Capítulo XVI
Durante el almuerzo había mantenido su mente ocupada uniendo piezas, tratando de conectar los datos que tenía reunidos para poder armar una idea clara de todo ello. Tenía los gemelos, los dichos de Octavian, las sospechas de Thomas, cartas de su hermana, la existencia de un amante y el testimonio de una vecina que había visto entrar a la casa a un extraño. ¿Sería ese hombre el amante de Rose Mary? ¿Él la habría matado? ¿O sería el motivo por el cual Octavian podría haberlo hecho? No habían testigos directos de esa noche, las supuestas amigas de su hermana no tenían conocimiento de la existencia de un tercero en su relación y mucho menos sus padres. Además de que ya no contaba con la ayuda de su hermano debido a la diferencia de sus hipótesis. Sólo había una persona más a la cual preguntarle y ese era Oliver. Era también amigo de su hermana y según por lo que sabía del padre del mismo se habían juntado un par de veces a tomar el té y hablar. Quizás él podría saber algo.
Se había cuestionado en su cuarto si era prudente ir hasta Limehouse al atardecer por los peligros de la zona pero no tenía otra forma de aclarar sus dudas, y pasara lo que pasara iría en compañía de Edmund. Buscó por toda la casa a Octavian para avisar que no volvería hasta más tarde pero éste ya no se encontraba, por lo que tuvo que ir en busca de Thomas. Tocó la puerta de la habitación que estaba ocupando el joven y entró sin esperar que éste se lo indicara.
—Busqué a Octavian pero no lo encontré por lo que vengo a avisarte que voy a salir y no volveré hasta tarde.
—¿A dónde irás?
—A ver a Oliver. Se me ocurrió que él puede saber algo ya que también era amigo de Rosie.
—Espero que tengas suerte. Te acompañaría pero no lo soporto.
—No es necesario, además dijiste que ya no me ayudarías —dijo Anne echándole un vistazo a toda la habitación y reparando en la libreta de su hermano, en la cual se hallaba dibujada Elena—. Lindo retrato. Te gusta, ¿verdad?
—Es una joven muy linda y agradable. Se puede decir que sí.
—Pauline está enamorada de ti.
—Pauline también me agrada, pero aún es una niña y no creo poder esperar a que crezca.
—Entiendo. Bueno, será mejor que me vaya. No quisiera llegar demasiado tarde.
—Ten cuidado —la despidió Thomas.
Al salir Edmund ya la esperaba con el carruaje preparado, listo para marchar. El cochero le abrió la puerta de la movilidad y la ayudó a subir como era de costumbre para luego posicionarse al frente y tomar las riendas de los caballos, tomando rumbo a Limehouse tal y como ella se lo había indicado. Cuando hubo llegado al departamento de Oliver llamó con unos cuantos golpeteos hasta que finalmente escuchó pasos tras la puerta.
—Soy Anne —anunció antes de que Oliver preguntara.
La puerta se abrió dejando a la vista a su amigo quien estaba vestido con pantalón, zapatos de gala y una camisa a medio prender.
—Anne, pasa. No esperaba verte.
—Lamento si he venido en mal momento pero seré breve. Supongo que estabas por irte.
—De hecho sí, pero aún tengo tiempo para ti. Espero que no te moleste que me termine de arreglar mientras hablamos.
—No habrá problema. Verás, no hace tanto me he enterado que Rose tenía un amante, nadie lo ha sabido y yo solo por cartas de ella con él, pero su nombre no figura en ellas. ¿Alguna vez te lo comentó?
—Si mal no recuerdo, creo que me lo comentó en una de las últimas veces que nos reunimos —respondió Oliver apareciendo nuevamente con su camisa ya prendida y un chaleco color vino encima de ella.
—¿Y qué es lo que te dijo?
—Me contó que hacía tiempo se veía con él y que su esposo no sabía nada, que estaba enamorada de él y que le brindaba la atención que Octavian no le daba.
—¿Rose dijo algo de escaparse de él y divorciarse?
—No estoy seguro. En verdad no lo recuerdo.
Oliver rebuscó en los cajones de uno de los pequeños muebles que se encontraban en su sala, sacando después de un rato una pequeña caja, la cual abrió y depositó sobre la mesa ratona frente al gran sofá donde se hallaba sentada Anne. Oliver sacó uno de los gemelos y lo abrochó en su manga izquierda.
—¿Podrías ayudarme con el otro? hacer las cosas con la mano contraría no se me da de la mejor manera —sonrió mientras le tendía la pequeña caja.
Anne tomó la caja y miró la pequeña pieza plateada con curiosidad. La tomó y la observó por un momento mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. Era exactamente igual al par qué había encontrado en casa de Octavian, grabados con una O y una J, las cuales ya no hacían referencia a Octavian Jones, sino a Oliver Jenks.
