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Capítulo 23 Un beso y un piano

Capítulo 23 Un beso y un piano

Y mientras, yo disfrutaba de una copa de tinto junto al hermano de Martha en la sala de estar de la casa de MARTHA. Ni en mis mas locos sueños pensé que tal cosa pudiera suceder. Y cuidado que me había lucido con los sueños extraños... Y todos se relacionaban con la vecina.

Ralph y yo conversábamos amenamente y él prestaba especial interés a los detalles, como un buen hermano lo haría. Yo sólo esperaba que Ralph no fuera del tipo psicópata posesivo y sobre protector que interrogaba casi hasta el nivel de tortura al futuro prospecto de su hermana para hacerlo huir. Pero yo no quería huir de Martha... Aunque tal vez si de su hermano.

—¿Cómo es exactamente que sucede este accidente Antonio?¿Y cómo es que que tu llegaste hasta aquí?— Ralph preguntó arqueando una ceja con suspicacia.

Aquí íbamos con lo que yo me temía. Le conté detalle por detalle la historia completa. Bueno, no todos los detalles ni hechos precisos, no es que fuera tampoco secreto de confesión con el hermano Ralph. Demás está decir que obvié la parte en la que caí encima de Martha y el detallito insignificante que ella durmiese en mi cama, conmigo, llevando puesta solo mi camiseta... O la minucia del beso ardiente en mi cuarto. ¡Nah!

Así que allí estaba yo, siendo el narrador de una historia medio realista, medio ficticia cuando Martha se apareció e interrumpió la conversación. La flamante rubia bajaba las escaleras con aires de princesa y soberbia. —¿Con quién hablas Ralph?

Para mi ya era muy tarde para correr a esconderme debajo del piano. Ya ella me había visto.

—Estoy conversando con tu amigo Antonio—, contestó el pobre inocente hermano.

—¡¿Y usted qué hace aquí señor Grau?!— Martha me miró con cara de pocos amigos.

—Uuuups. ¿Estás seguro que eres amigo de mi hermana? A mi me parece que no, se ve muy molesta. Es mas, déjame echarme para atrás y esconderme por aquí no sea que la bofetada me toque a mi también—, el muy cobarde dijo de manera sarcástica y se paró detrás de mi luego de darme una palmadita en la espalda.

—Hola, Martha. Yo sólo venía a ver como tu...—, yo apenas comenzaba a contestar mas en un tartamudeo incoherente que otra cosa cuando Martha me interrumpió.

—¡Como yo qué! A ver, ¿y dónde dejaste a esa pomposa y exuberante brasileña amiga tuya?

—¡Pomposa! ¿Exuberante? ¿Amiga brasileña? ¿Si oye Antonio, dónde la dejaste?— preguntó Ralph de la manera más ocurrente y jocosa.

—¡Ralph! ¿Por qué mejor no vas a ver si los canarios comieron?— ordenó Martha tajante.

—Claro que sí mi adorada hermanita— contestó Ralph mientras se movía con cautela de detrás de mi—. Luego me presentas tu amiga Paula- me dijo el cuñado casi en un susurro muy chistoso.

—¡Ralph!

—Okey, Okey, me voy.

Ralph se retiró y Martha y yo nos quedamos solos. Ahora si que yo estaba en problemas. La mujer caminó hacia mi peligrosamente mirándome con aires de desafío pero a la misma vez coqueta, altiva... Y allí estábamos de nuevo, en precaria situación, frente a frente. Yo tenía tanto que decir... quería decir tanto pero el silencio se apoderó de mi. ¿Por qué? Había deseado verla por tanto tiempo para decirle tantas cosas y en el momento no pude pronunciar palabra.

Me quedé mirándola fijamente. Contemplaba su bello rostro y aquellos ojos azules que me embobaban... Y me atraían hacia ella. Y sintiéndome como hipnotizado avancé hacia ella. Yo caminaba hacia el frente y ella retrocedía; un paso a la vez como un vals coordinado. Pero Martha ya no pudo dar un paso más atrás al encontrarse con el enorme piano a sus espaldas. Estaba acorralada entre el instrumento musical y yo. No tenía escapatoria. Su rostro denotaba una mezcla de impotencia, incertidumbre y a la vez emoción. Sus gestos que retrataban por momentos una sonrisa de nervios y coquetería me instaban a acercarme más hacia ella y cerrar l brecha entre ambos para decirle todo lo que mi corazón dictaba.

Y en un arranque la agarré por la cintura y levantándola la senté sobre el piano firme pero con ternura. Me coloqué justo frente a sus rodilla y como presionando un botón, la mujer abrió sus piernas instintivamente. Mi cuerpo tocaba el de ella y sus ojos brillaban excitados al sentirme cerca.

—Martha, por favor, escúchame lo que te voy a decir. No sé quién eres, ni conozco tu historia ni pasado. Mucho me he empeñado en descubrirla desde que llegué a este pueblo. No sé ni siquiera tu edad y no me importa. Todo lo que se de ti, todo lo que he visto y se me ha revelado en tan poco tiempo es suficiente para darme cuenta de que eres la mujer más interesante, hermosa que he conocido o desconocido jamás. Provocas en mi sensaciones que nunca había experimentado. Tengo sentimientos hacia ti tan fuertes y placenteros que desde el primer día que te vi no he podido dejar de pensar en ti o soñar contigo. Y son estos sentimientos los que pronto se transformarán en la más fantástica expresión del amor si no logro contenerme. Y créeme no tengo piensos de contenerme en esto. No daré marcha atrás en demostrártelo o lograr que sientas lo mismo por mí a menos tú así me lo pidas...

Mi discurso fue interrumpido en esos momentos en la manera más placentera cuando Martha se aferró a mi cuello y halándome hacia ella me besó intensamente. Yo con la misma pasión respondí a sus besos.

La sangre en nuestras venas ardía con frenesí y deseo. La hermosa rubia entrelazaba sus piernas alrededor de mi afianzándome más hacia su cuerpo. Cada parte de mi reaccionaba al momento... Cada parte. Nuestros labios se fundían en apasionados besos y nos regalábamos caricias ardientes allí en la salad sober el gran piano de cola.

Martha me atrajo más hacia ella y yo sin pensarlo dos veces me trepé sobre ella, encima del piano. Yo seguía besándola y ella a mí. Todo lo que había deseado, todo lo que había soñado estaba convirtiéndose en realidad en esos momentos. Nos devorábamos sin mesura en medio del gran salón. Yo la escuchaba gemir con lujuria bajo mi cuerpo, rendida ante mis besos y caricias.

Y ya no me pude contener más. Metí mi mano bajo su falda estampada de flores y echaba la tela hacia arriba según mi mano iba palpando la piel en sus muslos hasta sus caderas. Martha jadeaba y me mordía el labio y yo tenía que hacerla mía en esos momentos. Ella comenzó a quitarme la camisa y yo a desabrochar su vestido. Estábamos tan sumergidos en el trance erótico que se nos olvidó que no estábamos solos en la casa.

—¡Por Dios ustedes dos! ¡Hay cantidad de cuartos en esta casa par de pervertidos!— Ralph protestó en tono sarcástico detrás de nosotros. Mientras nos arreglábamos la ropa, podíamos escucharlo reírse.

Martha estaba toda roja de la pena más se reía de la situación. Y así los dos nos sentamos sobre el piano, intercambiando miradas como colegiales viendo como Ralph se retiraba riéndose de nuestro arranque de lujuria... Y hormonas.

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