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Capítulo 2 Primer día de clases


Capítulo 2
Primer día de clases

—Buenos días Sr. Grau—, tras un efusivo apretón de manos, el director de la escuela me guió por los pasillos atestados de estudiantes—. Como si lidiar con un millar de estudiantes fuera tarea fácil, ¿verdad?— prosiguió un ceremonioso prefecto, ajustando su corbata mientras me miraba con un gesto de resignación o empatía, quizá, mientras atravesábamos el tumulto de adolescentes, quienes me miraban con harta curiosidad. —¿Es muy diferente el sistema de aquí al de Puerto Rico?— me preguntó.

—No en realidad. Difiere en algo la organización escolar y la infraestructura de los planteles, aquí más modernos que allá, por supuesto. Pero en lo que al currículo respecta, aunque atemperado a las necesidades y cultura de nuestros estudiantes, la alineación con los estándares y expectativas están acorde a la ley federal, igual que aquí— expliqué.

—Bueno, aquí, allá, o en la Luna, la historia nunca ha sido una materia de predilección para los chicos. Aún así creo que usted sabrá buscarle la vuelta. Por lo general, se entusiasman más con un maestro joven. El que tenga el curso electivo de español y sea el entrenador del equipo de natación hará que se los gane más fácilmente. Lo verán como un modelo a seguir.

—Eso espero, doctor Shubber. Sepa que trabajaré para ello. Le aseguro no le defraudaré. Y ese año la preparatoria logrará ese tan anhelado campeonato estatal de natación.

—¡Arriba Jaguares!— exclamó con el puño arriba el principal.

¡Arriba Jaguares!— hice eco del estribillo mientras pensaba que jaguares no era como que un nombre de mascota muy acuática que digamos... por ahí empezaríamos a cambiar el asunto.

Y dándome unas palmaditas en la espalda, el hombre me deseó suerte y yo me sentí como si me hubiese enviado al matadero. Su sonrisa a medio cuajar acompañada de una mirada de orgullo paternal y de lástima, me sacó un suspiro. Finalmente él se dio la vuelta, rascó sus sienes despobladas de canas y cuadrando sus hombros comenzó a recordarle a los estudiantes que el timbre ya estaba presto a sonar.

Una vez entre a mi salón, coloqué el maletín sobre el escritorio y caminé hacia las ventanas para abrirlas. Con complacencia, mire a mi alrededor, a mi nuevo lugar de trabajo. A las 8:00, cuando sonó el timbre, ls estudiantes entraron al salón. Las chicas ocuparon los primeros pupitres, como era de esperarse. Aquello no me sorprendía, pues desde que comencé a dar clases a nivel secundario hacia varios años ya, eran las muchachitas las que me daban quehacer. Después de todo, era una reacción normal a tener un maestro de veintiséis años, que les cuenta historias en un marcado acento latino. No eran mis años de estudio las que las fascinaba, cuando las apariencias opacan la inteligencia, se hace más evidente cuando trabajas con adolescentes y sus hormonas revueltas.

—Buenos días estudiantes. Mi nombre es Antonio Grau y su nuevo profesor de historia, en sucesión al Sr. Garcés, quien disfruta de un merecido retiro. De igual modo les informo que tendré a cargo el curso electivo de español básico, para aquellos que les interese adquirir un segundo idioma. Los interesados pueden pasar por la oficina y reservar su espacio. Por último y no menos importante, seré el instructor de natación de la escuela. La primera reunión será mañana a las 4:00 pm.

Los varones lucían muy entusiasmados con la idea de tener un equipo de natación, mientras que la chicas... bueno, era difícil saberlo. A todo asentían.

Luego de culminar con los saludos protocolares, de pasar lista y de una presentación uno a uno de los estudiantes, comencé con la clase.

—Ahora bien, clase, quiero que piensen en lugares históricos, icónicos de este pueblo. Aquellos lugares que reflejen la verdadera esencia, que les recuerden a algún evento importante del pasado o que fueren el hogar de un personaje representativo de la ciudad, son los que quiero que recuerden. Haremos una lista focalizada en la pizarra.

Aquella pregunta detonó algo en el grupo, invisible pero al extremo tangible. Fue como si se hubiesen conectado telepáticamente y comenzaron a lanzarse miradas de complicidad. Aquí ya yo me venia preparando para la hecatombe que la pregunta produjera.

No tardó mucho, cuando una estudiante rompió el silencio. —Bueno, profe—, comenzó en un tono coqueto—, ya que a usted le gustan todas esas cosas viejas, polvorientas y con telarañas, creo que el lugar que usted debe conocer es la mansión Higgins-Von Heir.

—¿Y por qué, según usted, me debe interesar tal lugar?— pregunté con real curiosidad.

—Pues, porque es vieja, profesor— interrumpió un alumno en tono jocoso.

