Prólogo
Más allá de la existencia lazo de los mundos que era el Yggdrasil, una creación del cosmos puro que sólo podía llegar a ser comparado con un árbol de proporciones colosales. Cada una de sus ramas extendiéndose hasta tocar cada existencia, uniendolos como una gran red multiversal con la que cada uno de estos se volvía fruto del Yggdrasil, viéndose rodeado de un cosmos que escapaba de cualquier color nombrable para la mente humana, únicamente pudiéndosele encontrar atisbos a otros colores como el negro y púrpura. Eran doce las ramas que emergian desde el torcido tronco central hasta tocar cada uno de los doce universos, mismos que lucían como neblinosas esferas que externaban su interior, dejando a la vista galaxias y múltiples y lejanas constelaciones, o al menos así debía ser, pues desde que un nuevo horror emergió de entre las obscuras fauses de la penumbra cósmica que, en este caso, era la muerte en persona reptando el Yggdrasil. A lo largo del Yggdrasil, colgaban apéndices de vida o que alguna vez la tuvieron, cartógrafos multiversales, vigilantes o monitores, todos ellos expectadores ante algo que debía salir bien, o al menos no distinto, había pasado miles de veces en todos los universos, y cada vez que se salía de control, no más de un par de las deidades de unos cuantos universos de estas doce existencias hicieron falta para contener la amenaza. Todos los que eran conscientes del horror en turno a lo largo del Yggdrasil no tenían mayor preocupación en cuanto a este tipo de amenazas más allá de un par de planes de emergencia, cosa que sin saberlo, poco del Yggdrasil iba a poder prepararse o sobrevivir ante la amenaza que hoy reptaba por los latidos de los vivos a lo largo de las existencias, devorando mortales y dioses a su paso; Nekron no tenía freno, y no planeaba hacerlo hasta que el último de los seres con vida pereciera ante sus frías manos y fuera nada más que carne para su ejército internimable.
Chronopolis era una de los muchos apéndices que se prendían directamente a las ramas del Yggdrasil siendo ante todo, un refugio para aquellos exiliados o sobrevivientes de cualquiera de los doce universos a lo largo del Yggdrasil, e incluso de más allá del "suelo" cósmico en el que este se asentaba. Una esfera que contenía gente, edificios y santuarios para todo lo nativo del pasado, presente y futuro del Yggdrasil, ante todo más una utopía que una metrópolis como lo indicaba su nombre.
Aquel edén atemporal era simplemente idóneo para una vida prospera más allá de los horrores cíclicos que enfrentaba la existencia en lo que, aún con su avanzado existir y sus eones de conocimiento en lo que seguramente eran miles de libros con registros de millones de datos sobre infinitas existencias, respetaba a la vida simple, un ciclo del cual los más aguerridos historiadores de Chronopolis gozaban cuál festival aberrante de vida y muerte más allá de su hogar. Cuando se vive fuera del tiempo, se es testigo de cosas, y los guardianes de Chronopolis, aquellos avatares pentacolor del dios guardián Mga-Zord, lo tenían más que claro. Protegían su ciudad, su vida, su razón de existir, con una dedicación incondicional, existir fuera del tiempo y espacio mismo, se era siempre testigo de los males que los mencionados le regalaban a la existencia en un mórbido deleite ciclico. En una de las altas torres del dorado distrito central de Chronopolis, una madre arropaba y le leía a su hija con toda la calma y tiempo del mundo, por que para ellos, algo como el tiempo jamás habría o sería preocupante; aún así, esta madre era diferente al resto de sus cuatro compañeros, ella apreciaba aquello que no había en Chronopolis, ella veía como algo preciado el tiempo.
