Capítulo VII
Decidió transformar su aburrimiento e improductividad en algo positivo y aprovechó el hecho de que Octavian se hubiese marchado a Yorkshire para poder conocer la casa a fondo y con suerte poder encontrar alguna pista o algo. Le llevó toda una tarde y toda una mañana recorrer cada habitación en profundidad. Revisó cada cajón de cada mueble, abrió las puertas de cada ropero o alacena, y revisó hasta debajo de las camas y los colchones de las mismas, pero sus esfuerzos fueron en vano al no encontrar nada que pudiera ser relevante. Descubrió que así como el señor Jones era receloso con su piano y cerraba la tapa de éste con llave también lo era con su estudio, con el cual utilizaba el mismo método de seguridad.
—El señor Octavian siempre lleva la llave consigo. No creo que la haya dejado o exista una copia —dijo Elena cuando había visto a Anne intentar abrir la puerta.
Estaba segura de que algo de cualidades sospechosas debía esconder allí, dado que sino no habría motivo alguno para que solo él entrase en aquel lugar. Eso la hizo pensar al día siguiente que quizás tuviera que ver con las cajas que habían retirado el día anterior, las que ahora se hallaban en el depósito de la casa. Se dirigió hasta el mismo e ingresó con cuidado de no enganchar su vestido con las herramientas de jardinería y de no tirar nada de los frascos que estaban sobre los estantes de madera. Las dos cajas cuadradas se encontraban apiladas una encima de la otra en una esquina del reducido cuarto. La joven intentó sacar la tapa de una de ellas pero ésta estaba sellada con clavos a su alrededor. La retiró y descubrió que la de abajo estaba abierta. Sacó la tapa con cuidado de no enterrarse ninguna astilla y la dejó a un costado. Tal y como el marido de su hermana le había dicho, en el interior de la caja habían pequeñas, negras y redondas semillas de amapolas, las cuales había visto comercializarse a buen precio en los comercios bajos de París bajo el nombre de adormidera. Habían sido prohibidas en Inglaterra por la fabricación de opio y el conflicto que había tenido lugar décadas atrás por su comercialización con los chinos, pero aún circulaban rumores que podía conseguirse en las clandestinidades de Londres y bares de mala muerte. Escuchó que alguien se acercaba al cuarto, por lo que cerró y acomodó rápidamente las cajas como si nunca las hubiera tocado en lo absoluto. La puerta se abrió dejando pasar a Harold, el jardinero.
—Señorita, no esperaba encontrarla aquí —dijo el hombre sorprendido.
—He venido a fijarme si teníamos una herramienta que mi hermano me ha pedido —se excusó—. Creo que deberá pedírsela a alguien más. ¿Qué es lo que necesita, Harold?
—Necesito la cierra —dijo éste señalando la hoja dentada—. El señor Jones me ha pedido que tale el Carrasco. El árbol que se encuentra próximo al ventanal de la sala.
Aquel árbol le había parecido muy hermoso, adornado con sus pequeñas flores amarillas y violetas contrastando con el verde de sus hojas y sus gruesas ramas, además de aportar un exquisito aroma al jardín.
—¿Le ha dicho Octavian el motivo?
—Me temo que no, señorita. Él solo me ha dado la orden de que lo corte.
—Espere hasta que él vuelva para hacerlo. Intentaré persuadirlo para que no tenga que talarlo. Es un árbol muy bonito, sería una lástima.
Harold asintió y antes de retirarse pidió que lo acompañase a ambos jardines para comentarle y mostrarle los cambios y trabajos que había realizado. April le tendió el sobre con la paga que había dejado para él el señor Jones, y éste se retiró más que conforme con su remuneración.
—¿Cree que debió pagarle menos por no haber talado el árbol? —preguntó la criada.
—Creo que no. Ha hecho un muy buen trabajo. April, ¿tú sabes por qué Octavian quiere quitarlo del jardín?
—No lo sé con seguridad, señorita Owens, pero quizás sea porque allí encontramos a su hermana colgando.
Anne tragó con fuerza. No había esperado que la respuesta de la joven fuese lo que le acaba de decir.
—No quise entristecerla, disculpe mi brusquedad.
—No es nada. Solo no esperaba escuchar eso. Puedes pedirle a Edmund por mí que vaya a buscar a Thomas. Quiero invitarlo a que pase el día aquí.
—Iré de inmediato —y April desapareció por el pasillo del costado.
Una hora más tarde, Thomas se encontraba en la casa junto a ella. Ambos se dirigieron al patio trasero donde estaba plantado el árbol de gran tamaño.
