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Capítulo XVII

Los días habían pasado hasta convertirse en semanas y Oliver parecía haberse esfumado de Londres. No sabían si había descubierto lo que tramaban o era solo una simple coincidencia, pero él mismo no estaba por ninguna parte. Tras unas cuantas noches en vela los tres jóvenes habían ideado un plan. Buscarían a Jenks; Anne sería el anzuelo y lo capturarían con la ayuda de oficiales de la policía. Oliver sería llevado a juicio por su crimen y sería juzgado por el tribunal londinense, el cual declararía su condena. Era un plan simple y sin complicaciones, eficaz y probable, pero los intentos por encontrarlo habían fallado una y otra vez. En la primera semana Mary Anne se encargó de enviarle un par de cartas en días alternados pidiendo volver a verse con la excusa de continuar con la conversación que tuvieron la última vez que lo vio, sin embargo ninguna de ellas tuvo respuesta. En la segunda semana Thomas y Octavian fueron en busca de él a Limehouse, pero al llegar a su apartamento se encontraron con que éste había sido comprado por una mujer que ahora vivía allí con sus dos hijos. También hicieron una breve visita a su padre, el señor Jenks, quien les dijo que no sabía dónde estaba viviendo su hijo actualmente y que la última vez que lo había visto llevaba una maleta con algunas ropas. Las esperanzas y probabilidades se agotaban al igual que el tiempo. Hasta esa tarde.

Los días de lluvia habían cesado pero aún el cielo era plomizo y denso. Tanto Thomas como Octavian se encontraban en el estudio de éste mismo intentado buscar una nueva forma de encontrar a Oliver, mientras que Anne yacía leyendo después de haberse resignado y desistiera con amargura, creyendo con en la imposibilidad de hallarlo y mucho menos de hacerlo pagar. La puerta de entrada sonó y April se aproximó a atender. Del otro lado un hombre de espeso bigote le entregó un sobre y sin decir mucho más se marchó. La joven pelirroja se dirigió hacia Anne y le tendió la entrega.

—Es para usted, señorita.

—Gracias, April. ¿Dijo de parte de quién era? —preguntó al ver que el sobre no lo indicaba.

—En absoluto, señorita.

La joven asintió y pidió a la criada que se retirara. Rasgó el sobre para sacar la carta de su interior y desplegó la misma para poder leer. Vio la misma letra que ya había visto antes en las cartas que su hermana había intercambiado con su amante, confirmando una vez más que él era Oliver. Había escrito sus disculpas por no responder sus cartas antes ya que había estado ocupado con algunas cosas. Le comentaba que había encontrado un buen trabajo en Irlanda y que partiría esa noche, pero que no quería marcharse sin que tuvieran la conversación que le debía y sin despedirse de ella, su buena amiga. Esperaría por ella en el puerto más cercano a Londres, en Dorset. La furia volvió a nacer nuevamente en su interior pero esta vez puedo aplacarla. Oliver seguía en la ciudad y quería verla, lo que significaba que no había sospechado de ella. Tenía que buscar una forma de convencerlo de no viajar esa noche. Dejó el libro sobre la mesa con la carta metida en su interior y salió sigilosamente de la casa, intentando que nadie se percatara de ello. Llegar a Dorset tardaría un poco pero no podía perder tiempo. Avisó a los cocheros, quienes se encontraban en el jardín delantero, que iría a dar un paseo por si su hermano u Octavian preguntaban, y cuadras más abajo, ya alejada de la casa paró un carruaje de servicio y pidió que la llevase hasta el puerto.

Un buen número de barcos se encontraban amarrados en la orilla del puerto Poole. El aire marino era fresco y removía el aroma a pesca, sal y algas particularmente fuertes y desagradables, mientras que las pequeñas olas se movían golpeteando los navíos y redes. Se frotó los brazos intentado entrar en calor y deseó haberse percatado de traer abrigo en vez de salir tan de prisa. Recorrió gran parte del muelle que se extendía a lo largo sin poder encontrar a Oliver. Caminó entre los negocios sin ninguna suerte hasta que decidió esperar un poco más alejada de la peste marina, en la esquina de una casa de antigüedades. De repente una mano la amordazó por detrás jalándola y quitándola de la vista de todos mientras que la atraía hacia sí y sujetaba con fuerza sus brazos impidiéndole escapar.

—¿Creíste que no me daría cuenta, Anne? ¿En verdad crees que soy tan tonto? —sonó la voz de Oliver en su oído—. No eres tan buena actuando.

