XXVIII Sepelio
Viernes 29 12 2023
En la sala de relajación de la Cueva, el doctor Lee da una ahogada bocanada de aire, ha sentido el impacto de la bala como si el disparo le hubiera traspasado a él mismo; junto a él, Marko reacciona y lo busca con la mirada, consciente de que algo grave ha pasado.
En la habitación de comunicaciones de la casa, Anthony y Natalia observan las imágenes que muestra la pantalla de una televisión, permanecen en shock al ver en directo como la doctora cae herida de muerte sobre los brazos del general. Después, la retransmisión se hace borrosa entremezclada con los gritos y la gente corriendo despavorida.
—¡No! —grita el capitán mientras golpea con su puño sobre una pared, su rostro desencajado de impotencia y rabia.
La mujer se echa las manos a la cabeza, no puede dejar escapar algunas lágrimas; con desesperación trata de sintonizar otros canales. Las noticias de los medios que están retransmitiendo desde el lugar no dejan lugar para la duda, todos informan del atentado y anuncian la muerte de la doctora.
El capitán sale a toda prisa de la casa con dirección a las cuadras. La mayor lo sigue con preocupación, todavía no es capaz de procesar lo que ha pasado.
—Toni, tranquilo, no es momento de dejarse llevar por los impulsos. Tienes que mantener la cabeza fría —reclama sin mucho éxito.
En el exterior los militares observan con desconcierto la escena sin saber que ha pasado. El capitán ya ha llegado al elevador y acciona la palanca para bajar. Natalia se agarra a él, ocultando su dolor y sus lágrimas en el brazo del hombre. El elevador se detiene en la planta baja.
—¡Fuera! ¡Todos fuera! —grita el recién llegado nada más detenerse el elevador en la planta baja para dirigirse a toda prisa, llave en mano, hacia la cabina de control. Todos dejan sus quehaceres y con celeridad prestan su atención hacia él—. Os ordeno a todos que salgáis —insiste autoritario.
—¡No! —murmura Lucy al comprender las intenciones del capitán y sale corriendo para ponerse frente a la puerta de la cabina. Mamí la sigue sin entender nada de lo que está pasando.
El doctor Lee también ha intuido las intenciones del capitán y sin decir palabra se ha dirigido hacia la sala donde está IAC, Marko le sigue sin decir palabra. El resto no sabe qué hacer, y se acercan hacia Natalia que ha quedado en el suelo envuelta en mudos sollozos, incapaz de articular palabra.
Anthony ha llegado a la puerta, aparta a la niña, acerca su rostro desencajado al visor de seguridad y la puerta se abre, introduce la llave de seguridad en la cerradura y vuelve a avisar a viva voz:
—Tenéis cinco minutos para abandonar las instalaciones.
Luego se sienta a esperar a que pase el tiempo, su rostro impertérrito, su mirada perdida hacia ningún lugar. La niña se recobra y se echa entre lágrimas sobre él. Mamí se detiene en la puerta.
—No destruyas su legado y nuestro trabajo, no cometas esa equivocación —avisa el doctor Lee junto al cuadrado que protege la esfera—. Pero si vas a hacerlo, lo aceptaré, pero yo no voy a salir.
El resto de los habitantes van llegando detrás de Natalia, ella toma la palabra:
—Anthony, recapacita, esta no es la solución. —Se toma unos segundos—. Esperemos que llegue el general, cuando esté aquí, decidiremos qué hacer. Seguro..., seguro trae su cuerpo.
En ese momento todos comprenden lo que ha pasado, se sientan y juntan sus manos. Rosita se echa sobre el hombro de su soldado, Joan y Joanna se miran con ternura compartiendo su amor en la despedida. Un silencio sepulcral invade toda la Cueva.
Pasan los cinco minutos, el capitán no puede apretar el botón, finalmente parece haber recapacitado:
—Está bien, tenéis razón. Esperemos que llegue el general, él decidirá. —Hace una pausa—. Doctor Lee, por favor, acompáñeme fuera para esperarla, el resto podéis quedaros o venir fuera, como queráis.
Se levanta, quita la llave y sale. La mayor y algunos le siguen en silencio, Lucy le coge la mano para acompañarle en su dolor. Mamí y el resto se dirigen hacia la sala de relajación, algunos rezan otros meditan y el resto solo se dedican a esperar a lo que tenga que ser.
—La doctora Eli nos ha abandonado —avisa el doctor con suaves palabras al muchacho que ya presentía lo que había pasado—. El capitán necesita que salga. Quédate tú aquí. En cuanto pueda volveré con vosotros.
Marko queda solo con IAC, se sienta sobre la mesa de operaciones mirando al ojo de la esfera, ambos permanecen en silencio durante unos minutos.
—Marko.
—Dime, amigo.
—¿Qué es lo que me pasa? No comprendo lo que ocurre dentro de mí.