—Bueno, histórico no es sinónimo de viejo, necesariamente... A ver, ¿qué es lo relevante acerca de este lugar?

—Que está embrujado... buuuuu—, bromeó otro de los chicos, provocando alguna que otra carcajada en los demás.

—¿En serio, embrujado? Okey... así que tenemos nuestra propia casa del terror en el pueblo. Todos los lugares del mundo tienen una. Para Halloween debe ser todo un espectáculo, me imagino— respondí en tono sarcástico y ellos lo captaron.

—Permiso, profe. La Mansión Higgins es una residencia antigua, construida hace dos siglos atrás. Perteneció a una acaudalada familia de descendientes alemanes. Y si, está embrujada, porque una bruja vive en ella y se llama Martha—. Una estudiante añadió con mucha seriedad.

—Ooooh, entonces está habitada... por una bruja, claro. Así que mis alumnos creen en leyendas urbanas y cuentos de camino, en pleno siglo veintiuno— reviré los ojos al seguir escuchando los comentarios.

Decidí entonces cambiar de estrategia. El ejercicio de exploración giraba no entorno a la historia del pueblo, sino a la historia de ésta tal Martha. —Chicos, me parece interesante todo lo que me han contado y no está mal que sean tan asiduos la fantasía urbana, a las leyendas y fábulas, al contrario. Estos géneros literarios tienen su base en eventos ocurridos en el pasado y que nacen de la imaginación popular de nuestros ancestros, lo
que les imparte cierto realismo histórico. De esto surgen las narraciones orales que forman parte de nuestro folclor y que luego evolucionan en los cuentos de hadas que leíamos de niños o las historias de caballeros medievales que hicieron que la literatura y la poesía se esparciera por toda civilización de Europa y Oriente. Allí tienen cuna los clásicos literarios que todos conocemos...— Ya había acaparado su atención, bueno, no de todos. Habían dos dormidos en la parte de atrás, uno hurgándose la nariz y frente a mi una chica no paraba de sonreírme como lela.

Yo continué con la clase. —Esta tradición oral es lo que se desarrolló luego en leyendas urbanas tales como Jack O'Lantern, Candy Man, El Cuco, Bloody Mary, y Pie Grande en América del Norte. Han oído del Chupacabras, La Segua y La Llorona en America Latina y de la fantasía gótica como lo son los vampiros y hombres lobo. Clase, como ven la literatura también ha nutrido la historia, moldeando la cultura y creencias populares.

—Pero, profesor, es que Martha no es una leyenda urbana. Ella es una persona real—, un estudiante interrumpió.

—Yo no he dicho que no lo sea... a ver, ¿dónde vive está Martha?

—En la Calle Woodspell, esquina Abedul—, añadió el chico.

—Oh, ¿en serio?—por el momento no hallé palabras. Resultó ser que la tal Martha era mi vecina—. ¡Pero que coincidencia! Llevo tres días de ser el vecino de ella y...

—Ooooooh— exclamaron sorprendidos los estudiantes.

—¿Ya vio a la bruja?— saltó una de las féminas.

—No. No en realidad... pero, ya. Aquí murió el tema de Martha y su mansión embrujada, por hoy. Se que, por lo que he visto, saldrá a relucir más adelante. Ahora nos ponemos serios y vamos a lo que vinimos. Habiendo culminado la cacería de brujas, abran sus libretas para que tomen nota. Instrucciones para su primer trabajo formal. Buscarán información en el internet de lugares históricos de la ciudad. Personajes, fechas, datos relevantes. No necesito la enciclopedia completa... Ah, y por favor, nada que tenga que ver con su bien adorada Martha.

El comentario le sacó un par de carcajadas al grupo. En eso, el timbre sonó y allí culminó la primera clase del día, día que transcurrió sin mayores contratiempos, salvo que en todos los grupos el tema de la bruja era uno recurrente. Martha era todo un personaje y con cada clase, mi curiosidad crecía hacia el enigma que representaba esta mujer y su rol protagónico en la historia del pueblo.

Al final del día de labores, ya en mi casa, me detuve en la acera a contemplar mi casa. Luego mire con detenimiento la gran casona a la izquierda. La casa de Martha. El primer día la admiré por su elegancia arquitectónica y lamenté el estado de descuido en el cual estaba, recordé. Pero esa tarde la vi con ojos distintos. La curiosidad me carcomía por saber más sobre ella, y su dueña. Por un instante me vi tentado a cruzar la verja blanca y llegar hasta aquella enorme puerta roja, y llamar. Pero el silencio y la quietud que envolvían la residencia vecina, me detuvo. ¿En verdad estaría habitada? Pensé mil cosas, pero al final solo sacudí aquella madeja de ideas absurdas y me dirigí al interior de mi casa. —Algún día tocaré a la puerta de Martha, sólo para probarles a estos muchachitos que no hay tal cosa como las brujas—, dije para mi, mientras entraba a mi hogar.

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