—Es realmente un espécimen muy hermoso. Al parecer Rosie tuvo buen gusto hasta el final —dijo mientras examinaba al carrasco.
—April me dijo que la soga estaba colgada en esta rama —Anne señaló una a la cual le faltaba parte de corteza y estaba algo dañada. Su hermano se posicionó a su lado para poder verla mejor.
—Es muy alta. Rose debería haber tenido que subir para atar la soga, haber traído una escalera. Annie, fíjate si en el césped hay alguna marca.
Ambos comenzaron a buscar algún rastro, marca o huella que les dijera que su hermana había utilizado algo para poder llegar a la altura de la rama y así poder atar la soga, pero no encontraron nada de ello. En su lugar, algo entre las pequeñas hojas del césped destelló con el reflejo del sol cegando levemente a la joven Owens.
—¡Encontré algo! —exclamó mientras se aproximaba al suelo para tomarlo.
Lo sacudió y lo limpió con parte de la falda de su vestido para sacarle más brillo y apreciarlo mejor.
—¿Qué es?
—Creo que es un gemelo —dijo mientras Thomas se lo quitaba de las manos para verlo mejor.
—Efectivamente es uno, y tiene las letras O y J grabadas —el joven le enseñó las caladuras en la pequeña pieza de plata.
—Octavian Jones —susurró.
—Hay que encontrar su par.
Esta vez ambos se sentaron en la hierba y para poder rastrear la pieza metálica mejor. Rodearon el tronco del árbol y se fijaron entre las ensortijadas ramas de los arbustos limítrofes, hasta por fin encontrarla entre hojas secas.
—Es posible que se le hayan caído al descolgar y bajar el cuerpo de Rose —dijo Anne mientras los dos sacudían sus ropas y sujetaba en una mano el par de gemelos.
—O al colgarlo —respondió Thomas con voz sombría.
Tardó en asimilar lo que éste otro decía. La probabilidad que le estaba planteando. Que su hermana no se había quitado la vida por sí sola y que en su lugar Octavian Jones, el hombre con el que estaba viviendo, la había asesinado.
—¿Crees en verdad que Rose Mary no se ha suicidado?
—Creo que no tenemos pruebas suficientes para decir que sí o que no.
—Thomas, parece algo ilógico. No podría haberla matado, en la casa hay cinco personas trabajando constantemente.
—Nadie sabe lo que una persona es capaz de hacer. Guarda los gemelos donde no los vaya a encontrar nadie y sigue haciéndole preguntas, solo así sabremos qué pasó en verdad, Annie.
—¿Qué pasaría si en verdad él lo hizo? Si descubre lo que estamos haciendo.
—No lo sabrá, tú misma has dicho que nunca está aquí. Además, ¿en verdad tú crees que dejaría que te hiciera algo? Al menos si yo cometo un crimen contra él va a estar justificado —dijo el joven con una mueca de gracia intentando despreocupar a su hermana—. Todo irá bien.
Se sintió el sonar de las campanas de la catedral volar por el cielo londinense anunciando el paso hacia una nueva hora. Thomas metió la mano en su bolsillo y sacó el reloj para mirar la misma.
—Me temo, querida hermana, que debo irme.
—¿No quieres quedarte a almorzar? —ofreció.
—Me encantaría pero no hoy. He encontrado trabajo y tengo que pasar por la casa de nuestros padres para retirar mis cosas.
—Dime que nuestro padre no te ha metido en esas industrias para hacer cuentas y llevar porcentajes.
—Para mí fortuna, no. He tenido la brillante idea de realizar retratos a damas y a caballeros a cambio de retribución monetaria. Quizás decida expandir mi negocio en Francia cuando hayamos regresado. Tú también podrías aprovechar tus habilidades y tocar el piano en recepciones y fiestas. Eres una intérprete maravillosa.
—Tal vez lo considere, pero sabes que me gustaría tocar en los teatros.
—Hay que empezar por lo más fácil.
Y aunque no le gustara admitirlo, como tantas otras veces, Thomas tenía razón.
—Me alegra mucho que puedas llegar a ganar dinero haciendo lo que te gusta —dijo mientras lo abrazaba antes de que partiera.
—Cuídate, Mary Anne, y no olvides lo que hemos hablado.
—No lo olvidaré. Ahora vete, o llegarás tarde a tu primer solicitud de trabajo.
La joven ingresó a la casa una vez que su hermano se hubo marchado. Se encontraba nuevamente sola a pesar de la servidumbre. Aún llevaba los gemelos en su puño izquierdo mientras pensaba dónde podría ocultarlos. Finalmente decidió que un hueco en una almohada sería el sitio más indicado.
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