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Sí, acepto

16 años

—Vamos, Alexa. No hagas esto —me decía mi madre, intentando controlarse, pero podía percibir en su voz que estaba totalmente desesperada tanto por la escena que estaba montando como por la vergüenza que esto le causaba.

—¡No, no me moveré de aquí! —le grité.

Estaba abrazada a un árbol, mi padre y Joaco habían intentado soltarme de allí, pero no lo lograron. Me aferré con más fuerza y no me moví ni un centímetro. Agarraron mis pies y tiraron de mí, pero tampoco aflojé el agarre.

—¡Sólo es una escuela de verano, Alexa! —me gritó Joaco. No lo quise escuchar, si lo hacía me pondría nerviosa y los brazos me flaquearían.

—¡Cállate, esto es tu culpa! —exclamé.

Algunas personas se nos quedaban mirando, nos encontrábamos a la entrada de la escuela de verano para niños matemáticos en medio del bosque. Había reprobado matemáticas y si lo volvía a hacer el próximo semestre, repetiría el año nuevamente. Así que mi maestra conversó con mis padres y acordaron que asistiría todo mi verano aquí para reforzar. Para mis padres y la escuela fue la solución perfecta a mi falta de voluntad con los números, para mí significaba una tortura. Podría terminar agonizando si pasaba una semana allí. Estaba segura.

—¡¿Mi culpa?! ¿Qué tengo que ver yo? —me preguntó Joaco, tirando de mis pies. Paola se había unido a ayudarlos y ahora se me hacía más difícil mantener mis brazos junto al árbol.

—¡Eres más listo, me haces parecer una tonta! —le dije. Lo decía de broma, me importaba en absoluto parecer una tonta o una chica lista, sólo quería que me soltaran. Pero Joaco pareció pensarlo y me soltó. Se fue al lado de mi madre con el rostro serio y me miró con tristeza.

Me había creído. Era muy débil a la hora de detectar mentiras.

—Alexa, vamos. No es tan malo como piensas, harás amigos nuevos y hasta puede que te diviertas —me dijo Paola. No era tan malo si lo ponía así, lo que sucedía era que yo no quería más amigos, con los que tenía me bastaba. Y los números jamás serían divertidos.

—¡No me soltaré, tendrán que amputarme los brazos si quieren que entre!

—Traeré la cierra —escuché que decía Luna.

—¡Puedes encontrar novio allá, Alexa! —me gritó Azul. La pequeña Azul ya tenía doce años y en lo único que pensaba era en chicos, aun así me pareció graciosa su manera de convencerme.

—¿Tienen problemas? —dijo alguien. Moví la cabeza un poco y vi que era un hombre vestido de militar, era mayor y en su pecho tenía insignias y medallas. A su lado iba un chico tez blanca y rubio, aparentaba mi edad.

Joaco se le quedó mirando con mala cara, como Nana cuando se acercaba a Snow, el gato de Azul.

—Es mi hija, no quiere entrar —le explicó mi madre. El hombre sonrió y me dedicó una mirada rápida. Me dio miedo.

—¿Reprobada, cierto?

Mi madre asintió y el hombre miró al chico.

—Mi hijo también está aquí contra su voluntad, pero los chicos de hoy en día necesitan disciplina —y dicho eso le preguntó a mi madre si necesitaba ayuda para disciplinarme, ella asintió y supe lo que pasaría.

El hombre se acercó hasta donde mi padre y Paola forcejeaban, ellos me soltaron, el hombre me agarró de un pie y tiró de mí. Ni aunque tuviera músculos habría seguido abrazada al árbol, caí al suelo sobre el húmedo césped y me ensucié la ropa.

Joaco corrió a ayudarme. Debía admitir que desde el incidente de Gru –que en paz descanse-, se había vuelto más atento. Seguíamos peleándonos como perros y gatos, pero después se disculpaba y me regalaba galletas o un pastel de manzanas que robaba de la cocina.

—¿Cómo le hace eso? Se pudo haber lastimado —exclamó Joa, dirigiéndose al hombre militar. Él rio, su risa era tosca y desagradable.

—Calma, chico. Tu novia está bien —le dijo él.

El chico rubio alzó la vista, no me había mirado en todo este rato, y tampoco lo hacía ahora. Miraba a Joaco.

—Él no es mi novio —dije, colocándome de pie. Me sacudí la ropa, pero Joaco me detuvo para sacudirla él. Tenía que sentirse muy culpable por la muerte de Gru.

—Entonces lo parece, míralo, está sometido a ti —Joaco dejó de sacudirme en cuanto el hombre dijo eso. Se sonrojo e intentó alejarse de mí, pero dio un paso y se arrepintió.

—Bueno, gracias por su ayuda. Ya puede irse —se apresuró en decir Paola. El instinto de madre la obligaba a defender a su hijo, y ese hombre se estaba metiendo con Joaco.

—No se alarme, sólo bromeo —el hombre se dio media vuelta y se acercó a su hijo—. Tú, aprende o ya verás tu castigo —el chico asintió sin mirarlo a los ojos, bajando la mirada. Estaba rígido y su rostro era inexpresivo, ya imaginaba el tipo de relación padre e hijo que tenían.

