Capítulo III
La noche en la que su hermano le había comentado lo que escuchó en la casa de campo de los Jones estuvo en vela pensando qué decisión iba tomar, qué es lo que iba a decir. Los días posteriores fueron todos de espera. Cada vez que la familia se reunía, Anne creía que sus padres le hablarían de la propuesta, y cada vez que ésto sucedía, Thomas pasaba la mirada de su hermana a sus padres, como si fuera un perro mirando la comida y luego el trayecto que hace ésta hacia la boca de su dueño, pero ninguno de los adultos decía nada. Una parte de Anne estaba agradecida de que le hubieran contado sobre el supuesto arreglo pero otra parte deseaba desconocerlo para así no estar tan expectante. Ambos jóvenes ya habían comenzado a sacar posibles teorías, las cuales iban desde que Octavian, el triste y desdichado viudo, había rechazado, por lo tanto no habría acuerdo; o bien sus padres aún pensaban que era muy pronto para informarlo, pero cómo ellos podrían saberlo. Terminó de empacar la poca ropa que tenía afuera sobre su cama. Alice se la había traído limpia y perfectamente doblada después del almuerzo.
—¿Qué es lo que haces? —la repentina voz de Thomas hizo que se sobresaltara y diera un respingo.
— Termino de armar mi equipaje.
— Eso es claramente visible, pero, ¿te irás? ¿Qué hay con lo que te he contado?
— No han dicho nada en días, y de todas formas, habiendo trato o no tendría que juntar mis pertenencias e irme de aquí.
— ¿Quieres decirme qué ibas a aceptar?
Anne negó con la cabeza y miró a su hermano como si fuese uno de los primates que se encuentran en las jaulas de los circos.
— Conmigo no puedes hacerte el tonto. Me conoces lo suficiente como para saber que tu semilla de "descubre lo que pasó" crecería en mi cabeza.
— Es verdad —aceptó éste con una amplia sonrisa —sabía que funcionaría, pero, si te vas nuestros padres no podrán decirte nada— concluyó mientras ayudaba a la joven que estaba forcejeando con la maleta.
—Pensaba preguntar yo. No quiero seguir perdiendo tiempo aquí en vano hasta que se decidan.
— Estoy completamente de acuerdo. Creo que prefiero perder mi tiempo en París y comiendo croissant.
Caminaron por el pasillo hasta llegar a la sala donde su madre tomaba el té mientras su padre leía el periódico. Anne dejó caer su equipaje de forma abrupta sobre la mesa captando la atención de ambos y seguido a ésto tomó asiento.
— Me gustaría saber cuándo pensaban contarme sobre su plan —hizo una pausa y esperó —sobre que me hiciera pasar por Rose —concluyó.
Sus padres la miraron con confusión.
—Thomas me ha contado todo lo que han hablado con los Jones.
—No era tu asunto, Thomas. No debiste decirle sin consultarnos.
—No culpes a Thomas, madre. Yo misma le pedí que fuera mis ojos y oídos —mintió.
—Anne, querida, sí lo estuvimos hablando y es una buena idea. Si tuviéramos otra opción no te lo pediríamos.
—Si hubieran actuado de forma diferente todos estos años... —susurró entre dientes.
—Henry, ¿crees que ella va a aceptar? No puedo creer que tus esperanzas de un futuro económico mejor estén puestas en este par —espetó su madre. Cómo podía ser que aquella bella mujer solo abriera la boca para decir cosas amargas, aunque, pensó Anne, Lucifer siempre había sido descrito como hermoso.
—Lo que yo creo es que estás siendo prejuiciosa con nosotros. Pensaban que sus problemas se solucionarían con el casamiento de Rose, le otorgaron su oportunidad y así resultó. Ahora, madre, tienes dos opciones; confiar en este par como tu nos llamas o procrear y esperar que ese hijo te saque de la miseria— Thomas no había sido de los que discutían y por eso todos quedaron en silencio tras su intervención. Anne sintió orgullo de él, en el modo en que se había hecho valer. No podía creer que fuese el mismo chico que se había comido un grillo en la infancia.
— Lo voy a hacer —habló tras el incómodo silencio —Es lo que corresponde y lo mejor para la familia. Thomas también ayudará y buscará un trabajo en el tiempo que ambos estemos aquí. Mientras antes saldemos sus deudas, antes habremos vuelto a Francia.
—Me alegra que ambos se lo hayan planteado —dijo su padre aproximándose a ellos para luego abrazarlos por turno —Pronto volverán a su amado lugar, se los prometo.
Anne miró a su madre la cual conservaba una expresión impasible, la misma que tenía desde el comienzo de la conversación.
—El joven Octavian nos hizo saber que está de acuerdo. Enviaré a Alfred para comunicarle a Sarah que has aceptado.
—Esperaré ansiosa a que vengan a recogerme durmiendo en mi cuarto— la joven se levantó con una sonrisa que insinuaba burla en su rostro y se dirigió a su cuarto, dejando la maleta sobre la mesa entre la tetera y la taza de té.
Horas más tarde Octavian Jones había pasado a buscarla en su carruaje. Anne se despidió de su familia en especial de su hermano, mientras que el cochero de los Jones tomaba su maleta.
— Cuida a Anne como no pudiste cuidar a Rose— dijo Thomas en tono de advertencia mientras que Octavian subía al carruaje. Éste otro asintió y cerró la puerta.