«Los padres tendemos a tener aquella mala costumbre»
—Y entonces, el hombre condenó al mundo con el acto más puro, el amor a un ser querido— le leía a una niña pequeña la cuarta guardián de Chronopolis, Ashley, la Ranger Amarilla; la luz de una lámpara de aceite plasmático iluminaba la habitación pequeña que servía para su hija, mientras corrían sus sesenta minutos del cuento previa a la ilusión que tenían de una "hora de dormir" —. El mundo le había arrebatado todo al hombre, y el hizo le arrebato todo al mundo.— continuaba Ashley, mientras le apartaba del rostro un mechón de cabello de su hija
—¿E hizo mal, mami?— pregunto su hija, mientras se arropaba aún más en las cobijas y abrazaba a un translúcido oso panda de color amarillo
«Creemos que habrá un mañana seguro en su totalidad, y empapamos a nuestros niños con ese falso velo de seguridad»
—Yo daría todo por ti, mi niña, pero creo que no es una respuesta que pueda darte— confesó con una sonrisa reconfortante Ashely, mirando de reojo al casco en sus manos, viéndose reflejada no solo a ella misma en su negro visor, sino también la respuesta: era un si —, no esta noche al menos. — una regla propia que siempre tuvo para su estadía en casa junto a su hija, era mantener las alarmas al mínimo, únicamente sintiendo vibrar la hebilla en su cinturón, y viendo las luces de alarma en la ciudad a través de la ventana —, duerme, mi dulce niña, mañana será un día nuevo...— finalizó para su hija entre un susurro que culminó con un beso a la frente de su niña, bendiciendo su sueño y dirigiéndose hacia el balcón con la intención de cerrar las puertas del mismo —. Mami debe ir a cumplir con el deber que Mga-Zord le dio...— había bastos sistemas de emergencia para Chronopolis, siendo el medio de distribución de estas, el encender de luciérnagas del tamaño de un perro.
Ashley se puso su casco y como la Ranger Turbo Amarilla, salió con preocupación de la habitación de su hija, hasta llegar al final del largo y curvo pasillo que culminaba en donde las escaleras iniciaban, viendo al final de estas a su aliado Ranger más cercano, el Ranger Azul, quien la esperaba con un notorio pesar, aún con todo y casco.
—Ahorratelo— pidió la Ranger —. ¿Qué tanto es esta vez? Nunca había visto a las luciérnagas de ese color— había un sistema en Chronopolis basado en el color con el que las luciérnagas se encendiera y su color; había rojo para una emergencia mínima, verde si era un caso de riesgo, y dependiendo de la intermitencia, era el nivel de urgencia; esta noche las luciérnagas se mantenían encendida de un brillante color blanco. Ashley entonces habló al notar el pesado silencio de parte de su compañero —¿Qué tanto tiempo tenemos?— pregunto de nuevo Ashley tras tragar saliva, viendo de reojo hacia la planta alta, en dirección a su hija
—Nada— aquella frase dicha por Justin, el Ranger Turbo Azul y fiel confidente de Ashley, hizo a su corazón dar una fuerte punzada de pánico e impotencia —están aquí, Ashley, ahora mismo, ellos están tratando de entrar al domo...
«Especialmente cuando todo se ve perdido»
Las calles de Chronopolis se habían visto envueltas en un caos único de las antiguas urbes que caían presa de la locura colectiva con un tenue empujón, y aquello había valido igual para la ciudad exiliada del tiempo y espacio. El furor de sus negocios de todas épocas, y algunos incluso híbridos de tiempo, se había apagado, viéndose marchito ante los destrozos que la multitud había hecho al ver, por primera vez en tantos eones, un mal tocando la puerta con una clara intención de entrar a la fuerza por las vidas de todos y cada uno de sus residentes. Un feroz temblor se hizo presente en todo el lugar, todo mientras el domo pasaba de un oscuro azul, a un absoluto negro, como si la más pura de las oscuridades te estuviera viendo desde el otro lado, aunque ni tal demostración de control sobre la oscuridad que miraba el Yggdrasil basto para detener a los avatares de Mga-Zord, quienes rápidamente, y entre un multicolor destello, hicieron acto de presencia.
—¡Es hora...!— inicio su líder, el Ranger Turbo Rojo, mostrándose a la cabeza del equipo compuesto por, además de los ya mencionados Ranger Azul y Amarilla, Rangers Rosa y Verde; todo esto bajo una postura que mostraba, tanto preparación para el combate, como un glorificado uso del cuadro color moztaza en sus pechos.
—¡...de cambiar a Turbo!— gritaron al unísono los guardianes de Chronopolis, mientras que del centro de la ciudad, emergía su dios guardián, Mga-Zord, buscando hacer compañía a sus avatares en una guerra, que no debía ser suya ni por pensamiento
Colosal, y accionando el mecanismo del centro de la ciudad, el dios guardián de Chronopolis emergió triunfante con una larga espada y una imponente presencia al mediar más que algunos de los edificios más altos de la ciudad. Un dios más máquina que hombre de aspecto, pero con la suficiente hornamenta en su físico como para verse listo para la guerra junto a sus avatares, los rangers; su casco con un par de púas rojas a los lados y su escudo que emulaba ser la cabeza de un mamut prehistórico a mate color negro, este no era un dios al cual molestar, y eso incluía a sus súbditos.