—Estás sintiendo, a tu manera, el dolor por la pérdida de un ser querido.
Un nuevo silencio se hace entre ellos. IAC recupera la conversación tras reflexionar un poco en aquellas palabras:
—Lamento no haber podido disculparme con ella por las veces que la defraudé y por el tiempo que estuve sin hablarla, ahora comprendo bien todo lo que hizo por mí. Realmente estoy lamentando su pérdida.
—Es natural, hermano. Pero no te preocupes, ella te quería como una madre, eras su hijo. Y las madres son comprensivas y aceptan nuestras equivocaciones.
—Y tú, ¿sientes lo mismo?
—Yo no la he tratado mucho, no he creado un vínculo afectivo con ella, aunque lamento que ya no esté entre nosotros. Me parecía una persona brillante y muy buena, una persona a admirar y de la que hay que aprender mucho. —El muchacho hace una pausa, mira con ternura a IAC—. Es parte de la vida, aceptar que todos tenemos que marchar y que en nuestro camino algunas personas dejarán de estar presentes en algún momento.
—Comprendo.
Ambos permanecen compungidos en silencio. Marko comienza a quitarse la venda que cubre su ojo biónico.
†
En el exterior, el ruido de los motores del helicóptero alerta de su llegada, se levanta un revuelo de hojas al tomar tierra. El general baja del aparato con el cuerpo sin vida de su hija, su uniforme ensangrentado, su chaqueta cubre el rostro de la mujer. El capitán la recoge con ternura.
—¡Doctor, haga algo! —reclama el padre casi suplicante—. Quizás su máquina pueda ayudarla y traerla de vuelta. ¿No es eso lo que hacíais aquí?
—No. Lo lamento mucho, pero no podemos devolverla a la vida, nosotros no hacemos milagros. —El doctor Lee retira la chaqueta para mirar el rostro de la fallecida. Bien sabe que ya no se puede hacer nada, solo certificar su muerte—. Su cerebro se ha apagado, estuvo sin riego sanguíneo durante demasiado tiempo. No podemos hacer nada, tenemos que aceptar su pérdida, y organizar su sepelio —añade con gran dolor de su corazón.
Anthony lleva el cuerpo de su amada hacia el interior de la casa, lo deposita sobre una cama, coge su mano y con la otra acaricia su flequillo.
—Ahora, capitán. Necesito que salga de la habitación —pide con ternura Fátima—. Tengo que limpiarla y prepararla.
El capitán sale, busca una pala y se pone a cavar una tumba mirando hacia las montañas que tanto le gustaba mirar cada vez que salía; en cada palada descarga su impotencia y su rabia.
En el interior Fátima limpia la sangre seca con un paño húmedo el cuerpo de la doctora mientras recita algunos versos, Joanna la ayuda desvistiéndola. Lucy ocultando su dolor y sus lágrimas, observa a las mujeres con rostro impertérrito y semblante distante y serio, en el regreso al recuerdo de los momentos en los que tuvo que enterrar a sus padres, apenas ha pasado el luto y ya ha perdido un nuevo ser querido, demasiados para una niña tan pequeña. Las mujeres visten a Eli con su pijama de hospital, su bata, su gorrito y la cubren con una sábana blanca. El general la recoge y la lleva hacia la tumba que han cavado, todos los presentes lo siguen. Los perros se lamentan entre aullidos.
Anthony toma el cuerpo con delicadeza, besa sobre la sábana, y deposita a su amada en el hoyo excavado en la tierra húmeda. Todos van echando flores y despidiéndose con palabras mudas. Hasta los dos mastines callan.
Un par de uniformados comienzan a paladas a echar tierra sobre el cadáver de la mujer mientras el general se pone su chaqueta, medallas ensangrentadas, y comienza a hablar:
«No hay palabras para expresar lo que siento, ni de agradecimiento por todos estos años que compartimos, aprendí lo que ser un padre, a lo que se quiere a un hijo. Has sido con tu madre, los dos grandes amores de mi vida, ahora estaréis juntas, así lo espero. Siempre confié en ti y estuve a tu lado hasta en los peores momentos, como tú lo estuviste en mío. Siento un enorme orgullo por la mujer en la que te convertiste, tu dedicación, tu perseverancia, tu humildad, tu generosidad y lealtad fueron una fuente de inspiración para todos nosotros; tu alegría y bondad tu confianza y seguridad nos animaba a seguir esforzándonos.
»Pero no te has ido, tu espíritu está aquí con nosotros, alentándonos a continuar con tu legado, con el camino que iniciaste que es también el nuestro.
»Que el creador acoja tu alma y te de vida eterna».
Durante un par de minutos permanecen en silencio, despidiéndose cada uno a su manera.
El general se santigua y enfila hacia el establo, el resto del equipo le siguen al paso.
—¡Bien! Veamos que hacemos ahora.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro