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Galletas de chocolate

8 años

Mamá se arreglaba para ir al teatro con mi padre, llevaba un vestido liso de seda rosa y un sombrero con plumas que yo utilizaba para disfrazarme de indio nativo cuando Nicole, Sky y Julieta venían a jugar a la casa. Si mamá se enteraba de eso, era niña muerta .

Nos dijo que se irían en cuanto llegara la nueva niñera. La anterior fue una anciana de cabello gris que no hacía más que apretarme las mejillas cuando rompía cosas o desobedecía órdenes.
Acostumbraba a comportarme mal y a ser muy entrometida, la niñera no soportaba mi manera de ser.

Como ella vivía aquí, en una habitación al lado de las nuestras por si se nos antojaba algo por las noches, era insoportable.
Controlaba cada minuto de nuestras vidas, hasta que un día murió.

Papá nos dijo que ella se fue a hacer un viaje para visitar unas hadas que vivían en Escocia, Azul se lo creyó ,y le escribió una carta que mamá prometió enviársela. Luna y yo sabíamos la verdad ,la mujer ya había pasado a la otra vida y por lo que escuché hablar a las cocineras ,fue de un ataque cardíaco. Como era demasiado pequeña para medir la gravedad de una muerte, sólo me alegré de no tener que soportarla más. Era más parecida a una bruja que a una amiga de las hadas.

Comenzó a caer una suave lluvia que hacía que un dulzón olor a tierra y flores se mezclara y entrara por la ventana. Las sirvientas las cerraron para que no se mojaran los marcos y porque mamá se volvió loca al pensar en la humedad y en lo esponjoso que se pondría su cabello.

Cuando ella subío corriendo las escaleras para darse un retoque de último minuto, sonó el timbre retumbando por toda la casa.
Ramiro, el "mayordomo", se apresuró con su paso de pingüino a abrir la puerta. Un viento se coló hacía adentro e hizo que estornudara, nos habían vestido para la ocasión con unos espantosos vestidos de tul lila a todas iguales, nos formamos en fila por orden de estatura y nos quedamos quietas cuando la nueva niñera entró.

Era joven, me relajé cuando le vi el rostro. A su lado iba una niña de cabello negro y parecía ser más grande que Luna ,era alta y vestía unos jeans y una chaqueta verde mojada por la lluvia. Supuse que sería su hija, no me gustó la idea de que vinieran otros niños a vivir a mi casa.

- ¿Aquí es? -preguntó la chica, masticando chicle. La niñera asintió y nos sonrió con amabilidad.

Azul no se resistió y se apresuró a abrazarla, era una niña bastante encantadora que se encariñaba rápido con las personas. La niñera la levantó y la abrazó como si fuera su propia hija, tal vez no era tan mala como la anciana.

- Tú debes ser Azul, me han contado mucho sobre ti -le dijo ella. Azul abrió mucho los ojos sin caber en la felicidad, se llevarían muy bien.

- ¿Quién es ese niño? -preguntó de repente mi hermana. Apuntaba detrás de la niñera y la impaciencia hizo que se revolviera entre los brazos de ella. La niñera la dejó en el suelo y se movió unos centímetros para dejar al descubierto a un niño de mediana estatura con el cabello rubio, con las mejillas rojas y los ojos hinchados. Había estado llorando y se notaba a kilómetros.

-Es mi hijo, Joaquin. Él espera ser tu amigo -le respondió ella. Azul se acercó al niño y lo abrazó, pero él la empujo e hizo que cayera al suelo.

-Joaco, no hagas eso -le regañó su madre.

Luna ni siquiera se movió, nos estaban educando para ser señoritas y guardar la compostura en todo momento. Yo sabía desde hace tiempo que no lo lograrían conmigo, así que caminé hasta al lado de Azul y la levanté, después la obligué a ir a lado de Luna y yo sola, con mis ocho años bien ganados, encaré al tal Joaquin.

-Vuelves a empujar a mi hermana y te cortó la mano-eso no pareció asustarlo demasiado, se quedó mirándome como mi perro Gru a un gran hueso, eso me asustó porque estaba la posibilidad de que él fuera retrasado.

-Joaco, discúlpate con Azul -le dijo la niñera.

Joaco fue hasta Azul sin apartar la vista de mis ojos y se disculpó. Ella ya había olvidado el asunto en cuanto se levantó del suelo, pero esa no era excusa para no hacerse respetar.

-Tú cabello negro te delata, tú eres Alexa -me volteé a ver a la niñera y asentí con la cabeza. De las tres, yo era la única que se parecía a papá, Luna y Azul eran parecidas a mamá con su cabello rubio y sus ojos verdes.

-Entonces, esta damita es Luna, no? -continuó la niñera.

-Así es -dijo Luna, con voz firme y la frente en alto.

Yo solía reírme de ella y de la rigidez con las que hacía las cosas, parecía una muñeca. Su perfección no me gustaba, cuando era más pequeña solía jugar conmigo y cantar a los pies de las escaleras como si fuera un escenario.
Cuando cumplió los diez, le dio más importancia a la escuela y se pasaba largas horas estudiando encerrada en su habitación. Era muy madura para tener 11 años.

-Ella es Daniela, mi hija mayor -la chica hizo un globo con el chicle y lo reventó, nos lanzó una mirada sin expresión y siguió masticando.

Desde el segundo pisó se escuchó el taconeó de mi mamá que ya estaba lista para marcharse. Mi padre apareció desde la cocina, llevaba un pedazo de pan en las manos y unas cuantas migajas estaban esparcidas sobre su traje.

Mi mamá lo vio y lo regaño con la mirada, me parecía a mi papá en muchas cosas.

-Paola, que bueno que ya estás aquí -exclamó mi mamá, el vestido volaba como esos de los cuentos de princesas de Azul-. Nosotros ya nos vamos, en la cocina está la lista de las chicas.

La niñera, Paola, le sonrió y asintió. Mi papá terminó de comerse el pedazo de pan y se despidió de nosotras con un beso en la frente, mi mamá nos abrazó y se fueron.

Ramiro le indicó el camino a Paola hasta su habitación, lo cual sería un problema ya que había una y ella venía con más niños. No traían maletas ni mochilas ni bolsos, me pregunté dónde estaría su ropa.

Sus hijos la acompañaron, Daniela con la misma indiferencia y Joaquin sin dejar de voltearse en nuestra dirección para lanzarnos miradas sospechosas.

Cuando nos quedamos solas, fruncí el ceño. Luna no cambió su postura y se fue a la biblioteca para leer alguno de los libros papá. Yo odiaba esas cosas no tenían dibujos y eran aburridos, la mayoría hablaba de números y cosas que ocurrían en otros lugares del mundo. Yo prefería los de aventuras y piratas, como Peter Pan. Estaba realmente obsesionada con el país de Nunca Jamás y los niños perdidos.

Acompañé a Azul a jugar a la cocina, nos estaban haciendo galletas y un pastel de manzanas y queríamos decorar con chispas de colores.

Pasaron los minutos mientras nosotras esperábamos a que la comida estuviera lista y Paola entró. La sonrisa no se le borraba, aunque yo notaba que estaba triste.

-Veamos que dice la lista -su voz sonaba musical. En la pared había una hoja donde estaban anotadas las cosas que podíamos hacer, a lo que éramos alérgicas, a qué hora debíamos irnos a la cama y un sinfín de cosas más.

-Azul, no puedes comer caramelos ni cosas que contengan azúcar después de las ocho -las tres miramos el reloj y se veía con claridad como la manilla apuntaba el número nueve-. Lo siento, Azul. Pero no podrás comer. Y dice que tu hora de dormir es a las nueve, así que ya deberías estar cepillándote los dientes.

Azul se sorbió la nariz, decepcionada, y se fue arrastrando los pies. Le guardaría pastel y galletas para el desayuno.

-Y tú, Alexa... -Paola leyó la lista y luego me miró-. Tienes hasta las nueve y media, pero tampoco puedes comer -eso ya lo sabía, pero tenía la esperanza de que ella de distrajiera unos minutos-. Eres alérgica al maní, a las naranjas, a las picaduras de insectos, al polen, al polvo y... a un buen comportamiento, según tu madre.

Bufé y jugué con unos tenedores que había sobre el mesón de la cocina. Mamá era siempre tan exagerada.

Eliza, la cocinera y mi confidente de travesuras, sacó del horno una bandeja con galletas de chiapas de chocolate. Se me hizo agua la boca y estiré la mano para alcanzar una, pero la mano de Paola golpeó la mía antes de que pudiera sentir el calor de estas.

-No puedes, Alexa.

Miré instintivamente a Eliza e hinché mis mejillas, ella comprendió y me guiñó un ojo.

En ese momento, entró Joaquin.

Sentí como el enemigo se acercaba. Por el simple hecho de empujae a Azul, Joaquin se había buscado un lugar en mi lista negra, donde figuraban mis maestros, algunas niñas de mi clase, la niñera anterior y el tio Abraham- que siempre me hacía bromas pesadas cuando nos visitaba-que era el padre de mi prima Julieta.