—Las huestes de la muerte tocan nuestras puertas, Rangers...— decía Mga-Zord, mientras cargaba su espada con relámpagos y marchaba entre pasos que hacían temblar la tierra bajo ellos
—...y van a arrepentirse de irrumpir el espacio fuera de sus mundos— exclamó Mga-Zord, tras agachar la mirada y ver sus rangers desenfundar sus armas, todos listos para enfrentar un destino inminente
«Mga-Zord era un dios externo al Yggdrasil. Sabio, noble y leal a sus creyentes»
Fue entonces cuando una luminosa grieta se empezó a abrir en los cielos, justo en el domo que cubría a Chronopolis, dejando pasar ocho dedos cubiertos por una negra tela, dejando relucir en uno de sus enormes dedos medios, un anillo negro con un triangulo aun más negro como símbolo.
«Pero incluso para él y sus avatares. El último enemigo, era eso.»
—Población de Chronopolis...— gritaba del otro lado del domo una rasposa voz, a la par que aquellas manos negras abrían más y más el hueco del domo, permitiéndo un vistazo a las incontables siluetas que esperaban como enjambre a punto de atacar, justo detrás de este hombre gigante. El pánico se apoderó de los corazones de los habitantes de Chronopolis e incluso, aunque con disimulo, de un par de Rangers; la poca parte de la ciudad que era un caos, ahora ardía, presa de las garras de la impotencia y horror puro ante lo que se mantenía en los cielos; y, en el caso de la otra cara de la moneda, la ciudad ardía en una casi cegadora aura amarilla, signo de un claro espectro emocional presente, el miedo amarillo.
—¡Mueran!— aquel hombre gigante, quien en vida fue Hank Pym, ahora comandada uno de los muchos ejércitos de Nekron como un cascarón vacío de lo que un día fue aquel científico; aquel grito de batalla, no sólo hizo resplandecer su anillo negro, y los de sus acompañantes, sino que hizo el trabajo de un disparo, siendo la señal de ataque para las hordas de Black Lanterns por sobre de la ahora condenada, con sólo un vistazo al cielo, Chronopolis. Sus cielos se ennegrecieron a la par que las incontables cantidades de muertos entraban por aquel agujero y sus huesos se quebraban aún en vuelo, todo esto en aras de intimidar a la presa de este encuentro, Mga-Zord y su gente.
«El último.»
—Universo W-4 - Lo que una vez fue la Tierra.
En uno de los múltiples universos que prendían del Yggdrasil, había un planeta muerto hace mucho, con todo y la vida que un día albergó. Sus plantas, animales y civilización perdidas, devoradas, tragadas por el paso del tiempo; con el paso de los siglos, se convirtió en una de muchas cosas para las que un universo al borde la muerte podía apreciar. Para aquellos cruceros de guerra ínter galácticos que peleaban en el bando de la democracia tirana, estaba como un puesto de control y futuro planeta de reubicacion ante los damnificados de las seguras perdidas que tendría el universo tras una guerra tal, como la que se había dado en respuesta a la escasez universal; para los insurgentes del libre mercado, se encontraba un refugio y salvación ante la clara derrota que tendrían sus fuerzas en contra de la flota de destructores estelares de clase secutor. Mientras que ambas facciónes peleaban, las últimas existentes en este universo, pues las demás habían muerto por falta de recursos o exterminio por uno de los dos grandes bandos, el planeta se encontraba en un saqueo masivo; saqueadores, buscadores de tesoros o simplemente matones contactados por los últimos magnates con la creencia de que su fortuna y recursos les ayudarían con la muerte del universo, todos en búsqueda de hacer presa de estos planetas considerados como patrimonios universales.
«Los recursos de un universo estaban contados con cifras, ante todo, terrorificas»
Por los vastos desiertos de este planeta muerto, un número cercano al de un ejército enorme se encontraba repartido por su superficie, buscando saquearlo o matar a otros que tratarán de tomar los tesosoros que yacían en la superficie, justo bajo las dos lunas de este mundo. Por las rocosas y gigantescas grutas de las montañas que yacían cubriendo un antiguo templo, un hombre de rojiza piel y puntiagudas orejas corría, trepaba y escalaba en aras de entrar primero al templo con el símbolo, similar al menos, de una manzana con una mordida; con un fugaz vistazo hacia el firmamento, aquel hombre pudo ver los destellos y explosiones de las flotas rivales, no importandole menos y siguiendo su camino hacia el interior del templo.
