bucky barnes
—¡Niños! ¡Esperen!
Las carcajadas de sus sobrinos resonaron en hueco de la escalera. Permitió que un suspiro escapara de sus labios y continuo su camino cargando con el equipaje, aunque se trataba de dos simples valijas y un bolso de mano, las empinadas escaleras dificultaban su tarea.
—Señorita Waschke, ¿siempre va a buscar el camino difícil?
Sus ojos se movieron a la entrada al pasillo y se encontró con un anciano de rasgos asiáticos y un hombre que parecía ser unos años mayor que ella. El señor Nakajima negó con un movimiento de cabeza e hizo un ademán para que ella le cediera parte de sus pertenencias. El hombre desconocido se adelantó y, después de una leve inclinación, tomó una de las valijas.
Luego del fallecimiento de su hermana mayor, Eliza y sus sobrinos habían sido adoptados por la vecindad del edificio. Llevaba casi una década recorriendo los pasillos que conectaban los diferentes bloques de departamentos y nunca se había encontrado con una persona semejante.
Despegó sus labios para emitir una presentación, cuando fue interrumpida por un coro de voces.
—¡Tía Eliza, la señora Thompson tiene galletas! —Bruno observó al sujeto por unos instantes— ¡Hola! Soy Bruno.
—¡Y yo Luca!
El desconocido padeció unas tonalidades ante la aparición de los niño, lo que provocó una sonrisa en el rostro de Eliza.
—Se llama James Barnes —comentó el señor Nakajima, intentando sacar en aprieto al pobre sujeto.
Segundos más tarde, Bruno y Luca comenzaron a desarrollar un exhaustivo interrogatorio que continúo mientras deambulaban por los pasillos hasta sus respectivos departamentos. Se enteraron de que James se había mudado hacía una semana, mientras ellos se encontraban visitando a sus tíos en California, y que era oriundo de Brooklyn; además vivía a dos departamentos de distancia y entendía acerca de las tácticas de guerra que Bruno implementaba al jugar a la batalla naval.
—¿Pueden dejar al señor Barnes en libertad? —cuestionó Eliza, cruzando sus brazos a la altura de su pecho. Los niños rezongaron y se adentraron a su hogar alzando sus manos en saludos y promesas—. Muchas gracias por la ayuda y lamento el comportamiento de los niños. Me excusaré debajo del que no conocen gente nueva con regularidad.
—Yo me excusaré de mi comportamiento con el no entender a los niños —pronunció James, abriendo la entrada a su departamento.
Eliza introdujo una de las valijas al interior. Su cerebro le recordó que se había olvidado por completo de sus modales y no se había presentado de manera directa.
—Soy Eliza.
James se giró y le dedicó una pequeña mueca que la muchacha decodificó como una sonrisa.
—Soy James.
[...]
—¿Podemos invitar al señor Barnes a cenar?
Eliza apartó su mirada del desastre de su escritorio: papeleo del banco, los apuntes de sus clases en la universidad y los informes médicos que debía señalar y enviar al hospital. Señaló con su lapicera al calendario y regresó su mirada a su sobrino.
—¿Quieres invitar al señor Barnes a cenar?
Bruno se encogió de hombros. Eliza se extrañó de la facilidad con la cual sus sobrinos se encariñaron con el sujeto. Habían transcurrido tres meses desde la llegada de James al bloque de departamentos y los niños se comportaban a su alrededor como si hubieran crecido en compañía del hombre.
Su sobrino se inclinó para acomodarle los anteojos de lectura.
—Yo te ayudaré con la preparación de la tarta de manzanas —comentó Luca, adentrándose a la habitación con un oso panda de peluche aferrado entre sus brazos.
—¡Podemos preparar pasta casera!
—¡Y, y ensalada de coles!
Unos golpes hicieron que la conversación se interrumpiera. Luca y Bruno se observaron mutuamente y Eliza capturó la indirecta al instante. El instinto materno que había desarrollado en los últimos años le indicaban que el sujeto de dos departamentos de distancia estaba parado en su puerta. Y su instinto nunca se equivocaba.
Eliza intentó sonreír con cortesía cuando se encontró con el rostro del hombre a centímetros del suyo.