El joven miraba pensativamente por la venta y el silencio era mucho más denso que la niebla.
—Creo que le debo una disculpa, señor Jones— su voz le pareció molesta al contrastar con la muda atmósfera.
Octavian volvió su mirada hacia ella y cambió de postura.
—Estaba en todo su derecho, y ya ha quedado en el pasado— respondió.
Anne reconoció la fachada de la enorme casa en cuanto llegaron. El cochero los dejó frente la entrada y la criada que había visto la vez anterior se encontraba en la puerta esperándolo.
—Bienvenidos —saludo mientras tomaba el ligero equipaje.
Octavian asintió con la cabeza en forma de saludo y Anne lo siguió al interior de la sala.
—Señorita Owens, bienvenida a su nuevo hogar. Mi familia y yo agradecemos que haya aceptado.
—Solo lo hago por mi familia.
Octavian tomó tanto su abrigo como el de ella y los dejó sobre uno de los caros sillones de cuero color crema
—Antes de que le enseñen la casa debe saber el nombre del servicio ahora a su disposición. Nuestros cocheros son Edmund y Charles, Edmund será quien la llevará cuando desee salir; Gretel es quien se encarga de la cocina y las compras; quien nos recibió hace un momento es April, ella se encarga de la limpieza junto a Elena.
Quedó sorprendida. En su familia únicamente contaban con Alfred y Alice, pero en contraste, allí contaban con cinco personas para la realización de tareas.
—Me he olvidado de mencionar a Harold. Es el jardinero y suele venir dos veces cada semana.
Seis personas.
La criada a la cual ahora conocía por el nombre de April apareció repentinamente por las escaleras.
—April, enséñale la casa a la señorita Owens, por favor. Yo estaré en mi estudio por si necesitas algo—continúo esta vez dirigiéndose a Anne. Ambas asintieron.
—Señorita Owens, por favor, sígame.
Atravesaron la sala y la guió por el resto de la casa. Recorrieron el comedor y luego la cocina, pasando por el baño de invitados, el salón de baile y el estudio de Octavian, todo decorado con elegancia y buen gusto, con muebles caros y lustrosos. Subieron las escaleras para llegar al piso de arriba donde se encontraban las habitaciones. April le comentó que en total eran seis, la habitación matrimonial y las cinco restantes para invitados, más un baño grande. Pudo percibir que las habitaciones que se encontraban a mano derecha contaban con un balcón común ubicado en el frente de la casa, mientras que las que estaban a mano izquierda poseían ventanales con vista al patio trasero. Anne se detuvo en cuanto pasó por la puerta de donde había visto a su hermana por última vez y sintió como le crecía un nudo en el estómago.
—Todos lamentamos mucho lo que le pasó a su hermana. La queríamos mucho— dijo April mirándola a los ojos —No imagino lo difícil que debe ser para usted.
—A veces simplemente tenemos que hacer cosas que son necesarias a pesar de nuestros sentimientos —respondiendo con una mueca y continuando con el recorrido.
La hora de la cena había llegado y en la mesa se podía apreciar una fuente llena de verduras cocidas y carne asada que inundaban el comedor con un aroma exquisito. April y Elena comenzaron a servir los platos y a llenar las copas con oscuro vino, luego de eso ambas chicas se retiraron. Anne tomó con el brillante cubierto un trozo de su comida y lo saboreo deleitando su gusto.
—Espero que la comida sea de su agrado— seguido de lo dicho Octavian bebió de su copa.
—No acostumbro a comer cosas así en Francia, pero su gusto es realmente bueno.
—Debo decirle que en esta casa todos saben lo que ocurrió y por qué está usted aquí— cambió drásticamente el tema de conversación— sin embargo— prosiguió—mi entorno conocía a mi esposa por el nombre de Mary.
Mi esposa, esas dos palabras resonaron con desagrado en los oídos de Anne. Hubiera preferido que se refiriera que ella como su hermana.
—A mi hermana siempre la llamamos Rose, no Mary.
—El punto es, señorita Owens, que en público usted será llamada y conocida como Mary Jones, no como Rose Mary Owens. Así es como ella prefirió que la llamaran y así la llamaran a usted. Solo será Mary Anne Owens dentro de esta casa, frente a su familia y a la mía. Y eso será todo. ¿Está claro?
—Tan claro como el agua, señor Jones.
El resto de la velada transcurrió en silencio y al finalizar, Octavian llamó nuevamente a las criadas para que levantaran los platos y restos de comida. Anne sigo al joven hasta la planta superior de la casa. Él ingresó a la habitación que antes había compartido con Rose Mary. Anne se quedó contemplando el pasillo sin saber a dónde ir.
—¿En qué habitación se encuentran mis cosas?—preguntó elevando la voz.
Octavian reapareció nuevamente por el umbral de la puerta.
—April ha colocado sus cosas en esta habitación.
Anne frunció el ceño con claro desagrado ante la idea.
—Puedes ocupar la habitación que desees— repuso éste notando el disgusto de la joven—llevaré sus cosas allí— dijo volviendo a ingresar.
Esa noche Anne durmió en el cuarto donde días atrás había estado recostada su hermana. Sus pensamientos revoloteaban como polillas alrededor de la luz y ansiaba con saber cómo haría para averiguar qué cosas habían llevado a su hermana a quitarse la vida. Lo único que sabía hasta entonces es que quería saberlo sin importar cuánto le costara.
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