«Un universo ignorante del horror que lentamente se acercaba hacia ellos, ni la guerra que vivían, era suficiente para detener a Sinestro de seguir por su meta»
Vago por días, viendo mermar las fuerzas bélicas en los cielos sobre aquel planeta muerto hace ya tanto. Camino por infernales desiertos, ocasionalmente topandose con el cadaver, antiguo o nuevo, e algún desafortunado cazador de tesoros; cuando el mapa qué sigues se basa en las luces del firmamento, se torna difícil seguirlo cuando miles de puntos brillantes se encuentran en una lucha a escalas cósmicas.
«Thaal Sinestro fue un reconocido arqueólogo cuando eso importaba»
Su misión se vio cercana a terminarse apenas noto la llave hacia el más grande misterio de su vida laboral; un pilar caído hacia el frente desde el portal qué daba entrada al ancestral templo fue curiosamente aquello que fungió como llave para aquella entrada sin puerta. Con el sol golpeando la superficie del planeta muerto, los tres cuerpos celestes asomándose por el cielo y el soplar del viento, Sinestro corrió con cautela sobre aquel pilar de roca qué unía su sendero con el sendero al otro lado del barranco; con un leve resbalo a un metro de llegar al otro extremo basto para que Sinestro, viendo arriesgada su meta, optará por lanzarse de un brinco hacia tierra, logrando caer a salvo y verse aun más cerca del triunfo, pero con un costo crucial para él. En el cielo, lentamente las estrellas parecían extinguirse y al mismo tiempo los cruceros, o las naves lo suficientemente grandes para hacerse notar, estallaban casi al unísono, incluso dejando de proyectar sus amenazantes lásers.
—¿Estas una señal de que debo seguir?— pregunto al aire Sinestro con una si risa incrédula y mientras se quitaba la arena del rostro y cabello; nuevamente no miro al cielo, con aún menos astros —¿No?— finalmente alzó la mirada, ya había sido tarde, pues lo que lo recibió al ver hacia arriba no fue nada más que el marco de la entrada como si de un par de antiquísimos brazos abiertos fuera, siendo el rostro del cuerpo que era esta analogía, el símbolo de un triangulo con siete franjas atravesadas por un arco, todo esto al medio de la entrada.
Sinestro entro, gozando de todo aquello que el muerto paisaje le regalaba, siendo todo menos eso, ante los ojos de alguien como el historiador Korugaran, pues cada roca, casa grabado y escultura vuelta escombros cobraba vida ante él; el eco de los pasos de Sinestro era lo único que le hacía compañía además de una vieja linterna de plasma, de opaco color dorado, con la que se paseaba iluminando los pasillos y salones de aquel templo. La maravilla corría ante sus ojos, gozando y cuestionando el tipo de historia que le contarían tales reliquias, pero nunca perdiendo su evento principal, una reliquia misteriosa de la que solamente se cuentan leyendas, todas distintas, nunca encajando la una con la otra; el misterio se habría vuelto un reto principal para Sinestro, quien incluos comenzó a correr en dirección a la sala principal, dejando sonar un fuerte eco por cada pasillo, en compañía de su acelerada respiración llena de expectación ante su meta viéndose a nada de cumplir.
«Desafortunadamente para Thaal, no era el único ser con vida que se internaba en aquel templo»
A través del colosal portal sin puerta, un caza recompensas se abría paso con cautela hacia el tesoro que Sinestro había logrado ubicar; un viejo y fiero rival de Sinestro en cuanto al rubro arqueológico se trataba, rivales hasta una muerte tan jurada, que nublaba sus juicios e instintos, o sus propias prioridades, pues aquel caza recompensas entro al templo ignorante de que el cielo se oscurecía y las últimas estrellas se apagaban a las espaldas del caza recompensas mandaloriano. Su armadura era de un opaco verde pálido con daños recibidos gracias a su larga vida y las misiones que esta había conllevado; gracias a la coloración predominante en su armadura, una igual de desgastada decoración color mostaza cubría sus antebrazos, hombreras y contorneaba al visor negro con forma de la vigésimo primer letra del alfabeto; su nombre, era Jodo Kast.
