Capítulo 3 -.Despertar.-
Eran las 6:00 a.m. Mary no acostumbraba a despertar a esa hora, mejor dicho, ella jamás despertaba a menos de que la despertarsen. Era en parte extraño, pero siempre era así, siempre.
Como era de costumbre, su madre subió hasta su cuarto. La miró con ternura, y como todo día, se sentó en los pies de su cama para despertarla con su típico tono cántico:
—Mary, despierta —le decía una y otra vez de forma sutil, suave.
La niña se movía de un lado a otro casi no queriendo despertar por la flojera, gruñendo algunas veces o dándole una leve patada a Kathy, pero siempre ignorando el hecho de que su madre estaba allí.
La madre acarició con lentitud y cariño una de las mejillas de la niña, relajándola y ya despertándola lentamente. Sus ojos se abrieron poco a poco, mirando como primero a su madre sonriente. Pero algo andaba mal... El día ya no estaba, ¿qué le había pasado?
Seguía siendo de noche. Dirigió su vista a una ventana y todavía veía ese cielo azulado con tintes negros, pero sin estrellas.
—Mamá, ¿por qué me despertaste de noche? —le preguntó la niña mediamente molesta y a la vez curiosa.
—Recién son las seis de la mañana; debes de despertarte temprano, pequeña —le respondió la madre con suavidad.
—Un ratito más... —pidió, volviendo a cerrar sus ojos y acomodándose.
—Está bien, pero así no podrás ver a tu papá en la mañana —le reprochó Kathy, levántandose.
—¿¡Papá sigue en casa!? ¡Yo quiero ir a verlo! —gritó la niña, alzando su torso para ver a su madre.
—Entonces levántate y ponte tu uniforme. Te esperamos abajo —agregó la madre, guiñándole un ojo y saliendo de la habitación mientras cerraba la puerta.
La pequeña sonrió y rápidamente salió de su cama. En unos pocos segundos se colocó su uniforme, el cual consistía en una blusa azul de popelín, una típica falda gris a cuadros y unas zapatillas colegiales blancas.
Luego de eso se fue al baño, tomó su banquito y se paró en él para mirarse al espejo. Según ella se veía bien, espléndida.
Sonrió y comenzó a lavarse los dientes con rapidez, esperando que su padre siguiera abajo para poder verle; él llegaba hasta tarde por su trabajo, por lo que lo acompañaba a esas horas y algunas veces muy poco a causa de que se dormía.
Al terminar dejó el banquito en su lugar y salió disparada por las escaleras, para luego buscar a su padre con la mirada. Él estaba allí, desayunando en la mesa.
—¡Papi, papi! —gritó Mary emocionada, corriendo hacia él y abrazándolo.
Peter dejó el panqueque que se iba a comer en su plato, ya que casi se le cayó por el repentino abrazo de su hija. Esbozó una sonrisa y le devolvió la muestra de afecto a ella.
El padre estaba vestido con una camisa blanca y unos pantalones grises con zapatos negros; algo "formal" pero no salido de lo normal. Se le veía bien, su cuerpo estaba en forma y además era todavía joven, tenía 32 años.
Aunque estaba muy poco tiempo con su familia a causa de su trabajo -el cual es ser economista- era un buen padre y esposo, siempre se esforzaba para serlo y cumplir sus deberes.
—¡Princesa, hola! —le saludó Peter animado mientras le abrazaba—. ¿Cómo te sientes?, ¿has dormido bien?
—Sí papi —le contestó Mary con su ya mencionada y encantadora sonrisa.
—¡Qué bueno! ¡Espero que te encuentres entusiasmada por tu primer día de clases! —agregó Kathy trayéndole un plato de panqueques con miel de maple, igual que el de Peter.
—¡Sí! —respondió la pequeña agarrando su plato—. ¡También podré traer a mi osito conmigo!, ¿verdad? —decía mientras comía y se le escurría un poco de comida por la boca.
—Jeje, claro que sí, y podrás jugar con otros niños —mencionó el mayor limpiando la boca de su hija con una servilleta.
—Pero para ir debes de verte presentable —la madre trajo un peineta, empezando a arreglarle el cabello a su hija y haciéndole una larga y bella coleta.
—¡Te ves muy linda y tierna! —le halagó Peter, apretándole las mejillas a Mary.
