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Capítulo 28 Presentaciones Formales

Capítulo 28 Presentaciones Formales




Salí corriendo de la escuela, mojado y a medio vestir hasta llegar a mi vehículo. Tiré las cosas sobre el asiento del pasajero, me puse una camiseta como pude tratando de encender el motor a la vez para luego manejar tras de Martha tan rápido como pude. A unas pocas cuadras de la escuela divisé el convertible clásico negro. Gracias al cielo que ella tomaba la avenida principal que conducía al vecindario donde vivíamos. Lo que me decía que ella no iba a ninguna parte que no fuera a su casa.

Una vez llegamos frente a nuestras respectivas casas, me bajé del jeep a toda prisa. Obvio que a toda prisa ella intentaba también entrar a su casa para evitar que yo la alcanzara.

—¡Martha! ¡Martha, por favor, espera! ¡Déjame explicarte!— yo corría tras de ella todavía descalzo.

Ella me ignoraba y caminaba más rápido aún. Apreté el paso y logré atajarla, bloqueando su entrada.

—Discúlpeme señor Grau, pero intento entrar a mi casa—, ella me hablaba sin mirarme a la cara, buscando en su bolso nerviosa sus llaves.

Ella intentaba esquivarme y caminaba hacia el frente y yo impedía su paso. Luego ella retrocedía y yo caminaba hacia ella.

—Martha, escúchame, te lo ruego. Dame tan solo un segundo. Creo que merezco una oportunidad para explicarte lo que pasó.

—¡Yo no necesito ni quiero explicaciones tuyas de ninguna clase! ¡Eres un mentiroso! ¡Arrrh! ¡Bien, no me dejes entrar! ¡Me voy entonces, lejos de aquí, donde no vea tu rostro jamás!—Martha se volteó y comenzó a caminar fuera de su casa muy molesta, pero de pronto detuvo su paso. En la cera se había arremolinado un grupo de vecinos curiosos (chismosos) tras escuchar a Martha alterada. De inmediato, la mujer dio media vuelta y avanzó hacia mí y agarrando e por el brazo como a un niño mal portado me dijo, —Agradece a la horda de chismosos que hay en este pueblo. Vamos a dentro donde nadie nos esté mirando... ¡Suertudo!— y de un tirón me empujó dentro de la casa—. Tienes 5 minutos Antonio y no un segundo más.

—Escucha Martha. Quiero que me perdones.

—¿Que te perdone? ¿Y por qué sería?— respingó Martha.

—Las cosas pasaron así, escucha. Paula me dijo que tenía que hablar conmigo cuando terminara la práctica de natación. Yo me quedé nadando pues necesitaba pensar y se me olvidó por completo que ella vendría. Luego apareciste tú y tu presencia me absorbió por completo. Me sorprendió tanto que llegaras hasta mi lugar de trabajo pues pensé que te habías ido... Simplemente fue un olvido. Pude advertirte que Paula entraría de un momento a otro pero es que simplemente no lo recordé.

—Sí, ajá, ahora cuéntame una de vaqueros—, me dijo Martha en un tono sarcástico.

—Mujer, te estoy diciendo la verdad. Tienes que creerme por favor... Paula es...

—Paula es la mujer de tu vida. A ella es a quien amas en verdad. Es lo más lógico. ¡Es joven, de una belleza exótica y sensual, pomposa y brasileña! Yo no tengo nada que buscar aquí y solo he estado jugando a la rubia tonta, ¿verdad? Y pensar que te busqué para disculparme. ¡Soy una estúpida!—, me hablaba y sus ojos se aguaban con lágrimas de frustración y despecho.

—¿A disculparte? ¿Tú?— sólo repetí lo que me dijo. No podía creerlo.

—Claro. Soy lo suficientemente mayor como para aceptar cuando me equivoco... Pero viendo las cosas de esta perspectiva, me alegra que TÚ Paula hayan llegado para evitar que yo dijera una estupidez.

—¡Ella no es MI Paula! ¡Tú, tú eres mi Martha!—, en esos momentos la agarré por el brazo hacia mí y luego la tome de la cintura y la besé queriéndome devorar sus labios. La abracé y me aferré a ella lo más fuerte que pude. Era eso, pues estaba determinado a convencerla. No había mentiras en mi boca cuando decía que ella era mi Martha.

Ella se resistió por unos pocos segundos pero se dejó llevar y respondió a mi  beso con la misma pasión que yo le brindaba. Al cabo de un minuto decidí soltarla. Sus ojos aún cerrados mientras ella jadeaba, aún buscando mi boca  como queriendo más. Sus labios estaban enrojecidos e hinchados por el fragor del beso. Yo la miraba y en mi rostro se dibujó una sonrisa de triunfo. Estaba seguro que ella había disfrutado el momento.

—Yo—, los dos hablamos al mismo tiempo y nos reímos.

—Las damas primero—, le permití hablar.

—Antonio, mira, yo... Yo soy quien debe en verdad disculparse. He permanecido por años tan herméticamente cerrada al mundo que nunca había permitido que nadie se acercara tanto a mi... Jamás así de cerca, no como tú lo has hecho. No te culpo en realidad, pues toda la culpa es mía. Sentí la necesidad de disculparme y te esperé frente a tu casa y luego recordé que era lunes y que das clases de natación así que decidí llegar hasta la escuela. Y no me mires así. Sé que he actuado de manera infantil pero ta estoy muy lejos de ser una niña. Puedo admitir mis errores. Y si es que no me entiendes, pues si, es que quiero que me perdones... ¿Me perdonas Antonio?— Martha junto las palmas de sus manos como en son de súplica y me sonrió tímidamente. Luego mordió su labio inferior.

¡Oh no otra vez!

—¿Cómo no podría perdonarte? Eres lo mejor que me ha pasado en la vida Martha Higgins.

Yo me disponía a besarla nuevamente a modo de reconciliación pero ella me detuvo.

—Espera mi querido profesor Antonio Grau. Vamos a hacer las cosas bien esta vez. Yo me voy a presentar formalmente. Mi nombre es Martha Sophia Higgins. Nací en Alemania y tengo treinta y cinco años. Soy pintora de profesión. No soy una bruja aunque aveces quisiera ser una. No soy viuda pues nunca me casé. Mi prometido murió en un accidente de tránsito de camino a la iglesia. Sufrí enormemente por ello y fue cuando decidí mudarme a los Estados Unidos a la casa de mis abuelos. Mis padres fallecieron cuando yo era una niña y mi único pariente cercano es Ralph, mi hermano. No le agradó a la gente y la gente no me agrada a mi... Excepto por ti, Antonio. Porque no solo me agradas... Te amo—, Martha me envolvió en sus brazos y me besó.



***Wipitiiiiiiiii! ¿Qué les parece? Cómo se quieren estos dos.

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