IV
Capítulo IV
Loú Kheels
Año: 233 D.M
21 horas previas al Fuovlem
Ciudad: Vicus
Loú odiaba mentir.
Ni siquiera era buena en ello, a pesar de estar envuelta en una flagrante red de engaños constantemente.
No era su especialidad, a diferencia de cierta persona...
—Hoy estás un poco distraída, ¿no? —El hombre frente a ella la tomó en sus brazos y le depositó un gentil beso en la coronilla.
Él parecía comprender de inmediato cuando algo o alguien la atormentaba. Sabía exactamente cómo hacerla sentir mejor, qué palabras surtían efecto y cuáles no, casi como si leyese su mente.
Loú, por su parte, amaba sentirlo cerca, percibir su delicioso aroma a lavanda y presunción desmesurada, saber que él también la amaba...
A ese hombre:
El hombre que no era Henry, su esposo.
—No, estoy bien —contestó.
—¿Realmente lo estás? Sabes que no debes fingir aquí —El individuo intentó acortar la distancia entre ambos, llevó sus manos hacia las mejillas de Loú y las acarició tiernamente.
—No finjo, estoy bien.
—Uhm, ¿debería obligarte a confesar? —soltó una pequeña risa. A Loú no le dió gracia.
—Cambiando de tema, ¿por qué te ves así hoy? Luces... raro.
—¿Raro? ¿Yo? ¡Oh!, ¿Te refieres, quizás, a este bonito uniforme de militar que no robé en absoluto? Creía que me hacía ver sexy... —El hombre hizo un puchero mientras le apretaba la cintura.
—No podré tomarte en serio si sigues usando el atuendo de los Naviis —expresó disgustada.
¿Cómo se supone que iba a mirarlo y pasar tiempo con él, si cada vez que lo hacía recordaba los gritos y órdenes de los militares safirianos?
Qué asco, pensó Loú.
—Ya entiendo —El hombre susurró débilmente en su oreja izquierda. Se incorporó de repente y acercó sus labios peligrosamente a los de ella. Sólo unos centímetros los separaban—. ¿Deseas que me lo quite?
El rostro de Loú enrojeció con violencia.
—Pero que imbécil eres —Lo apartó rápidamente con un empujón no muy suave.
—¡Ja! ¿Por qué tienes que ser tan difícil? Bueno, eso fue lo que me atrajo de ti en primer lugar... —El hombre sonrió de lado. A pesar de los constantes cambios de atuendo a los que se sometía para asistir a las "reuniones" con Loú, acostumbraba a usar el mismo estilo de peinado. Hoy, extrañamente, también el mismo rostro.
La castaña parecía no reaccionar en absoluto. Algo diferente al atractivo joven frente a ella ocupaba su mente.
—¿Es por Melinòe? ¿Está todo bien con ella? —El hombre se desabotonó cuidadosamente la camisa raída. La... hija de Loú era un tema constante en las "reuniones" semanales. No le molestaba en absoluto, en realidad, disfrutaba charlar sobre aquella niña.
—Esta bien. Asiste al Ilithium y no suele quejarse mucho...
El hombre asintió, visiblemente aliviado.
—¿Entonces? No veo el inconveniente, preciosa —Loú lo miró de reojo.
—Aborrezco tener que mentirle —soltó rápidamente, como si mencionar aquellas palabras en una oración le provocase un extraño caso de quemazón en los labios.
—¿Uh? ¿Y el motivo? No es como si fuese la primera vez que lo hicieras.
—Ella algún día lo descubrirá. Lo descubrirá todo... tú más que nadie deberías saber el porqué.
El joven enarcó una ceja de forma sarcástica.
—¿Y qué si lo hace? ¿No es mejor para nosotros?
Loú estaba claramente hastiada.
—Ella... No sé si podrá lidiar con la verdad. Estoy preocupada, Lo-
El hombre cubrió súbitamente la boca de la castaña con sus manos. Ella pegó un pequeño brinco.
