Capítulo 12 Charla coloquial
Capítulo 12 Charla coloquial
De inmediato la piel se me erizó y mi corazón parecía dejar de latir por un instante. Esbozando una tenue sonrisa, Martha esperaba mi reacción. Sí, la muy condenada sabía que de alguna manera su presencia provocaría en mí algo... un no se qué, pero algo. Titubeé por un instante. Si hablaba sería senda mezcla de boca y patas. Tenía que organizar mis revueltas ideas pues lo último que esperaba yo era ver a Martha allí.
Allí... allá... en cualquier lugar... en público. ¿Qué hacía la ermitaña vecina en el museo? ¿No se supone debería estar trabajando en su jardín, o haciendo sus brebajes? Aún incapaz de producir palabra coherente, solo pude quedarme mirándole a los ojos. Y ella, arqueando una ceja, amplió su sonrisa de la manera más sardónica pero coquetamente posible... Sí, lo estaba disfrutando.
—Oh, sí, absolutamente. Higgins es uno de mis artistas preferidos—, dije cuando al fin hallé las palabras para contestar.
—¿En serio? Qué interesante... que bien. Pero, me parece usted muy joven para estar tan al corriente del arte contemporáneo americano.
—Qué va, si yo no soy tan joven— engolé la voz al contestar—. Y usted, cuénteme, ¿qué milagro verle por aquí Señorita Higgins... oiga, ahora que caigo en cuenta, ¿tiene usted algún parentesco con el artista? Tienen el mismo apellido.
—No, me temo que no. No somos parientes. Y para su información, me fascina el arte también. Y por favor, llámame Martha.
—Qué bien. Tenemos algo en común al menos... Martha. Solo me dio curiosidad. Como nunca sale de su casa— me mordí la lengua tras darme cuenta de la bobada que había dicho.
—Algunas veces, las cosas no son lo que aparentan, Sr. Grau. Se dicen muchas cosas de mí en este pueblito. Digamos que de alguna manera, desde mi llegada, encendí en las personas la mecha de la imaginación y han creado un mundo fantástico al rededor mío. Déjeme confesar que muchas de las historias me parecen muy folclóricas y entretenidas. Hasta quisiera que fueran verdad. Pero usted como maestro de historia sabe, que en estos pueblos coloniales pequeños, los personajes pintorescos no faltan... usted es mi vecino. Sólo soy una mujer solitaria, porque así he elegido vivir y en realidad no me importa lo que diga o crea la gente de mí— su tono era serio al mirarme a los ojos directamente para hablarme.
—Nunca doy crédito a chismes. Y este pueblo tiene una imaginación muy florida. Siempre saco mis propias conclusiones y trato de basarme en hechos... y observación. Y de igual modo, me puedes llamar Antonio.
—Está bien, Antonio. Pero porque no mejor cambiamos el tema. Odio hablar de mí misma cuando ya hay tanta gente que lo tiene como oficio— sonrió conteniendo una carcajada—. Permíteme preguntarte, ¿por qué te atrae esta pintura en específico. Llevabas rato viéndola. Ni siquiera notaste que me acerqué— sus mejillas se sonrojaron al preguntarme.
—Parece que se invirtieron los papeles y esta vez eras tú la que me espiabas— cerré un poco la distancia entre los dos.
—Salió creído el maestro. No, para nada. Al igual que tú, solo admiraba la pintura. Pero tranquilo, que ya me retiraba, no quiero problemas con tu belle fiancée.
—Perdón... me perdí... problemas con quién? ¿Novia? ¿Quien? Yo no...
—¿Ah no? ¿Entonces quién es esa hermosa joven que nos mira con insistencia desde la esquina? No me parece que le simpatiza mucho la idea de verte aquí conversando conmigo.
—Oh, bueno, ella no es mi novia... Es la bibliotecaria de la escuela, la Srta. Carvahlo.
—Pues para no ser tu novia, me parece que está celosa. Sugiero que de todos modos la invites que se una a nuestra pequeña conversación... Acerca de esta pintura, por supuesto.
—Me parece bien—, respondí y rápido le hice señas a Paula para que se acercara. La sensual, pero no muy contenta mujer, caminó hacia donde estábamos Martha y yo con exagerada cadencia. Mientras mas se acercaba, sus ojos de almendro se posaban fijamente en el rostro de Martha. —Paula, quiero que conozcas a mi vecina Martha. Martha, ella es Paula, mi compañera de trabajo.
—Olá, prazer em conhecer. ¿Como voce está?—, Martha le saludó en perfecto portugués mientras plantaba un beso en cada mejilla de la brasileña de lo más casual.
Paula respondió de inmediato muy entusiasmada. —Eu estou bem. Falam Portugues! O prazer é meu.
Y allí estaba yo, parado justo en medio de sendas beldades mientras ellas charlaban de lo mas amenas en portugués. De inmediato las hormonas se me alborotaron y las fantasías revoloteaban en mi mente... ¡Y nos vamos para Río!
Martha y Paula conversaban y a mí me habían dejado pintado en la pared. Así como que bien adecuado el lugar para hacerlo.
—Oh, me siento tan avergonzada. Si usted es una dama encantadora. Definitivamente me incluyo en el grupo de personas en este pueblo que teníamos un concepto tan erróneo de usted, Martha. Le pido disculpas por ello.
—Gracias. Disculpas aceptadas. Qué dulce Paula. No en balde mi vecino me había hablado cosas tan maravillosas de ti—, Martha le respondió y yo me quedé más desarmado que un cubo de Rubik.
—¿Yo? ¿Cómo?—, me quedé bruto. ¿Pero qué Martha estaba diciendo? ¿Cuándo yo dije eso?
—Oh, vamos, Antonio. No seas tan tímido. Paula es tan encantadora como me la habías descrito. Este hombre ve luces por ti, Paula. Y debo admitir que hacen una hermosa pareja—, Paula y yo nos mirábamos. Yo con mis ojos cuadrados y luego miré a Martha totalmente confundido—. Bueno, yo mejor me voy yendo, pues sus alumnos se están arremolinando. No quiero escandalizarlos aun más con mi presencia... Tchau, Paula... Adiós, Antonio.
Yo seguía boquiabierto. Paula sonreía de oreja a oreja mientras le decía adiós a Martha, quien se alejaba sin mirar atrás.
—De verdad que Martha es una mujer estupenda, inteligente y muy hermosa... ¿No te parece, Antonio?— La bibliotecaria me miraba sonrojada.
—Si... Y muy difícil de entender—, respondí entre dientes mientras observaba a Martha perderse entre la multitud.
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