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7 ࿐ 𝑑𝑜𝑤𝑛 𝑡ℎ𝑒 𝑑𝑎𝑟𝑘 𝑎𝑣𝑒𝑛𝑢𝑒

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               Rosemary quitó con entusiasmo la envoltura que cubría el caramelo rojizo mientras cruzaba los pasillos solitarios del museo; aquella marca de dulces era su favorita desde que tenía memoria, no sólo por el sabor si no por el premio que incluía. Cada vez que acudía de excursión al museo compraba y se volvió un hábito al comenzar a trabajar allí. Como si fuese su recompensa tras un largo día de trabajo.









Un pequeño dinosaurio de plástico color verde pálido fue lo que sostenía con una sonrisa tras tirar la basura en el bote de la entrada del edificio. Con el caramelo en la boca cubrió la figura entre sus manos para observar el brillo que irradiaba tenuemente como si fuese radioactivo. Su distracción era tal que no había puesto mucha atención en su alrededor además de saber el camino de memoria.








Fue cuando reconoció a la persona sentada en la banca por la que tenía que pasar sí o sí enfrente. Ese cabello oscuro desordenado y vestimenta negra como la noche era algo que no pudo pasar por desapercibido. Morfeo miró en su dirección con cierta emoción en sus ojos. Ella tomó aire y bajó la velocidad de su caminar al verle levantarse de la banca.









—Rosemary Starr.









Lord Morfeo—respondió levantando la cabeza para poder mirarle a los ojos debido a la diferencia de estatura.









Pese a que le pareció extraña su respuesta, siguió con lo que tenía que decirle.









—He recuperado mi rubí.









—Qué bien.









—¿Estás molesta?—frunció levemente el ceño.









—No—mintió, aunque era muy obvia—bueno si, un poco—suspiró cruzándose de brazos, encerrando a la figura de plástico en su puño—Siempre que apareces me haces pensar que somos amigos, luego cuando creo que estamos avanzando haces tus trucos sacados de Hogwarts y desaparezco. Literalmente. Es un poco desesperante ¿lo sabías?











La brisa de aire frío movía su cabello suelto, colándose por la delgada tela del suéter que llevaba al pensar que el clima no estaría tan mal esa noche, su nariz y mejillas comenzaban a tornarse rosadas por ello. Al mismo tiempo, Morfeo intentaba analizar cada palabra que salió con su dulce voz, haciendo énfasis en una en específico: amigos.











No tenía idea de ello—dijo acercándose un paso más—mis disculpas.










Podía no entender del todo las necesidades humanas pero se daba una idea por lo que sin pensarlo mucho decidió quitarse la gabardina haciendo que las constelaciones que guardaba en su interior ondearan con el movimiento, para ponerla sobre los hombros de Rosemary quien no quitaba la vista de su rostro ante el repentino gesto.










—¿Qué hay de ti?—preguntó casi en un murmuro.










—El clima me es indiferente.










A continuación se dedicó a acomodar el cuello de la prenda tratando de que fuese lo más cómoda posible aunque le quedase un par de tallas arriba. Él se había quedado con una simple playera de manga larga que lucía igual de suave y cómoda.










Se odiaría más tarde por ello —quizá cuando estuviera sola en su habitación recogiendo los libros regados en el suelo— pero en ese mismo momento se había olvidado de las veces en que le hizo a un lado, con aquel simple gesto. Se necesitaba mucho más para causar ese efecto en Rosemary por lo cual le confundía demasiado esa chispa que sintió cuando el peso de la tela cayó en sus hombros.









—Ya veo—fue lo único que pudo decir, como si un hechizo le impidiera hablar.









—Es tarde. Tus abuelos deben estar esperándote.









Asintió, dándole cierto permiso a Morfeo para que comenzara a caminar, dejando implícito que le acompañaría en su breve recorrido.