El hombre se subió a un auto negro que estaba estacionado a unos metros de distancia del nuestro y se fue sin mirar atrás.

Yo me crucé de brazos, el chico no se movió de allí. Mis padres bajaron mis maletas y con la ayuda de Paola las entraron al campamento antes de que me arrepintiera. Hablarían con el encargado para asegurarse de que no me escapara.

—Te enviaré galletas para que no estés de mal humor —prometió Joaco. Recién me daba cuenta que estas semanas serían el lapsus de tiempo más largo en el que estaríamos separados, ya estaba tan acostumbrada a su presencia que sentía como la nostalgia se me incrustaba en el pecho. Pero él no tenía que saber que lo extrañaría. Yo lo odiaba.

—Gracias —le dije.

El chico no paraba de mirarnos, me estaba poniendo nerviosa.

Tenía unos ojos intensos que incluso en la distancia eran como rayos láser. Observaba cada movimiento que hacíamos.

—¡¿Cuál es tu problema?! —le grité cuando no lo soporté más. Joaco, Luna y Azul se voltearon a mirarme y después al chico.

—¿Seguro que no son novios? —inquirió. Las rodillas me temblaron con su pregunta, ¿por qué todo el mundo creía que éramos novios?

—No lo somos y nunca lo seremos —sentencié. Me exasperaba este tema.

Pero cometí un error. Miré a Joaco para decirle que me apoyara, sin embargo, él miraba hacia otro lado mordiéndose el labio inferior ¿Y ahora qué le pasaba?

—Alexa, eres muy cruel con Joa —me dijo Azul.

Entonces comprendí.

Joaco no quería quedar como un perdedor sin novia ante este chico.

Era tan idiota.

—¡Ivo, mi amor, volviste!

Todos nos giramos a ver quién gritaba. Del campamento salió corriendo un chico alto, de cabello castaño, con una enorme sonrisa, sin zapatos y con los brazos abiertos. Cuando llegó hasta nosotros, abrazó efusivamente al chico con el que estaba discutiendo. Ellos si parecían novios.

—Matias, no, suéltame —se quejaba el que suponía era Ivo.

—No, mi vida. Esperé todo un año para volverte a ver —le decía el otro, besándolo en el rostro.

Traté de aguantar la risa, pero no podía soportarlo más. Reí como si el mundo se fuera a acabar, si Joaco no me hubiese sostenido estaría rodando en el suelo por la risa.

—¿Quiénes son ellos, mi amor? —le preguntó el chico amoroso a Ivo.

—No lo sé, pero son novios.

—¡No somos novios! —exclamé, dejando de reír. Ivo sonreía, quería verme enojada y lo estaba consiguiendo.

—¿En serio? Entonces es mi día de suerte, encontré amante —Matías se acercó a nosotros y antes de darme cuenta ya estaba abrazando a Joaco mientras le acariciaba el cabello.

Y desde ese día comenzó nuestra amistad.

Joaco se marchó con mis padres muy preocupado de mi bienestar, según él había insectos peligrosos por este bosque, sin mencionar que era alérgica a todo tipo de cosas. Ivo lo molestó diciendo que me encontraba en buenas manos junto a él y Matías.

A la semana, Joaco volvió. Había hablado con los encargados del campamento y consiguió entrar gracias a sus excelentes calificaciones. Lo que resultaría una aventura en el bosque con dos nuevos amigos que hice por accidente sin la compañía de Joaco, resultó ser siete semanas con un par de locos y un chico sobreprotector.

Para horror de Joaco habían sólo diez chicas en un campamento con 500 chicos. Casi se desmayó cuando supo que los cuartos eran mixtos. Exigió dormir en la misma cabaña que yo, donde por cosas del destino también dormían Ivo y Matías.

Una vez le hicimos una broma y a costa de sus celos, me acosté en la misma cama que Ivo. Habíamos madrugado para que todo saliera de acuerdo al plan. Rasgamos la ropa y la dejamos tirada por cualquier lugar del piso, Matias desordenó las sábanas de la cama mientras Ivo y yo nos despeinábamos y así nos metimos en la misma cama y esperamos a que Joaco despertara.

Nunca olvidaré ese grito.

Despertó a todo el campamento.

Primero comenzó a gritarnos, después me regañó, luego se peleó con Ivo y finalmente se fue con Matías. Ahí entendí que el plan no era para hacerlo enojar, sino para que Matías pudiera hacerlo su amante de una vez por todas. Y le resultó, casi.

No recuerdo haber estudiado nada, me la pasaba haciendo bromas con Matías y nadando en el lago con Ivo. Cuando saliéramos de aquí teníamos que juntarnos en el año, eran demasiado divertidos como para dejarlos libres.

(...)

Una noche, en la que nos quedamos alrededor de la fogata, un chico que dormía en la cabaña vecina a la nuestra sacó unas botellas de su mochila.

