Capítulo 30: Galletas con chispas de chocolate eterno.
Minhyun estaba a mi lado, sentados en las sillas de la sala de espera. Hani se pasaba de un lado a otro, muy nerviosa, mucho más que Minho su padre, quien estaba al borde del colapso en ese preciso momento mientras Aerin estaba en trabajo de parto de su segundo hijo.
–¿Y si tiene problemas? ¿Y si el bebé no puede salir?– reprimí mi risa para no ponerlo más nervioso, pero le dije con tono tranquilizador:
–Minho, estuviste tal cual cuando nació Hani, si Aerin lo pudo hacer una vez, lo hará dos veces– revolvió su cabello, con la incertidumbre en el rostro. A veces me preguntaba de qué forma hubiese reaccionado Minhyun de yo poder tener hijos. Me imaginaba que estaría pero que Minho, respirando junto conmigo y gritando de las contracciones, cuando la del dolor sería yo.
Hani finalmente se sentó en la silla frente a mí, se veía ansiosa y emocionada, pero había algo más, una cosa que la molestaba y que no pasaba desapercibida ante mis ojos.
De pronto, irrumpió en la habitación Junwoo, venía solo, sin su familia.
–¿Ya ha nacido?– preguntó.
Todos negamos con la cabeza y él suspiró aliviado. Al parecer, había hecho una carrera desde el estacionamiento al hospital. O tal vez, desde su casa, lucía demasiado agotado.
–¿Hace cuánto entró?– preguntó otra vez.
–Cuatro horas– respondió Minhyun. Su cabello había perdido el brillo que lo caracterizaba, pero el color castaño de su cabello seguía intacto. Lo que no había cambiado eran sus ojos y ese brillo que tenía en su mirada cuando estaba muy feliz, como ahora.
Junwoo se sentó a mi otro lado y apoyó su cabeza en mi hombro, para ser un adulto, seguía creyéndose un niño pequeño, y eso en parte era mi culpa, lo había consentido demasiado cuando se unió a la familia que algunas costumbres nunca se iban.
Y me alegraba que no lo hicieran, porque mi favorita era la que Minhyun estaba haciendo en estos momentos, acariciaba mi mano y mis dedos con suya. Ya no lo hacía para disculparse, con el tiempo el significado de ese gesto había cambiado, ahora lo hacía cuando estaba a gusto con la situación.
–Familia de Choi Aerin– llamó de repente una enfermera. Minhyun hizo una mueca que pasó desapercibida para los demás, menos para mí, conocía muy bien ese gesto. Aún le molestaba el hecho de que Aerin no llevara su apellido, no soportaba la idea de que ahora compartiera su amor con otro hombre. Seguía siendo un celoso sin remedio.
Todos nos pusimos de pie y Minho empalideció de inmediato, esperando malas noticias. Nos acercamos a la enfermera y ella nos sonrió a todos, nos calmamos y sonreímos también, menos Minho, que seguía encerrado en el mundo de las tragedias.
Aerin era una chica muy optimista, divertida y hacía locuras cada cinco minutos sin medir riesgos. Minho era todo lo contrario, y a veces Minhyun se preguntaba que cómo es que su pequeña se casó con alguien como él. Le hacia callar en seguida, porque nosotros éramos prácticamente iguales, con otras características, pero tan opuestos como Aerin y Minho.
Suponía que por eso también se ponía celoso.
–Es una niña y muy saludable, pueden pasar a verlas en diez minutos, pero entren de a pocos– nos informó la enfermera. Entró otra vez a la sala de parto y todos nos quedamos más aliviados.
Los primeros en pasar a ver a Aerin y a mí nueva nieta, serían Minhyun y Minho por razones obvias. Yo me quedaría con Hani y Junwoo esperando nuestro turno.
Minhyun entró feliz a la sala para al fin poder ver a "la razón de su existir", mientras que Minho lo hizo temeroso, pero decidido.
–Iré a la cafetería por unos caramelos, ¿quieren algo?– inquirió Junwoo. Hani y yo negamos con la cabeza y él se encogió de hombros–. Bueno, regreso en unos minutos, cualquier cosa, me llamas al celular, mamá.
Bajó por el ascensor y nos dejó solas.
Hani ya estaba mucho más relajada, pero seguía habiendo algo que la incómodaba.
–¿Qué sucede?– con sólo una mirada bastó para saber lo que le sucedía–. ¿A qué le tienes miedo?
–A que mis padres se olviden de mí– sí, tenía razón.
Sonreí como nunca, porque conocía demasiado bien ese sentimiento de sentirse invadida por alguien nuevo y que venía a cambiar todo tu mundo. También esa inferioridad, ese pensamiento de no ser querida por los demás. Todo eso me recordaba a algo.
–Cuando adoptamos a tu tío Junwoo, hubieron ciertas diferencias, pero...
–Abuela, no es lo mismo, porque mamá tenía casi dos años y no recuerda nada. Yo tengo doce... y... esa... niña... se robará todo el cariño de mis padres.
Sé que debía decirle que no pensara eso de su hermanita, que la terminaría adorando, pero me limité a sonreír como antes.
–Cariño, te contaré una historia. Tal vez, las circunstancias no son las mismas, pero si los problemas. Había un chico mucho mejor que una chica rubia, y ella estaba insegura porque creía que todos lo querían más a él que a ella.
Hani me miró y luego a mi cabello, después dirigió su mirada a la puerta que daba a la habitación donde descansaba su madre y supe que había adivinado de quién se trataba esta historia.
Me lo preguntó con la mirada y yo asentí, así que ella no dijo nada más y se echó para atrás, acomodándose en la silla con las piernas cruzadas como un indio sobre ésta.
–Todo empezó cuando yo tenía ocho años, mamá se arreglaba para ir al teatro con mi padre, llevaba un vestido liso de seda rosa y un sombrero con plumas que yo utilizaba para disfrazarme de indio nativo cuando Youngmi, mi prima Yangmi y mi amiga Sunhee venían a jugar a la casa...
Me siento nostálgica, pronto subiré el epílogo. Creo que voy a llorar.
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