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018; bucky barnes


   Sus piernas dolían a causa de los repetidos tropezones y del cansancio. Llevaban una prolongada carrera para alejarse de los oficiales de la organización alemana y mantenerse en la clandestinidad hasta hallar un poblado donde permanecer a recobrar fuerzas para proseguir.

   —Todavía queda un largo trecho hasta Canadá, ¿quieres que busquemos un lugar para descansar?

    Observó a su acompañante un instante, sorprendida. Era la primera ocasión que intercambiaban palabra luego de su victorioso, por el momento, escape de las instalaciones en suelo estadounidense dos semanas atrás. El soldado poseía una famosa etiqueta dentro de la organización y al igual que ella, también sería perseguido por los fantasmas de un pasado que apenas recordaban.
 
—Podemos continuar...

—Dayanna —interrumpió con su respuesta de manera brusca. La muchacha frunció su ceño disgustada y él se percató de su error—. Apenas puedes caminar, la herida se infestará de no recibir tratamiento pronto —su mirada se dirigió a la gigantesca venda improvisada sobre su muslo derecho—. Intentaremos encontrar a alguien que nos pueda ayudar.

  —Lamento informarte que somos fugitivos internacionales, soldado.

  Sus rostros aparecían en las noticias informativas, al igual que centenares de personas que habían sido sacudidas por el caótico acontecimiento de Washington. La documentación de la organización había salido a la luz y ahora el mundo conocía el pasado de ambos.

  Bucky colocó su mano en el hombro de la muchacha, obstaculizando sus andanzas. Dayanna dejó escapar un suspiro desde el fondo de su garganta.

  —Descanzaremos —comentó, que se asemejó más una orden.

—¿Dónde? —inquirió la joven, señalando a sus alrededores. Ningún poblado en kilómetros a la redonda para que se pudieran hospedar en algún lugar.

  El soldado señaló a la distancia. Una estructura de madera se distinguía entre las sombras de los árboles. Dayanna supuso que se trataba de una cabaña o un diminuto cobertizo para resguardar herramientas.

—Atento a todos los detalles, ¿eh, soldado?

—Más que tú sí.

  Intercambiaron un par de carcajadas. Era la primera vez que entablaban una conversación sin intervención de puñetazos.

  Llegaron a una cabaña abandonada al cabo de unos minutos. Se aseguraron de inspeccionar el interior y los alrededor y de sellar las entradas principales a su refugio. Requerían de un prolongado descanso para recuperar fuerzas y encontrar un poco de comida para sus hambrientos cuerpos.

   Sentada en una estructura de madera, que antes había pertenecido a una mesada, Dayanna apreció al soldado y su vago intento de armar un lugar cómodo para conciliar el sueño.

  —¿Necesitas una mano? —preguntó, acomodando los sucios vendajes que cubrían su pierna.

Bucky formuló una sarta de maldiciones en una lengua extranjera.

—No —respondió con sequedad,  acomodando un cúmulo de trapos añejos como para hacer un colchón. 

Dayanna soltó una carcajada. Las facciones del soldado se suavizaron al escucharla.

—¿Seguro?

—Perfectamente seguro —Dayanna descendió de la mesada con suavidad, debido a su dolencia en su extremidad inferior derecha— ¿Tu pierna prosigue doliendo?

Asintió con un movimiento de cabeza.

  —Debería cambiar el vendaje —formuló, temiendo de una infección.

—Siéntate.

—¿Además de sicario eres enfermero a domicilio?

  Bucky frunció su ceño e indicó su intento de mantas. La muchacha intentó acatar sus órdenes, pero veía imposibilitada la flexión de su rodilla. Los musculosos brazos del soldado rodearon su cuerpo y ayudaron a que no hiciera esfuerzo innecesario. El contacto de la mano metálica de él contra su piel propia causó un escalofrío que recorrió su anatomía por completo.

Lo único a su disposición eran unos retazos de cortinas que Bucky lavó con un poco de agua y una botella de vodka escondida en una alacena que serviría de desinfectante.

—¡Maldición! —exclamó, ante el contacto de la bebida con su herida.

—Apenas he tocado... —murmuró en un gruñido. Dayanna soltó unas palabrotas cuando los dedos del hombre sacaron los últimos trozos de vendaje que habían quedado pegados contra su carne—. Si continuas gritando se enterarán de nuestro escondite, mujer.

—¡Me importa una miércole! ¡Fue tu maldita idea cruzar el campo minado de escombros! —alzó sus brazos en señal de desesperación—. Te dije que tomáramos el camino lejano al poblado, ¡pero no!