—¡Cerveza! —exclamó. Nunca había bebido antes y tampoco llamaba mi atención. Todavía no puedo comprender que me impulsó a tomar el primer trago.

Ya era medianoche cuando nos habíamos acabado todas las botellas, Mati le cantaba a Joaco en el oído mientras Ivo y otros chicos bailaban a la luz del fuego.

Yo no sentía los pies, era como flotar sobre las nubes. El mundo daba vueltas y todo parecía mas brillante a pesar de que el sol se había escondido hace mucho tiempo.

Me senté en el tronco en el que estaban los chicos, me acerqué a Joaco y pegué mi nariz a su cuello.

—¿Qué estás haciendo, Alexa? —preguntó cuando sintió mi respiración.

No sabía la respuesta, sólo sentía la necesidad de colocar mi nariz en su cuello, ¿tan difícil era explicar eso?

—Te estoy olfateando —le dije. Ahora el recuerdo de esa noche era vergonzoso, nosotros ebrios éramos una amenaza para la humanidad.

—Uhh, la pareja quiere estar sola... después vuelvo, Joaco —replicó Matias, con los ojos desorbitados. Se levantó a duras penas y se fue hacia Ivo, saltando y gritando que era el rey del mundo.

—Aquí te espero, Boo bear —estallé en carcajadas al oír el apodo de Matías.

Después de eso volví a oler su cuello, pasé mi mano por sus rizos y me convertí en la chica más cariñosa del mundo.

—Joa, te quiero mucho ¿sí? También quiero a este tronco, a ese árbol, a la fogata, a Matías, a Ivo...

—No, a Ivo no —su aliento apestaba a alcohol, pero no me importaba, quería seguir a su lado.

—¿Por qué no? Es nuestro amigo.

—Él se acostó contigo —hizo una mueca con la boca y junto las cejas para dar el aspecto de estar enojado. Yo lo veía más tierno que temible.

—No fue verdad, era una broma... soy virgen, lo juro —hice una cruz con mi dedo sobre mi pecho y le sonreí tontamente.

—Bien, quiero que sigas así hasta que nos casemos.

Reí otra vez, recosté mi cabeza sobre su hombro y lo tomé de la mano, entrelazando nuestros dedos.

—¿Te quieres casar conmigo? —le pregunté. Era muy tierno.

—Se supone que yo tengo que hacer la pregunta.

—Ok, entonces de nuevo.

Hizo que me pusiera de pie mientras llamaba a todo el mundo, los demás se acercaron aun cantando.

Joaco cortó una flor silvestre que crecía debajo del tronco en el que estuvimos sentados, se arrodilló frente a mí y me miró a los ojos.

—Alexa Mora, desde el primer día en que te vi me enamoré de ti, me ponía nervioso estar a tu lado y me sentía feliz con sólo escuchar tu voz, por eso ¿te quieres casar conmigo? —todos comenzaron a gritar, me decían que dijera que sí, otros que no.

Estaba tan ebria que preferí seguirle el juego, porque después de todo yo se lo había preguntado primero –aunque por una confusión-.

—Sí quiero —Matías fue el primero en aplaudir. Nos abrazó y nos dijo que ya estábamos grandes, que ya no éramos sus bebés que él crio con tanto esmero por los cuales se sacrificó por educarlos.
Ivo me tomó en brazos y giró hasta marearme más de lo que estaba.

—¡Celebremos la boda! —escuché que dijo alguien, pero no podía distinguir si era conocido o no. Esa noche todos éramos amigos.

Ivo se ofreció como sacerdote, dio un discurso sobre lo problemática que fue la relación entre Joaco y yo, que habíamos tenido que casarnos porque yo estaba embarazada y un montón de estupideces más.

—Joaquín Cordovero, ¿aceptas a Alexa Mora como tu esposa para comprarle galletas, regalarle chocolates y jugar con su perro cuando ella esté durmiendo?

—Sí, acepto.

Me tambaleé un poco y sentí como mi estómago se revolvía. La boca se me puso ácida y la garganta me comenzó a arder.

—Alexa Mora, ¿aceptas a Joaquín Cordovero como tu esposo para apoyar a su equipo de fútbol favorito junto a él, despertarlo con el desayuno hecho y darle la mejor luna de miel de la historia?

—Sí, acepto —y después de eso, simplemente vomité.

(...)

El último día de la escuela de verano nos dieron la lista de nuestro desempeño. Pasé gracias a la ayuda de Joaco, me dio todas las respuestas de los ejercicios para compensar la vergüenza que sentía por haberse emborrachado. Yo también me sentía mal por eso, Matías y yo fuimos los únicos en recordar lo que sucedió esa noche. O lo que pasó la mitad de ella, ya que después de que vomité perdí la consciencia.

Intercambiamos números con Matías e Ivo y prometimos volver el año siguiente para hacer más locuras. Mis padres atribuyeron mi decisión de regresar como un avance en mi alergia contra los números. Nunca supieron que aquí bebí por primera vez.

Encuanto a Joaco, era mejor que él nunca supiera que estábamos casados. Aunque fuera de mentira

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