—Te tengo, basura Korugaran— dijo para su mismo Jodo Kast, sacando de su cinturón su arma, un blaster con un telémetro, e internandose aun más por los pasillos del templo gracias a las huellas de Sinestro
Al contrario que Sinestro, cuyos movimientos eran casi interceptibles para un oído cuya fineza no fuera extrema, Jodo Kast se movía torpemente al calcular la distancia de su rival y él; las granadas que llevaba en su cinturón chocando, las hebillas en sus cortas chaparreras, incluso su forma de pisar parecía querer alertar de su presencia a cualquiera que estuviera ahí para recibir el mensaje, pero esto poco le importaba, pues si alguien más había llegado al lugar ya estarían siendo cazados, tanto él como Sinestro, o hace rato que se habría llevado el premio. En cuanto al Korugaran, Sinestro se encargaba de su misión, sin poner cautela alguna en si era seguido o no, mucho menos cuando llego al salón principal, aquel que mantenía el premio en un delgado pedestal de vieja roca. Mas una extraña mescolanza de sentimientos se apoderó de Sinestro al ver que es lo que esperaba más allá de todas esas leyendas sobre el "tesoro" del tercer planeta en un sistema solar muerto hace eones: un anillo blanco, aparentemente tallado a mano y cubierto de tanto polvo, que bien podia haber sido una mota más en el templo. Apenas Sinestro se acercó a aquel "altar", aquel anillo comenzó a brillar, pero al contrario de todos los instintos del propio Sinestro, este brillo era cálido y familiar, casi reconfortante apenas los ojos le veían; como si de un par de brazos fueran, cada vez que Sinestro se acercaba un paso más al altar del anillo, este se sentía más cómodo, más en paz no solo con él, sino con todo lo existente. Mas lo que no pudo prever, era el hecho de que este dejaría caer todo el polvo y lentamente se elevaría sobre su lugar de reposo, rodeandose de una intensa aura de luz y energía blancas, alentando a Sinestro a ir por el antes de que este se fuera lejos, como si el instinto más básico de un arqueólogo entrará en acción.
—Te...— inicio Sinestro, estirando ambos manos y atrapando con fuerza el anillo entre sus diez dedos
—¡...tengo!— y todo quedo en oscuridad nuevamente; aquel aura lúgubre había vuelto en compañía del sentimiento de alerta, ahora la única diferencia, era que poseía el anillo —Supongo que fue fácil seguir mi rastro— sentenció Sinestro tras volver en si, y oír todos los aditamentos de Jodo Kast, oculto tras el muro, en un ruidoso andar
—Eras más cuidadoso, Thaal— inicio Jodo Kast, mientras se dejaba a la vista y apuntaba con su blaster a Sinestro, logrando incluso cegar por unos momentos a Sinestro con la linterna qué llevaba encendida a un lado de su casco
—Aún quedaba un universo por el cual serlo ¿No?— "bromeó" Sinestro, sin quitarle la vista aunque sea de reojo a su premio
—Tal vez— añadió a secas —. ¿Qué es el tesoro?— pregunto tras quitar el seguro de su arma, aun apuntándole a Sinestro y dando un par de pasos hacia el frente
—Joyeria, un simple anillo— contestó Sinestro, abriendo las manos con temor de que este brillará de nuevo, pero no fue así, solo artilugio para dedo más
—No creo que haya un templo en un planeta muerto que tiene leyendas a su alrededor para ser solo un estúpido— pero un fuerte temblor al exterior, o las lejanías, del templo les interrumpió, haciendo que ambos tambalearan y el polvo de la construcción cayera cual lluvia seca —...anillo.
—Una nave debió caer, a juzgar por la fuerza, quizás un destructor estelar— excuso Sinestro, intentando hallar una respuesta al suceso
—No lo creo...— susurro Jodo Kast, apagando y volviendo a encender la linterna en su casco; había grietas qué deberían déjar ver la luz del sol e iluminar el cuarto, pero no había más que oscuridad fuera de estas —, no debería de haber oscurecido. No aún.— ya no era un temblor más lo que se oía, o un par de araños, eran montones qué se detenían de manera intermitente y a diferentes tiempos —, algo está mal, dame el anillo y vamonos de aquí.
—¿Y quedarte con el último tesoro valioso del universo?— pregunto sarcástico Sinestro, cerrando el puño en el que sostenía el anillo —. Ni hablar.
