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Lo que sucedió

Su idea me llegó una tarde mientras leía de cierto orangután cometiendo un crimen, no sé por qué lo asocie, quizás porque Tina tiene el cabello rojo. Sea como fuere, su imagen quedó en mi mente toda la noche. Soñé que tomaba mi mano y me obligaba a escribir su historia. Gritaba en mi cabeza la palabra “libertad” e interrumpía mi concentración con dolores en las sienes.
No me gustaba su actitud y sus ojos brillaban con una maldad que yo no quería dejar salir, pensé que, si la dejaba encerrada en mi cabeza, terminaría olvidándola, pero no fue así.
Con el pasar de los días fui sintiendo un terror en la nuca que no me dejaba descansar, no podía estar sola porque su presencia ponía mi piel de gallina y comenzaba a escuchar susurros hipnotizantes detrás de mis orejas.
“Escribe, escribe, escribe.”
Cada día se hacían más claros, cada día perdía la voluntad y cada día ella cobraba vida más y más.
Quise ahogar su voz con música fuerte, quise pensar en personajes alegres, buenos y amables, pero ella los mataba con su imagen.
Acudía a mí en los peores momentos, no me dejaba estudiar, ni me dejaba comer, pedía a gritos que yo me debilitara, quería salir y tomar mi vida.
Pero no podía dejarla ¿cómo algo que ni siquiera existía iba a tomar control de mí?
¿Cómo termino con ella? ¿Cómo la hago desaparecer? Si es algo que está en mí, yo debo poder eliminarla, no es nada, sólo una idea… pero cada vez que pensaba esto, caía enferma en mi cama con terribles dolores de cabeza.
“¿Por qué te resistes?” escuchaba dentro de mí seguido de una burla cruel.
Aunque mi verdadero miedo comenzó una noche en la que desperté en la sala con un libro partido por la mitad. Mis manos temblaban sosteniendo las gruesas mitades, no podía soltarlo, mis uñas se clavaban en las blancas hojas y mis dedos agarrotados no me respondían.
Había estado leyendo, tratando de enfocar mi mente en otra cosa que no fuera su voz, cuando me di por vencida, fui a mi cama, dejando ese libro en el sillón de la sala. Era lo último que había hecho antes de dormir y sentí frío por todo mi cuerpo cuando me di cuenta de lo que había pasado.
¿Cómo es que la dejé?
Después de eso no pude dormir, prefería pasar las horas entre tazas de café y la televisión encendida.
Hubo más de una persona que quiso saber qué pasaba, pero mi respuesta siempre era la misma.
“Tengo mucho trabajo”
Comencé a alejarme de mi familia por temor a lastimarlos pues ya no solo tenía imágenes y voces de ella, sino que me mostraba lo que le gustaba hacer, imágenes terroríficas llenas de cuchillos y sangre, parecía que esto le llamaba demasiado la atención pues sentía mis manos apretarse ante la vista de los brillantes y puntiagudos objetos. Martirizaba mi mente con ella bañada en sangre y montones de cuerpos inertes.
Apretaba mis cabellos pidiendo misericordia, rogando a cualquier ser divino que se dignara a escucharme, que la alejara de mí.
Quería tanto dormir, cerrar los ojos y dejarme llevar por el susurro del sueño, desprender mi cuerpo de la agotadora actividad de estar siempre en control, flotar, volar y poder descansar solo un momento, solo un instante.
Sin embargo ¿cuáles serían las consecuencias de ese minuto?
La única manera sería que mi cuerpo fuera inservible, un envase roto y sin reparación posible.
Que al cerrar yo mis ojos nadie los pudiera volver a abrir.
“Hazlo” susurraba ella.
-Idiota, si lo hago morirás conmigo. - Le dije triunfante, acabaría con ella, solo un corte.
-Te gusta la sangre ¿no? -
Tomé el cuchillo y lo coloqué sobre mi muñeca ¿cuánto tarda una persona en morir?
“¿Quién dice que yo moriré?” susurró ella deteniendo mi brazo. “No cortas el cuerpo, cortas tu alma al tomar esa decisión, hazlo y déjame libre, retrocede y acabaré volviéndote loca.”
La odié, la odié tanto que quería tomarla del cuello y apretar con todas mis fuerzas, ver en sus ojos el último suspiro de vida y dejar caer su cuerpo débil en el piso.
Quería tanto verla derrotada.
“No puedes”
-¿Cómo llegaste a mí?-
“Soy la acumulación de todas las ideas que tuviste, de todos los actos que cometiste y quisiste olvidar. Soy la acumulación de todas las historias que nunca escribiste”
- ¡Mentira! Mis ideas nunca me harían daño. -
“Ingenua, las ideas siempre nos destruyen y en todo caso no soy tus ideas, soy el conjunto de ellas, no soy de ti en ningún sentido.”
- ¿Por qué no te vas? Vete, vete, vete, aléjate de mí, por favor. -
“Haz lo que te digo y te dejo en paz.”
- ¡No quiero escribirte, causarías mucho daño! -
“Entonces nunca me iré de tu vida.”
Desperté en el suelo de mi habitación con el cuchillo aún en mi puño, pero comprendiendo que solo podía vencerla en el único ámbito donde era capaz de controlarla.
Comencé a escribir su historia, lo que ella me fue mostrando sin siquiera pensar en las palabras, dejé que usara mis manos permitiéndole sentirse ganadora por un instante.

