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3 ࿐ (𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚)𝑦 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑢𝑛𝑡𝑒𝑟

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              No era muy común que entrase a los sueños de los mortales, pero era más su curiosidad por saber acerca de la mujer que le liberó de Roderick Burgerss. Los pasillos de una escuela era el escenario de la ocasión, podía ver niños caminando de aquí a allá, todo lo contrario de su parte pues parecía ser invisible para ellos. Casilleros grisáceos marcaron su camino a la protagonista del sueño quien yacía abrazando un libro contra su pecho frente a tres niñas más.






Podía sentir el miedo que destellaban sus ojos cristalizados por lo que decidió seguirla cuando salió corriendo en dirección contraria. Afuera el clima parecía adecuarse a su estado de ánimo con una tormenta estruendosa y el sol ocultándose detrás de nubes espesas; caminó a paso ligero hasta dar vuelta en una de las esquinas, siendo el panorama cambiado totalmente al de una casa antigua. Cuadros con fotos familiares adornaban los costados junto a pequeñas mesas con floreros y figuras de cerámica. Una sola puerta figuraba al fondo, misma que abrió.






Se trataba de un invernadero con techo alto de cristal lleno de pequeñas flores de colores, pero no fue impedimento para encontrar entre ellas a Rosemary quien ya no lucía como una niña, sino quizá un par de años menor a como la conocía actualmente. Lloraba sentada en el piso con la espalda recargada en una de las grandes macetas pintada a mano, segundos después, levantó la mirada lentamente al notar un par de botas negras enfrente suyo.






Era curioso pues cada persona solía tener una interpretación diferente de su físico. Algunos le veían como el concepto que sus mentes tenían arraigadas como belleza. Para otros era un animal, a veces uno salvaje e incluso como una mascota querida perdida en sus recuerdos pasados. Pero para Rosemary era él mismo, tal como fue concebido desde el principio de los tiempos.






Sin decir palabra alguna le ofreció su mano, misma que ella tomó sin pensarlo dos veces siendo su apoyo para levantarse del suelo. Morfeo tenía la oportunidad enfrente no solo de agradecerle si no de hacerle todas esas preguntas que vagaban por su mente desde que le liberó pero en vez de eso permaneció en silencio. Admirándole, sintiendo la calidez de su toque y en especial, la ausencia de miedo con que le miraba.






—Yo te conozco—dijo Rosemary sin soltar su mano.





Él asintió. Era la primera vez que escuchaba su voz.






—Es un lindo lugar.






Una sonrisa se dibujó en su rostro al percatarse de dónde estaba. Supo que era un sueño, quizá uno lúcido por la manera en que se sentía. Afuera, el sol comenzaba a salir causando ligeros reflejos por parte de las paredes de cristal que les cubrían así como el sonido de la lluvia cesó.






—Es el invernadero de mi abuela—dijo devolviendo su atención a él.






—Quería agradecerte por ayudarme. Aunque me gustaría saber cómo me encontraste.






Ella frunció un poco el ceño, ladeando la cabeza al no entender del todo sus palabras.






—¿Encontrarte? Tú viniste a mí.






—Pero...—negó ligeramente, igual de confundido—no tiene sentido.






—Es un sueño. Nada tiene sentido—respondió encogiéndose de hombros con una sonrisa a medias—¿no es eso genial?






—Supongo.






Rosemary sabía muy bien como funcionaba aquello de los sueños de ese tipo. En unos momentos despertaría gracias a su alarma con una horrible sensación de querer volver a donde estaba en ese preciso instante, llevándola a pensar lo que pudiera haber pasado si se hubiese quedado un segundo más. Lo cual era una lástima en aquellas circunstancias pues no todo el tiempo soñaba con el mismo hombre atractivo en cuyo mirar podía perderse y agradecería por ello.







Bajó la mirada en dirección a sus manos que seguían descansando una sobre la otra tratando de memorizar la sensación que le daba. Intentando aferrarse al sueño pese a que se sentía cada vez más consiente.







Al mismo tiempo, Morfeo fallaba en encontrar alguna pista de la cual partir al no tener respuesta válida. Pero fue distraído por el curioso comportamiento de Rosemary, dándose cuenta que no se habían separado del todo.







—Voy a olvidarte cuando despierte, ¿verdad?—conectó sus miradas.







—¿Eso es lo que quieres?








—En realidad no.








—Entonces no lo harás.







Entre la distracción no sólo de su profunda voz si no por la respuesta que parecía más una promesa, finalmente fue interrumpido su contacto físico dejándola con una sensación de vacío inexplicable. Su rostro indicaba justo eso cuando comenzó a alejarse de ella, perdiéndose más y más entre las hierbas y flores que parecían crecer con rapidez, consumiéndole.








—¡Espera!—él se detuvo, girando un poco la cabeza por encima de su hombro—nunca me dijiste cual era tu nombre.








Morfeo terminó de girar con su cuerpo para volver a encararle. Separó sus labios con la intención de hablar pero entonces. . .







¡BEEP! ¡BEEP! ¡BEEP!








Rosemary abrió los ojos y por primera vez en años, odió la colección de pósters de películas de terror que tenía como vista en la pared al despertar. Se llevó las manos a la cabeza con desesperación, enredándolas en su cabello alborotado. Finalmente suspiró recostándose sobre su espalda para observar el techo blanco con los brazos extendidos a sus lados.








Las cortinas se movían ligeramente por la ventana entreabierta, misma en que un ave de impecable plumaje negro se posó con curiosidad soltando uno de sus típicos graznidos.








—¡Ya voy! Ya voy—se quejó la mujer tomando al animal como señal de que no podía perder más tiempo.








Pero al quitarse las sábanas de encima para después sentarse en la orilla de la cama volvió a ella la misma sensación de vacío que en su sueño. Miró su mano derecha y cerró los ojos trayendo de vuelta la imagen de cuando era sostenida por, literalmente, el hombre de sus sueños. Soltó un suspiro llevándola a su pecho con cierta nostalgia.







Entonces negó sonriendo. Era tonto que se sintiese así por alguien que había visto por menos de dos minutos y aún más, que fuese producto de su subconsciente al dormir.








Los sueños, sueños se quedan—murmuró para sí misma.








Lo mismo que su madre le repetía desde pequeña cuando su gran imaginación jugaba con ella.

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