—Venía a...
—¿Indagar por la invitación que mis queridos y hermosos sobrinos —inclinó su rostro unos milímetros, observando de reojo a las dos criaturas que se mostraban inocentes en la entrada a su cuarto— te han propuesto? —inhaló profundamente, manteniendo la tranquilidad en su interior— ¿Eres alérgico a algo en especial?
—¿Disculpa?
—Si eres alérgico a algún alimento en especial. Necesito cerciorarme de no cometer algún intento de asesinato, de lo contrario tendría una mancha en mi currículum.
James carcajeó mientras movía su cabeza de izquierda a derecha.
—Negativo.
—¿Te gustan las pastas y los pasteles de fruta?
—¿Harás tarta de manzana?
Comprendió porqué sus sobrinos siempre intentaban invitar al sujeto a cenar: era una excusa para preparar la famosa tarta de manzana que Eliza tanto detestaba.
—Sí —murmuró, dando pequeños golpes en la madera de la puerta. Encontrarse a una escasa distancia de una persona de semejante apariencia causaba estragos en su interior— ¿Quieres venir a las siete?
—A las siete estaré aquí.
Se despidieron con un simple saludo de manos. Eliza cerró con suavidad la puerta y se giró en dirección a los niños y con su temible tonalidad de voz pronunció en un susurro:
—Voy a matarlos.
—¡A la tía Eliza le gusta el señor Barnes!
[...]
Unas horas después, la cocina y el comedor estaban repletos de polvo de harina, cáscaras de manzana roja y purpurina comestible. Luca decidió que era una buena idea hornear galletas en forma de unicornio para agasajar al invitado, Eliza no logró resistirse a sus encantos y terminó cediendo.
—¡Hola, señor Barnes!
Le cena transcurrió con normalidad, repleta de preguntas por parte de Luca y Bruno a con respecto al nuevo vecino y alguna que otra intervención por parte de Eliza.
Se encontraban tan absortos en la conversación que ninguno de los adultos se percató de que Luca yacía dormido sobre el hombro de James. Ambos regresaron a la realidad cuando Bruno bostezo y se excusó diciendo que iría a acostar a su hermano menor. Eliza divisó una extraña pizca de sorpresa en los ojos del hombre. Pero ella acabó llevándose la mayor de las sorpresas cuando James se elevó con cuidado, tomando al pequeño entre sus brazos.
—¿Dónde se encuentra su habitación?
Tardó dos segundos en decodificar el mensaje y formular una respuesta.
Eliza ayudó a sus sobrinos con sus respectivos rituales previos a ingresar a la cama, incluso debió de obligarse a despertar al menor para que lavara sus dientes y se colocara su ropa para dormir.
—Gracias, papá —murmuró Luca, cuando James se inclinó a acomodarle una de las cobijas.
Eliza tomó uno de los trapos del fregadero y lo escurrió. Habían pasado quince minutos en silencio dentro de la cocina, mientras ella limpiaba los utensilios que quedaban sobre la mesada y James, después de haber ganado una breve discusión, secaba los cubiertos.
—Lamento que te incomodaran con preguntas y lo del incidente de la frase.
—No te preocupes —susurró el hombre.
Eliza giró sobre sus talones.
—¡Por supuesto que debo de hacerlo! —exclamó, aunque manteniendo su tonalidad de voz dentro de los rangos normales. No quería interrumpir los sueños de sus sobrinos— Todavía no tengo las agallas para contarles lo que sucedió realmente y... —su mirada descendió hasta sus zaparillas. Se recriminó internamente por permitirse semejante confianza con un sujeto que apenas conocía— Lo lamento.
James se permitió sentarse en una de las altas butacas que quedaban a un costado de la cocina, observando a la mujer que continuaba con la limpieza de un plato de cerámica. Hizo un ademán de que prosiguiera con la práctica.