—¿Quién imaginaría que una espía entrenada quedaría atascada en un trozo de hierro?

—¡Ni una mierda! —Bucky sostuvo a la joven de sus delgados hombros, apretándolos con delicadeza para qur dejara de maldecir— ¿De qué te ríes, imbécil?

—Todavía ni coloqué una gota de alcohol en tu anatomía y andas pronunciando barbaridades a diestra y siniestra.

—Lamento ser una molestia, señor educado.

—Eres imposible, Dayanna.

   [...]

Su mirada vagaba por los puestos de vendedores callejeros instalados a los costados de una peatonal secundaria de la ciudad. Requería a unos alimentos previos a su regreso al departamento y permanecer encerrada allí unos días.

  Una notificación proveniente de los Estados Unidos había informado acerca de lo ocurrido en las instalaciones de los vengadores y que pronto estarían en suelo alemán en búsqueda de su ayuda para la resolución de una problemática de vital importancia. Pero Dayanna había sido demasiado clara en su respuesta: no formaría parte de una organización que le había dado la espalda durante dos años; siquiera por la recompensa económica que recibiría a cambio.

—¿Podría darme un par de ciruelas?

  La tonalidad de voz, que le resultaba particularmente familiar, a su izquierda llamó su atención por completo. Orientó su rostro en dirección del origen y observó a un hombre corpulento vestido de manera semejante a su suya, incluida hasta una gorra.

  Entregó el dinero al vendedor y tomó sus alimentos para marcharse del lugar. Había demasiada gente deambulando por la zona y, un gran porcentaje, eran uniformados.

—Señorita, se olvida de las manzanas —pronunció el anciano vendedor sosteniendo una bolsa de cartón que rebosaba de rozijas manzanas.

Dayanna regresó al puesto en búsqueda de su fruta favorita. En el trayecto su mirada contactó con la del sujeto que compraba en el mercado contiguo. Su corazón dio un vuelco al percatarse de quien se trataba.

—Hey.

—¿Dos años después y tu manera de saludarme es con un simple “hey”?

  Una sonrisa iluminó el rostro del hombre. Dayanna contuvo la respiración un par de segundos, maldiciendo el momento en que James Barnes se había cruzado en su vida.

Tomó la bolsa de cartón y agradeció la amabilidad del vendedor. Si proseguían con su reencuentro debía ser en una lugar más privado, los uniformados parecías más atententos a cualquier movimiento que en jornadas anteriores.

—He recibido una notificación de los Estados Unidos —pronunció, a medida que se aventuraban por un callejón despejado—. Un tal Steve Rogers hizo un cuestionario sobre ti y mencionó una sarta de datos curiosos acerca de tu pasado. Eres un completo imbécil.

—¿Dijo eso?

—Dió a entenderlo.

  Una carcajada escapó de los labios del soldado. Después de casi veinte meses tenía otra oportunidad de  escucharla y le causaba la misma sensación que la primera vez: sus piernas habían pasado a ser dos delgados trozos de gelatina y sus brazos temblaban como hojas de papel.

—Están buscándonos, James.

Giraron en dirección a un bloque de departamentos en construcción. Dayanna habitaba el séptimo piso, junto a una anciana con una cantidad significativa de mascotas y un par de adolescentes que tocaban en una improvisada banda de rock.

—¿Has mencionado algo de Alemania?

—No, envíe la correspondencia desde París. Aunque supongo que ya deben estar rastreando nuestra ubicación.

  Le resultaba extraña la presencia del hombre acompañándola a su departamento. Más aún con los acontecimientos sucedidos en Canadá.

  —Tendré que quedarme en tu departamento —comentó James, cuando se encontraban en el interior.

—¿Así por qué si? —recibió un gesto afirmativo en respuesta a su indagación. Dayanna masajeó sus sienes con sus dedos, le costaba demasiado trabajo mantener alejados sus pensamientos de su cerebro para que el solado apareciera de repente y diera, una vez más, cabeza su vida—. James, entiendo que la situación nos involucre a ambos, pero no puedo permitir que te quedes aquí. Es demasiado riesgoso y no creo que soportemos estar más de media hora sin intercambiar palabras hirientes.

—Pudimos hacerlo...

  Para mantenerse ocupada, comenzó a guardar los alimentos en sus respectivos cajones y acomodar los objetos que se encontraban sobre la mesada.

—James, no podemos y punto. No quiero discutir contigo, la señora Hoffman escucha todo y mañana me hará un innecesario interrogatorio.

—No hay nada que hablar, ¿o sí, Dayanna?

——————
El resto lo imaginan ustedes 🌚

Dayanna213 espero que te guste ❤




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