—No digas mi nombre, preciosa; podrían estar escuchando. Él podría estar observando.
Loú retiró la mano y lo golpeó no tan sutilmente en el antebrazo.
—Me asustaste, idiota.
...
Loú se acomodó rápidamente el traje violeta. Planchó con los dedos los rizos rebeldes de su cabello y trató de verse lo más decentemente posible.
Después de una larga —cabe resaltar, nada fructífera plática— y unas cuantas actividades más placenteras, decidió que era momento de regresar a casa.
El hombre yacía plácidamente acostado a su lado, el pecho subía y bajaba al ritmo de su lenta respiración. Lou observó el lugar donde su cabello oscuro se rizaba en la nuca y el tatuaje en su espalda se extendía a lo largo de las costillas.
Detalles que se había aprendido de memoria.
Loú no tenía idea de cuántas veces había reflexionado sobre lo increíblemente tentador que le resultaba verlo en esa posición. Tan hipnotizante...
Y silencioso.
A veces le gustaría que permaneciese así por siempre. Ambos, en la misma habitación, en el mismo mundo.
Sin nadie que pudiese interrumpirlos o detenerlos. Sin nadie más que ellos y el amor que se profesaban.
Pero esa no era la realidad, ni podía serlo.
Cuanto antes la aceptase sería menos doloroso, se autoconvenció.
Loú poseía una responsabilidad, no sólo con su gremio y líderes. También con su familia. Tenía un papel que cumplir en la sociedad, como regente de las Althonas, como esposa... y como madre.
El destino ya había sido escrito, y en este no figuraba pasar el resto de sus días junto al amor de su vida.
Ella lo sabía, ¿pero por qué era tan difícil soportarlo?
Lo miró una última vez antes de cerrar la puerta de madera. El pecho se le estrujaba poco a poco.
Era mejor si no lo levantaba, odiaba las despedidas.
La frescura del viento arremetió contra la calidez de su cuerpo en cuanto pisó el exterior. La pasó de maravilla, pero por alguna extraña razón, sintió como cada uno de sus músculos volvía a tensarse.
No hace mucho, el hombre había intentado masajear a Loú para calmar sus nervios. Por supuesto, no funcionó. Jamás lo hacía, pero Loú adoraba ver como se esforzaba por apaciguar su dolor.
Sonrió inconscientemente.
Las calles de Vicus estaban abarrotadas de personas muy ocupadas y ansiosas. El Fuovlem era el principal motivo de ello. La gran festividad anual que conmemoraba el día en que se formó el régimen oficialmente.
Hace 233 años con exactitud, los sobrevivientes de la Hecatombe se reunieron en lo que antes fue el norte de "Suiza". Convocados por el llamado de los 13.
Muchos individuos no fueron capaces de superar las pruebas y llegar a este territorio, especialmente aquellos que venían de muy lejos. Por lo que su destino se redujo a morir lentamente a manos del dióxido de uranio y demás gases radiactivos que pululuaban en la atmósfera.
Los MusGravité habían construído una especie de fortaleza recubierta por una cúpula invisible (la cual aislaba todo tipo de químicos tóxicos) y la segmentaron en 5 partes por gigantescas murallas de piedra caliza. La denominaron Dhïvenet, y a las divisiones, gremios.
Es así como, en base del valor que podrían otorgar al régimen, seleccionaron 70000 personas de las 10 438 350 (cifras oficiales) que lograron llegar al centro. Estas no sólo se encargarían de repoblar la humanidad, sino también de velar por el orden y buen funcionamiento de la nueva sociedad.
Intelecto, habilidad, diplomacia, resistencia física y obediencia. Eran cualidades primordiales para poder ser aceptado en el régimen. Es por ello que se negó la entrada a los que no poseían talento alguno o mostraban señales de rebeldía.
Por supuesto, lograr la perfección y armonía que añoraban los 13 era una tarea sumamente compleja. Sabían que, incluso, si filtraban y discriminaban el ingreso, siempre habría una oveja que corrompiera al rebaño. Y como un juego mortal de dominos, todo su plan se desmoronaría.