—¿Estás bien, Anne?
—Lo estoy —dijo empujando el nudo que se le había formado en la garganta—, es solo que la pieza es muy hermosa.
Oliver tendió su brazo para que la joven pudiese colocárselo. Mary Anne intentó controlar el temblor de sus manos mientras hacía llegar lentamente el aire que inspiraba hasta el fondo de sus pulmones y exhalarlo hasta vaciarlos con igual lentitud.
—Ya está listo.
—Te lo agradezco —dijo poniéndose de pie y yendo en busca de su saco negro—. ¿Cómo luzco? — preguntó una vez que se lo hubo puesto.
—Luces bien. Ya no te robaré más tiempo. Debo irme ahora, no quisiera llegar demasiado tarde.
—¿Deseas que te acom...?
—No —lo interrumpió bruscamente—. No te preocupes, he venido en compañía de Edmund. Me espera afuera —intentó decir en un tono más dulce.
Luego de despedirse bajó lo más rápido que pudo las escaleras y salió casi corriendo hasta llegar al carruaje.
—Señorita Owens, ¿se encuentra usted bien?
—No lo estoy, Edmund, debemos irnos ahora mismo.
Recordó todos los momentos que habían compartido desde su infancia. Juegos, cumpleaños, celebraciones, secretos. Lo había visto después de la muerte de Rose Mary. Había estado hablando todas esas veces con el asesino de su hermana. Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos como una lluvia torrencial, la impotencia le recorría el cuerpo en forma de electricidad y la hacía temblar. Sentía florecer las ganas de hacer lo mismo que Oliver había hecho con Rose. Sentía ganas de transformarse en un monstruo. Al llegar, ingresó torpemente a la casa llamando a su hermano casi a los gritos. Thomas apareció confuso en la sala al igual que Octavian, quien salía de su estudio.
—Annie, ¿qué es lo que ha pasado? Siéntate, estás pálida.
—Sé quién es, Thomas. Sé quién lo hizo —dijo entre sollozos.
—¿De qué estás hablando?
—Fue Oliver. Él mató a Rose. Estabas equivocado. Tenía un juego idéntico de gemelos. Ha sido él todo este tiempo y no lo supimos ver. Estaba tan claro como el agua y ni siquiera sospechamos de él. Estuvo usando todo este tiempo a Octavian para cubrirse.
—Apuesto que también es él quien era el amante de Rose Mary. Es él a quien también estuve buscando desde que encontré las cartas —concluyó Octavian.
—Miserable escoria, lo mataré por todo lo que ha hecho y ha causado.
Thomas se puso violentamente de pie y se dirigió hacia la puerta. Octavian se interpuso en su camino bloqueándole la salida para que éste no pudiese marcharse.
—¡QUÍTATE! —le gritó Thomas mientras forcejeaban—. ¡SUÉLTAME AHORA MISMO!
—No lo haré. Cometerás una locura si dejo que cruces esta puerta y te vayas.
—¡Mató a mi hermana!
—¡TAMBIÉN MATÓ A MI ESPOSA! —Octavian intentó recobrar la calma para poder seguir hablando—. A todos nos afecta la muerte de Rose Mary. Todos aquí tenemos sed de venganza, pero no podemos salir en un ataque de dolor e ira queriendo matarlo porque lo único que lograremos a fin de cuentas es que él nos mate a nosotros.
Anne se levantó con cuidado y caminó hacia donde se encontraban ambos jóvenes, colocándo su mano en el hombro de su hermano para calmarlo, intentando buscar su mirada entre sus propias lágrimas y la furia de Thomas.
—Octavian tiene toda la razón. No podemos ir contra él sin más. Aún no sabemos si sabe que lo he descubierto. Quizás lo hizo y en este momento se está yendo de Londres o no, pero necesitamos tiempo, porque no tendremos más que solo una oportunidad.
Los dos hermanos se fusionaron en un fuerte abrazo, derrumbándose uno contra el otro y a su vez sosteniéndose, liberando toda tensión acumulada.
—Lamento no haberme fiado de ti -se disculpó el joven Owens con Octavian.
—Habla bien de ti que lo hicieras. Te lo aseguro.
—¿Y ahora qué haremos?
-Pensar en un plan —afirmó Anne.
Esa noche nadie cenó y nadie pudo dormir. Los tres se quedaron en vela uniendo las piezas de lo que hasta el momento había sido un rompecabezas, agotando todas las posibilidades que tenían, descartando ideas y proponiendo nuevas, haciendo trabajar sus mentes al compás de los engranajes del reloj que anunciaba cuando cada hora de la nocturnidad avanzaba. Y todo aquello tenía un mismo propósito: detener y hacer pagar a Oliver Jenks todo el sufrimiento que había causado.
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