—No creo que sea algo que debamos discutir cuando el universo se queda sin recursos, Sinestro— contestaba Jodo Kast, finalmente cambiando la dirección de su blaster hacia el propio techo, viendo lo que parecían ser resecos gusanos grises, de todo tamaño, largo y ancho, entrar en grupos de tres en adelante por las grietas del techo —, Sinestro, tenemos qué salir de aquí, hay algo afuera qué no me da buena es...— pero su temor se hizo presente de formas qué no habría imaginado.
De un momento a otro, y como si una colosal mano invisible se hiciera cargo, una parte del techo se desprendió cual tapa, permitiendole a ambos caza tesoros ver el mal que les aguardaba a ellos, seguramente los últimos dos con vida en esta galaxia, por no decir universo. Montones incontables de cadáveres flotantes los esperaban fuera del templo, perdiéndose en la distancia de un cielo negro que carecía de estrellas; todos y cada uno de los que lograban reconocer portaban versiones oscurecidas de sus vestimentas y un triangulo en el pecho con franjas verticales encerradas en un círculo, Sinestro no tardo en unir los puntos en cuanto a su anillo apenas no, estos tenían también uno. En cuanto a la otra mitad de estos moribundos seres, había una cantidad inimagible de criaturas qué, incluso siendo viajeros interestelares, desconocían; todo esto importo poco apenas, casi como una mente colmena, todas las criaturas, todos los Black Lanterns, soltaron un grito.
«Y en un segundo, la guerra de un universo había alcanzado a todos los demás»
—¡Muerte!— clamaron casi al unísono, rodeandose de un aura de luz negra y dejándose caer cual proyectil hacia el interior del templo, en búsqueda de los cazadores de tesoros
—Oh... ¡Dank Farrik...!— grito Jodo Kast, disparando con el blaster en su mano derecha y tomando una granada de fragmentacion de su cinturón, activandola y lanzandola hacia estos —¡Corre!— ordenó, mientras ambos empezaban su carrera hacia los pasillos del templo y a como podían disparaban hacia las cantidades insanas de Black Lanterns que los perseguían, viéndose aun más aterrados al notar que poco o nada les afectaban los disparos láser, avanzando entre un torpe volar hacia ellos
—¡Esas cosas!— inicio Sinestro entre una respiración agitada —¡Visten los uniformes de los demócratas, y de los libre mercaderes!— clamaba incrédulo de lo que parecía ser un ejército de muertos vivientes pisando sus talones —¿Alguna enfermedad? ¿Plaga? ¿Maldición?
—Ninguna enfermedad o maldición que yo conozca hace eso— respondió Jodo Kast, lanzando un par de granadas, esta vez una de humo y una más de fragmentacion
—¡El símbolo qué llevan es parecido al del templo o el del anillo!— gritaba Sinestro, viendo como estos, tras alzar el puño en el que llevaban su negro anillo, creando en sus manos blasters de energía negra idénticos a los que usaron en vida —¿Algún alucinógeno?
—¡El maldito templo se cae!— advirtió Jodo Kast, tras ver como es que el techo y muro colapsaban de a poco a su paso —¡Tenemos que llegar a mi nave, o a la tuya!— grito Jodo mientras que, entre el humo, múltiples manos esqueleticas buscaban tomarlo, y a su vez, disparos de plasma negro rozaban su cuerpo ante la poca visibilidad
Jodo Kast y Thaal Sinestro eran hábiles en su rubro, siendo Jodo Kast el mejor en cuanto a la rama de pistolero se trataba, pero incluso él, no era un rival qué pudiera hacer mucho contra un mal, como la muerte misma. Lentamente las hordas de Black Lanterns comenzaron a rodearles, logrando hacerlos presa de la desesperación y el miedo puro. A los ojos de los propios Black Lanterns, Jodo Kast mostraba un aura emocional de colores rojo y amarillo, siendo esta la razón por la que peleaba incansable aun cuando se había visto rodeado; para los ojos de los Black Lanterns, Thaal Sinestro mostraba un aura de colores naranja y amarillo, razón por la cual no había soltado el anillo o buscado huir sin tesoro alguno. Ambos se vieron abrumados, en cuestión de segundos, el marrón y beige qué les rodeaba en la estructura y arena, se torno en un atemorizante negro y gris; mientras que Jodo Kast, cuál afín al credo mandaloriano, luchaba con toda arma contra los Black Lanterns, Sinestro solo podía ver sus rostros sin vida que trataban de alcanzarlo aun cuando este les disparaba directo a la cabeza, sin reducir números en lo más mínimo.