Martina Tavera había crecido en un barrio donde lo más lujoso que existía era el poste de luz de la esquina, su padre, un alcohólico que la obligaba a ganar dinero de la peor manera posible, había sido encontrado muerto en un lote baldío a varias cuadras de allí, nunca se investigó su caso por falta de recursos y su madre, confinada a cuatro paredes de su propia casa por demencia, nunca reconocía la mano que le ofrecía la comida.
Martina o Tina como prefería que la llamaran, había dejado sus estudios desde muy joven para poder cuidar de su madre que más de una vez la golpeaba al no reconocerla.
Su llamativo cabello y atractiva figura le trajeron serios conflictos con los hombres de su barrio y a malos modos tuvo que aprender a defenderse.
Nadie hubiera adivinado la maldad de su alma de no ser por una vecina que una noche escuchó gritos en la pequeña casa. Varias personas acudieron para ver qué sucedía y encontraron a la muchacha trepada sobre el cuerpo sin vida de su madre, ella tenía un cuchillo y su madre la cara desfigurada.
Entre carcajadas y gritos eufóricos confesó haber matado al “viejo estorbo” y que nada le había causado más placer excepto quizás haberse deshecho de su “patético padre”.
- ¿Cómo pudiste hacer eso? - le pregunté horrorizada.
“Porque yo no lo hice”
- ¡Claro que sí, es tu historia! -
“No, no es mí historia.”
- ¿Entonces quien hizo eso? -
“Tú”
Con esa pequeña palabra hizo que mi cabeza diera vueltas, sólo quería vomitar y olvidar que alguna vez había existido.
-No… no puedo ser yo-
“¿Segura?”
-¡Completamente!-
“Bueno, mírate en el espejo.”
Mi corazón golpeaba mi pecho tan fuerte que sentía que se saldría en cualquier momento.
En ese plateado objeto me devolvió la mirada una mujer pelirroja con el rostro horrorizado y los ojos abiertos de par en par.
“¿Lo ves?”
-Yo…no puedo…-
“Todo está en tu mente.”
- ¿Todo? -
Un golpe me hizo voltear a una desconocida y blanca puerta por la cual entró una enfermera empujando un carro con lo que parecían medicamentos, se detuvo al verme frente a una blanca y solitaria pared donde antes estaba el espejo y me dijo:
- ¿Cómo va la historia de esa escritora, Tina? -

FIN

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