—Pero que niño más adorable, ¿quieres una galleta? —le dijo Eliza en cuanto lo vio. Quedé petrificada, le estaba dando mis galletas al niño retrasado.

—Gracias —le contestó él. Su voz, puaj, era tan falsa. Solo queria robarse mis galletas, si descubría que habían hecho pastel ¿también lo querría?

No aguanté más la escena y me fui, no sin antes escuchar como Joaquin le preguntaba a su mamá:

—¿Por qué está enfadada?

—No tiene permitido comer galletas —y en cierta parte, era verdad.

Me pase veinte minutos arrojando los cojines de los sillones contra la pared, botando cuadros de fotos y floreros. Gru estaba afuera y no lo dejaban entrar de noche porque se hacía en la alfombra, tenía que admitir que lo segundo que me obsesionaba después de Peter Pan era mi perro, ese San Bernardo cachorro que destrozaba cosas al igual que su ama.

Cuando vi el reloj y las manecillas anunciaron las nueve y media, dejé el desorden tal cual y subí a mi habitación. En las escaleras me encontré con Daniela, que llevaba unas cosas puestas en los oídos y eso hacía que ella moviera la cabeza y cantara en voz bajita. Me encogí de hombros y seguí mi camino.

Sería difícil adaptarse a la nueva niñera, sin embargo, a pesar de que no me dejó comer de MIS galletas, era mejor que tener de vuelta a la bruja maruja que tuvimos.

Antes de poder cerrar la puerta de mi habitación, vi detrás de un gran florero que adornaba el pasillo, los mechones rubios de Joaquin. Me había seguido.

Estaba escondido al igual que cuando llegó detrás de su mamá. No me dio buena espina que supiera donde dormía, ¿y si en la noche se venía a robar mis juguetes?

Me encerré y con la duda infantil en la cabeza, tomé todas mis cosas más preciadas -una colección de la película de Peter Pan, el libro con la obra ilustrada, un peluche de campanita y una caja de recuerdos- para esconderlas debajo de mi cama. Así me sentía más segura.

En seguida, la puerta se abrió y Paola inspeccionó la habitación.

-cepíllate los dientes y ponte pijama, si me necesitas, estaré en el cuarto de Azul leyéndole un cuento -no alcanzó a ver cuándo escondía mis cosas, le sonreí y asentí. Ella cerró la puerta y yo me dispuse a ver televisión.

¿Dormir? Seguro.

Vi una película que no entendí del todo, pero para demostrar mi rebeldía, la vi de todas formas. Se llamaba "Mujer Bonita", no entendía a qué se refería, ya que las personas en la televisión no paraba de besarse e insinuarse cosas. Podía ser muy independiente a mis ocho años, pero aun así había cosas que no comprendía, como el ¿por qué las personas se besaban? Era asqueroso, se llenaban de baba y gérmenes.

Una vez, cuando estaba en el recreo comiendo panqueques con Nicole en la escuela, vimos como Lucrecia Banchero besaba a un niño un año mayor que ella. Él tenía nueve y era rubio con unos grandes ojos azules. Nicole me pellizcó el brazo, susurrándome que Lula era una "traga babas", yo no pude estar más de acuerdo con ella.

Cuando los protagonistas se pusieron muy empalagosos y comenzó a darme asco, apagué el televisor. Todavía no tenía sueño y no sabía que más hacer.

Entonces, alguien golpeó mi puerta.

Era muy tarde, dudaba que fuera Paola para ver si ya dormía. Azul, imposible. Luna, apenas me hablaba, mucho menos vendría a verme a mitad de la noche.

Para dejar de atormentarme, abrí la puerta para saber quién era, pero no había nadie. Cuando estaba a punto de cerrarla, me percaté de que había algo en el suelo.

Encima de una servilleta, había dos galletas con chispas de chocolate.

Eliza me había ido a dejar las galletas a escondidas, era lo más seguro.

Las tomé y las envolví con la servilleta, miré a todos lados para verificar que no había testigos y las escondí en medio del tul de mi vestido. Sin embargo, cuando estuve a punto de volver a cerrar la puerta, detrás del florero gigante se vieron los mechones rubios de Joaco, otra vez.

Estaba mal escondido, si me movía un poco hacía mi derecha, le podía ver la mitad del cuerpo.

Lo miré y luego a las galletas... ¿Habría sido él?

-No- dije en voz alta, y finalmente, entré a mi cuarto para comerme esas deliciosas galletas

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