«Así como el apocalipsis tiene sus jinetes, la muerte tiene los suyos»
—¡Reclamo este universo, para Nekron!— grito un hombre que ondeo su espada flamante hacia ambos, dejando salir una fuerte ráfaga de fuego qué dividió a ambos; aquel hombre brindo color a la pantalla totalmente negra que era el panorama de Sinestro y Jodo Kast; una verde capa ondeando y una espada de fuego eran sus aditamentos.
Aquel hombre de larga capa verde, llevaba en en pecho una floja camisa roja con lo que parecía ser una vieja linterna verde ardiendo en su pecho como emblema, siendo esta contrastante sl resto de sus prendas que eran de color verde, a excepción de su antifaz y hombreras qué unían la capa a su cuerpo, siento estas de color púrpura. Con su espada de fuego, este había venido como uno de los generales de la muerte, un jinete frontal para las huestes de la muerte. Era el Dread Lantern.
—¡Thaal!— gritaba Jodo Kast, luchando por soltarse del agarre de los Black Lanterns, quienes lo sujetaban con sus heladas manos cual hormigas a una presa —¡Sinestro!— grito de nueva cuenta, viendo como es que Sinestro, en lugar de ayudarle, tomo una granada de fragmentacion qué había caído al suelo y la lanzó a los Black Lanterns que cubrían la salida —¡Alto, por favor! ¡No lo lo hagas, no me dejes!— gritaba con una increíble desesperación, una quizás nunca antes vista en algún ser vivo
—Jodo Kast de Mandalore...— gritaba un, en un irónico giro, mandaloriano de armadura a oscurecidos tonos de verde y detalles en rojo donde Jodo tenía amarillo
—¡No! ¡Basta!— rogaba a la par que sonaba un rugido de tigre, una llamarada salía y devoraba a un par de Black Lanterns, pero esto no detenía al resto
—¡...muere!— grito esta vez el Black Lantern mandaloriano, internando su mano en el pecho de Jodo Kast, arrancandole el corazón y la vida entre un grito agónico qué se ahogo en la sangre del cazador de tesoros
—Ese anillo...— susurro para si mismo el Dread Lantern, dejando sus labios a medio abrir ante la impresión, dejando ver aquellos afilados dientes en su interior —¡Matenlo!— ordenó de un grito Dread Lantern, tras apuntar con su espada de fuego hacia Sinestro —¡Matenlo y tráiganme ese anillo blanco!— y ahí lo entendió, el anillo, era más que eso
Viéndose rodeado, Sinestro entendió por las palabras del Dread Lantern, que por la razón que fuera, aquel anillo era importante, o al menos lo suficiente como para hacerles frente. Sinestro intento rápidamente busco ponérselo, fallando en el primer intento debido a sus temblorosas manos y los intensos jaleos de los Black Lanterns.
—Thaal Sinestro de Korugar— gritaron algunos Black Lanterns al unísono, rodeando y sujetando a Sinestro, a la par que algunos anillos negros empezaban a rondarlo, levitando en círculos sobre él cual mosquitos
—¡Déjenme! ¡Déjenme en paz...!— gritaba Sinestro; la saliva salio con fuerza de su boca mientras este soltaba quejidos debido al esfuerzo que ponía para liberarse de las incontables manos qué buscaban ahondar en su pecho —¡Sueltenme!— grito con desesperación, logrando finalmente ponerse el anillo blanco en el dedo medio de la mano derecha, viendo lentamente como un brillante guante blanco se formaba en su mano y se iba extendiendo por su brazo hasta el resto de su cuerpo entre un intenso brillo blanco
—¡Muere!— gritaron finalmente todos los Black Lanterns, incluso aquellos que no estaban sobre de él
Los incontables brazos luchaban por arremeter contra el pecho de Sinestro, logrando solo algunas garras internarse en su pecho y desgarrar la carne y hueso hasta sujetar con violencia su corazón, estrujandolo y tirando de el hasta arrancarlo de su pecho. La vida escapaba con rapidez del cuerpo de Sinestro, a la par que un anillo negro se deslizaba entre sus dedos, colocándosele en el dedo medio de su mano derecha; Dread Lantern soltó una risotada y entonces se alejo volando, viendo su misión cumplida. Al igual que con el anillo blanco, un traje negro se fue extendiendo desde el anillo, a la par que su brazo se secaba, tornándose en un cadáver lentamente hasta que, en un giro inesperado, el traje brillante qué el anillo blanco había generado era más que eso, logrando otorgar vida nuevamente al cuerpo de Sinestro conforme avanzaba hasta llegar a la mitad, frenando una vez se topó con el traje y energía del anillo negro, ambos colisionando y despertando de nuevo a Sinestro entres gritos, muerto en vida. Vivo mientras moría, en un limbo encarnado.