Consideraron la posibilidad de asesinar a cualquiera que levante la voz en su contra. Pero eso desataría el caos. El miedo estaba bien, pero el caos...
Era el principal enemigo de todo gobierno autoritario.
Con el propósito de evitarlo, decidieron crear ROG. Un centro ubicado en la península de Dhïvenet, en el límite entre Vicus y el mundo del más allá. Un lugar infestado de criaturas monstruosas, de experimentos humanos fallidos (todo en pos de la modernidad), de basura y agonía absoluta.
Nadie que entrase a ROG salía jamás. Al menos, no con vida.
Aquellos individuos, sin importar el gremio del cual proviniesen, que vulnerasen alguno de los 13 sagrados mandamientos, o incitasen —directa o indirectamente— a que otro lo hiciera, serían descendidos de forma inmediata.
Descendidos a la miseria, condenados a pasar el resto de horas que les quedaban rodeados de cadáveres e inmundicia. En el basurero humano más grande que jamás haya existido: en ROG.
Este era un asunto que atormentaba a Loú usualmente. Si un Navii, siquiera una sola vez, descubriese que ella dejaba los labores a manos de su subordinada para ir a serle infiel a su esposo, la pareja que los MusGravité le escogieron, su destino estaría sellado. Ella y Melinòe serían descendidas.
¿Y por qué Melinòe? Bueno, los Naviis argumentarían que la niña debió haberse dado cuenta y denunciado a su madre. Y como no lo hizo, es cómplice del engaño, o en su lugar, muy estúpida. De cualquier forma, inservible para el régimen.
Así, ambas morirían.
Los dientes de Loú castañearon, percibió como una corriente fría le soplaba en la nuca.
Su cuerpo entero comenzó a temblar, presa del pánico.
—No. No aquí... no frente a tantas personas —susurró para sí misma repetidas veces.
No.
No.
No.
No podía tener un ataque de nervios de nuevo.
Trató de sujetarse con ambos brazos suavemente, como le había enseñado su amado, para tranquilizarse.
No funcionó.
Las personas que transitaban se detuvieron de repente y la observaron. Algunos murmuraron cosas que Loú prefirió no escuchar, otros reaccionaron con temor, la mayoría con repugnancia.
Pero ninguno intentó ayudarla.
Percibió como un calor abrasador se concentraba en las puntas de sus dedos. Casi pudo sentir las chispas luminosas en todo su cuerpo, hirviendo, cercenándola por dentro.
Iba a explotar.
Se aferró con más fuerza, las uñas se clavaron en sus brazos, la sangre comenzó a chorrear. No sentía dolor.
Sentía miedo.
Se forzó a mantenerse de pie y ocultar el inminente temblor de su propio ser.
Observó un callejón desolado a la distancia, supo que debía dirigirse allí antes de que llegara algún Navii.
Tenía que escapar de las miradas, tenía que escapar de sí misma.
Los faroles amarillentos, dispuestos a lo largo de toda la manzana, se encendían y apagaban velozmente mientras la castaña caminaba, como si se tratasen de estrellas tintineantes. El azul oscuro de la cúpula se alzaba frente a la aglomeración de personas, todas ellas portando atuendos violetas, derramando sudor.
Estaba anocheciendo...
Debía llegar al centro de las Althonas antes de que fuera demasiado tarde.
A unas calles de ese lugar, las personas continuaban trabajando arduamente en el festival de mañana. Las carretas de madera rolliza eran transportadas, los escenarios perfeccionados, y el inmenso cartel violeta que daba la bienvenida a los MusGravité (a pesar de que nunca venían personalmente) estaba siendo colocado en medio de la plaza. Se trataba de una imagen borrosa de 13 individuos dispuestos a lo largo de una mesa. En el centro de esta, se encontraba una versión holográfica del planeta tierra con una carita sonriente y las manos levantadas en señal de celebración.
