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    Se resguardó de la intensa llovizna que había comenzado a caer sobre la ciudad bajo el toldo de una tienda de conveniencia junto a un grupo de adolescentes. Mantenía su cuerpo en una de las esquinas, evitando contacto de cualquier índole con las personas que la rodeaban, prefería mantenerse entre las sombras, intercambiar un par de palabras con los comerciantes cuando buscaba provisiones y esconderse en el pequeño departamento que alquilaba por unas decenas de euros.

        Desde su llegada a Europa, setenta años atrás, Lyanna había sentido una diminuta atracción por las costumbres de los lugareños, que diferían de las estadounidenses de aquellas décadas. Motivo que la invitó a proseguir con la reconstrucción de su vida la luego de la Segunda Guerra, aunque debía mantenerse en el anonimato, deambular por los diferentes países con contantes cambios de nombre, nacionalidad e historia de origen.

        Su teléfono móvil vibró en el bolsillo trasero de su pantalón. Sus labios se separaron al instante permitiendo que un suspiro escapara.

          " ¿Regresarás? "

       No contestó, siquiera abrió completo en búsqueda de más palabras. Conocía a Natasha Romanoff lo suficiente como para predecir lo que ocurriría si contestaba con una respuesta tanto afirmativa como negativa. La ex agente secreta rusa insistía hasta lograr su cometido y Lyanna no se encontraba segura de querer regresar a su puesto de agente de espionaje estadounidense, siquiera ser parte del nuevo grupo de justicieros del cual Natasha era parte.

        Levantó su mirada de la pantalla del teléfono móvil cuando un escalofríos recorrió la extensión de su columna vertebral. Alguien se hallaba observándola desde la vereda opuesta. Logró reconocer a varios grupos de personas que se amontonaban bajo las entradas de los locales de enfrente. ¿Nick había mandado algún agente secreto en su búsqueda? ¿O Natasha en persona se había dignado a aceptar su propuesta de tomar una taza de té juntas y parlotear de los últimos acontecimientos ocurridos?

         Cuando la lluvia comenzó a mermar, Lyanna se aventuró por las desoladas calles de Berlín en dirección a su departamento.

        Una segunda presencia seguía sus pasos, manteniendo varios metros de distancia. La muchacha se introdujo en un oscuro callejón, sosteniendo las bolsas repletas de provisiones. Se recriminó internamente por no haber llevado consigo una de sus preciadas dagas.

       Apresuró su caminar al cruzar el pavimento y de reojo observó a sus espaldas. Sacudió su cabeza, ¿el cansancio causaba que su cerebro empezara a crearle distorsiones de la realidad?

      —Señorita Barnes, ¿se encuentra bien?

      Fingió una sonrisa al guardia de la entrada del bloque de departamentos y asintió con un movimiento de cabeza.

      Subió las escalinatas de cemento con sus pensamientos inundando su cerebro. Millares de hipótesis aparecieron, agrupándose según la cantidad de probabilidades y causando que Lyanna cuestione las píldoras que tomaba por las mañanas, su escasa ingesta de alimentos o si se trataban de los tormentos de su pasado.

       —¿Lyanna? —una peculiar tonalidad de voz cuestionó a sus espaldas.

       Sacudió su cabeza, nuevamente. Una oleada de tristeza sacudió su anatomía completa. Su mente estaba jugando con sus sentimientos, era una simple mala pasada creada por su sistema nervioso central.

       —Lyanna...

       Ahí estaba, parado en el extremo contrario del pasillo, intentado de ocultar su identidad bajo una dañada gorra de tonalidades ocres.

       —Hey —pronunció, incapaz de mencionar su nombre en voz alta.

       —¿Eres tú?

       —¿Conoces a alguien más que utilice el apellido de su ex prometido para escapar de su anterior vida?

        Por primera vez en décadas logró apreciar el sonido de sus tenues carcajadas. James seguía provocando estragos en su interior.

      —¿En verdad me recuerdas?

      —Por algo estoy aquí, ¿verdad?

      —Estas aquí porque Steve no se atrever a aparecer sabiendo que conozco la verdad detrás de sus motivaciones y Sam teme por su integridad física.

      —¿Disculpa?

        Lyanna arrojó una extensión de su teléfono móvil donde detallaba a las personas que se encontraban a un radio de diez kilómetros a la redonda.

        —No me subestimes, James.

        —Es una hermosa caja de sorpresas, señorita Barnes.

        —Señorita Moonre para ti, sargento.
   

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