—¡No!— exclamó de un desgarrador grito de horror puro Sinestro, una vez volvió a la vida y se vio rodeado de incontables Black Lanterns qué, se habían percatado de un nuevo corazón a medio latir en su pecho, abalanzandose sobre de él con las mismas intensiones, extinguir la vida y, por más incompleto qué estuviera, Sinestro era el último latido en un universo.
«Thaal Sinestro debió morir ahí pero un castigo peor le aguardaba, la muerte en vida de Sinestro no era más que uno de miles de males qué se avecinaban»
—Más allá de la Puerta Púrpura - Universo W-10.
«Y la muerte aguardaba en su guardida»
Lejos, muy lejos de la cuarta rama, ahora ennegrecida, del Yggdrasil, algo ocurría en la décima rama, o mejor dicho, el décimo universo. La Puerta Púrpura, nativa del mismo, vibraba, acrecentandose y retrayendose como si esta edificación de energía pura respirase; miles y miles de Black Lanterns salían y entraban a través de esta, yendo a atemorizar al resto de los universos o volviendo a casa, en el interior de aquella puerta cósmica nacida de las pesadillas de un horror cósmico desencadenado. Un mundo lúgubre de pesadillas vacías y memorias rotas, tanto así, que el mismo tejido debla realidad en aquel lugar parecía roto; había montañas y árboles muertos levitando inconsistentemente, lagos de agua oscura que flotaban en amorfas burbujas, como si la gravedad misma hubiera muerto y los lagos surtieran los efectos de la gravedad cero. Fue ahí al lugar al que el Dread Lantern voló con rapidez entre los enjambres de Black Lanterns qué iban de salida hacia los distintos confines del Yggdrasil, hasta llegar finalmente a los pies de las escaleras qué llevaban hasta la fuente de poder de todos los anillos, y quizás, del mismo barón de la muerte, Nekron. Dread Lantern simplemente se arrodillo frente a estas escaleras y alzó la mirada, viendo con una lealtad incalculable a Nekron, estoico a un lado de la negra batería central de poder, tan imponente que el propio linterna, portador de la espada de surtur, se puso de rodillas y ahí, lejos de Nekron, sujeto la espada con ambas manos y la alzó, en señal de un sumiso respeto ante el señor de la muerte.
—Un universo más ha caído ante las huestes de sus Black Lanterns— susurro finalmente Dread Lantern, a sabiendas de que por más bajo que hablara, Nekron le oiría y se mantendría en silencio, únicamente expectante a su regreso y el de alguno de sus otros generales —. Todos los caminos llevan a usted. Todo muere.
«Esperando que en desesperación, nuestra única opción fuera luchar sin fin»
Al final de aquellas escaleras, y frente a la titanica batería central, Nekron se mantenía expectante al funcionamiento de mortuoria maquinaria surtiendo efecto, sintiendo la energía que cada muerte le daba tanto a la batería como a el mismo; sujetando la guadaña cuya punta era la única batería de poder miniatura del espectro emocional negro, solo observaba, totalmente quieto, sintiendo con lo más cercano al gozo qué se podía permitir sentir con cada muerte. Aun y con su aspecto esqueletico y sin hacer nada, Nekron lograba dar un aura de horror puro a quien le viera a la distancia; entre el tenue sonido de su reseca piel quebrandose en su cuello, y el rechinar de sus huesos, Nekron daba un vistazo a su reino de muerte y pesadilla, viendo inexpresivo desde naves espaciales, de todas razas y tipos, flotando a la deriva tras que sus tripulantes fueran más carne pata su ejército, hasta el colosal cadáver del devorador de mundos, Galan, postrado cual trofeo contra una de las enormes montañas al borde su reino. Nekron estaba listo para llegar a donde ningún horror cósmico de ninguna existencia había llegado. Nekron no solo iba a declararle la guerra a su universo.
Nekron no iba a parar, hasta no ver extinta hasta el último mortal y dios con vida, sin importar el universo del qué vinieran, la noche más oscura era lo que Nekron quería, y eso había empezado apenas la primer cosa del décimo universo, vivió, para poder morir.
«Y eso, es lo que íbamos a hacer»
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