La condujo hacía la parte trasera de la tienda de antigüedades donde había un callejón tétrico y solitario, en el cual se encontraba un pequeño carruaje con una diminuta apertura similar a una ventana de casa de muñeca. Eran de los que usaba la policía para trasladar a los criminales. Oliver sustituyó su mano por lo que parecía un pañuelo mientras ésta agitaba su cabeza intentando impedir que lo atara. El joven la inmovilizó sujetándola del cabello terminando de ajustar el nudo con su otra mano. Estampó a la chica contra el carruaje de espaldas y le ató las manos. La tomó de los hombros y la volteó para luego empujarla, obligándola a entrar en la movilidad y cerrando la puerta de la misma con llave.

—No te preocupes, Anne, el paseo será corto. No estarás mucho tiempo allí —anunció mientras tomaba su lugar como cochero.

Anne tiró repetidas veces del collar de perlas que había decidido usar esa mañana hasta romperlo y atrapar la mayor cantidad de cuentas con sus manos. No podía gritar ni escapar pero al menos podía dejar una señal. Comenzó a tirar las blancas perlas de forma gradual por la pequeña abertura rogando para que pudieran cubrir buena parte del trayecto y que con suerte, mucha suerte, alguien las siguiera hasta encontrarla.

.....

Después de un buen rato en el estudio por fin ambos salieron con un nuevo plan.

—Annie, ya sabemos cómo podríamos encontrar a Oliver —anunció Thomas.

—Parece que se cansó de leer y esperarnos —indicó Octavian señalando con el mentón en dirección al libro—. Iré a fijarme si se encuentra arriba.

Subió rápidamente y comenzó a llamarla sin respuesta alguna. Buscó en cada habitación pero no había rastros de ella.

—No está arriba.

—Tampoco en los jardines —informó Thomas.

—¿Buscan a la señorita Owens? —preguntó April asomándose por la puerta del salón continuo—. Ella salió a dar un paseo. Charles me lo dijo por si alguno de ustedes preguntaba.

—¿Te dijo a dónde iría?

—No, señor Jones, pero antes de irse le entregué una carta que llegó para ella.

Los dos jóvenes recorrieron la sala con la vista intentando divisar dónde podría estar. La atención de Thomas se dirigió al libro que su hermana había estado leyendo y tomó el papel que de él emergía. La desplegó y comenzó a leer velozmente. Para cuando hubo acabado la arrugó y tiró a un costado.

—Fue a encontrarse con Jenks en el puerto Poole.

—Tenemos que ir allá ahora. Podría ser una trampa. Y estoy seguro que lo es— afirmó Octavian.

Mandó a Charles a preparar el carruaje y se dirigieron a toda velocidad hacia la localidad de Dorset. Al llegar recorrieron el muelle y descendieron por la costa sin encontrarla. Visitaron cada negocio describiendo a la joven pero nadie parecía haberla visto. Finalmente se acercaron a un grupo de marinos que estaban desenredando y enroscando sus redes para preguntar.

—Según como la describen, caballeros, debe haber sido la dama que estaba esperando hace un rato, próxima a la tienda de antigüedades —respondió un hombre de espesa barba.

—¿Dónde está ubicada? —quiso saber Thomas.

—Veo que tienen mucho interés por encontrarla, ¿no es así? —rió éste y sus compañeros igual—. Quizás pueda decirles a cambio de algo para mí y mis compañeros.

—Usted es un despreciable...

—Aguarda, Thomas, déjamelo a mí —Octavian metió su mano en el bolsillo interior de su abrigo y sacó una buena cantidad de dinero—. Ésto es todo lo que tengo y será de ustedes en cuanto me digan dónde está ubicada la tienda.

—Es bueno poder ayudar a los demás, sobre todo de esta forma. Se encuentra doscientos metros más abajo con un gran cartel de madera.

Octavian le entregó el dinero, y se marchó seguido de Thomas volviendo al carruaje e indicando a Charles que fueran al lugar que el pescador les había indicado. Cuando llegaron, la tienda estaba cerrada. Golpearon puertas y ventanas pero nadie abrió. Rodearon la estructura hasta encontrar un callejón del lado posterior. Huellas de las ruedas de carruajes y herraduras de caballos estaban plasmadas en la tierra. Octavian diviso una pequeña piedra blanca y se agachó para tomarla. Era una perla. La limpió y se la enseñó a Thomas.

—Es del collar de Mary Anne —dijo éste después de mirarla con detenimiento—. Deben haberse ido en ese carruaje.

—Debemos seguir las huellas para ver hasta dónde llegan.

—¿Y si nos estamos equivocando?

—No tenemos otra opción que arriesgarnos.

Thomas inspiró con fuerza mientras miraba en dirección al cielo.

—No puedo perder a mi otra hermana. No puedo permitirlo esta vez que puedo evitarlo.

—Y no lo permitirás.

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