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Capítulo II

Las lágrimas y llantos habían cesado durante el resto del día y la noche. En ese momento solo reinaba el silencio y el dolor. Caras pálidas y cansadas contrastaban con los negros atuendos de luto, que a su vez contrastaban aún más con el claro día, totalmente despejado, no como el día anterior.  El entierro tuvo lugar en el cementerio privado de la familia Jones que se encontraba dentro de los terrenos de la casa de campo. Solo ambas familias se reunieron en motivo de despedida. Nadie de la sociedad debía enterarse de lo sucedido por el momento. Nadie debía saber absolutamente nada. Que un matrimonio de jóvenes no hubiese dado indicios de un heredero ya era un escándalo como para sumar que la joven esposa se había suicidado.
Su padre encendió por quinta vez su pipa mientras el señor Jones servía whisky en los vasos de cristal para ambos matrimonios. Thomas se encontraba afuera arrancando con los dedos la hierba que se encontraba alrededor de donde estaba sentado mientras contemplaba el paisaje. Frente a la ventana pero del otro lado de donde estaba ella, vio por el reflejo del vidrio que alguien se había posicionado a su lado, tapando así el reflejo de los adultos que se encontraban un par de metros más atrás acomodados entorno a la pequeña mesa de madera rodeada de un sillón y dos sillas mecedoras.

—Lamento mucho su pérdida y que no hayamos podido conocernos en otra circunstancia —dijo Octavian dirigiéndose por primera vez hacia ella de forma directa desde que lo había conocido.

—No creo que nos fuéramos a conocer en otras circunstancias, por lo menos no de forma interesada de mi parte —le espetó sin dejar de mirar hacia el exterior—. Y no creo que lo lamente más que mi familia, señor Jones —añadió.

—Ella también era parte de mi familia, señorita Owens.

—No, un contrato de conveniencia económica no es familia —contestó volviéndose para mirarlo a los ojos.

El joven le sostuvo la mirada sin mostrar ninguna expresión, impasible.

—¡Mary Anne Owens, discúlpate en este instante! —dijo su madre quien había estado escuchando la conversación de los jóvenes—. No es culpa de Octavian lo que pasó con Rose Mary.

—Lo lamento, señor Octavian, por supuesto que no es su culpa. La culpa es de ustedes —Mary Anne señaló a sus padres y se acercó rápidamente hacia donde éstos estaban sentados, expulsando cada palabra como si fuera veneno —. La culpa es de ustedes por haber arreglado este matrimonio sin importarles nada. Sin pensar si quería hacerlo o si era feliz, consiguiendo que se quite la vida, todo porque son unos...

La mano de su madre se estampó contra su cara silenciándola de forma abrupta.

—¿Cómo puedes ser capaz de decir esas cosas? No tienes ningún derecho a opinar sobre nada de ésto. No estuviste aquí. Rose Mary quiso casarse y estaba feliz con la decisión que había tomado, así como tú y Thomas se fueron muy felices a Francia sin que les importara si el resto de su familia terminaba viviendo en los sucios callejones de Londres.

—Calma, querida, no es el lugar para hablar estás cosas —dijo su esposo tomándola del brazo intentando que ocupara de nuevo el lugar a su lado.

—Henry, Elizabeth, les daremos privacidad para que puedan hablar tranquilos. Vamos, querido. Hijo, por favor, acompáñanos.

—No hace falta, señora Jones. Esta conversación ha terminado por mi parte. He dicho todo lo que debía decir.

La joven salió hecha una furia de la casona dirigiéndose hacia donde se encontraban los carruajes sin siquiera reparar en su hermano, el cual se levantó de golpe al verla pasar tan vehemente, como si estuviera aplastando cráneos con cada paso que daba.

—Annie, espera, ¿a dónde vas? —inquirió mientras conseguía igualarla en su marcha.

—Voy sin rumbo alguno, por el momento lo más lejos de aquí.

—¿Debo suponer que has peleado con nuestros padres?

—Con madre. No podría ser de otro modo —respondió parándose frente al carruaje mientras el cochero le abría la puerta y la ayudaba a subir.

—Puedo acompañarte si lo quieres.

—No es necesario, Thomas, quédate. Volveré a la capital. Necesito cambiarme de ropa y distraerme.

—Ten cuidado.

—Yo no soy la que se queda aquí con nuestra familia. Mejor ten cuidado tú.

La puerta del carruaje se cerró y vio a su hermano volver hacia la propiedad de los Jones mientras la movilidad se ponía en marcha y el trotar de los caballos comenzaba a resonar contra el camino de tierra y piedras.

El carruaje se detuvo en el frente de la que aún seguía siendo su casa. Allí se encontraba un hombre como de su edad, indeciso de llamar a la puerta.

—¿Se le ofrece algo, señor? —preguntó Anne mientras bajaba del carruaje y arreglaba su atuendo.

El hombre giró dando a conocer su rostro. Conocía esas facciones y no podían pertenecer a nadie más que a su querido amigo de la infancia.

—¿Oliver? ¿Qué haces aquí?

—¡Anne! —dijo éste con alegría y la estrechó en un fuerte abrazo —. Supe que habías vuelto de Francia y quise verte lo antes posible.

—Estoy muy feliz de verte. No sabes lo mucho que te he extrañado.

—Y yo a ti. Pero dime, ¿por qué vistes de negro? Desde luego que por luto, pero de quién.

—No es algo que debería contar y me avergüenza profundamente.