Un sentimiento de seguridad invadió a Rosemary, uno que casi nunca sentía y mucho menos caminando por la calle de noche. De vez en vez dirigía la mirada al perfil de su acompañante; desde el principio notó que era atractivo pero ahora podía sentirlo y estar consiente de que iba más allá de lo físico. Era un rey, un Eterno y se estaba tomando el tiempo de caminar a su lado hasta casa. No tenía sentido pero tampoco es que se esforzara para encontrarlo.









—Y...¿qué tal tu día?—decidió hablar un par de calles delante.









—¿Mi día?—repitió mirándole. Ella asintió—¿de verdad te interesa saber lo que hice hoy?









—Por supuesto. Aunque si no quieres hablar de eso está bien, lo entiendo—tenía la atención en el suelo tratando de evadir el mayor número de charcos posibles.









—Estuvo bien, supongo—hizo una pausa para mirarle—¿qué tal el tuyo?









—Normal—se encogió de hombros—libros viejos, café de la esquina, dolor de espalda por la incómoda silla...lo de siempre.









—Suena bien. Excepto lo de la silla.










—Lo es. Cada libro que abro es como descubrir un mundo perdido, nunca se sabe lo que puede contener. De hecho, hay varios que contienen historias acerca de ti.










La luz de los faroles y los autos que pasaban no muy seguido les daban ese ambiente íntimo perfecto para hablar acerca de cualquier tema, excepto que no sabían de qué hacerlo. Él no quería aburrirle con temas de tiempo pasado y ella no quería fastidiarle con anécdotas que a nadie le había contado antes. De todas maneras la conversación fluía y se notaba que no moriría por ninguna de las partes.










—¿De verdad?—preguntó con genuina curiosidad.










—Sip. Pero ninguno logra capturar tu esencia—cruzaron miradas por un instante—algo me dice que yo podría hacerlo mejor.










—Bueno, me gustaría ver eso.








La castaña sonrió y apretó con fuerza el juguete que aún sostenía con nerviosismo. Apenas había salido de algo complicado como para meterse en algo el doble de complicado pero parecía no poder evitar sentirse así, no cuando Morfeo lucía y actuaba como un sueño hecho realidad. Por más irónico que sonase.








Finalmente fue salvada por la fachada de la antigua casa, su corto recorrido había llegado a su fin.









—Aquí es—dijo deteniéndose en el borde del amplio jardín. Él se paró enfrente suyo, quizá demasiado cerca a lo que estaba acostumbrada haciendo latir con velocidad su corazón—uh, gracias por acompañarme. Fue agradable.











—Lo fue.









Entonces una pequeña sonrisa apareció en lugar de aquel serio gesto que portaba todo el tiempo. Era la primera vez que Rosemary le veía así, ni siquiera creía que fuera capaz de cambiar de expresión pero allí lo tenía. Quitándose el abrigo para devolvérselo, sonrió como niña pequeña tras hacer una travesura y sin decir palabra alguna caminó la hasta la puerta. Tras girar la perilla miró por su hombro siendo una linda sorpresa que Morfeo siguiese ahí con su gabardina ya puesta, que no había desaparecido a la primera oportunidad.









Aunque él tampoco se lo podía explicar. Unos segundos después de que la puerta se volviese a cerrar, el aleteo reconocible de Matthew se hizo presente hasta pararse en la no muy alta barrera que rodeaba la propiedad Starr mirando a su amo con aquellos pequeños ojos negros. Metió las manos a los bolsillos listo para volver a la Ensoñación cuando sintió algo al fondo de uno de ellos; frunciendo el ceño lo tomó para sacarlo e identificarlo. Era un pequeño dinosaurio de plástico. Uno con el logo del museo en la parte inferior de la pata.









—¿Es eso un juguete?—preguntó el ave.









—Esto, Matthew, es una señal—observaba con atención al pedazo de plástico.









—¿De qué, señor?










—De que después de todo, el libro de mi hermano Destino tiene algo bueno escrito para mí.










Dirigió su atención a la fachada de la casa conteniendo una sonrisa. No le quedaba de otra más que regresar y devolverle lo que olvidó. Aunque lo haya dejado a propósito.

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