"Bienvenidos a Vicus, sagrados padres del régimen", se leía.
Por suerte, Loú ya se había encargado de realizar los preparativos necesarios para el Fuovlem. Muchas de las cosas que los ciudadanos colgaban y usaban fueron diseñadas por ella. Pero nadie lo sabía.
Igualdad, lo llamaban los Naviis.
Una vez en el callejón, se aseguró de estar completamente sola y dejó que sus piernas cedieran. Recostó la espalda en la pared helada, el viento meció su cabello con lentitud. Sus ojos comenzaron a aguarse; mientras que los labios, agrietados por el frío implacable, vibraban al mismo ritmo que su corazón.
Se obligó a calmarse y tragó sus lágrimas. Ella era Loú, Loú Kheels. Estos ataques no podían superarla, no podían destruirla.
No debían.
Era fuerte, tenía que ser fuerte.
¿Verdad?
—¿Loú?
Abrió los ojos con fuerza.
Movió la cabeza hacia ambos lados, estaba segura que no había nadie en esa calle. No a esa hora.
¿Entonces quie-?
—Loú, soy yo. Lamento si te asusté —La voz resonó en su cabeza como si se tratase de un eco. Pero no era la voz de Loú. El sonido se disparaba en lo profundo de su mente y escapaba precipitadamente.
—¿Lawrence?
—Sí, ¿cómo te encuentras?
—¿Dónde estás? ¿Por qué me estás hablando?
—No estoy allí, por si te lo preguntas. Continúo con la misión —La voz del joven era suave, casi dulce, de no ser por lo grave y rasposa que se tornaba en ocasiones. Aun así, se acomodaba fácilmente en los oídos de Loú.
Era una voz que la había acompañado toda su vida. La voz de su único y mejor amigo.
Telepatía, adivinó Loú. Se estaba comunicando con ella de esa forma.
—No tienes porqué hablarme. Sólo concéntrate en lo que debes hacer.
—Sentí tu ritmo cardíaco dispararse hace un segundo —El joven hizo una breve pausa y soltó un suspiro—. Me preocupé mucho. ¿Está todo en orden?
—Eso no tiene porqué importarte. Concéntrate en tu misión —repitió casi de forma automática.
Ya había tenido esta clase de pláticas con Lawrence, siempre las mismas. Loú sufría un ataque y él saltaba en su mente a interrogarla. A asegurarse de que ella estuviera a salvo.
—¿Ah? Estoy concentrado. Mi presa no escapará —El joven bajó el volumen de su voz, el tono se hizo aún más suave, parecía ligeramente avergonzado—. Además... todo lo que me importa eres tú.
El corazón de Loú se paralizó por un instante.
Sus mejillas, salpicadas de pequeñas pecas, se pintaron de un delicado rosa.
—No digas estupideces, ella no es tu presa —La castaña prefirió ignorar la última frase del joven.
—¿No? A mí me parece que sí. Se mueve y habla como una. Siendo honesto, es un poco tonta...
—No lo es.
—Ja, ja. Olvidaba cómo te gusta contradecirme —Loú casi podía sentir la sonrisa que se había formado en los labios del joven—. En fin, sólo quería saber cómo estabas... ¿Has tenido un ataque de nervios? ¿Te has hecho daño?
Loú observó sus brazos ligeramente ensangrentados, los cubrió con el mullido abrigo violeta.
—Estoy bien.
—No suenas bien —Lawrence soltó un gruñido—. Si te has lastimado puedo ir de inmediato, sabes que si me necesitas, yo-
—No te necesito, Lawrence —lo cortó rápidamente.
Ahí estaban, esas palabras. Las que sabía que más le dolerían.
Loú no lo pensó mucho, sólo quería deshacerse de él para poder dirigirse a su destino. Por cómo iban las cosas, el joven la haría llegar tarde.
Silencio.
Fue casi como si la línea con la que se comunicaban hubiese sufrido una interferencia. Lawrence no respondía.