—Anne, hemos sido amigos desde niños. Sabes que puedes contarme lo que sea. Cualquier cosa.

La joven titubeó antes de hablar, pero su amigo siempre había sabido guardar secretos.

—Acompáñame a dar un paseo y te contaré todo en el camino —dijo tomándolo del brazo antes de que Oliver pudiese contestar.

—Será un placer.

Contemplaron las ondas que se formaban en el correr del agua del Támesis, y aunque el olor no era de lo mejor, la vista que tenían desde el puente Blackfriars era realmente bonita, al igual que el mismo, adornado con detalles dorados y rojos contrastando con el pálido color marfil y el fluyente río negro.

—Siento mucho lo sucedido. Jamás hubiese esperado algo así de Rose. Morir de esa forma y dejar así a tu familia ante la sociedad y la Iglesia...

—Es por eso que nadie debe enterarse por ahora hasta que encuentren un modo de salir ambas familias airosas. Yo lamento que no hayas podido despedirte de ella, también era tu amiga.

—Prefiero seguir viéndola en buenos recuerdos —dijo el joven mientras se pasaba la mano por el largo y oscuro cabello —. ¿Y tú qué harás?

—Volver a Francia lo antes posible con Thomas —respondió Anne sin más.
Oliver hizo una triste mueca y Anne le devolvió una leve sonrisa igual de apenada.

—Puedo resistir aquí un par de días más —quiso compensarlo.

—Es tu decisión, Mary Anne, pero si quieres mi opinión, sería maravilloso.

Anne se inclinó hacia su amigo apoyando la cabeza contra su brazo mientras sujetaba con sus manos la fría superficie de la estructura del puente. El viento sopló frío haciendo que la piel se le pusiera crespa como la de los animales cuando eran despojados de sus plumas. La primavera había llegado pero aún quedaban rastros del gélido invierno.

—Será mejor que regrese a casa. Mi familia ya debe haber regresado y seguro preguntan por mí. Además, prometí a Thomas que lo vería más tarde.

—Desde luego. Te acompañaré de regreso. Y gracias por confiar en mí.

—Eres como un tercer hermano para mí, Oliver, lo sabes.

Y él lo tenía más que presente desde hacía ya tiempo.

Sin duda alguna debió cambiarse antes de pasear con Oliver. El encaje del vestido le había raspado el cuello y las muñecas, dejándole marcas rojizas por el roce. Los zapatos de taco le hacían doler los pies y deseaba poder sacárselos en cuanto llegara a su habitación. Antes de que pudiera llamar para que le abriesen, su hermano se encontraba del otro lado del marco, apoyado contra el umbral con una mano y sosteniendo la puerta con la otra.

—No era necesario que tuvieras que esperarme literalmente en la puerta hasta que regresara —dijo Anne arqueando una ceja.

—Shhh, entra rápido y sin hacer ruido. Ven, camina —Thomas la tomó de la mano y la arrastró al interior de la casa conduciéndola de la misma forma hacia su habitación.

—Thomas, para, vas a hacer que me caiga —Anne se zafó de su agarre. Thomas cerró la puerta lentamente casi sin hacer ruido.

—Necesitaba hablar contigo antes de que nuestros padres lo hicieran. Cuando te fuiste, ellos y los padres de Octavian estuvieron hablando, más que eso, planeando.

El rostro de su hermano era serio. Sus ojos la miraban fijamente.

—Van a pedirte que te hagas pasar por Rose Mary. Quieren que ocupes su lugar por un tiempo fingiendo ser ella hasta que encuentren una forma de ocultar lo sucedido.

Anne sintió que una oleada de calor le subía de repente por todo el cuerpo. Decidió sentarse en la vieja cama de su hermano y él tomó lugar a su lado.

—¿Cómo pueden si quiera pensar en todo eso cuando acabamos de enterrarla? ¿Qué hay de Octavian?

—Baja la voz, se supone que yo no sé nada. Octavian tampoco lo sabe aún.

—Es una locura, Thomas. Una locura.

—No es tan descabellado como parece, Annie. Piénsalo, lo que hizo Rosie es vergonzante. Los miembros de su nuevo entorno juzgarán a nuestra familia y ya bastante humillante es que estemos en banca rota.

Anne se apartó de su hermano como si la cercanía a él la quemara.

—Y es lógico que lo más sencillo sea sacrificarme por todos.

—No estoy diciendo eso. Si no quieres hacerlo no lo hagas. Jamás te obligaría, pero piénsalo, nuestra familia recuperaría su economía. Yo también pienso ayudar. Buscaré un trabajo de momento. No es que fuera a dejarte e irme a Francia.

Su hermana guardó silencio. Por primera vez en su vida no tenía nada que decir, nada con que responder.

—Escucha, Annie, sé que una parte de ti quiere saber tanto como yo por qué nuestra hermana tomó esa decisión. Si aceptaras podrías averiguarlo, hablar con la servidumbre, observar a Octavian.

La idea comenzó a picar en su mente como una gota de agua en una roca, insistente. Thomas tenía razón. Quería saber qué había llevado a Rose a tomar tan terrible decisión, pero no quería descubrirlo a costas de su libertad y mentiras.

—Voy a pensarlo. Soy incapaz de poder decidir cualquier cosa ahora. Ha sido demasiado por hoy y estoy cansada —Anne se levantó de la cama y se dirigió a la puerta.

-Solo ten en cuenta lo que te he dicho y considera las posibilidades.

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