—¡Papá, ya! —la pequeña sacó con sus manitas las manos de su padre, puesto que le dolía que le agarrara los cachetes.
El mayor simplemente rió ante la reacción de la niña, dejando que le sacara las manos de los mofletes de ella.
Al terminar de comer, Kathy le trajo su mochila a su hija, y le enseñó a cuándo y cómo usarla. Mary se la puso y preguntó:
—¿Y cómo voy a ir a la escuela?
—Pues vendrás conmigo en el auto —respondió el padre con una leve sonrisa.
—¿¡En serio!? ¡¡¡Sííí!!! —gritó Mary alzando sus brazos, levántandose de su silla y yendo en dirección a la puerta—. Papi, ¡vámonos ahora! —dijo la niña tomando la perilla y moviéndola de un lado a otro; tenía llave, si que no podía salir todavía.
Los dos padres rieron ante la reacción de su hija, especialmente Peter el cual se sentía sorprendido por el tanto cariño que le tenía la pequeña hacia él.
El mayor se levantó, despidiéndose de su esposa con un abrazo y un beso, para luego ir a donde Mary.
—Ya, ahora nos vamos —le dijo a la menor incertando la llave en la cerradura y abriendo la puerta.
Cuando se abrió la puerta la pequeña salió corriendo, casi como un picaflor que revolotea por toda la zona buscando una flor.
El padre estaba sonriente; sus ojos se vislumbraban brillantes, brillantes de la alegría de ver a su hija así, de tener a una hija con mucha energía.
Peter se dirigió al auto y le dio dos ligeros golpecitos para que la niña dirigiera su vista hacia aquel lugar. El auto estaba afuera de la cochera, en un sector donde se podía estacionar al lado de la casa. Justamente a su costado se veía un pequeño manzano que plantaron cuando Mary tenía 4 años.
La niña le observó, dirigiéndole una sonrisa y yendo hacia su padre. Paró en seco al frente de él, y le preguntó:
—¿Me puedo sentar junto a ti?
—No, perdón princesa, pero debes de tener unos pocos años más para sentarte conmigo —le respondió el mayor con una sonrisa serena, abriéndole la puerta trasera del auto a Mary—. Por ahora, podrás ir aquí.
La pequeña bufó, subiéndose al auto y sentándose. Peter se dio media vuelta para llegar a la puerta del conductor. La abrió y se sentó en ella, luego incertando la llave y echando a andar el motor.
Miró hacia atrás para ver si algún auto se visualizaba, y como no había nada, retrocedió y se posicionó en la calle, donde avanzó por la vía.
Mary miraba por la ventana aquellas casas, edificaciones, plantas, personas y muchas otras cosas, nombrándole algunas a su padre por ser algo llamativo para ella.
Pasaron unos minutos y llegaron al destino; el colegio de la pequeña. Peter se estacionó y bajó por la puerta para luego, acompañar a su hija a la entrada de la escuela.
—¿Esta es la escuela? —preguntó Mary tomada de la mano de su padre y siendo guiada por él.
—Sí, esta va a ser tu escuela —le respondió.
Aquel colegio se veía bastante grande. El color blanco era el que predominaba, y lo decoraban diversos ventanales por cada sala. Más que alto, se veía largo, con una forma rectangular.
Había un patio que bordeaba el colegio. Tenía pastos verdes, un que otro árbol y un sector amplio para jugar y correr.
A un costado de la principal edificación, se encontraba el gimnasio. Era de mucho menor porte, pero era verdaderamente espacioso.
Mary se quedó impresionada por aquel lugar; y verdaderamente alegre por tener que estudiar allí. Mientras seguía caminando, daba leves saltitos mostrando esa emoción, y Peter con simpleza sonreía al verla tan feliz.
Se dirigieron los dos a una puerta de entrada de la edificación, donde al parecer, era el lugar para los niños de primaria.
—Recuerda siempre venir por acá, pequeña, y debes de ser puntual, así no vas a tener problemas.
—¿Algún día podré pasar más tiempo contigo, papá?
—Claro que sí, princesa, claro que sí —luego de eso Peter abrazó a Mary, se agachó levemente y le tomó por los hombros para decirle—: Ahora te tendrás que quedar sola, tengo que ir a trabajar. Tu madre te volverá a buscar a la una de la tarde. Recuerda comer la colación que te dejó ella en tu mochila y hacerle caso a los profesores.