Loú casi pudo vislumbrar sus ojos dorados observándola fijamente, intentando leerla, analizarla.
—Lo sé —contestó finalmente—. Pero eso no impide que me preocupe por ti. Siempre lo haré.
Loú comenzaba a hartarse.
—Ya. Creo que ahora tienes otras prioridades, ¿no? Enfócate en esas. Déjame en paz.
La muchacha escuchó como Lawrence carraspeó del otro lado.
—No intento fastidiarte —declaró, su tono de voz se tornó rasposa—, quiero que estés bien. Sé que tus ataques pueden ser muy peligrosos.
—¿Cómo está Melinòe? ¿La estás observando ahora?
Loú se levantó del pavimento y limpió el polvo gris que se había alojado en su ropa rápidamente.
—Entonces cambiarás de tema... —Lawrence pareció dudar un segundo antes de responder—. Ella está bien, normal, como siempre.
Loú suspiró casi por inercia, su aliento formaba nubes irregulares, húmedas. No se dio cuenta que había estado aguantando la respiración hasta ese momento.
—Bien.
—Bien...
—¿Te irás de mi mente? Ya debo regresar al centro de las Althonas, y no puedo hablar sola mientras lo hago. Pensarán que estoy loca.
—¿Ah? ¿Ya quieres que me vaya?, ¿no puedo quedarme un rato más? —Lawrence rezongó—. Extrañaba charlar contigo, extrañaba el sonido de tu voz. Te extraño... —pronunció débilmente.
Loú no quería admitirlo, pero también lo extrañaba.
Demasiado, más de lo que le gustaría.
—No, debes irte —La castaña se forzó a usar un tono duro—. Vigílala, ¿si?
—Lo haré si me prometes algo.
—¡¿Ahora qué?!
Loú se sobresaltó al ver una persona cruzar la calle y dirigirse justo a donde estaba ella .
¿La habría visto hablar sola? ¿Quizá quería interrogarla para luego reportarla a los Naviis?
Mierda, pensó.
Volteó el rostro hacia el suelo y dejó caer su pendiente rápidamente. Pretendió buscarlo.
—Buenos días, hermana —Un hombre de mediana edad la saludó con las manos.
—Buenos días, hermano —Loú recibió el saludo.
Esperaba que le preguntara por el grito que soltó hace un momento. Pero el hombre la miró fríamente y siguió su camino.
El corazón de Loú estaba latiendo con fuerza.
Lawrence no paraba de chillar en su cabeza.
—¡¿Loú, estás bien?! ¿Pasó algo? ¿Dónde estás? Mierda, voy para allá.
—¡No!
El hombre mayor volteó
—¿Me llama, hermana?
—No, disculpe. Mi pendiente se rompió –Loú destrozó con los dedos el aro de metal que hace unos segundos había recogido y se lo enseñó–: mire.
—Lástima, se veía valioso.
—Lo era.
El hombre la observó un rato más, inclinó la cabeza y se fue.
Loú tuvo la sensación de que su alma regresaba al cuerpo.
—Loú, respóndeme. ¿Dónde estás?
—Cállate y escúchame, Lawrence. Sólo era una persona... casi me ve —La castaña intentó tranquilizar al joven y a sí misma, de paso.
—Si te hubiese visto, sólo tendría que matarlo.
—Uh, a veces dices unas cosas... —Loú esparció los restos metálicos por el viento—. ¿Que era lo que querías que prometiera? No tengo mucho tiempo.
—Prométeme que vas a cuidar bien de ti. Eres importante, no lo olvides.
Loú no creía que ella lo fuese.
Pero debía despedirse de Lawrence de una buena vez.
—Sí. Lo haré. Ahora retírate.
—Bien —El joven hizo una pausa y añadió en un fugaz susurro—: Te quiero, tampoco lo olvides.
Loú sintió una opresión en el pecho.
Y los dioses sabían que ella jamás lo olvidaría.
...
BinnieOut
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