alek lo prefería de ese modo, no quería preocuparlos en la medida de lo posible. Entonces, ¿como explicaría el extraño encuentro que tuvo hace unos días?
El aún los veía en sueños, a Larss y Melinòe, junto a un par de desconocidos más. Todos ellos vestidos de gala y con máscaras blancas. Cada noche, si se atrevía a cerrar los ojos, los escuchaba gritar desde lo profundo de un pozo. Estiraban sus manos por ayuda, pero cuando Alek llegaba, ya era muy tarde. Una criatura verde y escamosa emergía del subsuelo y se los tragaba. El bucle se repetía, una y otra vez, hasta que él despertaba en su habitación sumamente empapado en sudor y lágrimas.
Fue así como los reconoció en primer lugar. Semanas antes de lo sucedido, Alek empezó a soñar con una niña perdida en el bosque negro, con heridas abiertas y una sombra vaporosa que la perseguía sin cesar. Vio a Mika guiándola hacia Rog; incluso, fue testigo de su propio encuentro con ellos en el desierto.
Es por eso que ordenó a Mika buscarla aquel día, sospechaba que su visión debía hacerse realidad a toda costa.
Aun así, desde lo más hondo de su alma, esperaba que la nueva pesadilla no fuera un anuncio del inminente futuro: de la muerte de Larss y Melinòe.
Porque si ese era el caso... jamás se perdonaría no hacer nada para evitarlo.
No los conocía mucho, pero Alek era el tipo de persona que nunca dejaría a alguien desamparado, sin importar del monstruo del que se tratase.
Tomó una gran bocanada de aire y dio un resumen rápido de lo que había consistido su encuentro con la pareja de pelinegros en el desierto.
A medida que brindaba su relato, los rostros de sus amigos se contorsionaron entre sentimientos de alegría, curiosidad y extrañeza.
—Entonces, ¿debo fingir que eso no fue una tontería? —empezó Sayri con un regusto amargo en los labios—. ¿Cómo sabes que no eran espías? Quizá sólo vinieron para hallar a alguien como tú, un portador.
—No, no eran espías.
—¿Y cómo podrías saberlo, Alek?
—Sólo lo sé.
—Pero, tal vez ellos...
—Por favor, no sigamos con el tema. Ya pasó, no volveré a verlos.
A pesar de haber dicho eso, Alek ya estaba maquinando un plan para reunirse con ellos nuevamente y salvarlos del cruel destino. El problema era cómo haría para que la pandilla no se enterase...
Mika lo miró y asintió, como si ambos estuvieran pensando lo mismo.
—¿Hoy no seguiremos buscando al Pishtaco*? —anunció con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Ah! ¡Sí! Tenemos que cazar a ese malnacido come grasa —declaró Biel y movió los brazos de arriba a abajo, simulando tener una espada.
—Eso dices, pero cuando lo ves huyes como un cobarde.
—¿Cobarde, yo? ¡Jamás! Soy el escudero de la princesa Sayri, yo la protegeré.
Sayri lo escuchó y lo apartó de un empujón.
—¿Un escudero sin escudo? Que los dioses nos salven.
—Bien, bien, dejémonos de juegos —Alek agarró su carcaj de flechas escarchadas y se lo colocó en la espalda—. Vamos a por el Pishtaco.
—Uy, me encanta cuando te pones serio de repente. Te queda bien —Sayri soltó una risilla nerviosa.
—¿Papá y mamá van a besarse? —dijo Blair en lenguaje de señas.
Sayri casi se atraganta con su propia saliva.
—¡No! ¡No! Ya te dije que no nos llames así. Y pff, ¿yo? ¿Con Alek? Ya quisiera él —Blair le leyó los labios e hizo una mueca de tristeza.
—Bueno... voy a atribuir esto a la falta de desayuno —susurró el rubio mayor—. Ahora sí, ¡en marcha! Hay un come grasa que debemos destronar.
El grupo entero sonrió, empacaron sus armas caseras y se retiraron por el mismo hueco mohoso por el que habían entrado por primera vez hacía tantos años.
...
*Pishtaco: personaje mitológico de la tradición andina, especialmente en Perú. Mata a sus víctimas a fin de extraerles la grasa para venderla a terceros o utilizarla con fines medicinales, industriales o técnicos
¡Buenas noches, queridos lectores!
¿Cómo se encuentran el día de hoy?, ¿qué les ha parecido el capitulo de hoy?
¿Muchos personajes nuevos, eh? Bueno, les aseguro que serán muy importantes en el futuro cercano de la trama<3
¡Las preguntas del día!
¿Qué creen que sea Alek?, ¿les agrada?, ¿logrará reencontrarse con Larss y Melinoe?
¡Los leemos en los comentarios!
Nos vemos en el siguiente capítulo, manténganse hidratados y no olviden que El Viejo los observa.
BinnieOut
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