—Sí papá —asintió la pequeña con una sonrisa.
El padre se levantó y le miró con ternura. Suspiró, siguiendo hablando:
—Pórtate bien y cuídate —se volteó con una sonrisa y se dirigió al auto.
Mary veía como se iba paso a paso, hasta que llegó al auto y no pudo observarlo más.
Se giró en dirección al colegio. Se quedó unos segundos contemplando el ingreso, luego suspirando y entrando a aquel lugar.
Baldosas de azul suave se visualizaban en el piso, mientras tanto, la pared blanca tenía una línea de un grosor grueso celeste, con otra del mismo color pero más delgada encima de ésta.
Se podían observar distintas puertas, al parecer de diversos tipos de salas. También habían dos escaleras, una a una distancia prudente de la otra, cada una "mirándose". Entre estas, casi a los pies de ellas, se encontraba una puerta que daba a un patio techado, de menor espacio que el del exterior.
Al fondo del pasillo estaba el baño de niños y niñas de primaria, y el pasillo seguía doblando hacia los dos costados.
Niños y niñas se veían repartidos por diversas partes, hablando, jugando, y todo aquello que harían niños de la edad de 6 a 12 años aproximadamente.
Mary caminaba examinando todo; con lentitud. Todavía no le hablaba a nadie, puesto que no le veía el momento. Tampoco sabría qué decir.
En este momento sonó el timbre. Las profesoras venían y llamaban a los de su clase por grado. Mary, sabiendo que estaba en 1° grado, se fue junto a una profesora pelirroja que llevaba su cabello atado como tomate. Junto a ella llevaba un bolso morado de cuero y utilizaba lentes. Usaba un blazer negro con una camiseta manga larga color roja, y un pantalón cóctel negro. Se veía de mediana edad.
Se fueron todos a una puerta cercana a la salida, la profesora les pidió que entraran de forma ordenada, y eso fue lo que casi pasó.
—Niños, pueden sentarse donde quieran. Recuerden que los cambiaré si no se portan como deben —dijo la profesora colocándose al frente, donde estaba la pizarra.
Todos los niños comenzaron a sentarse junto con otros, y Mary quedó sentada delante, con una niña de pelo castaño bastante corto. Ella utilizaba lentes.
Nuestra pequeña rubia observó a su compañera de puesto con su típica sonrisa y un mirar curioso, eso por unos segundos, para luego, volver a ver a la profesora.
—Bueno, antes que todo me presentaré. Mi nombre Johanne Rayne, y seré su profesora jefe. Sé que todos son nuevos aquí, y gustaría que se presentasen uno por uno —la profesora tomó una hoja en donde se veían todos los nombres de los niños para llamarlos.
Pasaron diversos pequeñines, siendo algunos de sus nombres: Liam Taylor -un niño rubio con ojos celestes-, Rosette Lauper -una niña con pelo color castaño oscuro y bastantes ondulaciones. Sus ojos eran avellanas-, Zoe Duch -la pequeña que se sentaba al lado de Mary-, Anthony Clifford -un niño con cabello negro, medianamente regordete y ojos verdes- y Adeline Mitman -una niña con un cabello castaño claro y ojos castaño oscuros-. Tuvieron que decir sobre por qué llegaron a aquel colegio, qué es lo que les gusta hacer y, obviamente sus nombres.
Luego de todo ello, era el turno de Mary. La profesora le llamó y la pequeña dio un pasó al frente, quedando junto a la mayor.
—Muy bien, presentante.
—Mi nombre es Mary Jans. Llegué a este colegio, porque según mis papis es el más cercano a casa y con mejor educación. A mí me gusta salir de viaje y jugar con mis muñecas —la pequeña rubia lo dijo con bastante inocencia.
—Está bien. Ahora puedes sentarte, Mary —ordenó la mayor con una sonrisa.
La pequeña se fue a su asiento con una leve sonrisa, en ese instante, esperando a que la profesora dijera algo más.
—Bueno niños, antes que nada quisiera que sacaran alguno de sus cuadernos para pegar estos papelitos —dijo la profesora, mostrando los horarios de clases—. Y a continuación, voy a explicarles para lo que sirven, además de hablarles del funcionamiento de esta escuela.
Y así, todos sacaron sus cuadernos y empezaron a escuchar a la profesora con más atención.
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