—Fue hace unos diez años, Lizzie trabajaba para una empresa en Washington, una empresa gubernamental y una noche recibí una llamada de ella diciendo que alguien la estaba persiguiendo. La encontré tirada a dos cuadras de su departamento. Años antes había perdido a mis padres en una accidente de avión en las inmediaciones de Sokovia y el esposo de Lizzie, Vladimir, fue ejecutado en una misión a Siberia unos meses antes de su muerte —su labio inferior tembló al recordar las tragedias que había sacudido su vida hacía diez años— Aún tengo pesadillas. Lo lamento, no tendría que haber soltado el barullo así tan derrepente.
—Está bien, Lisa.
Eliza permaneció estática unos segundos observándolo.
—¿Qué? —indagó James.
—Hace años que alguien no me llama así.
—Perdón —murmuró el hombre, —demasiada confianza.
Eliza dejó de limpiar uno de los contenedores de vidrio y sacudió el trapo en los aires. Una sonrisa asomó en sus labios.
—No, no, está bien. Es agradable escuchar el apodo más común de mi adolescencia.
—Entonces, puedes decirme Bucky.
—¿Cómo al mejor amigo del capitán América? —preguntó, tomando asiento en la banqueta de enfrente.
—Exacto.
Le agradaba la confianza que había desarrollado con el hombre en apenas unas horas. James, conocido como Bucky, parecía un sujeto amigable y con el cual podía hablar de su pasado sin ser juzgada por los trabajos de sus familiares.
—Bien, Bucky. ¿Por qué te agrada la tarta de manzana?
—¿Qué?
—No confío en las personas a las cuales le agrada la tarta de manzana y te has servido tres trozos. Necesito recolectar la información para cerciorarme de qué clase de persona eres.
—¿Y cuál crees que soy?
—Creo que eres de las cuales ha sufrido demasiado en el pasado.
—Estoy intentando sanar algunas heridas.
—Debería hacer lo mismo. ¿Quieres té? —Eliza ya estaba parada frente a la cocina, colocándole agua a la tetera.
Era su manera de evitar el dolor, hablar de sus problemas mientras realizaba tareas cotidianas.
—Sí, por favor —Bucky apoyó sus brazos sobre la superficie— ¿Has lastimado a muchas personas?
—A nadie. Pero me hubiera gustado no haber permanecido neutral en muchas situaciones como cuando mi hermana falleció y el personal de seguridad simplemente me parafreseó: "estaba en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto" y lo acepté. O lo sucedido con mis padres que finalizó en una discusión con Lizzie sobre los superhéroes y lo que les perdonamos porque son "quienes nos mantienen a salvo" —tomó una pausa para respirar. Giró sobre sus talones y colocó la taza de té frente al hombre— No me malinterpretes, agradezco el esfuerzo que han llevado esas personas por mantener el orden y que el ser humano tenga un límite, pero detesto que cuando cometen errores no se los pueda acusar porque son nuestros salvadores. Te estoy usando de terapia de nuevo.
—Tendré algo para contarle a mi psicóloga el lunes por la mañana.
—¿Puedes recomendarmela?
—En lo absoluto. Detesto ir a terapia, aunque me ha ayudado bastante con mis...
—¿Traumas y heridas del pasado?
—Exacto. Estoy haciendo mi mayor esfuerzo en concentrarme en avanzar, pero las pesadillas regresan una y otra vez...
Un grito resonó en la habitación. Segundos después, Luca apareció corriendo mientras balbuceaba entre lágrimas:
—¡Tía Eliza, el hombre malo volvió!
Eliza alzó al pequeño entre sus brazos, acariciando su cabello. Se mecía de un lado al otro, para internar tranquilizar a su sobrino.
—El hombre de la máscara ya no está, Luca. Se ha ido.
—¿Hombre de la máscara?
Luca observó al hombre. Su rostro estaba completamente enrojecido por el llanto y parecía que alguien le había arrebatado la felicidad de unas horas atrás.
—El que asesinó a mamá.
.....
¡Hola! Adivinen quién regresó. Les permito lanzarme con lo que sea por mi larga ausencia (con un Bucky también *guiño, guiño*)
Pasaba a comentarles que abriré los pedidos de nuevo porque regresó mi inspiración para escribir sobre Marvel y sus personajes. Si les debía alguna imagina a alguien, escríbeme y háganmelo saber.
Espacio publicitario para que escriban sus pedidos.
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